Historias no contadas sobre Raul Ricardo Alfonsín

¿Alfonsín estaría con Macri?

Por Martín Granovsky
para Pagina 12
publicado el 31 de marzo de 2019

Los radicales se atormentan o lavan sus culpas con esa pregunta. Macri escribe sobre un Alfonsín que no existió. Mientras, aquí va una reconstrucción sobre cómo hizo el primer presidente de la democracia para plantarse en el mundo.

La apuesta es fuerte para esta época. Se juega desde aquí un asado con ojo de bife, colita de cuadril y mollejas. Cobra el que a 10 años de la muerte de Raúl Alfonsín, el 31 de marzo de 2009, encuentre un radical que no se haga una pregunta: “¿Don Raúl estaría con Mauricio Macri?”. Claro que no hay respuesta. Pero la pregunta permite meterse por un rato en los zapatos de Don Raúl y en la zapatería de los radicales.

Cuando el vicepresidente de la UCR Federico Storani escucha del PRO que Cambiemos tiene un líder y es Macri, suele ironizar: “Sí, y nosotros tenemos a Leandro Alem, Hipólito Yrigoyen y Raúl Alfonsín”.  

Los radicales suelen apelar a la historia casi como una metafísica de la política. A comienzos de los años ‘90, cuando el radicalismo buscaba integrarse a la Internacional Socialista, un joven dirigente radical de Ensenada compartió un café con un joven no radical interesado en la política exterior.  

–Me preocupa  –dijo el radical, y de verdad tenía cara de tipo atribulado.

–Te entiendo  –dijo el otro, que quiso avanzar un casillero–. ¿Pero te preocupa qué cosa, exactamente?

–Que como radical no sé qué pensar.

–Y sí... Con Olof Palme asesinado y con Felipe González cada vez más liberal, para ustedes no debe ser muy seductora la Internacional Socialista, ¿no?

–No, me preocupa Don Hipólito.

–Ahora sí que no te entiendo. 

–No me entendés porque no sos radical. Hipólito Yrigoyen fue neutralista. Yo estudié por qué. Defendía el derecho a la paz de los Estados no beligerantes. ¿No nos estaremos metiendo en algo que no es nuestro? ¿A vos qué te parece que opinaría Don Hipólito?

El estudioso de la política exterior fue incapaz de responder la pregunta. Más todavía: fue incapaz de entenderla. Yrigoyen había asumido en medio de la Primera Guerra Mundial, en 1916. La Argentina era neutral desde el ‘14, con Victorino de la Plaza de Presidente. Yrigoyen mantuvo la neutralidad y -en un avance doctrinario– le agregó la paz. Palme, el socialista de izquierda sueco, fue asesinado en 1986, 70 años después del primer gobierno radical. Y el café era compartido poco antes de que implosionara la Unión Soviética, en 1991. ¿Sería que para los radicales, o al menos para los radicales no conservadores, existía algo así como una idea radical inmanente, no contaminada por el paso del tiempo? ¿Será qué sigue siendo así hoy, con la pregunta por Alfonsín? ¿O será que cuando sienten que están haciendo algo mal, cuando sienten algo parecido a la culpa, a los chicos les agarra el miedo a los espíritus?

La tensión

Más acá de la metafísica, sobre Alfonsín puede haber tantas lecturas como lectores. Las miradas son infinitas. Una de ellas, una de tantas, es observar, en política exterior, la tensión permanente entre la lectura de la correlación de fuerzas, la voluntad, los triunfos, las derrotas y la tenacidad desde  1982 hasta 1987.

Desde 1982 y no 1983 porque Alfonsín leyó de manera realista la guerra de Malvinas. Fundador y dirigente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, su sector, el Movimiento de Renovación y Cambio, no dio funcionarios a la dictadura como la Línea Nacional de Ricardo Balbín. Fue uno de los pocos políticos que no se entusiasmaron con el desembarco militar en las islas. Después de la derrota, además, vio la fisura del régimen y tomó envión. Convirtió a miles de no radicales en alfonsinistas y le ganó la interna a Fernando de la Rúa, el pollo de Balbín. Radical hasta el tuétano y hombre de partido, sin embargo llegó al  liderazgo de la UCR con una técnica movimientista. “Populista”, dirían hoy los despreciativos.

Ya en 1983, en la campaña contra el peronista Italo Lúder, hizo eje en la democracia. Terminó cada acto recitando el Preámbulo. Le adosó la democracia social: con democracia se come, se educa y se cura. Buscó y consiguió una parte del voto peronista cuando definió al enemigo como la encarnación de un supuesto pacto sindical-militar. Prometió juzgar a los comandantes por las violaciones a los derechos humanos mientras su contrincante había dicho que no revisaría la autoamnistía militar. 

El 30 de octubre ganó por 51,75 por ciento contra 40,16. Una victoria limpia que incluyó la provincia de Buenos Aires. Ahí estaba parte del voto obrero peronista. El voto radical se lo aseguró también en Buenos Aires, en la Capital y en Córdoba, que fue central en su estrategia: el chaqueño Luis León no se quedó sin la vicepresidencia por los méritos ideológicos de Víctor Martínez. Quedó afuera de la fórmula porque Martínez era cordobés. 

