Crónicas latinoamericanas
Sandra Russo Pagina12 En noviembre de 2005, hacía rato que me había alejado de la tarea de cronista; me dedicaba a la edición y a escribir en este mismo espacio. Pero al director se le ocurrió que era una buena idea mandarme a cubrir el viaje del Tren del Alba. Fue una cobertura limitada a ese tren, ni siquiera incluía la Cumbre ni la anticumbre de las Américas. No obstante, esa crónica me cambió la vida, porque todo empezó allí. Como a tantos otros que en estos últimos diez años, en un momento u otro les bajó la ficha –por una medida, un suceso, un dilema, una ley, una percepción profunda, un latido en común–, a partir del instante en el que vi la película entera, y fue en ese tren, ya no pude desentenderme. Algo me pasó, algo visceral. Cuando llegamos a Mar del Plata, después de esa larga noche llena de efervescencia, me tomé un café en un bar de estación y me volví en un micro a Buenos Aires para escribir la nota en el diario. Creo que lo que entendí esa noche fue que la idea ...