Tres cuestiones y un corolario sobre la crisis europea
Mario Rapoport
Diario BAE
La primera cuestión
es tratar de entender lo que ocurre en la misma Grecia. Cierto es que las
últimas elecciones no le sirvieron demasiado a los griegos para pensar en una
solución distinta, aturdidos por el espectro mediático dominante en la región
que les asegura que salir de la eurozona sería como cruzar el Mediterráneo y
hallarse de golpe en una condición parecida la de Argelia, Túnez o Marruecos,
una mera prolongación del norte de África. En cambio, es necesario que cada uno
trate de estabilizar “su” euro para que siga siendo común. Porque ahora los
europeos se dan cuenta de que en verdad no hay solamente un euro: ni “el sol
sale para todos” como decía un viejo filme italiano, ni el pan cuesta igual en
Atenas que en Fráncfort.
Esta obsesión se ha transformado en una fantasía difícilmente sustentable. Sólo
la presión de los medios y de los organismos internacionales le dieron un
respiro a los bancos acreedores con la ayuda precaria del electorado en las
últimas elecciones, a pesar de que nuevas fuerzas contestatarias se han
robustecido. En Grecia entró así subrepticiamente un caballo de Troya ajeno
donde los sectores financieros se acomodan bajo el ala protectora de la derecha
griega, principal responsable de la ruina del país. Su decisión es la de pagar
la deuda con más deuda hasta que los ciudadanos comunes vean transformarse
mágicamente su ex euro en un nuevo “dracma” nacional. Pero los griegos, que en
su gran mayoría no son jerarcas religiosos exentos de impuestos ni armadores multimillonarios
acostumbrados a casarse con viudas presidenciales, recobrarán pronto su
conciencia y se volverán a parecer algún día a aquellos antecesores que
escuchaban las sensatas palabras de Sócrates, Platón o Aristóteles en las
plazas públicas. Sino, es bien probable que la paciencia se les acabe antes y
se parezcan más a los temibles soldados de Alejandro Magno.
La segunda cuestión tiene que ver con lo que se piensa en Alemania. En
realidad, ese cobro de deudas, estimulado en gran medida por los bancos y la
gran burguesía alemana, no es quizá los que todos desean en el país de Angela
Merkel. Muchos ansían revenir a la primacía del marco o a apropiarse del euro
sólo para afianzar una convivencia común en las naciones del Norte. Esperan así
aprovechar plenamente el libre cambio instituido por la Unión Europea entre
los países ricos y pobres del continente sin ningún tipo de regulaciones.
Ya no sería un comercio interior dentro de la comunidad, sino un intercambio
externo, seguramente desigual como en el pasado. Le Monde mismo sostiene que
Alemania, la propulsora de la moneda única, no quiere participar en ningún tipo
de solidaridad financiera con los primos del sur. No debemos olvidar que el
imperio romano cayó por las invasiones bárbaras provenientes de la antigua
Germania y la UE
se construyó en gran medida para poder incorporar los restos de una Alemania
vencida junto con aquellos países que la habían derrotado. Pero se ve que los
soñadores de esa Unión no conocían bien la fuerza de los vencidos, lo mismo que
ocurrió luego de la
Primera Guerra Mundial.
Un tercer gran tema de la crisis europea es la brusca caída de España. La
crisis española tiene mucho que ver con el sector inmobiliario y en este
sentido fue muy tocada por el derrumbe de este sector como en los Estados
Unidos, pero no por las mismas razones. Los bancos españoles también utilizaron
títulos tóxicos parecidos a los que dieron lugar a la crisis de las subprime,
aunque en España jugaron mayormente otros dos factores. Por un lado, una excesiva
oferta inmobiliaria y, por otro, una gran corrupción en la industria de la
construcción, con preponderancia en el negocio turístico. Salvo en algunas
regiones, España decidió sacrificar su destino industrial para convertirse en
el “balneario” de Europa aprovechando sus ventajas geográficas y climáticas.
El hundimiento del sector inmobiliario español no se debió sólo al hecho de que
las personas de menores ingresos no podían comprar más departamentos o pagar
sus hipotecas a una tasa de interés variable. Lo que se construyó
principalmente no eran viviendas para ese sector. Es el derrumbe económico de
las zonas turísticas el que explica la cuestión. Se trata, sobre todo, de la
sobreproducción de alojamientos en lugares “paradisíacos” en el seno de una crisis
habitacional de alcances más amplios.
Ahora existen numerosos departamentos y residencias vacías y hoteles
desocupados a lo largo de las costas, mientras que en las ciudades mucha gente
carece de viviendas. La oferta turística de España, con sus espléndidos
paisajes y un sol dispuesto a prestar refugio todo el año a pálidos alemanes,
suecos, dinamarqueses, estadounidenses y otros norteños, así como a
multimillonarios árabes y diversas mafias que lavaban allí su dinero, fue
afectada por su sobredimensionamiento y la caída de la demanda. Otro problema
español es el de los bancos. Porque el sistema se sustentaba en dos pilares:
turismo y banca. Los bancos fueron los primeros financistas del negocio
turístico. Acumularon cerca de 180.000 millones de euros de malos créditos
ligados a la burbuja inmobiliaria. Hoy el gobierno “popular”, que pide un
ajuste máximo a su pueblo, quiere inyectar millones de dólares en el sistema
bancario para salvarlos, cuando fueron en gran medida culpables de esta
situación. En verdad, la
Banca Central Europea ya ha prestado más de 3.200 miles de millones
euros a los bancos de todo el continente, o sea el 30% del producto bruto
europeo sin mucho éxito. Mientras, se instalan planes de ajuste para los
pueblos.
El
corolario nos lo plantea el economista francés Bruno Théret. La
financiarización neoliberal, dice, llevó a los gobiernos a no proteger más las
condiciones de vida del conjunto de las poblaciones que ellos administran.
Ahora se postula un completo pago de las deudas públicas, en tanto que la
construcción de una política federal supone, al contrario la resolución
conjunta de ese tipo de deudas. La globalización de Europa ha dado por
resultado una moneda “única” emitida para cubrir las deudas contractuales privadas,
es decir a los bancos, mientras que su federalización requiere una moneda de
cuenta común y una pluralidad de monedas públicas y privadas de pagos. Para
Théret, la unión económica europea ha corrido dos liebres a la vez; buscando
inscribir a la UE
en la globalización financiera y tratando de reforzar la unión política. Pero
los sistemas de valores y normas y los imaginarios que están detrás de los dos
proyectos son antagónicos. No se parecen en nada al “mercado común” propuesto
inicialmente y al Tratado de Roma, cuando se deseaba construir un modelo social
europeo de alto nivel a fin de fundar sobre él la unión política. La
institución de la BCE
y la estabilización monetaria gracias a una moneda única y a la eurozona no
favorecieron el desarrollo político de la Unión y su consolidación. Por el contrario, se
hicieron a sus expensas. La actual crisis económica lo está demostrando.
*Economista
e historiador