Alfonsín asumió el 10 de diciembre de 1983, a los 56 años, con la certeza de que la presencia de las Fuerzas Armadas seguía siendo fuerte. El Partido Militar nacido en 1930 estaba herido pero no muerto por la derrota en Malvinas. Llegó a la Casa Rosada solitario en el Cono Sur y con la debilidad de la deuda externa heredada. 

Comprendió que no habría liquidación del Partido Militar sin democracia estable en la región. Uruguay era una dictadura desde 1973. También desde 1973 dominaba Augusto Pinochet la vida y la muerte en Chile. Alfredo Stroessner reinaba desde 1954 en Paraguay. Los militares en Brasil, desde 1964. Solo Bolivia tenía un presidente constitucional, Hernán Siles Zuazo. 

Esa situación no varió hasta marzo de 1985, con la vuelta de la democracia en Brasil y Uruguay. Hasta ese momento Alfonsín se concentró en desmontar el peor frente, el de los conflictos limítrofes con Chile, que un Pinochet en medio de su peor crisis económica también necesitaba apaciguar. Negoció con Santiago el fin del litigio del Beagle. Lo complementó con un plebiscito no vinculante el 25 de septiembre de 1984. Fue una jugada de gran contenido interno. Por un lado le quitaba al Partido Militar una coartada presupuestaria y de poder. Por otro lado ayudaba al incipiente peronismo crítico, a punto de convertirse en Peronismo Renovador, a que se separase del paleojusticialismo encarnado por el senador Vicente Leónidas Saadi. Aunque no era obligatorio, el plebiscito convocó al 70 por ciento del padrón. La paz definitiva fue aprobada por 80 por ciento contra 17 por ciento. Aplastante. 

El 85

En marzo del 85 un Alfonsín entonado le discutió en público a Ronald Reagan el apoyo norteamericano a los contras antisandinistas, articulados con los grupos de tareas de la Argentina. El vice de Reagan, George Bush padre, aprendió a odiar a ese bigotudo contrera que peleaba en los jardines de la Casa Blanca. Pero no trasladó la falta de confianza a un plan de desestabilización. Washington no destrababa la negociación de la deuda externa, con lo cual perjudicaba al Gobierno argentino y, a la vez, no estimulaba un golpe contra Alfonsín. E incluso después desalentaría a los carapintadas de Aldo Rico. Estimulado por el regreso democrático en Brasil y Uruguay (marzo del ‘85) el Presidente pudo acelerar los procesos contra los militares. El 22 de abril de 1985 se celebró la primera audiencia pública del Juicio a las Juntas a cargo de la Cámara Federal porteña. Había llegado, al fin, el turno de la Justicia civil.

El ‘85 terminó con la condena a perpetua de Jorge Videla y Emilio Massera, el 9 de diciembre. Unos días antes, el 30 de noviembre, se firmó el  acuerdo de Foz do Iguacu entre la Argentina y Brasil para liquidar las sospechas mutuas sobre la posesión de una bomba atómica y comenzar una integración productiva. 

El mismo 1985 fue un año virtuoso más allá del Cono Sur. Brasil, Uruguay y la Argentina, junto con Perú, formaron el Grupo de Apoyo a Contadora para ayudar a México, Colombia, Venezuela y Panamá en la solución de la crisis de América Central. La intención de los ocho no era transformarse en una instancia de intervención adosada a los Estados Unidos sino en un canal que evitara esa intervención, tanto directa como indirecta.

El final

Desde 1987 el desgaste limó a Raúl Alfonsín. Sufrió una pérdida importante de credibilidad por la Ley de Obediencia Debida tras el alzamiento de Semana Santa. Alfonsín nunca había planteado juzgar a todos los represores. Pero desde la Semana Santa y desde la Obediencia Debida quedó estampado en público, como un sello, que él limitaba el juzgamiento no porque volvía al principio sino porque no se había impuesto a la rebelión carapintada que encabezaron los oficiales de inteligencia, es decir los torturadores de los campos de concentración. 

La crisis económica resultó indomable. Fue derrotado en la provincia de Buenos Aires por el peronismo renovador de Antonio Cafiero. 

El sueño de negociar la deuda junto con México y Brasil se desvaneció cuando los acreedores lograron ampliar el trío y llenarlo de otros preotagonistas que hicieron de quintacolumna. No siempre más es más.

Pero incluso en condiciones de debilidad política Alfonsín mantuvo su línea originaria de construcción regional. Cuatro funcionarios suyos de primer nivel, dos de ellos ya fallecidos, confirmaron a PáginaI12 en los últimos años que el Estado usó fondos reservados de inteligencia para ayudar a la oposición chilena, que ganó el plebiscito contra Pinochet en 1988, en lo que fue el principio del fin de la dictadura, y para cofinanciar el golpe contra Stroessner en 1989.

En medio de la pelea entre el Pro y el radicalismo, que duda si seguir en Cambiemos porque duda de que el Gobierno tenga sustento, el Presidente Mauricio Macri quiso asociarse a los homenajes. Escribió una semblanza descafeinada que fue recogida por Perfil. Así como antes se presentaba como el descendiente natural del desarrollismo encarnado por Arturo Frondizi, ahora Macri sería un hijo de Alfonsín. Lo llama “uno de los más grandes y más queridos abanderados de nuestro país” pero omite todo dato real. En la elegía de Alfonsín escrita por Macri, de calidad similar a su discurso sobre la lengua en Córdoba, no hay nada de la historia que aquí se cuenta.