España. 80 años de la matanza programada de Yagüe en Badajoz.

Por Sol López-Barrajón
para Público (España)
Nota publicada el 14 de agosto de 2016

Matanza de Badajoz
A las cuatro de la tarde del 14 de agosto de 1936, hace ahora 80 años, las campanas de la torre tocaron a agonía. Escribir sobre la insania de lo que sucedió en Badajoz es un viaje al terror. Es sumergirse en lo que fue, un auténtico genocidio. Es un viaje al terror donde una ciudad y una provincia vio correrla sangre por las calles como si fuesen ríos. Es un viaje al terror de una ciudad y una provincia silenciada por la muerte y el espanto de una represión sistemática que asesino a más de 4.000 personas en dos días solo en la capital.





Comencemos contando como Badajoz se convirtió en uno de los grandes símbolos del circulo de violencia abierto a consecuencia del golpe. El 14 de agosto de 1936, casi un mes desde el comienzo de la sublevación fascista, la ciudad de Badajoz cayó bajo el mando del mayor asesino que se conoce en la historia de este municipio, el general Yagüe, comenzaría así el principio del horror y humillación más grande sufrida por sus vecinos.

f1daa-matanzaenbadajoz2El 13 de agosto los nacionales alcanzaron la ciudad, situaron sus ofensivas en tres zonas estratégicas, la brecha abierta en la muralla localizada junto al actual parque de los Legionarios donde estaban situados los que su mismo nombre indica, la Legión, la brecha abierta en lo que se conoce como la carretera de la Circunvalación junto al puente de la Autonomía donde se encontraban los moros y la brecha abierta en la conocida como avenida de Huelva, junto al Instituto Zurbarán donde se encontraban los falangistas y demás sublevados. La Alcazaba de Badajoz parecía un fuerte muy difícil de alcanzar para Yagüe. Los obuses eran lanzados y volaban por encima de las cabeza de las personas que vivían junto a la estación de trenes, todo el que intentaba escapar hacia Portugal, al entrar los nacionales en la ciudad, era detenido y enviado de vuelta por los militares de Salazar. Al amanecer del día 14, la artillería rebelde abrió fuego contra las murallas de Badajoz. Este intenso bombardeo, con aviones alemanes e italianos, duró varias horas y destrozó las murallas y las viviendas de los alrededores.
A las cuatro de la tarde, los rebeldes dominaban ya gran parte de la ciudad, pero la lucha callejera continuaba, y continuará hasta el anochecer. En la catedral se refugiaron cincuenta milicianos y pelearon hasta quedarse sin municiones; luego fueron capturados y ejecutados ante el altar mayor -pese a que se ha dicho que se suicidaron, la verdad es que fueron ejecutados a los pies del altar mayor por los legionarios. Yagüe había entrado en Badajoz y comenzó la matanza.
Inmediatamente después sucedió la primera matanza. Tras derribar las resistencias los moros, sueltos como perros rabiosos y armados hasta los dientes, cayeron sobre la ciudad martirizada sedientos de sangre matando a todo el que salía a la calle, violaban mujeres y arramplaban con toda la comida que encontraban, cuentan que guardaban en sus bombachos las cabezas cortadas de los milicianos que tenían dientes de oro como premio. Cayó mucha gente inocente, mujeres indefensas, hombres que no habían combatido, niños y ancianos. Hubo quien murió acuchillado simplemente por llevar un reloj o una cadena de oro que despertaba la codicia de los mercenarios moros al servicio del fascismo español. En Badajoz se vieron cadáveres con cuchillos clavados hasta la empuñadura. Las cifras que puedan avanzarse pecan desde su origen, ya que nunca se han hecho estadísticas de los muertos de Badajoz.
Algunos oficiales alemanes, al servicio del general Franco, se dieron el gusto de fotografiar cadáveres castrados por los moros, y fue tal la sacudida de espanto que produjeron los cadáveres castrados, que el general Franco se vio en la obligación de mandar a Yagüe que cesaran las castraciones y los ritos sexuales con el enemigo muerto. Pero siguieron haciéndolo.
No daban abasto a matar a tanta gente por lo que Yagüe tuvo que hacer prisioneros, la cárcel estaba a rebosar, en los lugares que habilitaron como prisiones no cabía ni un alma más. Se le ocurrió entonces al general Yagüe, “el carnicero de Badajoz,” que la plaza de toros era un buen lugar, amplio donde se podían amontonar a los prisioneros.
Incluso fueron a Portugal a buscar refugiados para llevárselos a las trágicas arenas de la Plaza de Toros, donde pensaban dar un festival de sangre como no se había visto nunca en el mundo. Entre los refugiados capturados había también numerosos civiles que no habían participado en los combates por edad o temperamento y heridos que serían fusilados en la ignominiosa ceremonia de la Plaza de Toros. Allí fueron llegando los camiones con los detenidos que la gente iba denunciando, no se sabe si por miedo o por envidia, por riñas anteriores que poco tenían que ver con ideales políticos. Se hacinaban hasta no caber e iban siendo fusilados, la mayoría sin juicio previo debido a no tener ningún motivo. Sin establecer responsabilidades o buscar a los culpables, los ejecutaban. Sacaban a las víctimas por la puerta de caballos y los dejaban en el ruedo sin defensas. Las ametralladoras habían sido fijadas en las contrabarreras del toril. Para este espectáculo hubo entradas e invitaciones, a él acudieron señoritos de Andalucía y de Extremadura, terratenientes sedientos de venganza y falangistas de reciente camisa; también acudieron mujeres. Allí fueron
