Aniversario del golpe en Brasil
A 50 años del golpe en Brasil
Por Ariel Goldstein *
Mariscal Castelo Branco |
Mañana, 1º de abril, se cumplen 50 años del golpe que en 1964 derrocó a João Goulart de la presidencia, lo cual está generando un amplio debate en Brasil. ¿Acaso cierta paralización decisoria de la presidencia de Goulart contribuyó a las condiciones que reforzaron el clima golpista provocado por los militares y la prensa conservadora? ¿Podría haberse evitado el golpe? ¿Cuán antidemocráticas son las elites brasileñas? ¿Fue el suicidio de Getúlio Vargas en 1954 el preludio de lo que sucedería diez años después? Algunas de esas preguntas rondan en las mesas redondas que se promueven.
Goulart llegó a la política amparado por Getúlio Vargas, compartiendo su origen en la región de São Borja, al sur de Brasil, desde donde Getúlio construyó su entrada al poder político nacional. Jango fue ministro de Trabajo en el segundo gobierno de Vargas, durante el período democrático, debiendo renunciar tras promover un importante aumento de salario a los trabajadores. Ya por entonces, se acusaba al ministro de Trabajo de Vargas de querer promover una “república sindicalista” en Brasil, por su afinidad con lo que sería la experiencia del peronismo en Argentina.
Cuando renunció el presidente Janio Quadros en 1961, un populista de derecha apoyado por la liberal-conservadora Unión Democrática Nacional (UDN), el vicepresidente Goulart se encontraba en China. Varios sectores se opusieron a su asunción, por lo cual Jango debió negociar y aceptar un sistema parlamentarista con el propósito de reducir la oposición de sus enemigos y asumir la presidencia. El clima existente entonces, marcado por la Guerra Fría e inmediatamente posterior a la Revolución Cubana, como marcan muchos, generó como respuesta a la pretensión de Jango de introducir las denominadas “Reformas de Base” –de tipo agrario, tributario, económico– una firme oposición en los medios de prensa más importantes, como Correio da Manha, O Globo y O Estado de S. Paulo, y en las clases medias tradicionales, que organizaron la Marcha por Dios y la Libertad, rechazando aquello que identificaban como una marcha de Brasil hacia el comunismo. Sólo el periódico Ultima Hora, del periodista Samuel Wainer, mantuvo hasta al final su apoyo al reformismo promovido por Jango.
Debilitado a raíz de la polarización política contra una derecha que lo denunciaba histéricamente por comunista, el gobierno de Goulart experimentó entonces la intervención de los militares brasileños, que contaron con el apoyo de Estados Unidos, en el primero de los golpes que luego se desarrollarían en gran parte de los países de América latina.
A partir de allí, se entraría en una dictadura ligada al capital transnacional, de tipo desarrollista-conservador, que transformaría al Brasil durante 21 años, produciendo torturas y detenciones, endureciendo su política represiva a partir de 1968. Los militares comenzarían a ver debilitado su sustento a partir de las multitudinarias manifestaciones por las elecciones directas, que sentaron un precedente para la apertura democrática y la llegada a la presidencia de Sarney en 1985. Todavía hoy en la prensa conservadora ciertos periodistas reivindican la “Revolución” del ’64, e incluso marchas muy minoritarias se han producido en el país a imitación de aquella de 1964, contra una supuesta tendencia de Brasil hacia el comunismo.
La idea de que “el pueblo no sabe votar”, argumento conservador y promotor de una dirección elitista de la sociedad, ha sido fuerte y lo es aún en cierta medida en Brasil, por ello aquel golpe del ’64 era justificado en pos de salvar las instituciones democráticas de una marcha hacia el “comunismo”. Es decir, se introduciría una ruptura del período democrático iniciado en 1945 en nombre de una supuesta preservación de este mismo orden. Las memorias contrapuestas que se activan a 50 años de este acontecimiento evidencian los dilemas irresueltos que enfrenta la sociedad brasileña.
* Magister en Ciencia Política (Idaes-Unsam). Becario del Conicet en el Instituto de Estudios de América latina y el Caribe (Iealc). Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.
