9 años después II: Esperan el fracaso a la vuelta de la esquina

 Julio Semmoloni 
APAS

El proyecto político en el Gobierno desde 2003 está firme. Los agoreros desautorizados por las evidencias seguirán conspirando contra la voluntad manifiesta de las mayorías. Habrá que seguir muy atentos a este curso de acción para que se preserve en el tiempo.

Cuesta proyectar un futuro brillante para el país con el ánimo dispuesto y despojado de dudas. Cuesta aceptar como propia la espontánea euforia de otro compatriota en la misma dirección. Vencer al escepticismo incorporado en décadas de frustraciones y fracasos, no es tarea que se resuelva en pocos años

Nueve años todavía sigue pareciendo poco, demasiado poco para contrarrestar el efecto de tantos escarmientos propinados por la funesta realidad de un pasado que aún golpea. Quien más, quien menos integra alguna generación abatida por el espanto, decepcionada por la ilusión maltrecha. No fuimos doblegados, eso es otra cosa, pero el presagio de que podría repetirse otro desenlace desgraciado late en algún íntimo recodo de nuestra impertérrita desconfianza. Ahora con una diferencia respecto de experiencias anteriores: en vez de escamotear su presencia por miedo a ser considerado un aguafiestas, se la expone en tanto prevalezca como síntoma de la imprescindible autocrítica. 

¡Qué dilema! ¿Y si esta vez es la vencida? En fin, suena como si se temiera quedar afuera del concurrido júbilo, afuera del regusto inconmensurable del deseo irredento. Nadie que comparta esta conquista querrá sentirse ajeno a la entrañable satisfacción de haber alcanzado la misma cifra de años a la que llegó, sin interrupciones, el único gobierno anterior que se propuso transformar el país en beneficio de las grandes mayorías. Pero claro, no bien se ensaya la evocación, y en el propio acto de comparar momentos tan distintos, aflora este presente que nos exige defenderlo hoy. Mientras en aquel 4 de junio de 1955 -también a nueve años de haber asumido Perón su primera presidencia- se agitaba la presunción de que algo terrible podía malograr nueve años de derechos sociales adquiridos por los trabajadores -y efectivamente a los pocos días se produjo la jornada más aciaga de la historia nacional con el bombardeo a Plaza de Mayo del 16 de junio, causando la muerte de centenares de civiles y el posterior derrocamiento del gobierno, tres meses más tarde-, este 25 de Mayo en cambio, permite la serena satisfacción de trazar un balance claramente auspicioso y potente hacia el futuro, para retemplar el ánimo y redoblar el impulso por lo que parece que está más cerca de lograrse, antes de que los nubarrones de siempre le den paso a una eventual tormenta. 

Sí, algunos esperan el fracaso a la vuelta de la esquina. No cabe duda que existen conspiradores y no tienen escrúpulos en darse a conocer. ¿Cuántos son? No importa el número, porque desde luego son una minoría ínfima. Lo que interesa es que son poderosos: no necesitan ganar elecciones limpias y multitudinarias para obtener el poder político con democracia y república indemnes. Tampoco reconocen el apoyo y la adhesión de un conjunto cada vez más amplio y diverso de la sociedad argentina. Para ellos no cuenta que desde 2003 a la fecha, además de ser el único proyecto político que se ha impuesto en tres elecciones nacionales consecutivas, consiguió incrementar en forma geométrica el porcentaje de votos obtenido: 22 por ciento en 2003, 45 en 2007 y 54 por ciento en 2011. 

Este sector refractario al ideario y la acción vigentes, menoscaba la progresiva hegemonía política que ejerce el Gobierno, si se repasa la diferencia en puntos porcentuales que ha separado al Frente para la Victoria de la fuerza partidaria adversaria que obtuvo más sufragios en dichos comicios, a saber: -2 en la primera vuelta de 2003 -Néstor Kirchner fue presidente porque Carlos Menem, ganador parcial, no se presentó a la segunda vuelta-; 22 en 2007, de Cristina Fernández sobre Elisa Carrió; y 37 por ciento en 2011, de Cristina Fernández sobre Hermes Binner. 

Mientras esperan el fracaso de un modelo económico y social que ha calado hondo en el respaldo popular, están como agazapados y asechando. Si bien desairados después de tanto vaticinio incumplido, lo mismo contando los días para aprovecharse de alguna coyuntura propicia a su ignominiosa ambición. Tienen la paciencia suficiente que le otorga su privilegiada posición para seguir aguardando el tiempo que sea, y creen tener la seguridad de que a la larga volverán a imponer sus condiciones. 