Tapia del cementerio de Badajoz
sacrificados milicianos, soldados, hombres de izquierda, campesinos sin partido, jornaleros, pastores y sospechosos. Las arenas quedaron rojas y húmedas de sangre. Las mujeres, madres, hermanas… dormían alrededor de la plaza esperando noticias de sus hombres. De igual manera ocurrían los asesinatos en el cementerio, en su muro y en su interior, los cuerpos eran quemados y posteriormente enterrados en la fosa común que allí se encuentra. Muchos familiares se acercaban a ver si podían ver sus cuerpos y así saber si habían muerto o no.
Como es habitual, los asesinados en estas matanzas no tienen nombre ni apellidos, no están inscritos en ninguna parte por lo que no se sabe cuántos murieron. El periodista norteamericano Jay Allen del Chicago Tribune que entró en Badajoz poco después, dijo que hubo 1.800 ejecuciones en las primeras doce horas y oyó decir a oficiales rebeldes que había habido 4.000 ejecuciones en total.
Durante días fueron masacrando a gente sin ningún motivo aparente, las calles estaban rojas de sangre coagulada y los cadáveres permanecían en la calle para escarmiento y porque los encargados de llevárselos no podían llevar el ritmo de los asesinos. Las características del terror fascista, aparte de una especial perversidad y crueldad rayanas en la necrofilia, se relaciona con sus objetivos. El fascismo convirtió el terror y la muerte en espectáculo como único modo de que su mensaje llegara a toda la sociedad. El terror fascista requirió el concurso de todas las instancias de poder y, al mismo tiempo, exigió el silenciamiento y la eliminación de toda discrepancia sobre sus procedimientos. El escaso apoyo social que disfrutaron los golpistas en el sur exigía un derroche de violencia del que otros regímenes fascistas con mayor base pudieron prescindir. Mientras unos desaparecían, otros eran obligados a presenciar hechos absolutamente insoportables. Una vida cotidiana en la que al salir de su casa cualquiera podía encontrarse con un camión cargado de los cadáveres de sus propios vecinos, cruzarse con quienes van mostrando orejas humanas colgadas de un junco, ver a un grupo de hombres jugando a pasarse una cabeza humana como si se tratara de un balón, presenciar los frecuentes desfiles de las mujeres rapadas y purgadas, asistir al arrastre por caballos de varias personas recién asesinadas en la plaza del pueblo o enterarse de que los cadáveres de algunas vecinas, violadas y asesinadas, han aparecido en algún lugar cercano al pueblo. Fue la materialización de un nuevo modo de vida creado específicamente para seres considerados inferiores y carentes de todo derecho. Esta fue la contribución española al fascismo europeo.
Y todo esto con la presencia de la prensa. Había cinco corresponsales extranjeros en Badajoz que divulgaron los horrores vividos, uno de ellos tuvo que ser internado en un manicomio y seguir un tratamiento psiquiátrico. No pudo soportar lo que vio.
Fue una matanza fotografiada y explicada al mundo. Los sublevados se dieron cuenta del error y fabricaron noticias falsas donde se negaban todos los sucesos. Pero no se pudieron negar la evidencia. Y más cuando Yagüe había respondido personalmente ante la Historia por lo menos dos veces de la gran responsabilidad que le incumbe. La primera, fue cuando el corresponsal portugués, Mario Neves le preguntó si había habido dos mil ejecuciones y dijo que no creía que fueran tantas. La segunda fue cuando el periodista John T. Whitaker, alarmado por lo que le contaba su colega y amigo Jay Allen, se presentó ante Yagüe y le preguntó si era verdad que habían sido asesinados varios miles de personas. Y el teniente coronel Yagüe respondió sonriendo:
“Naturalmente que los hemos matado. ¿Qué suponía usted? ¿Iba a llevar 4.000 prisioneros rojos con mi columna, teniendo que avanzar contra reloj? ¿0 iba a dejarlos en mi retaguardia para que Badajoz fuera rojo otra vez? “
Yagüe nunca se arrepintió de lo ocurrido en Badajoz; es más se vanagloriaba de ello. Al periodista francés Jacques Berthet le dijo: ” Es una espléndida victoria. Antes de avanzar de nuevo y ayudados por falangistas vamos a acabar de limpiar Extremadura”. Ahí se aprecia el carácter inhumano de Yagüe.
Y siguió matando hasta “limpiar” Extremadura de rojos. Por eso a las cuatro de la tarde del 14 de agosto de 1936, hace ahora 80 años, las campanas de la torre tocaron a agonía.

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