Los Pueblos del Mar
Año octavo bajo la majestad de Ramsés III. Los países extranjeros conspiraron en sus islas. De súbito, los pueblos fueron removidos y diseminados en la contienda. Ninguno pudo sostenerse frente a sus armas, desde Hatti, Kode, Carchemish, Arzawa, Alashiya, fueron aplastadas, mientras avanzaban hacia Egipto.
Inscripción en el templo de Medinet Habu, Egipto
Quizás éste, el de Los Pueblos del Mar, es uno de los grandes misterios que nos deja la protohistoria euroasiática. Tan solo unas inscripciones egipcias en Medinet Habu, a mayor gloria del faraón Ramses III, y el llamado “Papiro Harris” nos hablan de estos pueblos a los que dio nombre el egiptólogo francés Emmanuel de Rougé en el siglo XIX. Y no tenemos datos sobre ellos por una simple razón: allí donde aparecieron devastaron todos los imperios que encontraron dejándonos un vacío de siglos en las fuentes escritas de la zona oriental mediterránea.
El Mediterráneo en la Edad de Bronce
El empleo del bronce se inició en el tránsito entre el III y el II milenio a.C. en el Próximo Oriente, lugar donde se establecieron las bases de las primeras sociedades estatales complejas. La mejora en la fabricación de utensilios metálicos influyó en el día a día de esas comunidades, que mejoraron claramente su calidad de vida y permitieron grandes avances culturales y socio-políticos.
Estos grupos comenzaron a demandar materias primas, como el estaño, que no se encontraban en sus regiones. Debieron entonces de explorar nuevas tierras en busca de minerales y comerciar tanto con vecinos como con nativos de lugares remotos. Las rutas comerciales se expandieron por todo el Mediterráneo, llegando incluso a Europa Central y al Atlántico.
El II milenio a.C. fue época de gran florecimiento gracias a una relativa paz que favoreció el comercio, la diplomacia y los intercambios culturales. Además, tras la batalla de Qadesh (1274 a.C.), que enfrentó a hititas y egipcios, se produjo una especie de equilibrio político en el que cada imperio tenía un área de influencia estable, lo que era muy conveniente para el comercio.
La actual Grecia estaba controlada por los micénicos. No constituían una unidad política, sino que se trataba de centros independientes en los que Micenas era uno más. Los palacios eran los centros de un poder basado en la economía marítima, tanto en su vertiente comercial como en la de la piratería.
Respecto a la mítica Troya, poco conocemos realmente de ella. La ciudad de Ilión dominaba la costa de Asia Menor y el acceso al Mar Negro y parece que estaba subordinada al poder hitita en ese II Milenio a.C.
Y es que, tras la caída de Mitanni, en el siglo XIV a.C., los hititas se habían hecho con el poder en la península de Anatolia y parte de la actual Siria. Su fuerza militar, su afán expansivo y su pujanza económica le hizo chocar con los intereses egipcios, lo que desembocó en la citada batalla de Qadesh. Aquel choque acabó en empate técnico y en la firma del primer tratado de paz de la historia: los hititas consolidaban el control de Siria y Ramses II se retiraba de aquella zona.
De esta manera Egipto calma un poco sus ambiciones expansionistas, que habían comenzado un par de siglos atrás con la fundación del Imperio Nuevo y comienza un segundo periodo de reinado para Ramsés II, caracterizado por la paz y la construcción de propagandísticos monumentos conmemorativos de sus hazañas bélicas.
Los Pueblos del Mar
Muchos investigadores se han afanado en dar una respuesta definitiva a la pregunta de quiénes eran estos pueblos “que habitan en los barcos”, tal y como aparecen citados en las fuentes. Podemos intuir que se trataba de una confederación de navegantes y guerreros que como un maremoto arrasaron todo el Mediterráneo oriental en una o varias oleadas. En cualquier caso, ni siquiera este último aspecto está claro.