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Cincuenta años de regímenes de terror
Por Emir Sader
Carta Maior/Pagina12
publicado el 30 de marzo de 2014
publicado el 30 de marzo de 2014
El golpe militar de 1964 en Brasil dio inicio a la implantación de dictaduras militares en el cono sur latinoamericano, que constituirían un círculo de terror como nunca se había conocido en Latinoamérica. Desde el final de la Segunda Guerra, con la instalación de la Guerra Fría, Estados Unidos promovió en el continente la Doctrina de Seguridad Nacional, su ideología de lucha “contra la subversión”, que en realidad desembocaría en la instauración de esas dictaduras militares.
La Doctrina, elaborada por el Departamento de Estado de los EE.UU. y propagada en la Escuela de las Américas y en cursos administrados directamente por oficiales norteamericanos, propugnaba la militarización de los Estados, que se volverían Estados mayores, conducidos por la oficialidad de las fuerzas armadas latinoamericanas, en el combate contra todas las fuerzas que la Doctrina consideraba que ponían en riesgo las “democracias” del continente.
La concepción totalitaria de la Doctrina se materializó en la época de la dictadura brasileña con el slogan: “Brasil, ame-o ou deixe-o” (Brasil, ámalo o déjalo), es decir, o te identificas con el régimen o tienes que irte del país. Era coherente con la concepción ideológica según la cual toda forma de conflicto era un virus externo infiltrado en el cuerpo nacional, para sabotear y subvertir su buen funcionamiento. Al estilo de las concepciones positivistas importadas de la biología, según la cual el buen funcionamiento de la sociedad se asemejaría al funcionamiento de un cuerpo sano, en el que cada célula funciona en función de la totalidad. Cualquier parte del cuerpo que deja de funcionar así, representa una enfermedad, la introducción de un virus externo, que debe ser extirpado.
Así han actuado los regímenes militares –después del brasileño, los de Uruguay, de Chile y de Argentina– respecto de cualquier forma de expresión que les pareciera que estuviera saboteando el libre funcionamiento del cuerpo social. Era una concepción totalmente intolerante respecto de las diversidades, de las divergencias, de los conflictos sociales. La eliminación física de los opositores o considerados opositores tenía ese origen, de depuración “democrática” de elementos perturbadores.
Cuando se instauró la primera de las dictaduras militares, la brasileña, se desarrollaba una lucha de modelos para un continente que veía agotarse el impulso económico de las décadas anteriores. La Revolución Cubana vino a radicalizar el horizonte de alternativas, al plantear la posibilidad de ruptura de la dominación norteamericana y del mismísimo capitalismo.
EE.UU. intentó forjar una alternativa a Cuba, con el gobierno del demócrata cristiano Eduardo Frei, en Chile, que sería una “revolución en libertad”, con una reforma agraria que fortalecería a los pequeños propietarios, para intentar evitar otras victorias de movimientos guerrilleros, que se desarrollaban en Guatemala, Venezuela, Perú, Colombia. Todo en el marco del programa llamado Alianza para el Progreso.
El golpe brasileño sería ejemplar en el sentido de que lograría derrotar de forma más o menos rápida a la resistencia armada, y porque fue un golpe temprano, que agarró al movimiento popular brasileño todavía en proceso de desarrollo. Además, ese carácter temprano ayuda también a entender el porqué de su éxito económico: pudo disfrutar del final del ciclo largo expansivo del capitalismo en la segunda posguerra, para canalizar gran cantidad de inversiones, que diversificaron la dependencia brasileña.
Pero el santo del llamado “milagro brasileño” fue la intervención militar en todos los sindicatos y la prohibición de cualquier campaña salarial, lo cual promovió una luna de miel para las grandes empresas nacionales y extranjeras, en base a la superexplotación de los trabajadores.
El éxito de la dictadura militar brasileña, con su capacidad de imponer –en base a una feroz represión– el orden y de retomar la expansión económica, ha hecho del modelo militar brasileño la referencia para los otros regímenes de terror que se implantaron en los otros países de la región. Fue el período más terrible de la historia de esos países y de toda la historia latinoamericana. Todo empezó hace 50 años, con el golpe brasileño del 1º de abril de 1964.