La poesía federal

Por Luis Soler Cañas

[Fragmento del artículo “Negros, Gauchos y Compadres en el Cancionero de la  Federación (1830-1848)” de Luis Soler Cañas, publicado en la Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas – Nº 18 (año 1958). Fuente: el Facebook de la institución]

1.- Los cantores de Don Juan Manuel 

Rosas fue, ya se sabe, caudillo de honda raigambre popular, que ejerció sobre las masas un ascendiente profundo y duradero [i] . Puede decirse, en rigor, que no faltó la adhesión de ninguna clase social: los de arriba, en medio y abajo estuvieron con él. Lo propio puede afirmarse si se examina la cuestión desde el punto de vista de la cultura: letrados e iletrados, por igual, le otorgaron su apoyo. Es verdad que de aquéllos, los más brillantes en apariencia, los literatos, y en especial los poetas, le fueron hostiles. Sin embargo, no le faltaron cantores al Restaurador de las Leyes. Los tuvo entre la gente de pluma y gabinete, y los contó también entre los versificadores populares que la mayoría de las veces no llevan al papel sus producciones, limitándose a recitarlas o a cantarlas al compás de una guitarra en el fogón del campamento, el patio familiar o la acogedora rueda de boliches y pulperías. Tampoco le faltaron intelectuales de sólida erudición y fino criterio, entendidos en muy diversas materias, hombres que tradujeron el sentido de su política en tareas de gobierno y en labores periodísticas. Algunos de ellos brillaron después de Caseros y desarrollaron obra intelectual de mérito. Que la posteridad no haya recogido sus nombres o no los mantenga en el altar de una admiración que en cambio se otorga a otros demasiado fácilmente, nada quiere decir. Unos quedaron oscurecidos por factores de carácter político, y no debe extrañar porque esto ocurre con frecuencia: son muchos, por ejemplo, los hombres de relevante pujanza intelectual que actuaron en la segunda mitad del siglo pasado y que nuestra centuria desconoce en toda la fecunda realidad de su acción y de su obra. [ii] Otros debían perder prestigio con el correr del tiempo o quedar relegados a segundo y tercer término por obra de una estimativa literaria basada en el inexorable deslinde de las jerarquías. Con todo, un poco de revisionismo literario e intelectual (muy necesario, porque también la historia de nuestra literatura que se ha escrito hasta hoy padece de parcialidad, ignorancia y olvido), nos llevaría a la comprobación de que no faltaron en el país valores de ese tipo durante la época de Rosas. 

En el terreno de la poesía, provenga ella de uno y otro bando, es indudable que lo más vivo que de aquel tiempo nos ha llegado (aunque a veces lo desconozcan los manuales de literatura y muchas de tales piezas permanezcan sumidas en el olvido, ignoradas y arrumbadas en viejas colecciones de manuscritos o de periódicos) es la versificación de origen popular o que adopta por modelos metros, estilos y temas populares. Horacio Rega Molina, refiriéndose a la literatura del romanticismo argentino, ha señalado con acierto el fenómeno. [iii] Esto no significa, desde luego, que no merezcan perviviencia algunas contadas composiciones de poetas cultos, ni que absolutamente todo lo de origen o manera popular merezca alabanza y perpetuación. Engendros y esperpentos se produjeron en ambos planos, pero es indudable que de una confrontación entre ellos sale gananciosa la poesía nacida espontáneamente del sentimiento de las masas, ya fuera su autor un soldado o un gaucho montonero, un hombre de las orillas un hombre culto que se adaptaba a sus maneras y costumbres con conocimiento de causa, es decir, por frecuentador de los ambientes en que granaba la sencilla inspiración del pueblo. 

2.- Los negros: Sus cantos al Restaurador. 

