Después de 5 años la crisis europea y la japonesa se parecen cada vez más

 Gabriel Holand
Diario BAE


Hace apenas cinco años las cosas parecían muy tranquilas en el mundo de las finanzas globales. Por ejemplo, durante agosto del 2007 las predicciones de crecimiento para Europa y los EE.UU. se acercaban al 2-3 por ciento.

Actuar rápido, una de las principales  lecciones que llegó  de oriente
Actuar rápido, una de las principales lecciones que llegó de oriente

Sin embargo, ese mismo año, a comienzos de la primavera en nuestro continente, ya el BNP Paribas anunció pérdidas enormes referidas a sus negocios con hipotecas subprime. Y en ese mismo momento el Banco Central Europeo (BCE) se vio en la necesidad de lanzar su primer programa de emergencia al inyectar 95.000 millones de euros para paliar el contagio que venía del mercado americano.
Sin dudas, la crisis había comenzado. Y si algo tuvieron claro los gobiernos de las naciones afectadas por ella fue tratar de caer en la misma situación que aquella sufrida por Japón, país que, luego de la explosión de su burbuja de deuda en 1991, necesitó diez años para comenzar a recuperarse.
Y el mundo sacó tres conclusiones de primera mano acerca de qué hacer para evitar que se repita en casa aquello que sucedió en la que otrora fuera la segunda potencia económica global.
La primera de ellas fue actuar rápido; la segunda, que el gobierno debe ayudar a limpiar balances bancarios maltratados para evitar ahogos de liquidez tanto como liquidaciones masivas de entidades y el consecuente pánico por parte de los ahorristas. Por último, y en tercer lugar, revitalizar la economía mediante urgentes estímulos .
Y en función de la lección histórica que se recibió, la reacción del mundo desarrollado en la crisis del 2008 fue rápida.
Por tanto, la Reserva Federal de los EE.UU. y el BCE redujeron notablemente las tasas de interés para tratar de achicar los costos empresariales y también apuntalar el consumo con el fin de sostener la demanda. Así, la lección primera de la crisis nipona pareció aprenderse, más allá de los resultados que se lograron al aplicarla. 
Por otro lado, durante el último tsunami financiero, al caer los precios de las acciones y bonos, muchos bancos y empresas se encontraron con que la sumatoria de sus activos era menor que la de sus deudas.

Así que la experiencia japonesa enseñó que lo más conveniente en esos casos era atender inmediatamente dicho desbalance y que para solucionarlo existían sólo tres opciones: renegociar deudas, aumentar el capital o, el peor, ir a la quiebra.
Por tanto, y en un acuerdo tácito, los inversores aceptaron recibir menores tasas de interés a cambio de que los volúmenes de default se alejaran de cifras catastróficas.
El rebalanceo salió tan bien que, según un reciente informe de Deutsche Bank, los inversores en bonos de alto riesgo tuvieron cinco años de fiesta con rendimientos que superaron el 30% en los EE.UU. y el 25% en Europa, es decir muy lejos de la zona de pérdidas.
Claro que aún quedaba pendiente el problema de los grandes bancos (o “con” los grandes bancos). Vale recordar que el valor del Dow Jones del sector financiero se encuentra aún hoy un 60% por debajo que en el 2007. Peor aún, algunas entidades perdieron hasta el 95% de su valor de capitalización.
De esta forma, tanto los gobiernos europeos como el de los EE.UU. respaldaron a sus sistemas financieros con medidas apoyadas por pocos en la sociedad, como invertir dinero del contribuyente en las entidades con el fin de incrementar el capital de las mismas y evitar quiebras masivas.
Y eso fueron, ni más ni menos, los famosos bail-outs que en Japón se omitieron, lo cual llevó a la seria afectación de su sistema financiero. Es decir que la segunda lección proveniente del desplome japonés de los años ’90 también parece que dejó lecciones que se aprovecharon durante la actual crisis global.
Y si algo acertado hizo Japón en su hora crítica, allá por la última década del siglo pasado, fue la implementación de planes de estímulos fiscales al sistema productivo y el consumo.
Lo mismo hicieron los países occidentales para revitalizar las economías desde el 2008 tomando el aprendizaje del imperio del sol naciente aunque, infortunadamente, sin el suficiente impulso y volumen adecuados.
Todo lo cual lleva sin dudas a retardar más de lo necesario la recuperación de la economía del mundo. Porque básicamente los planes de estímulo que se implementaron hasta ahora resultan insuficientes, sobre todo en Europa, para garantizar el despegue de la demanda y la producción.
Además los salvatajes oficiales dejarán fuertes costos de largo plazo. Sobre todo porque socorrieron en forma indiscriminada empresas de la economía real y de las finanzas cuyo modelo de negocios se encuentra agotado, y que hubieran desaparecido más tarde o más temprano, con crisis global o sin ella.
Y Europa se encuentra claramente en la posición más peligrosa en ese sentido ya que la sucesión de erradas decisiones llevará a que su recuperación sea aún más larga y dolorosa que lo necesario.
Prueba de ello es la caída en la producción industrial que muestran los últimos reportes relativos a Italia, Francia y Alemania, en un claro ejemplo acerca de cómo la indecisión política, el tercer talón de Aquiles que afectó en su momento a Japón, produce efectos en cadena que atrasan el reinicio de cualquier ciclo virtuoso en la economía de la eurozona.

* Especialista en mercados globales, docente, director de HR Global