El Muro fue consecuencia de Hitler

Por Rafael Poch
para CTXT (España)
publicado el 6 de noviembre de 2019

La Alemania nazi desencadenó la Segunda Guerra Mundial, invadió, ocupó y destruyó países. Lo demás fueron consecuencias.

Una mujer saluda sus familiares a través del Muro en Berlín Este (1961).
DAN BUDNIK / LIBRARY OF CONGRES

La ocupación militar de Alemania en 1945, con los aliados occidentales en el Oeste y los soviéticos en el Este y la capital dividida en cuatro sectores, no fue un resultado del estalinismo, sino de Hitler. La Alemania nazi desencadenó la Segunda Guerra Mundial, invadió, ocupó y destruyó países. Aniquiló a millones de civiles desde su ideología racista y supremacista. Lo demás fueron consecuencias.

El mismo escenario de ocupación militar compartida con la capital dividida en cuatro sectores también se había producido en Austria, pero allí los soviéticos accedieron a retirarse a cambio de la neutralidad del país. Ese trato no se aceptó en el caso de Alemania y la consecuencia fue la división con la creación de dos Estados alemanes. En el Oeste se instauró una mezcla de capitalismo y democracia. En el Este se afirmó una mezcla de socialismo y dictadura. Dos fórmulas igualmente contradictorias de la misma civilización industrial.

Con 30 millones de muertos y la parte europea de su territorio devastada por la guerra, los soviéticos no estaban bien predispuestos hacia Alemania al final de la guerra. Mientras en Estados Unidos el Plan Marshall se concebía como un incentivo a la propia economía, que brindó una asistencia masiva de 4.000 millones de dólares y un ejército de técnicos al sector occidental de Alemania, en el sector oriental la URSS practicaba el ejercicio inverso: extraía medios desmontando fábricas y llevándose recursos para paliar su propia ruina.

La vida en los cincuenta fue de una dureza extrema en las dos Alemanias, y no solo ahí, pero atendiendo a ese contexto, el verdadero “milagro económico alemán” se produjo en la RDA.

La RDA se desangra

Aquel Estado estalinoide impuesto a una sociedad exnazi logró organizar el trabajo, los servicios y la cultura, entre las ruinas y sin ayudas. El nivel de vida, la oferta de consumo y alimentación, los salarios y el pulso de la vida en general eran más altos, más ricos y más atractivos en el Oeste. En ese contexto comenzó un gran flujo de emigración desde el Este al Oeste. 

“La RDA experimentaba una fuga de cerebros, de técnicos y de mano de obra, la mayor parte de los que se iban era gente que buscaba una vida mejor. La propaganda occidental los presentaba como huidos de la represión roja, pero no más del 5% podían considerarse refugiados políticos”, explica en sus memorias el periodista de la agencia Reuters John Peet, corresponsal en Berlín. 

Era la época en la que el secretario de Estado norteamericano John Foster Dulles hablaba de “desalojar” al socialismo de Europa del Este, el Bundeswehr se constituía en la RFA bajo el mando de generales de Hitler y cuando los principales partidos políticos en Bonn reclamaban para Alemania el tercio occidental del territorio polaco y un trozo de la URSS, recuerda Peet. Una época en la que la guerra fría del Oeste hacia el Este incluía aspectos bastante calientes hoy olvidados, como el sabotaje industrial con explosivos, descarrilamientos, incendios provocados, etc., contra todo tipo de infraestructuras de la RDA a cargo de grupos como el de los Combatientes contra la inhumanidad o el Comité Nacional para una Europa Libre, sostenidos por la CIA y la Fundación Ford, bajo la propaganda de Radio Free Europe, incomparable, por su eficacia, dotación presupuestaria y efectos, respecto a sus homólogos del Este.

Para mediados de 1961, 300.000 ciudadanos de la RDA emigraban anualmente a la RFA. En Berlín se acumulaban exponencialmente los problemas económicos para el gobierno de la RDA. Mucha gente del Este cruzaba a los sectores occidentales para trabajar y luego regresaba al sector oriental y cambiaba el dinero en el mercado negro al precio de un marco occidental por cuatro del Este, lo que disparaba la inflación. La frontera interalemana estaba más o menos cerrada desde 1952, pero Berlín, sometida a un acuerdo especial, era un desagüe por el que la RDA se desangraba. La decisión de levantar el infame Muro de Berlín se tomó en ese contexto, pensando en que la RDA se podía ir al traste. Para el régimen estalinista de Walter Ulbricht la única manera de impedirlo fue algo tan kafkiano como encerrar con llave a su población.

El muro como solución

El politólogo y pastor protestante Paul Oestreicher, que entonces era corresponsal de la BBC en Berlín, explica su entrevista de septiembre de 1961, un mes después de que se erigiera el Muro, con el jefe militar del sector británico de Berlín Oeste. “Oficialmente, su declaración condenó el levantamiento del Muro como violación del acuerdo de las cuatro potencias sobre Berlín, violación de los derechos humanos, etc., etc.”. A continuación, off the record y con la condición de no escribir ni radiar una sola palabra sobre el asunto, el militar le explicó la realidad:

“Las potencias occidentales hemos recibido el Muro como alivio. A medio plazo, Berlín Oeste se ha estabilizado. La corriente de emigrantes se estaba haciendo insoportable y desestabilizadora. Una quiebra económica  de Alemania del Este habría desencadenado una reacción soviética incalculable. Se ha despejado por fin de una vez el peligro de una guerra. Claro que nos ha sorprendido el momento de su construcción, pero no el Muro como tal. Los soviéticos sabían que no habría ninguna contramedida occidental”. Y, finalmente: “Con el Muro nos han dado una nueva arma de propaganda”. 