La raza morena fue ardorosa partidaria del Restaurador. Aunque no convendría generalizar en forma absoluta, pues las filas unitarias contaron con la adhesión de más de un soldado negro[iv], no cabe duda que la mayoría de los pardos y los morenos se sintieron por Rosas un afecto que llegaba al fanatismo. Veían en él, como lo vieron con certera intuición los demás componentes de las clases humildes, al defensor de los intereses proletarios, al gobernante paternal que al propio tiempo luchaba por la libertad y la independencia de la  Patria preocupábase por el bienestar y la libertad de los sectores más modestos de la población. Y en esto no se equivocaron. Quien intente definir a Rosas como producto o representante exclusivo de la aristocracia, de la oligarquía o de la burguesía, se equivoca. Y yerra quien, pretendiendo disminuir su estatura, sólo quiere admitir en él al ídolo de la plebe: al caudillo de gauchos, negros y compadres. Rosas, en nuestra opinión, fue un representante integral de los diversos estamentos de la sociedad argentina. Por eso pudo sostenerse durante veinte años en el poder, indiscutido e indiscutible. 

  Es de presumir que pardos y morenos tuvieran cantos para su amado gobernador. Desgraciadamente, nadie se ocupó de recoger lo que hoy constituiría un testimonio de sumo valor, no sólo histórico sino también de otro carácter, para el conocimiento de un sector de la población argentina que fue numeroso durante todo el siglo pasado. La historia y las costumbres de la raza negra en el Río de la  Plata, en efecto, no han contado entre nosotros con estudiosos que se dedicaran ahincadamente a la investigación[v]. Los contemporáneos de Rosas sólo han dejado algunas referencias no del todo explícitas o dignas de fe. Y si bien es de imaginarse que algo debe guardarse en archivos públicos y privados, en lo que se refiere a nuestro tema –la poesía popular de los negros- poco o nada es lo que se sabe. Las canciones de la morenada rosista quizás estén ya irremisiblemente perdidas. No debe extrañar: lo mismo hubiera pasado con el vasto tesoro de nuestra poesía popular, la que se transmite oralmente de padres a hijos, de abuelos a nietos, si en este siglo hubiesen surgido Juan Alfonso Carrizo, Orestes Di Lullo, Juan Draghi Lucero y otros recopiladores, gracias a cuyos desvelos se han podido fijar y rescatar no pocos de estos cantares que el pueblo originalmente produce o bien hace suyos siendo de origen culto. 

No obstante, algo ha llegado hasta nosotros de lo que genéricamente acostumbramos a llamar poesía negra o cancionero negro. Son las escasas composiciones en verso que se dieron a luz en periódicos de la época: en La Gaceta  Mercantil, diario oficial de Rosas, y en pintorescos pasquines como El Gaucho y La   Negrita. No sabemos, sin embargo, hasta qué punto puede darse por cierto que tales composiciones fueran producto original de la gente de color. Si bien temas, lenguajes y personajes se relacionan con la sociedad negra, es posible suponer que fueron blancos quienes las escribieron, aunque en este terreno todo son conjeturas y nada puede aseverarse con seguridad. Verdad es que, salvo dos, todas ellas están escritas en la jerga peculiar de pardos y morenos, o la imitan, pero ello como es lógico nada puede aducir a favor de la tesis de que fueran sus autores gente de color. Y parece natural también admitir que periodistas como Luis Pérez, el más notable y típico de todos ellos, escribiesen estos diálogos y monólogos con vistas, precisamente, a su difusión entre pardos y morenos, como medio de mantener viva o acrecentar su adhesión al Restaurador y su gobierno. Recurso de propaganda, en fin, cuya sola existencia prueba la importancia que el partido federal asignaba al apoyo de la sociedad morena, entonces numerosa, así como la neta adhesión que ésta le otorgó.[vi] Hasta se publicó un periódico, La Negrita [vii], que como bien observa Bernardo Kordon, es muy probable que estuviese dirigido a pardos y morenos. 

La última composición que publicamos no fue impresa, que sepamos, en la época de Rosas. Es un himno que al parecer cantaron las mujeres de la nación conga en algún cumpleaños de Manuelita Rosas y que se conservó manuscrito en un álbum perteneciente a la familia de Terrero, existente hoy en el Museo Histórico Nacional. 

