La “enfermedad holandesa” y su contexto

Aldo Ferrer
Diario BAE


Crédito ilustración: Révora

La llamada “enfermedad holandesa” es una de las cuestiones dominantes en el debate sobre la estrategia de desarrollo. La misma afecta a las economías cuyas exportaciones están concentradas en los productos primarios. La abundancia de divisas de ese origen tiende a apreciar el tipo de cambio y a reducir la rentabilidad de los sectores productores de bienes transables (es decir, sujetos a la competencia internacional), distintos de los primarios. La entrada de capitales especulativos de corto plazo agrava la tendencia a la apreciación.

El problema se agudiza en tiempos de mejora de los términos de intercambio de la producción primaria, como los actuales. La valorización de los recursos naturales es un hecho positivo para la Argentina y el resto de la América latina, poseedores de una amplia y diversificada base de tales recursos. Pero la tendencia, mal interpretada y mal manejada, implica el riesgo de volver a repetir la conducta adoptada cuando la primera Revolución Industrial, en la segunda mitad del siglo XIX, también provocó un auge del comercio internacional de productos primarios. Hasta la Segunda Guerra, dos tercios del comercio mundial estaban compuestos por productos primarios, proporción que declinó a un tercio desde entonces hasta la actualidad.
A mediano y largo plazo, la enfermedad desalienta el desarrollo de nuevas actividades, particularmente las de mayor valor agregado e intensivas en contenido tecnológico. Las mismas que son las portadoras de la gestión del conocimiento y de su difusión en el tejido económico y social y constituyen el motor impulsor del desarrollo económico, en un mundo continuamente transformado por los avances de la ciencia y la tecnología.
La “enfermedad” que afecta principalmente a los países emergentes tuvo su origen en una de las economías más avanzadas y maduras del mundo y, no desde ahora, sino desde los orígenes mismos del capitalismo y la globalización, a partir del siglo XV. Holanda enfrentó el problema, en las últimas décadas del siglo pasado, cuando el hallazgo de hidrocarburos en su jurisdicción del Mar del Norte generó una avalancha de divisas que apreció la moneda nacional y, consecuentemente, deprimió la competitividad del resto de la producción transable del país. Pero en Holanda la enfermedad fue un “resfrío” transitorio porque, como país avanzado con capacidad de ejecutar políticas públicas a la altura de los desafíos, es decir, de sólida densidad nacional, encontró, a su tiempo, las respuestas necesarias para restablecer los equilibrios perdidos. En cambio, en los países emergentes, la enfermedad puede ser larga y crónica y frustrar el proceso de transformación y desarrollo económico y social.
La forma en que se presenta la enfermedad en las economías emergentes y los “remedios” para curarla están condicionados por las características propias de cada país, en particular, su densidad nacional. En Asia, por ejemplo, los países con gran abundancia de mano de obra de bajos salarios contaban con ventajas competitivas en bienes de bajo valor agregado y tecnología. De haber aceptado sobre esas bases, su especialización en la división internacional del trabajo, habrían apreciado sus monedas e impedido la industrialización y transformación de su estructura productiva. En cambio, China, Corea del Sur y las otras naciones emergentes más exitosas de Oriente sostuvieron tipos de cambio competitivos para su producción de alto valor agregado, en el marco de amplias políticas de impulso a la industrialización y el desarrollo científico-tecnológico.
En nuestro espacio de América del Sur también la “enfermedad” se presenta en contextos diversos. En Brasil se trata de un tema prioritario en el debate que tiene lugar en la actualidad y da lugar a sustantivos aportes a la teoría del desarrollo, como los realizados por el ex ministro de Hacienda del Brasil y, actualmente, profesor de la Fundación “Getulio Vargas”, Luiz Carlos Bresser Pereira.
La apreciación del real se registró bajo el impacto del incremento de los ingresos de divisas por el aumento de las exportaciones primarias (agropecuarias y minerales) y las entradas masivas de capitales especulativos atraídos por tasas de interés, entre las más altas del mundo. La paridad real/dólar pasó de casi 4 a fines de 2002 a 1.55 a mediados de 2011, hasta revertir la tendencia y alcanzar los poco más de 2 reales, de la actualidad. Considerada la tasa de inflación, la apreciación fue espectacular. Su efecto ha sido negativo para el desarrollo de la economía brasileña, particularmente para las actividades más complejas y las pequeñas y medianas empresas.