Los egipcios nos ofrecen una relación de las tribus que componían esos “Pueblos del Mar”: los mercenarios Shardanat, de posible origen balcánico o caucásico; los Peleset que podían provenir de Creta; los piratas Lukka, relacionados con Licia; los Akawasha, que podrían ser los aqueos; los Teresh, que según Heródoto procedían de Anatolia; los Shekelesh, originarios posiblemente de Asia Menor; los Thekel, quizá los teucros o troyanos; los Weshesh que también pueden hacer referencia a los habitantes de Willusa o Ilión; o los Denyen, de quienes desconocemos su filiación u origen.
Existen varias hipótesis sobre el germen de la convulsión producida por estos pueblos. La más tradicional nos habla de un movimiento migratorio masivo, iniciado en Grecia con la invasión de los dorios. Esta irrupción desestabilizó el mundo micénico y produjo un movimiento migratorio masivo que se extendió como una onda expansiva. Los pueblos vencidos se iban incorporando a ella, creando una especie de efecto “bola de nieve”. Miles de personas, mujeres y niños incluidos, se desplazaron por toda la cuenca oriental del Mediterráneo en barcos, carros de bueyes o andando. Otra teoría nos habla de los aqueos como instigadores. Los griegos habrían atacado varias regiones de Anatolia, entre las que se encontrarían Troya y Chipre. Otra tercera hipótesis nos describe a los griegos, bloqueados comercialmente por los hititas, lanzándose a recuperar Chipre y los puertos continentales vecinos para abrir nuevas rutas. Como vemos ninguna de las teorías expuestas anula a las demás e incluso parecen complementarse.
Otra cuestión a tener en cuenta: parece poco probable que un grupo tan heterogéneo pudiera amenazar, y arrasar, no solo a un imperio sino a varios. Algunos factores se han apuntado como corresponsables de sus conquistas: terremotos, hambrunas, descenso demográfico en Oriente Próximo, presión de invasores en masa, pérdida del control sobre los recursos económicos, las tensiones que producen las interacciones entre potencias vecinas, los cambios políticos que se produjeron al imponerse la infantería a los ejércitos con carros de combate, estructuras imperiales demasiado rígidas y frágiles que no supieron adaptarse a los cambios comerciales, reinos que engloban realidades territoriales y étnicas muy heterogéneas, el uso de armas de hierro, etc.
Parece factible que varios de estos factores combinados estén detrás del cataclismo que produjeron los Pueblos del Mar. Es más, podríamos preguntarnos si es posible que un cóctel de estas circunstancias diera origen a ese seísmo en la zona, siendo los Pueblos del Mar más una consecuencia de una crisis estructural que el origen de la misma.
La crisis del 1200 A.C.
El origen de este fenómeno, según varias teorías, parece situarse alrededor del año 1250 a.C, cuando los hititas perdieron el control de las minas de cobre de la zona de Anatolia. Detrás de esta pérdida podrían haber estado los aqueos al apoyar la sedición de ciertos reinos vasallos o, al menos, de eso les acusó el rey de Hatti. Era un mineral fundamental para el belicoso imperio, con capital en Hattusa, por lo que fueron a buscarlo en otros lugares, entre ellos Alashiya, en la actual isla de Chipre. Así que Hatti vetó a los griegos la navegación por aquella isla, imponiendo de facto un embargo comercial en la zona oriental del Mediterráneo. Las ciudades micénicas, que dependían económicamente del comercio marítimo, vieron como el bloqueo amenazaba su forma de vida. Su repuesta se plasmó en escaramuzas de carácter pirata en la costa oriental. Este podría ser el contexto del ataque de los aqueos a Troya, clave en la ruta del mar Negro, o del primer ataque sobre Egipto durante el reinado del faraón Merneptah.
A partir de esa fecha se observa, arqueológicamente, una pérdida de esplendor de los yacimientos micénicos, que trasladarán sus asentamientos a zonas escarpadas y fácilmente defendibles. Durante cuatro siglos la civilización griega enmudecerá y tan solo la tradición oral, recopilada a posteriori en textos como los homéricos, nos dará cuenta del final de esta edad de héroes vestidos de bronce.
Aunque sabemos que sufrió un terremoto hacia 1250 a.C., Troya caerá entre 1193 y 1184 a.C. según nos cuentan las fuentes arqueológicas. Las casas pequeñas y mal construidas, la presencia de enormes tinajas para el almacenamiento de víveres en los suelos y la aparición de cuerpos insepultos hablan de un largo asedio, seguido de saqueo e incendio.