Este himno, tal vez el único que auténticamente provenga de inspiración morena, está escrito en lenguaje culto corriente. Esta circunstancia podría hacer dudar de su autenticidad como poesía de indudable origen negro. Nada puede asegurarse al respecto y, a menos que alguna tradición de familia devele la incógnita, difícil resultará afirmar aquello o lo contrario. Nos inclinamos a creer, sin embargo, que esta pieza de contenido ingenuo y estilo candoroso proviene, sino de quienes la cantaron en la fiesta de Manuelita, al menos de un individuo de su raza. No habría de faltar algún mozo de color, avispado y ducho en estos menesteres, dotado de suficiente inspiración para redactar los versos sencillos de la canción a que nos referimos. Y el hecho de que no esté escrita en la jerga peculiar del negro tampoco prueba nada. Es probable que deseando dedicar una canción a la hija de su admirado caudillo, los negros hayan pensado en la conveniencia y hasta en la corrección, por así decir, de hacerlo en lenguaje culto, en el lenguaje de la dama a quien destinaba el homenaje. Otra cosa serían, de cierto lo que cuentan Vicente Fidel López y otros autores, los cantares que el Restaurador, su hija y los integrantes de su séquito pudieron haber escuchado durante su asistencia a los candombes[viii].     
      
Notas: 
    
[i] En su relato La Pulpería (incluído en Rodeo, trad. de Carlos Conrado Henning, editorial Castelar, Buenos Aires, Buenos Aires, 1946), cuenta Cunninghame Graham que en sus andanzas por la Pampa conoció a un gaucho, el Viejo Cabrera, quien a veinte años de la desaparición de Rosas se exaltaba con su recuerdo y se daba a vivar su nombre con furioso entusiasmo, como si aquél todavía viviese. 
En fecha más reciente ha narrado algo parecido, el Dr. José María Monner Sans. En sus memorias de infancia, publicadas en el suplemento dominical de La Prensa del 26 de febrero de 1956 con el título de En la guardia de los colorados, refiere que en el pueblo de Monte “perduraba hasta principios del siglo XIX algún rescoldo rosista”, añadiendo: “Se punteaba la guitarra en muchas esquinas, se oía el resbalar de las copas sobre el cinc del mostrador más que el rezongo de los cimarrones, y al rematar cualquier porfiado contrapunto, estallaban de improviso los gritos anacrónicos de ¡Viva don Juan Manuel! y ¡Viva el Restaurador!”.
No hay duda que el anacronismo, para usar la expresión del Dr. Monner Sans, era muy sugestivo. Fué por esa época más o menos cuando el andariego escritor español Ciro Bayo pudo recoger versos alusivos al desparecido cuadillo y a la Federación. Lo propio había hecho años antes el periodista argentino Ventura R. Lynch. Todo esto prueba que el recuerdo de Rosas permaneciera vivo, actual, y que su prestigio se conservaba después de muerto en muchos corazones criollos…  

[ii] No nos referimos con exclusividad a gente con “pasado” o “antecedentes” rosistas, como Bernardo de Irigoyen o Miguel Navarro Viola, sino igualmente a otros personajes a quienes ha ido cubriendo sutilmente el polvillo del olvido y de la injusticia. De ellos se desconoce hoy el sentido que tuvieron su prédica, sus luchas, su acción. Se ha sido enormemente injusto con hombres, muchos de ellos federales, que acompañaron a Urquiza mientras Urquiza significó la esperanza de una conducta y de una política saludable para el país. Si José Hernández pudo franquear los abismos del olvido lo debió tan sólo a su inmortal Martín Fierro, pero en cambio no tuvieron la misma suerte otros: su hermano Rafael, cuya figura estupenda de patriota y civilizador está rescatando en nuestros días el quehacer apasionado y generoso de Osvaldo Guglielmino, autor de una excelente biografía suya; Ovidio Lagos, periodista fundador de La Capital de Rosario, prácticamente desconocido para el argentino de hoy, porque se ha perpetuado apenas su nombre, pero no el hondo y raigal sentido de su acción; Francisco F. Fernández, autor dramático, periodista y ensayista, precursor de nuestro teatro nacional, y tantos otros. A los que no hubo manera de silenciar definitivamente se les falseó y desfiguró, o bien se tapó la parte de su actuación y el relieve de su personalidad que más interesaba sumir en la ignorancia y en el olvido. Fermín Chávez ha rescatado algunas de estas figuras y nos ha introducido en el secreto de sus vidas en dos volúmenes colmados de aguda estimativa histórica y seria documentación: Civilización y Barbarie (Editorial Trafac, Buenos Aires, 1956) y Vida y muerte de López Jordán (Ediciones Teoría, Buenos Aires, 1957). 

