Debate: Islandia como modelo exitoso de reestructuración de deuda: El otro camino de Europa

Robert H. Wade *
Pagina/12


En un texto escrito para Página/12, Wade afirma que, además del caso argentino de reestructuración de la deuda externa, se debe resaltar un caso europeo más cercano en el tiempo que le debería servir de ejemplo a la periferia de Europa.
Los argentinos y su gobierno están justificadamente orgullosos de su estrategia de reestructuración de la deuda externa, que permitió a la economía recuperarse bastante rápido después de 2002. Sin embargo, ya pasó una década y existe otro país que ofrece lecciones más contemporáneas que los gobiernos de los países del sur de Europa deberían aprender. Ese país es Islandia.
Alrededor del año 2000, el gobierno conservador de libre mercado de Islandia privatizó dos grandes bancos públicos orientados a negocios locales y permitió que se formara un tercer gran banco privado a partir de la fusión de un conjunto de entidades más pequeñas. El gobierno también removió la mayoría de las limitaciones de los bancos para sus operaciones y los impulsó a convertir a Islandia en un centro financiero internacional del Atlántico Norte. “Si Dubai puede hacerlo, por qué nosotros no podemos”, fue el espíritu de esa arenga.
Para 2008, los tres grandes bancos islandeses se encontraban entre los 300 bancos más grandes del mundo, en un país donde la población llega sólo a 310 mil personas. Sus activos sumaban 10 veces el PIB de Islandia y su modelo de negocios dependía en forma central de su posibilidad de tomar deuda masivamente del mercado mayorista de crédito. En octubre de 2008, los bancos colapsaron. La moneda nacional, la krona, perdió 60 por ciento de su valor de un día para otro. El mercado de valores se desplomó. En pocos meses, los precios de las casas cayeron 25 por ciento en términos reales y la inflación subió hasta una cifra cercana al 20 por ciento.
El FMI envió una misión que instruyó al gobierno a instalar controles de capitales para evitar una mayor fuga y ofreció expertos técnicos para enseñarles a los funcionarios del Banco Central islandés a aplicar esas políticas. La fuerte devaluación logró por sí misma una importante reducción del gasto. Así, con la bendición del FMI, el gobierno demoró los ajustes fiscales. Eso permitió aliviar las tensiones políticas, porque la devaluación podía presentarse como “un acto divino” que no era responsabilidad del gobierno. El FMI intentó que el gobierno asuma las deudas de los bancos quebrados como propias a partir de la presión de Suecia, donde estaban preocupados porque si Islandia se salía con la suya con el default, los países bálticos harían lo mismo con sus grandes préstamos del sistema bancario sueco. Las autoridades de Islandia rechazaron la idea, dado el tamaño de las deudas bancarias con relación a su base fiscal.
A comienzos de 2009, entre el 80 y 90 por ciento de las empresas islandesas, incluyendo las más grandes, eran incapaces de hacer frente a sus obligaciones, y entre 25 y 30 por ciento de los hogares se encontraban en la misma situación. Los gobiernos del sur de Europa podrían aprender algo sobre cómo Islandia respondió a esa situación.
Para la deuda de las empresas, la estrategia requirió que los bancos reconocieran la pérdida en el valor de las obligaciones que tenían las empresas, al punto de que las entidades bancarias pudieran esperar tener una ganancia si se quedaban con los activos de las empresas. Las pequeñas y medianas empresas pudieron solicitar mayores alivios de deuda, siempre y cuando pudieran ofrecer evidencia plausible de su futuro flujo de caja y el tamaño de la ayuda estaba vinculado con el valor descontado de sus ingresos futuros.
Para las deudas de las familias requirió que los bancos reduzcan el valor contable excesivo del 110 por ciento del valor de cada propiedad. Las familias que incluso no podían hacer frente a los préstamos ajustados pudieron pedir ayudas especiales. Un elemento importante es que no se permitió que las calificaciones crediticias de las distintas familias fueran afectadas por este escenario especial. Además, quienes se encontraban cerca de la línea de pobreza, pudieron solicitar un subsidio adicional para conservar la propiedad de sus hogares.
El resultado global dejó a los bancos con una mora tan pequeña como era posible y sin forzar masivas ejecuciones hipotecarias o quiebras de empresas. Pocas familias perdieron sus hogares. La economía se estabilizó en 2010 y volvió a crecer en 2011, aunque lo hizo lentamente. El gobierno y las firmas recuperaron el acceso a los mercados de crédito internacionales a tasas de interés sostenibles. Sin embargo, eso no fue posible sin ningún costo político. El gobierno recibió un feroz ataque de aquellos individuos que no habían tomado créditos impagables e insostenibles. Esas personas sienten que están pagando por el despilfarro de otros.
En comparación con la situación de Noruega, después de su crisis bancaria a comienzos de los años ’90 y las economías bálticas después de 2008, la recuperación de Islandia fue mucho mejor. Esto está muy vinculado con el hecho de que se evita realizar lo que hoy ya es muy común en Grecia, España y Portugal, donde los bancos obligan a las empresas y a las familias con patrimonio negativo a que renuncien a la propiedad de sus bienes, como si los propios bancos no tuvieran ninguna responsabilidad por prestar demasiado.

Robert Wade es un reconocido profesor de Economía Política en la London School of Economics. Nació en Nueva Zelanda, estudió en Washington y ahora trabaja en Londres. Wade considera que las teorías económicas ortodoxas y sus voceros son parte responsable del estallido financiero que comenzó en 2008. La globalización, la distribución del ingreso, el funcionamiento de los organismos multilaterales –FMI, Banco Mundial y Organización Mundial del Comercio–, la hegemonía norteamericana y las políticas de desarrollo son las principales áreas de investigación del economista.Su primera y reciente visita al país para participar en el congreso de AEDA coincidió con las intervenciones públicas del economista Joseph Stiglitz, quien elogió las políticas aplicadas por Argentina para salir de la crisis, fundamentalmente la reestructuración de la deuda. Al terminar una entrevista con Cash dos semanas atrás, Wade ponderó la receta argentina, pero afirmó que “Europa tiene una experiencia más cercana de la que también tiene mucho que aprender: Islandia”.En el encuentro con este diario, el ganador del prestigioso premio Leontief afirmó que “los economistas que no vieron la creciente fragilidad financiera son los mismos que reclaman menos regulación de los gobiernos a través de los medios. Se los presenta públicamente como investigadores académicos, pero son lobbistas que ocultan al público sus relaciones con Wall Street”. Uno de los casos recientes más conocidos de lobby encubierto está estrechamente vinculado con la crisis económica islandesa. En 2006, Frederic Mishkin, un reconocido y prestigioso economista del establishment, publicó un informe sobre la situación financiera de Islandia, donde aseguraba que el país se encontraba en excelentes condiciones. Mishkin, quien tenía escasos conocimientos del pequeño país europeo y no escribió el informe sino que se limitó a “poner la firma”, recibió 124.000 dólares de la Cámara de Comercio de Islandia por ese trabajo.