En esta Teoría del Dominó, las siguientes fichas en caer serán dos reinos vasallos de los hititas, Alashiya en Chipre y la cercana Ugarit, ya en la costa de Siria. Ambas eran claves para el comercio hitita y fueron devastadas utilizando el factor sorpresa. Las tropas de Ugarit, así como su flota, estaban fuera de la ciudad en algún conflicto regional. Disponemos de correspondencia entre los dos reinos avisando del peligro y reclamando ayuda mutua. El auxilio nunca llegó y ambos fueron arrasados casi a la vez.
El imperio hitita basaba su poder en la fortaleza militar y en el control que ejercía sobre toda una serie de estados satélites. De ahí que el ataque a Ugarit y Alashiya fuera una muestra, o tal vez un síntoma, de la debilidad de la posición hitita. Incluso los egipcios, viendo que peligraba su propia estabilidad, enviaron ayuda en forma de grano a los que habían sido sus enemigos en Qadesh. La ciudad de Hattusa, fuertemente amurallada, fue arrasada de tal manera que nada volvimos a saber de ella hasta el descubrimiento de sus ruinas tres mil años después.
La batalla del Delta del Nilo
Los ataques de los Pueblos del Mar, como hemos visto, tuvieron un gran efecto en la costa y en el corredor sirio-palestino. Los egipcios, viendo la coyuntura, se replegaron y los invasores se hicieron fácilmente con el control de la zona, asociándose con pueblos nativos como los libios. Estos últimos habían sufrido el dominio faraónico, así que se coaligaron con los recién llegados en un ejército que fue derrotado por las tropas del faraón Merneptah hacia 1213-1203 a.C. Los egipcios mataron, según sus propias fuentes, a seis mil guerreros e hicieron nueve mil prisioneros.
Pero esto no desalentó a los Pueblos del Mar que prepararon una gran invasión marítima, precisamente. Como reflejan los jeroglíficos de Medinet Habu, en el octavo año de reinado de Ramses III, hacia 1186 a.C., una coalición de pueblos atacó el Delta del Nilo.
Los egipcios eran muy conscientes del poder que les amenazaba, así que se replegaron hacia el Delta, ordenaron una movilización general y prepararon minuciosamente la táctica defensiva. Sabiéndose inferiores en el mar, hundieron abundantes barcos en las entradas del río dejando únicamente una estrecha boca para que accedieran las naves invasoras. Ambos lados del pasillo, así como algunas embarcaciones al frente, se llenaron de arqueros egipcios que, con su lluvia de flechas, masacraron a los enemigos. De esta manera la invasión fue rechazada antes de que lograra siquiera poner un pie en tierra egipcia.
La batalla del Delta del Nilo fue la primera batalla naval documentada de la historia: Ramsés III ordenó describirla en los muros de su templo funerario de Medinet Habu. Pero su victoria tuvo un alto coste. El sobresfuerzo económico trajo una recesión económica por la que Egipto nunca volvió a recobrar su brillo anterior. El comercio, las relaciones diplomáticas y los registros escritos cesaron, como había sucedido en otros imperios, hasta el siglo VIII a.C.
A pesar de la propaganda egipcia, que afirmaba que
“aquellos que llegaron a mi frontera, su simiente no existe, su corazón y su alma terminaron para siempre jamás”,
los Pueblos del Mar encontrarían un lugar donde reubicarse. De hecho, muchos de ellos se convirtieron en sus vecinos, vasallos y aliados. Los Peleset o filisteos, dieron nombre a Palestina y sufrieron un proceso de aculturación con el mundo cananeo; los Tjeker y los Denyen se asentaron también en la costa mediterránea oriental, entrando en la órbita cultural hebrea; los Shekelesh o Sículos se instalaron en Sicilia, dándole su nombre; los Lukka se afincaron en la isla de Chipre; y los Sherden o Shardana se establecerán en Cerdeña, a la que, igualmente, darán nombre. Un nuevo Mediterráneo acababa de nacer.