[iii] HORACIO REGA MOLINA: La época romántica argentina: su literatura, conferencia pronunciada en el año 1951, bajo los auspicios de la  Dirección General de Cultura, con motivo del centenario de Echeverría (Ejemplar, mimeográfico en nuestro archivo). 

[iv] Es de sobra conocido el caso de Lorenzo Barcala: primero asistente de su amo, luego capitán de granaderos pardos y morenos, más tarde coronel del ejército, fue partidario de Rivadavia y de los unitarios, cooperó con Paz y después de un combate Facundo Quiroga le perdonó la vida con el compromiso de que continuara sirviendo en sus filas, pero sin obligarlo, empero, a luchar contra las tropas unitarias. En 1835 proyectó una revolución contra Aldao, a quien se proponía fusilar para nombrar luego nuevo gobierno, aliarse con Chile y oponerse a Rosas. La conspiración fue descubierta, Barcala confesó y fue castigado con la pena de muerte. 
Jorje Miguel Ford, en su libro Beneméritos de mi estirpe. Esbozos sociales (La Plata, 1899), se refiere al teniente coronel Domingo Sosa, quien combatió en Caseros contra Rosas, recibiendo allí dos heridas que le valieron la efectividad del grado de que disfrutaba en comisión. También intervino al lado de Urquiza en dicha acción el sargento mayor Felipe Mansilla, así como Casildo Thompson, quien lo hizo en calidad de soldado y llegó más tarde a teniente coronel del ejército. Otro negro unitario fue José María Morales, emigrado en 1838 a Montevideo, quien después de la caída de Rosas llegó a obtener el grado de coronel. 
Del lado federal podemos mencionar al virtuoso teniente coronal Manuel Macedonio Barbarín, quien desde la triste condición de esclavo logró elevarse, igual que Barcala, a una situación espectable. Circunstancia digna de anotarse era que Barbarín era africano de nacimiento. Había visto la luz, en efecto, el año 1781 en Calibali, un pueblo del África, donde le tocó en suerte el desgraciado destino de tantos hermanos suyos. Traído a América como esclavo, intervino en la defensa de tantos hermanos suyos. Traído a América como esclavo, intervino en la defensa de Buenos Aires contra los invasores ingleses, en 1810 ya era capitán de milicias y participó luego en las luchas por la emancipación. De natural valeroso, federal de convicciones, Barbarín se unió al ejército restaurador y en 1831 obtuvo el grado de sargento mayor de línea. Por su patriotismo y la destacada intervención que le cupo en sucesos en los que demostró su fidelidad a la causa federal, Rosas lo ascendió finalmente a teniente general. Falleció el 3 de marzo de 1836. Cuatro días después se publicó en La   Gaceta Mercantil la noticia de su muerte, destacándose sus importantes servicios y su decidida adhesión a la política federal. Después de una misa en San Francisco, se procedió a sus exequias en el cementario de la provincia. Barbarín, jefe de un hogar respetable, padre de siete hijos, gozaba de gran estimación. Había tenido bajo sus órdenes a la gente de color agrupada en el batallón Restaurador de las Leyes. Por sugestión de algunos amigos, Un Federal, amigo del difunto Teniente Coronel Barbarín publicó una reseña de su vida en La Gaceta Mercantil del 24 de mayo de 1836. Un tiempo antes, el 14 de marzo, en el mismo diario apareció, anónima, pero debida sin duda a la intención piadosa de algún amigo, una Canción fúnebre a la sensible muerte del benemérito teniente coronel D. Manuel Barbarín, a la que pertenecen estos versos que alude a su condición de hombre de color y antiguo esclavo: 
Pues hoy la patria en luto infortunado 
Se dispone a cantar el triste himno
Con que distingue al hijo denodado
Que de tal nombre mereció ser digno
Sin reparar de clase y condición
Si sostuvo sus leyes y opinión.
Los versos no eran buenos, pero trasuntaban aquel justo reconocimiento que desde el primer grito de libertad se otorgó a los negros que sirvieron la causa de la patria. 
En los dos bandos, como se ve, hubo pardos y morenos, aunque por más de una razón es dable suponer que los negros federales fueron mas numerosos que los negros unitarios. 

