Stiglitz, nosotros y la periferia europea
Eduardo Luis Curia
Diario BAE
Días atrás, en un
acto que contó con la presencia de la presidenta Kirchner, disertó el Premio
Nobel Joseph Stiglitz. Un tema principal de la exposición fue el bosquejo de
algo así como una “comparativa” –hay elementos de juicio que la legitiman–
entre el desempeño de nuestra economía en ocasión del colapso de la
convertibilidad (2001-2002) y la problemática que arrastra la Unión Europea y
Europa en general. Comentaremos algunos de los conceptos vertidos por el
economista, aprovechando, de paso, para avanzar en ciertos tópicos conexos.
Algo muy destacable en la disertación de Stiglitz radicó en el énfasis que
asignó a dos rasgos básicos de la “solución de continuidad” –a la postre,
“superadora”– del régimen de convertibilidad: el default y la devaluación
(depreciación), al tiempo que marcó las dificultades para asumir mecanismos por
el estilo en el caso europeo.
No
es una regla de aplicación automática, pero, en circunstancias, es útil la
apreciación de alguien que “viene de afuera”, y, que, además, es capacitado. En
rigor, con el correr de los años se fue difuminando la percepción de la
trascendencia que tuvieron las “D” –en rigor, fueron tres: default,
devaluación, desdolarización (pesificación interna, aunque parcial)–, en la
superación rápida de una crisis monumental sufrida por el país y en el pronto
empalme con una ruta de fuerte crecimiento, la que, en términos de quinquenio,
significó el más saliente (o, por lo menos, uno de los más destacados) de
nuestra historia económica.
La
tragedia que supuso la contumacia en el régimen de convertibilidad de los ’90
fue un fiel trasunto de lo que puede ocurrir de la mano de estrategias
afincadas de modo recalcitrante en el apalancamiento en el ahorro externo
(vgr., el endeudamiento) como núcleo dinámico, con su obligado correlato de una
marcada apreciación cambiaria real.
Tales
estrategias pueden arrancar con fastos al comienzo, siendo que aquel
apalancamiento es capaz de alentar la sensación, en perspectiva, de una euforia
expansiva prácticamente ilimitada. Esta convicción lleva a empuñar un proceso
de realimentación en la apelación al ingreso de capitales del exterior, deuda
incluida. La distorsión de precios relativos macro o retraso cambiario, el
deterioro de las cuentas corriente y comercial, los daños en segmentos
importantes de la producción y del empleo, que se van plasmando, son vistos
como datos anecdóticos que no mellan la convicción positiva general.
Al
arraigar este tipo de modulaciones (en algunos casos, como el nuestro de los
’90, puede arrimarse una mayor sustitución interna de la moneda nacional), se
va tornando inviable una “autocorrección suave” –smoothing– del esquema
referido, con sus graves distorsiones, con lo que termina primando el “redoblar
la apuesta”. Por ejemplo: un endeudamiento externo que se realimenta sin pausa
en el tiempo, es proclive a toparse en algún momento con un punto de
saturación, en el cual, el país, antes “creíble”, pasa a ser candidato a la
reversión de los capitales. Por su lado, la distorsión de precios relativos se
torna intolerable, siendo que la tesis de la autocorrección exigiría recurrir a
un sanguinolento proceso deflacionario-depresivo, con crudas implicancias
sociales.
Luego,
no hay otra forma de salir de la entropía si no es a través de una
devaluación-depreciación cambiaria de peso, y, dado el caso de un país
marcadamente endeudado y en una tercera moneda, de un default, el que dé pie a
una enérgica renegociación del endeudamiento externo. La desdolarización
interna, si fuera la instancia, debería ser otro pedestal.
A
su vez, los distintos resortes se reconducen mutuamente. Si la devaluación es
clave para sanear el frente externo e instigar la producción (y el empleo) de
los bienes transables en el plano internacional, obvias “consideraciones de
portafolio”, en simultánea, obligan rigurosamente a declarar el default e
incoar la renegociación de la deuda. Con la devaluación es un sinsentido
mantener el nivel y estructura de deuda. A la par, si el país aborda una recia
renegociación de la deuda, y sin que existan marcos mundiales muy definidos al
respecto (como recordó Stiglitz), hay que apostar sin eufemismos a los dólares de
fuente comercial externa –de ahí la devaluación– en momentos en que los dólares
financieros escasean.
