Feminicidio, familia… ¿seguridad?

José Steinsleger
La Jornada

     La tarde del 15 de noviembre de 1992, en la ciudad de La Plata (Argentina), el doctor Ricardo Barreda (57 años, odontólogo) llegó a su casa y saludó a su esposa Gladys (59) y Adriana (hija menor, 24), quienes se hallaban en la cocina preparando té. Ninguna le contestó.


Entonces, Barreda preguntó si había llegado Cecilia (hija mayor, 26), y Gladys le advirtió:
–Está durmiendo. Si la despertás, te rompo la cabeza con un palo.
–Ah… ¡qué bonito! –dijo el doctor–; mejor limpio las telarañas del techo…
–Me parece bien. Los trabajos de conchita (vagina, en jerga argentina), son los que mejor hacés.

Minutos después, Barreda tomó una escopeta guardada en un armario, y disparó contra las dos mujeres. Al oír los estampidos, Cecilia y Elena (suegra, 86), bajaron precipitadamente de la parte superior de la casa. El doctor recargó el arma, y también ellas recibieron sendos escopetazos.
Luego, Barreda invitó a una amiga a comer pizza, y pasó la noche con ella en un hotel. Al día siguiente, regresó a su casa y llamó a la policía. Los peritos no tuvieron dificultad en identificar los cadáveres: esta era mi suegra, esta mi esposa; aquí mis hijas.
Tal fue la versión del dentista en el juicio celebrado en La Plata, tres años después del cuádruple crimen. Sin embargo, las cosas se complicaron conforme muchos conocidos testimoniaban frente al juez que Barreda siempre les había parecido unapersona normalun excelente profesional, y hasta un gran ser humano.
Sin traslucir emoción alguna, el dentista permaneció sereno en el juicio, rechazando en todo momento estar loco. Pero cuando una camarista le preguntó qué sentía, el acusado respondió:
“Cuando se llega al fondo del abismo, no existen los sentimientos... Mi suegra fue la orquestadora de la desintegración familiar… Mi única preocupación fue mantener unida a la familia… Compré un sueño ficticio... Si se dieran las mismas circunstancias, volvería a matarlas… Eran ellas o yo…Me sentí liberado”.
Previsiblemente, legiones de especialistas en salud mental entraron en estado deliberativo, haciendo saltar los fusibles emocionales y soterrados de la sociedad en múltiples direcciones. El filósofo y jurista Enrique Marí, manifestó: “La familia, junto con la política, es una de las grandes fuentes de potenciación del odio…”
Marí se preguntó: ¿se puede inferir que un individuo que mata a su familia está loco? No se puede. En el seno de la familia se da la contradicción entre el amor y el odio. Y cuando se desata el odio en la familia, tiene mayor dimensión que en delitos cometidos por extraños (Página 12, 11/8/95)
Dos días después, en el mismo diario, la periodista Claudia Selser publicó la opinión de varios expertos. Andrés Barriocanal (médico legista, siquiatra y criminólogo), aseguró que a “…[Barreda] no le falla nada. A los sicópatas en épocas de guerra los condecoramos, y en épocas de paz los tratamos”.
Y con respecto al porcentaje alto de familiares en los homicidios, Barriocanal dijo: “…para matar hay que conocer, y cuanto más horrendo sea el crimen, más he amado yo”. Simultáneamente, las radioemisoras transmitían chistes y canciones.
La cumbia del odontólogo, por ejemplo, tuvo sus 15 minutos de fama: “Experto en dentaduras / y en ‘minas’ que se ponen duras / no te arrepentís de nada / sos el héroe de la jornada… Un mal día te casaste / y por eso la embarraste / pero con grueso calibre / te volviste un hombre libre”.
La sicóloga Gladys Sragowitz observó: si Barreda es considerado un héroe, es porque actúa lo que neuróticos, la mayoría de la población, sólo se atreven a fantasear. Opinión similar a la del sicoanalista Mauricio Abadí: Condenamos lo que no haríamos y perdonamos lo que, de alguna manera, sentimos que podríamos haber hecho (revista Noticias, 13/08/95).
En 2011, tras cumplir su condena (16 años, máxima pena contemplada para estos casos), Ricardo Barreda recuperó su libertad, y se instaló en un departamento del barrio porteño de Belgrano. Al principio, los vecinos lo insultaban en la calle. Pero hoy ya lo ven con menos temor, sin faltar los que se acercan para estrechar su mano, o le piden posar para el álbum.
Del crimen, así como de su vida actual con Berta (señora con kilos de más a quien el dentista llama Chochan, o chancho al revés), el periodista Rodolfo Palacios promete más pormenores en un libro de su autoría, de próxima aparición: Conchita, el hombre que no amaba a las mujeres.
Entrevistado por el diario La Nación, Palacios dice que Barreda le confesó pasar por “…momentos en que siento felicidad, ganas de reírme, y momentos en que me acuerdo de lo que hice, y se me dibuja una máscara” (14/11/12).
Curiosamente, el 15 de noviembre pasado (vigésimo aniversario del crimen de La Plata), el Congreso argentino aprobó por unanimidad la pena de reclusión perpetua por feminicidio, como un tipo agravado de homicidio.
Una semana antes, el doctor Barreda había ejercido sus derechos de ciudadano: desfilando y acompañando por las calles de Buenos Aires a los sectores medios que al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner le exigen más seguridad.