[v] En el aspecto histórico de la esclavitud, el aporte más serio e importante es el documentado estudio de Diego Luis Molinari La trata de negros  (2º edición, Buenos Aires, 1944). 
En 1926 publicó Vicente Rossi un libro sobre los orígenes del tango, titulado Cosas de Negros, de imprescindible mención en toda bibliografía sobre el asunto; si bien no siempre s siente uno inclinado a compartir sus opiniones, es evidente su dominio del tema; su aportación es valiosa aunque no definitiva. 
Más recientemente, el periodista José Luis Lanuza publicó una recopilación de artículos que alcanzó gran difusión al discernírsele en 1946 un premio oficial de literatura. No cabe definir la Morenada como un trabajo de investigación sino como un ameno paseo periodístico en torno a la historia de los negros en la Argentina, realizado sobre la base de las numerosas referencias que el curioso puede espigar en viejos escritos y crónicas, ya de viajeros extraños, ya de escritores autóctonos. 
Anteriormente a Lanuza, el escritor Bernardo Kordon señalóse con su libro Candombe por la inquietud en profundizar el tema, apartándose del mero regodeo pintoresquista y anecdótico. (Candombe, Buenos Aires, 1939, editorial Continente). 
También ha mostrado preocupación por el tema Horacio Jorge Becco, autor de Negros y morenos en el cancionero rioplatense (Buenos Aires, 1953). 
Anterior a todos los citados es el libro de Miguel Jorje Ford Beneméritos de mi estirpe (La Plata, 1899). Solamente se publicó, al parecer, la primera parte. Es un meritorio esfuerzo, pero infortunadamente su autor concibió un trabajo de carácter más literario que científico, abundando en sus semblanzas más la opinión propia y la vaga referencia que el dato preciso y el documento comprobador. 
En los archivos se ha trabajado poco, o, si se ha trabajado, no se conoce el fruto de esas investigaciones. Y la verdad es que la historia del negro en nuestro país todavía aguarda a quien la escriba. 

