9 años después I: Kirchnerismo y refundación

 Daniel Gonzalez Almandoz
Apas

En cada proceso de transformación sociopolítico aparece la tentación de autoproclamarse como fundante de una nueva instancia histórica. Sin embargo, pocos logran materializarlo. Los quiebres provocados por el kirchnerismo en Argentina permiten afirmar, por lo menos hoy, que este movimiento cuenta con la decisión, energía y atributos para lograrlo.
Un nuevo 25 de mayo, una nueva oportunidad, la posibilidad de refundación.
Hay denominaciones que de tanto uso, se vacían hasta dejar de señalar su objeto originario, quedando huecas en valor y esencia.

Junto a esto, hay tentaciones recurrentes en cada uno de los momentos en los cuales la modorra de la historia se ve alterada por sujetos y procesos que proponen –prometen- dar una sustancial transformación al orden de las cosas.
Resulta simple encontrar, en un repaso cronológico, la aparición de ideas como cambio de época; nuevo movimiento histórico o refundación. 

Es su uso -y abuso-, lo que las mina de su significación inaugural. Muchas veces provocado por su condición de denominación englobante que unifica diversidades, algo así como el significante vacío laclauniano. Y otras veces, ese abuso se da por pretensión de reconocimiento histórico sin entender que la perdurabilidad simbólica está sostenida en su materialización, sustancial y coherente con esa simbología, ruptura con lo anterior, a lo que se opone.

El actual escenario argentino no escapa a esta pretensión. Sin embargo, aparecen datos y actos que permiten, en este particular momento, afirmar que ese amplio y complejo emergente denominado kirchnerismo cuenta con condiciones y decisiones para lograrlo. Se sustentan en el encuentro y articulación de elementos y procesos, muchas veces contradictorios y en conflicto entre sí, que han logrado contenerse en un nuevo bloque histórico.

En ediciones anteriores de APAS se sostuvo que la toma de decisiones específicas, como la recuperación de YPF, la reestatización de los sistemas solidarios de jubilaciones, y el establecimiento de leyes que responden a la matriz de ampliación de derechos sociales e individuales -ley de servicios de comunicación audiovisual, matrimonio igualitario o muerte digna- permiten presumir que se está frente a un cuarto movimiento histórico de carácter popular en Argentina.

Esta idea, sostenida -entre otros- por el periodista Hernán Brienza en el diario “Tiempo Argentino”, muestra una continuidad con el federalismo, el primer radicalismo y el primer peronismo, que se encuentra en su carácter plebeyo y condición de organización política de los desplazados, negados y dominados social, cultural y/o económicamente.

Esta condición de continuidad se combina hoy con la aparición en escena de un nuevo sujeto, emergente de la crisis provocada por el neoliberalismo, y que consiguió su restitución como sujeto colectivo en el doble juego de interpelaciones hacia y desde el Estado.

Un dato en este sentido parte del hecho que, por lo menos en términos de hegemonía al interior de cada proceso, las instancias anteriores presentaban un sujeto social más o menos homogéneo. 

Así, el federalismo fue la expresión de la montonera no ilustrada que impulsaba la construcción de una nación con presencia de las autonomías provinciales; el radicalismo inicial enarboló la bandera de los derechos políticos de los pequeños comerciantes y artesanos que deconstruían el poder lumpen de la oligarquía agroexportadora; y el peronismo original construyó su sujeto en la defensa y representación en torno al obrero industrial contenido en el proceso de sustitución de importaciones.

Por su parte, el kirchnerismo se diferencia por la condición heterogénea de su sujeto social, compuesto por vertientes tributarias de los anteriores procesos, que se resignifican de modo especial y se encuentran con actores provenientes de espacios políticos de filiación pequeño burgués; izquierdas institucionalistas y no; expresiones que provienen de experiencias antagónicas al peronismo; e individuos formados en la negación de la política que modificaron su pensamiento resocializándose en esta mixtura compleja.

Esto no quiere decir que todo entra en la cosmovisión K; sino que su unidad y organización radica en su condición de diversidad de matriz popular; su adecuación al nuevo escenario geopolítico regional y mundial; y el imperativo de responder al reconocimiento y promoción del protagonismo de los relegados de siempre.

Es útil entender aquí que la característica de relegado a la cual nos referimos no se reduce sólo a un sentido económico, perspectiva que fue central para el golpe al neoliberalismo asestado en 2001, y que de a poco, aunque no aún de manera suficiente, plena y definitiva está en proceso de modificación; sino que al tiempo que reivindica la necesaria y sustancial transformación de las condiciones de concentración y redistribución de la riqueza, impulsa una irrupción cultural que pone en crisis supuestas “buenas maneras y formas correctas” que siempre fueron la expresión simbólica universalidad y no cuestionada de las dominaciones que permitieron el establecimiento hegemónico de esa materialidad a modificar.