Stiglitz nos ayuda a refrescar la memoria en el sentido de que tanto el default
como la devaluación (súmese la desdolarización), en el seno de un esquema macro
adecuado, constituyeron “piezas maestras” del impactante éxito de la economía
argentina en lo atinente a superar una crisis radical y a volcarse rápido hacia
un crecimiento vigoroso.
El tema europeo: su complejidad. Retomemos ahora las
dificultades actuantes de cara a una plena asimilación de las experiencias,
algo que, como se dijo, el propio Stiglitz parecería asumir.
Puede
ayudar a entender el asunto echar mano de algunos cuadros conceptuales como la
explicación “a lo Minsky” del ciclo económico (también cabría el modelo de
crecimiento acumulado de raíz kaldoriana), como lo ensayó A. Bagnai en un
reciente paper, enfocando la crisis de la periferia europea.
Esta
delicada instancia es concebible como una “resaca” de la crisis mundial de
2008-2009, mezclada con algunos rasgos más estructurales. Esa misma crisis
mundial, a su vez, mereció explicaciones minskyanas.
En
la célebre visión de Minsky acerca de la inestabilidad idiosincrática del
capitalismo, el ciclo está atado a una especial trayectoria del endeudamiento,
en combinación con los retornos de los proyectos ligados a aquél. En etapas,
“se pasa” de una primera, donde el retorno permite reembolsar la deuda
contraída, a una segunda, donde es necesario refinanciar una parte de la deuda,
rematando finalmente en el “juego a lo Ponzi”, donde la deuda se cubre
contrayendo otra deuda, orillando así el momento minskyano culminante.
Es
verdad que el poskeynesiano P. Davidson relativiza la estricta aplicación de
esa óptica en la reciente crisis mundial de las hipotecas subprime, en tanto se
trató menos de cubrir deudas con otras (vgr., una primera hipoteca con una
segunda), que un problema de potencial insolvencia de los agentes que hicieron
underwriting masivo con los activos hipotecarios. No obstante, más allá de las
sutilezas de Davidson, la explicación minskyana es revalidada en cuanto a la
percepción del núcleo que supone la fragilidad de los procesos de intensa
retroalimentación del endeudamiento. En el caso de nuestra convertibilidad, y
en el de la periferia europea actualmente, la cuestión del endeudamiento
gravita, interactuando con la exposición en el frente externo de los países
involucrados, incluido el marcado deterioro de las condiciones competitivas.
Las
economías europeas estresadas, como nuestra realidad de los ’90, aun con
matices diferenciales, parecerían reflejar las fases de crisis de los países
periféricos recogidas en un trabajo anterior de Frenkel y Rapetti. En síntesis,
algún elemento “rutilante” del comienzo –vgr., una “reforma” a gusto de los
organismos internacionales, la incorporación a la eurozona, etcétera– alienta
un éxtasis inicial, que va empalmando con una onda militante de ingresos de
capitales y fuerte toma de deuda externos, una factible burbuja doméstica y
extrema valorización de activos, una marcada apreciación cambiaria, y una
consecuente exposición externa global como corolario, and so on…
Las
autocorrecciones suaves hacia una convergencia en tiempo y forma de variables,
nunca operan. Más bien, los diferenciales de competitividad cambiaria y de
tipos de interés, terminan acentuándose. Finalmente, la situación se hace
insostenible, posicionándose los estadios de quiebre. Genéricamente, el ciclo
minskyano “se cumple”.
Ocurre que en el caso argentino, la solución del 2002, sobre la base de la
devaluación y del default, devino de un “desenlace soberano”, sin demasiadas
restricciones institucionales. Esto no es transportable al caso europeo, al
hallarse constituida una unión económica institucionalizada. En rigor, el ciclo
de “endeudamiento externo (de los países)-exposición externa-apreciación
cambiaria” arraiga, en gran parte, como resorte endógeno de la misma estructura
global. Luego, los grados de libertad para abordar soluciones en las
circunstancias –soluciones desde ya contundentes– lucen más acotados, lo cual,
en proporción no subestimable, presiona a favor de la contumacia en los caminos
equivocados.