Cabe observar, asimismo, que la apreciación impulsa las importaciones pero, al mismo tiempo, abarata, para las empresas brasileñas, la adquisición de activos en el exterior. La transformación de las ganancias de las firmas brasileñas, realizadas en el mercado interno, en poder adquisitivo externo, es aumentada por la apreciación del real. Esto contribuye a explicar el dinamismo de la proyección internacional de firmas brasileñas, incluso su creciente presencia en la economía argentina.

La enfermedad holandesa en Brasil se presentó en un contexto en el cual prevalecen tendencias y políticas de construcción del desarrollo nacional. En Brasil, a diferencia de la Argentina, nunca se instalaron políticas de desmantelamiento industrial sino, por el contrario, estrategias de respaldo a la formación de grandes centros de poder económico y tecnológico, privados y públicos. Recordemos algunos hechos principales.
La construcción de las grandes usinas hidroeléctricas (que contribuyen con la mayor parte del abastecimiento eléctrico brasileño) como de las otras grandes obras de infraestructura, se realizaron bajo políticas de compre nacional. Esto explica la formación de empresas nacionales de la construcción e ingeniería de escala mundial. En el petróleo, a través de Petrobras, se mantuvo una política de exploración y explotación de hidrocarburos, crecientemente fundada en la ingeniería y tecnología propias. Así, actualmente, Brasil cuenta con tecnología e industrias de frontera para la exploración de yacimientos offshore, vitales en su desarrollo hasta ahora y, aún más, a partir de la futura explotación de los megayacimientos recientemente descubiertos. La Argentina, en cambio, con la extranjerización de YPF, rifó el potencial tecnológico acumulado en la empresa que, hasta entonces, era semejante o aun mayor que el de Brasil.
Otro caso notable de la construcción del poder nacional es Embraer, la tercera fábrica mas importante del mundo productora de aeronaves, cuya importancia hace treinta años era inferior a la de la industria aeronáutica argentina, desmantelada por las políticas antiindustriales. En materia de financiamiento, a su vez, el Banco Nacional de Desenvolvimento (BNDES), que es más grande que el Banco Mundial o el Banco Interamericano, construyó un formidable poder financiero (sustentado, en buena medida en el fondeo surgido de los recursos de previsión social), el cual respalda el desarrollo de las actividades prioritarias y la proyección internacional de las empresas brasileñas, incluso en el mercado argentino. La Argentina, en cambio, disolvió su Banco Nacional de Desarrollo (Banade) y su fondeo en recursos basados en la masa salarial (como en el BNDES), creados a fines de 1970, sobre la base del anterior Banco de Crédito Industrial.
Con la misma firmeza, Brasil ha desplegado una activa política social. Los programas de Bolsa Escola y Bolsa Familia parecen haber sido muy eficaces en la asistencia de sectores marginales. La política de educación y salud registra también avances considerables. Un indicador de la prioridad que Brasil confiere a la educación, la ciencia y la tecnología es la decisión de destinar los inmensos recursos que pueden surgir de los nuevos yacimientos de hidrocarburos offshore, precisamente a esos fines.
Brasil es así, un país inmenso de grandes contrastes, destinado a ocupar un lugar importante en el escenario mundial. La apreciación del real no contribuyó a desplegar en plenitud el potencial del país pero el mal se expresó, en nuestro vecino, en un contexto muy distinto del nuestro. En todo caso, las orientaciones actuales de la política económica de Brasil apuntan a erradicar la “enfermedad holandesa”.
En el pasado, en el marco de la inestabilidad institucional y de los cambios en la orientación de la política económica, la paridad de la moneda argentina soportó fuertes cambio de signo. Posteriormente se registraron dos períodos de fuerte apreciación del tipo de cambio: el régimen de la tablita establecido en 1977 y la década de 1990. Ambos tuvieron lugar en el marco de políticas antiindustriales, endeudamiento externo, extranjerización de sectores y empresas fundamentales de la economía nacional y grave deterioro de las condiciones sociales. En esos períodos, la “enfermedad holandesa” fue una condición necesaria de la toma de deuda y la especulación financiera. El epílogo fue la crisis terminal de fines del 2001y principios del 2002.
El posterior cambio de rumbo de la política económica incluyó el ajuste del tipo de cambio, la aplicación de paridades adecuadas a la competitividad de los diversos sectores productivos (a través de las retenciones), la administración del mercado de cambios y el control de los capitales especulativos. Fueron decisiones fundamentales que erradicaron la “enfermedad holandesa” y contribuyeron decisivamente a la notable recuperación de la producción, las inversiones y el empleo, en la economía argentina. Esa política cambiaria también explica el mayor crecimiento de la economía argentina respecto de la del Brasil, en el mismo período.
