Dónde se apoya el gobierno

María Esperanza Casullo*
Le Monde diplomatique


La socialdemocracia es, más que una serie de medidas de gobierno, una coalición político-social. Mediante su alianza con los sindicatos y parte de los sectores medios, desde 2003 el kirchnerismo se apoyó en una coalición cuasi-socialdemócrata. El reto, ahora, es reconstruirla.

Hay varias maneras de intentar comprender a un gobierno: según sus políticas públicas, según su discurso, según su estrategia parlamentaria. Entre todas ellas, una perspectiva necesaria tiene que ver con el análisis de la coalición social que le da sustento. El análisis coalicional del kirchnerismo es especialmente interesante, dados los rasgos originales de su coalición política. De alguna manera, el kirchnerismo, desde 2003 hasta 2008 (y luego por momentos), se acercó a lo que podríamos llamar una coalición socialdemócrata viable. Sin embargo, esta configuración podría estar cambiando.
La socialdemocracia es, antes que un conjunto de políticas públicas, una cierta coalición política que las hace posibles. Como explica Luebbert (1), el ascenso de la socialdemocracia durante la entreguerra sólo fue posible en aquellos países en los que se dio una alianza entre sectores obreros y sectores de la clase media rural (luego urbana). En los países nórdicos, esta coalición de clases posibilitó que amplias mayorías parlamentarias dieran sustento a la construcción de Estados de Bienestar expansivos, financiados vía impuestos a las ganancias. (Esta fórmula fue tan exitosa que el Partido Socialdemócrata sueco dominó la política de su país durante setenta años.) En otros países, como Gran Bretaña, la socialdemocracia no llegó a enraizar porque las elites y los partidos conservadores pudieron persuadir a las clases medias, e inclusive a sectores de las clases trabajadoras, de que sus intereses coincidían y que los sindicatos eran potencialmente peligrosos.

Ensayos socialdemócratas

Decía Torcuato Di Tella que la constitución de una socialdemocracia en nuestro país sólo sería posible cuando pudieran combinarse dentro de una misma “casa” política dos elementos: la presencia de organizaciones sindicales, y una intelligentzia tecnocrática proveniente de las clases medias (2). Pero ni la socialdemocracia ni un orden liberal pudieron estabilizarse durante el siglo XX. Una de las claves de la crónica inestabilidad política argentina desde 1945 hasta 1983 radica en la coexistencia de dos coaliciones fuertes pero no dominantes. Así, mientras el peronismo dominaba la política electoral gracias a su virtual monopolio sobre el voto de las clases populares, era vulnerable al terco antiperonismo de las clases medias urbanas y a los boicots económicos de los sectores empresarios. Al mismo tiempo, las elites económicas nunca pudieron (o quisieron) construir una coalición que, basada en la clase media urbana, pudiera disputarle las clases populares al peronismo (como sí lo hicieron, por caso, las elites uruguayas).
Este empate hegemónico pareció romperse con la victoria de Raúl Alfonsín en 1983. Para sorpresa de muchos, Alfonsín ganó aún en distritos históricamente peronistas como la provincia de Buenos Aires. En ese entonces muchos se congratularon con la inauguración de una socialdemocracia posible en Argentina: expresada partidariamente en la UCR, hegemonizada por los sectores más modernos de la clase media y enraizada en la nueva capacidad del partido de captar a los sectores populares. Esta experiencia proto-socialdemócrata, sin embargo, terminó en fracaso.
Para algunos, la utopía de la socialdemocracia posible revivió con el kirchnerismo. Lo cual fue notable, dado que Néstor Kirchner tuvo que construir su coalición desde cero. Sin embargo, Kirchner en apenas dos años logró disciplinar al peronismo, y no sólo construyó una sólida alianza con los sindicatos y los movimientos sociales de trabajadores desocupados sino que pudo atraer a una parte, al menos, de las clases medias urbanas. Hacia ellas dirigió no sólo recursos sino, más aun, una política simbólica y cultural que rompió con algunas de las apelaciones más típicamente peronistas para abrirse a temáticas como los derechos humanos, las reivindicaciones de las minorías y la unidad latinoamericana. Con apoyo sindical, un programa de gobierno de ampliación de derechos y cierto apoyo de la clase media, el kichnerismo parecía estar en camino a convertirse en lo que el alfonsinismo no pudo ser.