Walter Ulbricht, el dirigente oriental que había declarado públicamente poco antes “nadie tiene intención de construir un muro”, acuñó para su nefasta obra el término “muralla de protección antifascista” (“Antifaschistischer Schutzwall“). Poco después, Ulbricht recibió a Oestreicher en su despacho de Berlín Este. También en condiciones de off the record, sus declaraciones fueron igual de sinceras y reveladoras de la mentalidad de la época:

“Mi Estado estaba en peligro. Nuestra población educada en el mundo burgués que aún no ha desarrollado ninguna comprensión del socialismo estaba huyendo en estampida. Los hospitales se vaciaban de médicos, toda nuestra economía estaba amenazada. En aras de la salvación del campo socialista y de la paz mundial, el Muro se ha hecho una trágica necesidad”. 

A Ulbricht se le preguntó si no se podría haber conseguido lo mismo con una política de paz como la que el deshielo de Jruschov apuntaba desde la URSS, explica Oestreicher. Su respuesta fue: 

Claro, los que están ahí detrás pueden permitírselo todo. Yo estoy en primera línea y el soldado que está en la trinchera ni siquiera puede encender un cigarrillo. Solo así podemos salvar el socialismo, cuyos resultados disfrutarán las futuras generaciones. Yo no viviré para verlo y tengo que acarrear con el odio de mis ciudadanos”. Preguntado por los tiros contra la gente que intentaba cruzar el muro, añadió: “Tampoco en eso tengo elección. Como la estadística muestra, no se dispara siempre, pero sin la orden de disparar (contra los tránsfugas) el Muro no habría tenido sentido. Cada disparo en el Muro es un disparo contra mí. Con ello damos al enemigo de clase el mejor recurso propagandístico, pero poner en juego el socialismo y la paz costaría infinitamente muchas más muertes”.

La historia la escriben los vencedores y estos hechos, naturalmente, se olvidan hoy, pero la realidad es que el Muro, construido por uno, fue un asunto de dos.

El sufrimiento del Este

Un asunto de dos, pero que sufrieron sobre todo unos, los alemanes orientales. Para los dieciséis millones de ciudadanos de la RDA, la posibilidad de salir del país era un sueño sin parangón con los de sus semejantes de otros países del Este. Desde 1972 se podía viajar a Polonia y Checoslovaquia con el DNI, pero a partir de 1980 la aparición de Solidarnosc eliminó a Polonia. Para ir a Hungría, Rumania y Bulgaria se precisaba de un permiso de la policía que salvo sospecha de disidencia casi siempre se otorgaba al solicitante. Con la excepción de la corona checa, el cambio de moneda se limitaba a una pequeña cantidad, lo que convertía el turismo en un ejercicio de precariedad y lo condenaba a prácticas de intercambio. Los viajes a otros países del bloque, desde la URSS a Vietnam pasando por Cuba, eran complicados, casi siempre organizados y oficiales. El viaje a la Alemania Occidental (RFA) era capítulo aparte.

Desde 1964, los jubilados con parientes en el otro lado podían visitar la RFA una vez al año, posibilidad a la que se acogían 1,3 millones de jubilados al año. A partir de 1972 varios miles de jóvenes podían también viajar por “razones familiares especiales” como, bautismos, bodas, enfermedades o fallecimientos de parientes del otro lado. En 1986, por ejemplo, Angela Merkel, que entonces trabajaba en un Instituto científico de Berlín Este, viajó a Hamburgo para asistir a la boda de su prima, lo que aprovechó para recorrer la RFA de punta a punta. El año anterior, 185.000 ciudadanos de la RDA habían utilizado esa posibilidad, que, como la de los jubilados, era consecuencia de iniciativas negociadas por los políticos de la RFA. En la misma época se registraban entre tres y ocho millones de visitas a la RDA desde la RFA y Berlín Oeste.

La media de ciudadanos de la RDA huidos ilegalmente a través de la frontera era de unos 3.000 anuales entre 1980 y 1985. Antes, la menor sofisticación del muro interalemán había permitido huir a más gente. Hasta la construcción del Muro de Berlín, de 155 kilómetros, en 1961, y de la frontera interalemana, de 1.390 kilómetros, tres millones de ciudadanos del Este pasaron al Oeste, la inmensa mayoría porque se vivía mejor y había más oportunidades económicas. Desde 1962 hasta la caída del Muro, en 1989, 600.000 personas de la RDA pudieron emigrar, oficial o ilegalmente, a la RFA, incluidas 33.000 de ellas encarceladas que el gobierno de la RDA compró, a un precio que en 1988 alcanzó los 100.000 euros por cabeza. 

La frontera interalemana se cobró más de 1.200 vidas de gente que intentó cruzarla por los medios más diversos, desde túneles hasta globos, a nado o metidas en paquetes y maletas. Entre ellos, varios centenares, el número exacto se desconoce, murieron tiroteados por guardias fronterizos o instalaciones de disparo automático del Este.

*Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona) fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania  de la eurocrisis.

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