[vi] El documento que se transcribe a continuación se publicó el 25 de junio de 1842 en La   Gaceta Mercantil. Es una constancia de la adhesión prestada por los negros a Rosas, a quien apoyaron efectivamente en su lucha contra los unitarios y extranjeros. Constituye, a la vez, una pieza muy interesante para el mejor conocimiento de la historia íntima de los pardos y morenos, ya que se nombran en ella las diferentes “sociedades” en que se agrupaban y los nombres de sus presidentes. Dice así: 
“¡Viva la Federación! Buenos Aires, 10 del mes de América de 1842, Año de la Libertad, 27 de la Independencia, y 13 de la Confederación  Argentina./ El Comisario de la cuarta Sección encargado de las sociedades africanas / Al Sr. Gefe del Departamento Gral. de Policía, D. Bernardo Victorica. 
“El infrascripto tiene el honor de elevar á manos de V.S., para que por su conducto llegue al superior conocimiento de S.E Nuestro Ilustre Restaurador de las Leyes, D. Juan Manuel Rosas, el resultado de una subscripción promovida espontaneamente entre las sociedades africanas, cuyo total asciende á cuatro mil setenta y cinco pesos , y que presentan á S.E aquellos individuos como una prueba de sus ardientes deseos de ver cuanto antes destruidos para siempre los últimos restos de traidores salvages inmundos unitarios, que se abrigan en estado Oriental, bajo las órdenes del incendiario traidor pardejón Rivera.
“Las enunciadas sociedades, Señor Gefe, le han encargado al infraescripto manifieste á su nombre, al Padre de la  Patria, Nuestro Ilustre Restaurador, que al resolverla á hacer esta síncera demostración, han tenido por objeto expresar á S.E., que anhelan y desean marchar á campaña á participar de las glorias de sus hermanos y compañeros, exponiendo sus vidas por defender á S.E., y por exterminar aquellos feroces salvages unitarios, enemigos de Dios y de los hombres. 
“El infrascripto, simpatizando con los nobles y patrióticos sentimientos de dichas sociedades, ruega a V.S se sirva pasar á S.E esta nota con la relación nominal que al efecto se adjunta. 
“Dios guarde á V.S muchos años. Lorenzo Roman Laguna” 
“¡Viva la Federación! / Relación de los Presidentes y Socios que pertenecen á las sociedades Africanas, que voluntariamente han entregado según sus posibilidades, las cantidades que se designan para ayudar al sostén de la guerra que tan justamente dirige el Exmo. Sr. Gobernador y Capitán General de la Provincia, Nuestro Ilustre Restaurador de las Leyes, D. Juan Manuel de Rosas, contra los salvages inmundos detestable bestias asquerosos unitarios. 
“Sociedades Nombres de los presidentes Donación
Auzá Andrés Tonzo  100
Congo Agustín Perichó 100 
Camundá Francisco Luque  100
Ganguelá Francisco Imas 100
Mujumbí José Belanzategui 100
Quizamá  José Torres 100
Angola Antonio Neira 100
Brasilero José Rivero  100 
Quipara Miguel Ramos 100 
Mina Nagó Antonio Bozati 100
Sabalú Ramón de Sar 100
Mozambique Pedro Britain 100
Idem Manuel Orma 100
Banguela Joaquín Arriola 100
Argentino Juan Wright  100 
Luumbi Joaquín Pacheco 100
Basundi Miguel Perico  100
Venbuero Francisco Barrionuevo 100
Lucango Pablo Lovera 100
Muchague Mateo Guerra 100
Mucherengue José Cagigas 100
Umbala Antonio Dorna  100
Umbonia José Zabalía 100 
Longo Rafael Carranza 100
Marabia  Antonio García 100 
Casanche Cayetano Castro 100
Congo Antonio Vega  100
Huombe Juan Guiraldes 100
Lubono Manuel Almeida 100
Mayambe Cayetano López y por estar este en el 100
Ejército, entregó Mercedes Gambo
Bornó Antonio Costa  100
Moros Mariano Villanueva 100
Main Juan Arandia 100
Caravallid José Antonio Vega 100
Santé Manuel de Arce 100
Muñandá Joaquín Díaz 100
Eñambi José Ramallo 100
Mondongo Francisco de la Patria  100
Machinga Domingo Correa  100
 3.390
Da. Anacleta Laguna 50 
Juan José Valle 25
 Antonio Ortíz 100
Suma $ 4.075
“Suma la cantidad recibida al efecto indicado la cantidad de cuatro mil setenta y cinco pesos moneda corriente. 
“Buenos Aires, 10 del mes de América de 1842. Lorenzo R. Laguna”
[vii] La Negrita, periódico publicado por Luis Pérez. Los dos números de que se tiene noticia aparecieron el 21 y el 23 de julio de 1833. 
Estaba escrito, como muchos de la época, en prosa y en verso.   
[viii] Acerca de la afirmación generalizada de que los candombes eran verdaderas orgías, Vicente Rossi asevera: “Grave error, pues fue proverbial la corrección y armonía de aquellas reuniones. No habrían terminado los candombes con el último africano, ni habrían obtenido recepciones de los gobiernos y del clero, si su moralidad y orden no hubiese sido su mejor garantía” (Cosas de Negros, Río de la Plata, 1926, pág. 312).