El riesgo de la recaída en la enfermedad holandesa siempre subsiste. Por eso siempre es oportuno recordar algunos elementos de contexto importantes. En los últimos años, en la Argentina, como en el resto de América latina, se ha producido una sustantiva mejora de los términos de intercambio de la producción primaria, que se aproximan a los registrados a fines de la primera década del siglo XX, en la segunda posguerra en 1948 y a principios de los años, setenta durante la primera escalada de los precios del petróleo. Aquellos picos del pasado obedecieron al auge económico mundial previo a la Primera Guerra Mundial, a la tensión internacional en tiempos de la guerra de Corea y al cambio de las reglas del juego del mercado petrolero instalado con la creación de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo).
Todos aquellos picos altos de los términos de intercambio fueron transitorios y seguidos por fuertes caídas. Es probable que los niveles actuales se prolonguen en el tiempo porque, a diferencia del pasado, actualmente responden a causas estructurales más que coyunturales. En primer lugar, por la incorporación masiva de centenares de millones de personas de China e India como productores de manufacturas complejas y demandantes de alimentos, metales y energía. En el caso de los granos influye, también, la demanda destinada a la producción de biocombustibles.
Conviene entonces recordar la historia. Hasta la crisis de 1930, en la etapa de la economía primario exportadora, prevaleció una moneda apreciada, competitiva para la producción primaria pero insuficiente para la de los otros sectores sujetos a la competencia internacional. En aquel entonces, prevalecía la visisón de la Argentina “granero del mundo”. La estructura de la economía primario exportadora reflejaba esta respuesta argentina a las tendencias de la globalización de la época.
La ilusión se derrumbó con la crisis del 30, porque no es posible el desarrollo en el largo plazo sin contar con una estructura diversificada y compleja, que es la única capaz de gestionar el conocimiento, difundirlo en el tejido económico y social y generar empleo a niveles crecientes de productividad. Es indispensable una base industrial, amplia y diversificada, que incorpore los principales componentes del acervo científico y tecnológico disponible y, en particular, los saberes de frontera. En la actualidad, por ejemplo, la microelectrónica, la informática y la biotecnología. En cuanto oferente de los insumos, procesos, equipos e instalaciones, que son portadores de la tecnología, la industria es la correa de transmisión entre el conocimiento y la producción en el conjunto de la actividad productiva, desde la explotación de los recursos naturales hasta los servicios. Por eso, industrialización, gestión del conocimiento y desarrollo, son sinónimos. Por las mismas razones es necesaria la existencia de un sistema nacional de ciencia y tecnología cuyo acervo de conocimientos incorpore las áreas fundamentales de la ciencia de la época y, a través de las aplicaciones tecnológicas, se integre con la producción de bienes y servicios. El sistema debe tener capacidad de procesar la secuencia copiar-adaptar-innovar para vincular el desarrollo de la ciencia y tecnología vernáculas con el acervo de conocimientos e innovaciones disponibles en el resto del mundo.
Nuestro comercio internacional sigue teniendo la composición correspondiente a una economía subindustrializada. Los productos primarios siguen ocupando una posición dominante y el valor unitario (principal indicador del contenido tecnológico de los bienes) de las importaciones triplica el de las exportaciones. Esta relación es la inversa de la que se registra en las economías emergentes de Asia, cuyo rápido desarrollo industrial y tecnológico fortalece su competitividad en los bienes más dinámicos del comercio mundial en el largo plazo. Esto se refleja en el caso argentino, en el abaratamiento de las importaciones de bienes de capital y sus accesorios provenientes de Asia, lo cual contribuye también a la mejora de los términos de intercambio. De hecho, el fuerte aumento de las importaciones de maquinarias y equipo es un indicador positivo del comportamiento de la ampliación de nuestra capacidad productiva. Al mismo tiempo, la baja participación de la oferta local en la provisión de bienes de capital, componentes e insumos, es indicador del subdesarrollo relativo del sector, que es el principal portador del progreso técnico y el rubro más dinámico del comercio internacional.
En la actualidad seguimos confrontando los desafíos de la transformación de una economía emergente de amplia base de recursos naturales, en un escenario financiero internacional con gigantescos capitales especulativos. Por lo tanto, el peligro de la enfermedad holandesa está siempre presente. Los riesgos son varios e incluyen la utilización de la paridad como ancla antiinflacionaria y la observación insuficiente de las relaciones entre el tipo de cambio, la distribución del ingreso, la rentabilidad, la inversión, el empleo y la transformación de la estructura productiva.
El éxito de la actual política económica incluye, entre sus condiciones necesarias, la “curación” definitiva de la “enfermedad holandesa”.