30 de marzo de 1982. El día que empezó a caer la Dictadura


 Por Luis Rivera
para Diagonales

El 30 de marzo de 1982, el pueblo argentino dijo basta. Marchó a Plaza de Mayo para pedir "Paz, pan y trabajo" y fue ferozmente reprimido por el gobierno militar. Hace 30 años la dictadura empezaba a sentir que se terminaba su poder de facto. El pueblo hizo tronar su escarmiento. Un recuerdo que no se borrará jamás.

El 30 de marzo de 1982 quedará marcado de por vida como una fecha emblemática. Opacada por la del 2 de abril, apenas tres días después cuando un grupo de genocidas mandó a la muerte a una generación que de ninguna manera estaba preparada para la guerra, aquella cita se metió en la historia a fuerza de palo y represión. Que justamente veía del lado de los mismos dictadores que días después buscaban el apoyo popular para justificar su sangrienta permanencia en el poder. 

Ante un profundo descontento social, ese día se llevó a cabo un paro nacional con movilización, que fue la mayor expresión de lucha obrera del período dictatorial. Convocados por la CGT, bajo la consigna "Paz, pan y trabajo", cincuenta mil jóvenes y trabajadores coparon la Plaza de Mayo en una verdadera huelga política de masas, impensable hasta entonces por la crudeza de la dictadura. Saúl Ubaldini comandó la movilización. La jornada anunciaba el colapso de una dictadura agotada en sus contradicciones internas y la crisis económica. 

Para muchos historiadores que no se han quedado en el facilismo de no revisar la historia, justamente, esa jornada empezó a marcar el final de la peor época argentina, justamente por la puesta sobre el escenario de un descontento que se hacía sentir no ya desde lo estrictamente político, sino también desde lo económico y social: el pueblo argentino quería libertad por sobre todas las cosas, pero además la quería de la mano de trabajo y dignidad. 

Los antecedentes. En 1979, el titular de la CGT, Saúl Ubaldini y otros miembros de la central sindical, organizaron el primer paro general contra la dictadura que se hizo sentir en con mayor intensidad en el Gran Buenos Aires y se llevó a cabo el 27 de abril de 1979. Si bien la huelga no consiguió detener al país, logró que, por primera vez desde el año 1976, un gran sector de la población argentina pudiera expresarse contra el régimen. La huelga terminó con represión y trabajadores presos, aunque no alteró los planes de los dictadores. Pero llamó la atención de organizaciones internacionales que llegaron a entrevistarse con ellos para reclamar la libertad de dirigentes sindicales presos. 

Entre las organizaciones del movimiento obrero hubo dos tendencias: una inclinada al diálogo con la dictadura como estrategia para la concertación liderada por Jorge Triaca y otra, antidialoguista y en franca confrontación, liderada por Saúl Ubaldini. 

En la declaración de la formación de este último sector, en noviembre de 1980, se expresaba que: “... ha llegado la hora histórica en que, deponiendo con la grandeza que las circunstancias exigen, todo interés de grupo o sector, nos encontramos nuevamente reunidos hacia el logro de un solo objetivo, la vigencia plena de la Confederación General del Trabajo”. 

El sector ubaldinista convocó a una nueva huelga general para el día 7 de noviembre de 1981 mientras que el sector de Triaca se negó a adherir. Desde temprano, una multitud se congregó en la Iglesia de San Cayetano, en Liniers, bajo la consigna “Paz, pan y trabajo”, acompañados por Ubaldini. 

Marzo de 1982. La posible movilización de amplios sectores de la población motivó que el Ministerio del Interior presionara para que la marcha no se hiciera. El pretexto era que la CGT no había solicitado la autorización correspondiente para realizar el acto y que estas situaciones podían producir alteraciones a la seguridad y el orden público, a la vez que recordó que seis dirigentes sindicales, entre ellos Saúl Ubaldini, se encontraban procesados por haber declarado otras huelgas generales. 

A pesar de las amenazas, durante seis horas el centro porteño fue escenario del enfrentamiento entre trabajadores y la Policía. Eran los sectores obreros los que se ponían a la cabeza de la lucha antidictatorial. La movilización también se extendió a Mendoza, Rosario, Neuquén y Mar del Plata. Hubo miles de detenidos en todo el país, el dirigente obrero mendocino Dalmiro Flores, fue muerto y hubo centenares de heridos. 

