Argentina: La pesificación que falta
Mario Rapoport
Diario BAE
Introducir
el dólar como la moneda de pago en este sector convierte sus operaciones en un
sistema especulativo y de juego financiero que no depende de los propios costos
de la construcción sino del capricho de los que especulan en el mercado de
divisas, más aún si se da, por ejemplo, una situación, como la actual, de un
cerrojo cambiario. Los contratos inmobiliarios que se hacen en dólares están
presos de la misma enfermedad a la que nos llevó la convertibilidad o en la que
está actualmente la eurozona en los países europeos.
Dependemos de una moneda
que no es la nuestra, que no tiene circulación legal forzosa, y con la que no
se abonan los salarios ni se realizan negocios internos. De modo que no hay
razón alguna para que el mercado de inmuebles permanezca dolarizado. De hecho,
por ejemplo, en Brasil no lo está. Me llegan cotizaciones de viviendas usadas
en el barrio de Tijuca, uno de los más caros de Río de Janeiro: varios
departamentos de dos ambientes que van de 60m2 a 89m2 y cuyos precios oscilan,
según calidad y ubicación entre los 275.000 a los 300.000 reales, o sea de 137.000 a 150.000 dólares
al cambio oficial. Pueden estar más caros o más baratos que en la Argentina , pero su
compra no depende de la cotización de una moneda extranjera, vinculada con los
saldos comerciales o financieros de la balanza de pagos, a los niveles de
reserva o a la simple especulación. Son operaciones que se concretan en el
mercado interno y que desde hace años, con tasas de inflación iguales o mayores
que las que tuvo o tiene la
Argentina , han permanecido en reales. La divisa extranjera no
entra en las operaciones inmobiliarias.
Esta
cuestión es la que no permite resolver el problema de la salida de la
dolarización en la Argentina
y se convierte, principalmente, en una opción a la tenencia de dólares. Hay
quienes afirman que esta situación es un resultado del proceso inflacionario y
nos asustan diciendo que con una inflación del 25% nos vamos a una crisis como
las del 2002 o a una formidable devaluación. Cierto es que consideran a la
inflación aisladamente, nunca la vinculan con la tasa de crecimiento, de
desempleo o a la distribución de los ingresos. Al “inversor global” sólo le
interesa la inversión financiera, con tasas de inflación cercanas a cero,
aunque el país no crezca ni se mejoren las condiciones de vida. Tampoco echan
una mirada a procesos históricos anteriores. Martínez de Hoz en su discurso
inaugural, cuando se hizo cargo de la cartera de economía en la última
dictadura militar, puso como eje el combate a la inflación, entonces del 450%
anual (leemos bien, no del 20 o 25%) y con sus políticas neoliberales (entre
otras cosas comprimir brutalmente los salarios e iniciar un formidable proceso
de endeudamiento externo) no la pudo achicar más que a niveles del 100 al 175% anual
(no 20 o 25%). La dictadura dejó la economía, en 1983, con cerca del 340% de
inflación anual, una tasa de crecimiento casi nula para todo el período y una
profunda crisis desde 1981.
Pasamos
de largo por las épocas hiperinflacionarias de Alfonsín y los primeros años de
Menem (donde no podemos realizar comparaciones con la situación actual) y el
santo remedio de la Ley
de Convertibilidad. Ésta logró frenar la inflación, e incluso produjo
deflación, pero a costa de altas tasas de desempleo, pobreza e indigencia y una
destrucción de la industria. Si medimos de punta a punta el período Menem-De la Rúa , tuvimos una tasa de
crecimiento cercana a cero, incluyendo la traumática crisis de 2001-2002. Luego
vino la devaluación y pesificación asimétrica, el país superó el default, y
comenzó un proceso de reindustrialización y de recuperación del empleo que nos
protegió de la crisis mundial iniciada en 2007-2009.
En
estos momentos la discusión de fondo debe centrarse no tanto en la medición de
los índices de precios, aunque sea un tema de por sí importante, sino en las
causas del proceso inflacionario. Esas causas están vinculadas con el alto
grado de concentración de las empresas formadoras de precios, la transmisión al
interior de la economía del aumento de los precios externos y otros factores,
entre los cuales la puja salarial no es uno de los más relevantes porque
siempre viene con retraso. Y aquí juegan de nuevo los efectos negativos de la
dolarización del mercado inmobiliario. Es necesario, antes que nada, eliminar
este sistema peculiar que alimenta la especulación, y por esa vía, también, el
incremento de los precios.
El
ahorro en dólares, moneda cada vez más devaluada a nivel internacional, se va a
frenar si el gobierno toma una medida de este tipo, mucho más eficaz económica
y políticamente que cualquier cepo cambiario o mercado desdoblado. Por un lado,
la pérdidas sufridas por los “corralitos” (de Erman González a Cavallo) no
evitaron nuevos refugios en el dólar. Por otro, la Argentina tuvo en los
años treinta, bajo gobiernos conservadores de derecha, y por casi diez años, un
estricto control de cambios, y en varias ocasiones posteriores diferentes tipos
de cambios, con relativo o escaso éxito para frenar la inflación o revertir las
frecuentes crisis de stop and go.
Ahora
existe una política de flotación administrada del tipo cambio que ha dado
resultado. En contrapartida, un torrente de agua no se detiene si no se ha
construido antes un dique. Con el dólar pasa lo mismo; cuando no hay bienes
cotizados en dólares nadie puede jugar con mercados paralelos, ni son
necesarias medidas restrictivas.
Un
camino loable para la obtención de divisas resulta sin duda la iniciativa de
abrir nuevas fronteras en el comercio exterior –las relaciones Sur-Sur–
teniendo en cuenta la disminución del intercambio con clientes tradicionales,
como los países de la
Unión Europea. Ese comercio, que ya venía siendo afectado por
la incorporación en su seno de las naciones del Este y su alto grado de
proteccionismo, tiene ahora como eje esencial una formidable crisis.
Las
tareas del gobierno son varias. La economía argentina dispone de un colchón de
reservas importante, ése no era el caso en el 2002, y altos niveles de
producción y de empleo. Pero modificar malos hábitos adquiridos en el pasado
requiere, ante todo, desactivar las causas que los provocan.