Michèle Morgan que nos llenaba los ojos

Por Pepe Gutiérrez-Álvarez 

Me roe la consideración de que los cinéfilos actuales de a pie, creen que el cine comenzó con la “Guerra de las galaxias” o si acaso con “2001: una odisea en el espacio”, y que desconocen al completo el cine en blanco y negro…Por lo mismo es más que probable que el nombre de Michèle Morgan (Neuilly-sur-Seine, Francia, 29 de febrero de 1920-ibídem, 20 de diciembre de 2016), cuyo nombre verdadero era Simone Roussell, no les diga nada o casi nada.
Con Jean Gabin,en El muelle de las brumas (1938)



Se cuenta que dejó su hogar burgués para trabajar en el cine, y marchó en París donde con veinte años figuró en el reparto de Mademoiselle Mozart (1936), aunque ya había aparecido en El pequeñuelo, de ese mismo año, ya pronunció su primera frase de cine. Luego se fue formando con su porte aristocrático bajo la tutela de René Simon, y la gravedad que supo imprimir a sus papeles le valdrían más tarde comparaciones con Greta Garbo. El primero que se fija en ella en serio fue uno de los hermanos Allégret (Marc) que la emparejó con Raimu Gribouille (1937) Pero su primera película de entidad –quizás la más emblemática de su carrera- fue Muelle en brumas (1938), junto a Jean Gabin, a las órdenes de Marcel Carné, un film de cualidades hipnóticas por la niebla que envuelve la entera narración, sobre el amor entre un desertor de vocación anarquista y una joven como ella, huida de su hogar. “Sabes que tienes unos ojos hermosos, ¿no?” es una frase legendaria que Gabin dirigía a Morgan ante el asentimiento de la eternidad. Del mismo año fue Tormenta, donde su partenaire en las tribulaciones amorosas es Charles Boyer, con el mismo Allégret, por cierto de filiación trotskiana y amigo de los surrealistas aunque, al igual que su hermano Ives, un cineasta no especialmente vanguardista. La mayoría de edad no sólo la marcan sus dieciocho años, sino su madurez cinematográfica, Morgan es ya una estrella, y lo normal es que le concedan papeles protagonistas, como ocurre con La loi du nord (Jacques Feyder) y L’entraîneuse (Albert Valentin), ambas de 1939. Con Gabin vuelve a brillar en 1941 en la sobresaliente Remorques.

La ocupación alemana de su país la llevó a cruzar el Atlántico e intentar la aventura americana. En Hollywood rueda Juana de Francia (Robert Stevenson, 1942), título de ambientación bélica junto a Paul Henreid, en la que aparece un bisoño Alan Ladd. Curiosa cosa, pues se pensó en Morgan para hacer en ese film el papel de Elsa, que finalmente interpretaría Ingrid Bergman. Y aún más curioso, en 1944 su título más famoso Humphrey Bogart Pasaje para Marsella, film cortado por el mismo patrón que la Casablanca que la eludió con el mismo Michael Curtiz detrás de la cámara. La actriz, durante la II Guerra Mundial, iría sumando películas de propaganda para mantener alto el ánimo de la población, como Untel père et fils (Julien Duvivier, 1943) y Two Tickets to London (Edwin L. Marin, 1943). También en 1943 hizo Cada vez más alto, donde compartió pantalla con un jovencísimo Frank Sinatra, aunque ninguna de ellas quedó para el recuerdo.

En 1942 se casa con un actor negro sin demasiado renombre, William Marshall que fue un singular “Blackcula” y con el que tuvo un hijo. Divorciada contrajo nuevas nupcias con Henri Vidal, con quien coincidió en pantalla en títulos como el “peplum!” democristiano Fabiola de Alessandro Blasetti, un éxito que no se repitió con El diablo siempre pierde. Brilló especialmente en los años cincuenta con La sinfonía pastoral (Jean Delannoy, 1946), que adaptaba la conocida obra de André Gide sobre la relación entre una joven ciega y un pastor protestante, y que le dio el premio a la mejor actriz en el Festival de Cannes. Dos años después vendría obtendría otro éxito de crítica y público trabajando para Carol Reed El ídolo caído, que adaptaba un relato de Graham Greene, espléndida mirada a la muerte de la infancia. Repetiría con Delannoy en 1950 con Aux yeux de souvenir, en 1952 con La minute de verité -aquí reuniéndose con Jean Gabin-, en 1954 con Obsession, y en 1956 con María Antonieta, reina de Francia, pero el resultado era netamente inferior al de La sinfonía pastoral. Otros directores a los que frecuentó son Yves Allégret -con él hizo la estupenda Los orgullosos (1953)- y René Clair -con quien supo imprimir la necesaria nota trágica a lo que parecía una historia ligera en Las maniobras del amor (1955). Y sería Josefina en el Napoleón (1955) de Sacha Guitry, películas que envejecerían pronto, maltratadas por los jóvenes críticos de la “nouvelle vague”.

Aquí cabe citar al menos otros dos títulos importantes de Ives Allegret: Los orgullosos (1953) con el gran Gçerard Philipe, y Oasis (1955) con Claude Brasseur, que gozaron de bastante prestigio…La primera fue escrita por Jean Paul Sartre…

Aunque sigue interpretando papeles protagonistas, pero los filmes donde interviene tienen menor interés, aunque cabe destacar Le miroir à deux faces (1958), que con el andar del tiempo tendría un remake donde su papel lo asumiría Barbra Streisand. Entre lo que sigue en los 60 destaca Landru (1963), donde Claude Chabrol sigue las andanzas del célebre asesino, en 1961 lidera el reparto de Proceso en Venecia, un notable film histórico de Duccio Tessari, un recuerdo que nadie comparte. En 1966 está en una producción bélica hollywoodiense que se rueda en Hoyo de Manzanares (Madrid), Mando perdido, pero no es nada del otro mundo a pesar de dirigirla Mark Robson en la infumable Mando perdido (Los centuriones), una apología del colonialismo protagonizada por Anthony Quinn y Alain Delon. Se despìdió con dos títulos significados: Benjamín, diario de un inocente (1968), a las órdenes de Michel Deville, puede considerarse su canto del cisne, a partir de ese momento sus actuaciones serían esporádicas y breves, una de ellas en Están todos bien (1990), del insoportable Giuseppe Tornatore donde acompañó a un inconmensurable Marcello Mastroianni.

Ni que decir tiene tuyo su Legión de honor, en dos ocasiones fue requerida para formar parte del jurado del Festival de Cannes. Publicó una autobiografía, “Ave ces yeux là”, o sea, “Allí con estos ojos” en 1977 que no fue vertida al castellano. También desarrollaría una inesperada faceta de pintora de arte abstracto. En 1992 se le concedería un César de honor a toda su carrera, y también en Venecia sería honrada con un León de Oro en 1996.

Se ha muerto una gran señora del cine francés pero todavía quedan otras dos Danielle Darrieux que cumplirá un siglo en enero próximo y Micheline Presle que nació en 1922, y que, a diferencia de Michele, han seguido activa hasta hace dos días. Todas ellas tienen una historia que se remonta a finales de los años treinta o principios de los cuarenta y trabajaron con grandes cineastas tanto en Francia como en Hollywood o el Reino Unido, todas se retiraron calladamente. Todas cuentan al menos con media docena de títulos del mayor nivel y todas hicieron soñar a varias generaciones. La Morgan tenía unos ojos legendarios que bien podían haber inspirado a una legión de poetas y alguno habrá.

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