El aspecto cultural es central para entender la unidad organizada de la heterogeneidad señalada; y también para comprender la aparición de espacios opositores que no logran coordinarse entre sí. 

Así, frente a la propuesta de cambio que emana desde el Estado Nacional se posicionan expresiones que comparten algunas características con el sujeto K, pero que se construyen abiertamente como oposicón: partidos políticos de corte pequeño-burgués; izquierdas institucionalistas y no; el antiperonismo tradicional de raigambre liberal; algunos espacios trabajadores que priorizan lo corporativo sectorial frente a la solidaridad expansiva; y hasta expresiones tributarias del propio peronismo, como el denominado “duhaldismo” y la “feudalización de los Rodríguez Saa”. 

Esta constitución de nuevos sujetos, a favor y en contra, es acompañada de otros aspectos que dan mayor soporte a la afirmación acerca que el presente constituye un cambio de época en el sentido más profundo de la palabra.

Un aspecto muy interesante fue aportado esta semana por el programa televisivo 678, en uno de sus análisis respecto de las coberturas periodísticas de la visita presidencial a Angola. Allí, una de sus panelistas enunció la tesis respecto de que uno de los problemas de varios referentes opositores pasa por el hecho de analizar situaciones del siglo 21 con categorías del siglo 20

Esta idea resulta útil para comprender las falencias de críticas -que no es equivalente a mirada crítica- de posturas como las del ex ministro de economía del primer gobierno de Cristina Fernández, Martín Lousteau, quien fuera impulsor, luego abandónico, de la recordada resolución 125 que establecía un nuevo régimen a la exportación agraria.

Para ejemplificar esto resulta útil revisar una entrevista dada por Lousteau al diario mendocino “Los Andes”, donde dejó frases como: “todos los países han atravesado en algún momento por una fase proteccionista, pero Argentina lo está haciendo para que no se vayan los dólares del país. Este es un problema grave que puede traer sanciones de otros mercados”. También se expresó sobre el caso de la nacionalización de acciones de Repsol en YPF: “Este no es un gobierno que se ha anticipado a los problemas y no está dando posibilidades de negociar a la empresa. Dan vuelta papeles de expropiación y se está convirtiendo en un conflicto soberano bilateral”.

Un simple y rápido análisis de estas declaraciones permiten presumir, por lo menos, cierto anclaje que añora la antigua existencia de un mundo unipolarmente político y con cierta bilateralidad no ideológica, en donde se admiraba una pujante y hoy inexistente Europa.

Otro interesante caso es el que brinda el respetable y brillante Martín Caparrós, autor entre otras cosas, junto a Eduardo Anguita, de esa fenomenal obra sobre la militancia popular que es “La Voluntad”. 

En esta situación, queda la sensación, por ejemplo luego del paso del escritor por los estudios de la señal de cable del monopolio Clarín, Todo Noticias (TN) para acompañar a Santos Biasatti en su programa “Otro Tema”. Allí, su lugar de enunciación pareciera instalarse en las coordenadas de un pretendido y probadamente insuficiente progresismo anclado en lo autonomista; útil y compartido en otro momento de la historia argentina y mundial, pero al que hoy le cuesta digerir que la mejora de condiciones amplias de vida se encuentre en las articulaciones que propone una especial aplicación de un populismo que se entiende en clave de una interpelación de ida y vuelta entre Estado-Sociedad.

La idea de nuevas categorías y nuevas miradas atraviesan también debates cotidianos, que al momento de explorarlos permiten ver que las variables que discuten terminan refiriendo a cosas distintas, o como dicen los economistas, mezclando peras con manzanas.

Este es el caso de las discusiones respecto de una posible reforma de la Constitución Nacional, resistida por algunos por entenderla como un simple intento reeleccionista, desconociendo pretensiones mayores que quedan claras en declaraciones como las proferidas por la diputada nacional oficialista Diana Conti, que señaló que "hay que cambiar el sentido de la Constitución actual, que tiene una matriz liberal-conservadora"; o las declaraciones del también legislador kirchnerista Jorge Landrau, que en declaraciones a Ámbito Financiero afirmó “que el debate sobre una eventual reforma constitucional debe darse y sin limitaciones, pero subrayó que hacer una reforma sólo para plantear la re-reelección no tiene sentido”, y que "yo pondría en la Constitución que el Estado nacional nunca pierda el control de sus recursos naturales".