Dice Alfredo Mason en el libro Sindicalismo y Dictadura, una historia poco contada: 

"El 30 de marzo de 1982 se produjo una nutrida movilización encabezada por el secretario general de la CGT, Saúl Ubaldini, por lo que la Plaza de Mayo fue cercada por un dispositivo más fuerte que cualquiera conocido hasta entonces; se cortó el puente Pueyrredón con carros de asalto y un fuerte cordón policial. Se reprimió duramente las concentraciones que se efectuaron en los alrededores de Tribunales y en el puerto; por primera vez, empleados y funcionarios de la zona céntrica de Buenos Aires ("cuellos blancos") arrojaban desde balcones y ventanas todo tipo de proyectiles contra los elementos de la represión. En esos días se calculó que hubo cerca de tres mil detenidos, aunque nunca se informaron las cifras oficiales. Hubo una movilización en las ciudades de Mendoza, donde la represión culminó con el asesinato de un sindicalista; en Rosario, dos mil trabajadores recorrieron el centro de la ciudad con consignas contra la dictadura; en Mar del Plata y San Miguel de Tucumán detuvieron a doscientas personas por repudiar al gobierno militar; en Córdoba, el Tercer Cuerpo del Ejército patrulló las calles con columnas de hasta siete vehículos militares por temor a la movilización de los trabajadores".

Los manifestantes corrían entre gases lacrimógenos y caballos por las callecitas de “la city”, mientras los empleados que salían de las oficinas expresaban su simpatía aplaudiendo o coreando consignas de la marcha (“libertad”, “que se vayan”, “se va a acabar/la dictadura militar”). La policía apaleó a miles en todo el país, asesinó en Mendoza a José Benedicto Ortiz y encarceló a decenas de activistas, entre ellos a Ubaldini. 

En “La última batalla de la Tercera Guerra Mundial” Horacio Verbitsky describe esas jornadas: “En febrero de 1982 ante el agravamiento de la crisis, la CGT aprobó un plan de movilización y se repartieron volantes con consignas que marcaban un neto cambio de entonación. “Son derechos y humanos”, decían los panfletos, “pero reprimen en nombre de la democracia. Aseguran que ganaron la paz, pero se comen la paloma”. En marzo, la misma CGT anunció la realización de un acto masivo “para decir basta a este Proceso que ha logrado hambrear al pueblo, sumiendo a miles de trabajadores en la indigencia y la desesperación”. 

La fecha prevista inicialmente fue el 24 de marzo, aniversario del golpe, pero como resultaba demasiado provocativa, se postergó para el 30. Ese día unas 15.000 personas pugnaron durante horas por llegar a la Plaza de Mayo, batallaron en diversos puntos de Buenos Aires con un dispositivo de mil policías que apalearon, embistieron con autos y caballos, gasearon y mojaron a cualquier persona que transitara por la calle a la hora en que terminan su jornada de trabajo las oficinas del centro. A diferencia de 1979 y 1981, la movilización de 1982 fue nacional, y en Mendoza la policía hizo fuego sobre las columnas de manifestantes y mató al obrero José Ortiz. Ubaldini y otros sindicalistas fueron detenidos.

Al día siguiente, la CGT elaboró un documento afirmando que el proceso militar estaba “en desintegración y desbande” y reclamando un gobierno cívico militar de transición a la democracia. Ese texto nunca llegó a difundirse, porque antes los militares salieron de la sombría situación en que se habían colocado huyendo hacia las Malvinas”. 

Abril de 1982. Los diarios del día siguiente reflejaron en sus tapas los “importantes disturbios” y la sensación de que la estabilidad de la Junta Militar estaba seriamente amenazada. Sin embargo, tres días después, tropas argentinas tomaron el poder en las islas Malvinas, y en todo nuestro territorio se desató una imparable ola de entusiasmo nacionalista. 

La mayoría de los políticos argentinos entendió que debía subordinar las críticas al Proceso y apoyó sin reservas la gesta de recuperación territorial. Por su parte, el General Alfredo Saint Jean, ministro del Interior que había comandado la represión del día 30, liberó a Ubaldini y a los demás dirigentes presos para llevarlos el 7 de abril al archipiélago y compartir una misa en ese suelo patrio. 

Una vez más el movimiento obrero argentino, que venía resistiendo, enfrentándose desde siempre a todas las dictaduras, debió recurrir a las medidas de fuerza como presión para conquistar sus reivindicaciones más sentidas y a pesar de los costos, el movimiento obrero se convirtió en el eje de la protesta nacional.

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