Escenarios

¿Significa esto que el kirchnerismo inauguró, ahora sí, el tránsito hacia una socialdemocracia posible? Esta opción no puede descartarse, pero tampoco es un dato seguro. Por una parte, la amplitud de la victoria de Cristina Kirchner en 2011, luego de la derrota del Frente para la Victoria en 2009, parecería dar sustento a la primera idea, sobre todo considerando el buen resultado obtenido en las áreas urbanas, que incluyó la victoria en la Ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, algunos movimientos recientes del gobierno parecerían ir en contra de una eventual consolidación socialdemócrata. Por un lado, la agudización del conflicto con Hugo Moyano podría poner en cuestión la solidez de su alianza con el sindicalismo. Por otro, la reciente prohibición de comprar dólares apunta directamente al corazón de los hábitos económicos de la clase media. Por supuesto, las coaliciones de apoyo no están dadas de una vez para siempre y un gobierno que acaba de reelegirse con el 54% de los votos tiene cierta plasticidad (sobre todo con una oposición dispersa y débil).
En este contexto, tres escenarios parecen posibles. El primero es rearmar la coalición original kirchnerista rápidamente. Esto requeriría terminar el conflicto con Moyano de una manera que deje intacta la autoridad de la central sindical y flexibilizar los controles al dólar apenas la situación económica, que aparenta ser más favorable en el segundo semestre, lo permita. Esta podría llamarse la estrategia de continuidad.
Pero existen al menos otras dos alternativas. La primera podría ser un giro hacia una coalición de “ricos y pobres” similar a la que sostuvo a Carlos Menem. Una salida de este tipo implicaría constituir una alianza con algún sector de la elite económica que pueda complementarse con la construcción de lazos electorales con los sectores populares, sobre todo aquellos sin representación sindical. Esta sería la estrategia neo-populista. Obviamente, nada es completamente imposible en política, y el kirchnerismo se ha caracterizado por su capacidad de sacar conejos de su galera. Sin embargo, este escenario no parece muy probable dada la escasez de puentes entre el gobierno y los sectores empresarios y la abierta guerra con algunos actores económicos de peso, como el Grupo Clarín.
La otra alternativa analíticamente posible es una coalición similar a las que sostienen a Rafael Correa en Ecuador y a Hugo Chávez en Venezuela. Esto supone dar por perdidas a las clases medias, dejar de lado las organizaciones partidarias o sindicales tradicionales y reemplazar las mediaciones institucionales por apelaciones directas a las clases populares. Esta sería la estrategia populista de izquierda. Pero ciertos factores hacen difícil pensar en esta posibilidad: el PJ tiene una innegable fuerza propia en tanto aparato partidario y red de poder territorial; las clases medias argentinas (fortalecidas luego de diez años de crecimiento económico) tienen más peso que sus contrapartes ecuatorianas o venezolanas, y el sindicalismo, también potenciado en estos años, es un factor de poder importante.
En síntesis: en una sociedad compleja, con una clase media importante y con altos niveles de acción colectiva (institucionalizada en sindicatos, movimientos sociales, ONG, cámaras empresarias), y en el contexto de una alta volatilidad de la opinión pública, parece que el kirchnerismo está casi obligado a recrear la coalición cuasi-socialdemócrata que lo sostuvo hasta aquí. Esto no significa, sin embargo, que sea una tarea fácil, mucho más en un contexto de desaceleración económica y menos holgura fiscal, ya que estas coaliciones se sostienen en gran medida en base a la distribución de recursos. Y, aun en un escenario de debilidad de la oposición, las tensiones en el interior de una coalición como la descripta son inevitables: fortalecer a los sindicatos, por ejemplo, redunda en paros y huelgas, los cuales, como se vio durante el reciente conflicto del subte, terminan afectando a la clase media y a los sectores populares.
Mantener esta coalición en el tiempo, determinar sus fronteras de inclusión y exclusión y negociar sus tensiones internas es el principal desafío que enfrenta hoy la Presidenta. Se trata ciertamente de una tarea difícil, dado que, además, hoy la reelección está vedada. Pero de su éxito depende si avanzamos hacia una socialdemocracia vernácula o si ésta seguirá siendo un horizonte que se aleja.


1. Gregory M. Luebbert, Liberalism, Fascism or Social Democracy, Oxford University Press, Nueva York, 1991.
2. Torcuato Di Tella, Hacia una estrategia de la socialdemocracia en Argentina, Punto Sur, Buenos Aires, 1989.
* Politóloga.