La historia -es forzoso admitirlo- juega a favor de sus indignos cálculos. Y también el presente: paradójicamente a casi todos ellos nunca les ha ido mejor que ahora en términos económicos. “¿Entonces, porqué no se resignan a dejar las cosas como están?”, podría espetárseles. “Eso sí que no”, replicarían. Nunca aceptaron los hechos emanados de la autonomía de criterio político de un gobierno constitucional. Y mucho menos querrán aceptarlo en esta ocasión. Desde hace rato perciben el peligro que para ellos significa el rumbo que llevan las cosas: más trabajo, mejores salarios, mayor distribución de la riqueza, menor desigualdad. Aborrecen de ese círculo virtuoso. Por eso jamás desistirán de su constante embestida antidemocrática. Aunque no lo digan con elocuencia, no descartan hacerse con el control político mediante algún subterfugio fraguado en las sombras, para abreviar la espera del anhelado fracaso que tanto demora en producirse.

Es más probable estar de acuerdo en señalar las principales realizaciones de este Gobierno, que en coincidir acerca de cuál de todas ellas es la más eficaz.Desendeudamiento, juicio a los genocidas de la dictadura, recuperación del Estado, administración nacional de los fondos previsionales, ley de medios audiovisuales, restablecimiento de las paritarias, crecimiento del consumo y la inversión interna, matrimonio igualitario, asignación universal por hijo, cobertura previsional para casi todos los adultos mayores, expropiación de YPF, etc., son algunas de las obras que la mayoría concordaría en citar como entre las destacadas. 

Sin embargo, la más eficaz, a mi juicio, no figura en esa lista ni creo que se la tenga en cuenta en cualquier otra enumeración más copiosa. Me refiero al tiempo transcurrido desde aquel incierto comienzo: a estos nueve años de experiencia, de intensa capacitación de un conjunto de argentinos que componen el elenco decisivo del gobierno elegido y reelegido para transformar el país. Mantener la continuidad de un proyecto político a través del tiempo es también una gran tarea, un gran logro. Es difícil perdurar en el poder legítimo cuando el obrar viene asido al respeto de las normas del Estado de derecho, de manera que el conocimiento adquirido y la pericia de actuar en consecuencia es un patrimonio que debe resguardarse para los tiempos sobre la base de tres imperativos de la política: convicción, honradez e idoneidad.

Pero más difícil aún resulta salir airoso de la puja constante contra el poder corporativo que se aferra a perpetuar el anacrónico sistema de desigualdad. Por eso al conocerse la declaración de principios formulada por Néstor Kirchner ante la asamblea legislativa cuando asumió como presidente, de inmediato el diario representativo del poder oligárquico y conservador de la Argentina amenazó al naciente gobierno con el vaticinio de que no podría superar más de un año en la Casa Rosada. El sugestivo augurio de La Nación hizo que las apuestas en contra de la gestión fueran subiendo desde el comienzo: subieron de tono, de estilo, de estratagemas. Pero nada frenó la insólita audacia gubernamental implementada desde Balcarce 50. Tampoco bastaron las irresistibles y fatídicas cinco tapas de Clarín, el otro matutino amedrentador de la ciudad de Buenos Aires. En rigor, publicaron decenas de portadas infames; y la sucesión de transformaciones no se detuvo

Transcurren nueve años prolíficos en realizaciones, emprendimientos y expectativas crecientes. Se mantiene el impulso inicial, con el vértigo surgido a veces de la improvisación y el entusiasmo desbordante. Nueve años. Las mismas ganas del principio, la alegría que contagia y entusiasma, moderada por una cautelosa madurez en el ejercicio prolongado del poder. Se sabe que vienen los tiempos más desafiantes, porque cuando se ha hecho tanto por corregir y mejorar una situación calamitosa, se agiganta la conciencia de que lo que resta es enormemente más arduo que lo calculado al comienzo

Y en la Argentina nueve años también es un largo tiempo para construir o renovar lo que sea en materia de política institucional. Ahora sí puede vislumbrarse al mismo tiempo lo mucho que se ha podido hacer y toda esa vastedad pendiente que todavía no ha sido atendida como corresponde. Por lo menos hace falta nueve años más para erradicar la indigencia y otros nueve para que no quede un solo pobre entre nosotros

El desafío es mayor que lo ya hecho, es cierto, pero parece factible de ser acometido en la medida que el intento se sustente en el reconocimiento de las propias capacidades ya demostradas para transformar la adversidad en bienestar.