La crisis internacional y lo que falta: A mitad de camino

Julio Semmoloni
APAS

El diagnóstico de la situación económica del país, mientras ésta se manifiesta, puede hacerse desde varias perspectivas. Pero es la intencionalidad que anima ese diagnóstico la que a menudo confunde los verdaderos sucesos con el deseo inconfesado de torcerlos.

La política económica nacional se encuentra en el medio de la ardua tarea de vadear el río que la crisis ahora le interpone. Y lo primero a decir es que efectivamente se eligió el vado –es decir, el camino apropiado- para cruzar el torrentoso caudal, del que se ignora a ciencia cierta la potencia con que es capaz de arrastrar lo que encuentre a su paso. La metáfora es aplicable porque el Gobierno está utilizando los mismos mecanismos para superar el peligroso obstáculo que se le vuelve a presentar -como en el 2009- al notable impulso del modelo de crecimiento e inclusión social surgido hace nueve años.

La ocurrencia de tocar otra vez este tema podría incurrir en la reiteración de un lugar común, si no fuese por un detalle significativo. La economía, el Gobierno y en especial el pueblo argentino, en mayor o menor medida, están a merced de informes, opiniones y análisis que se refieren al complejo asunto, sin que todavía se avizore un desenlace claro e inequívoco en favor o en contra de cada tratamiento que se le da a esta coyuntura internacional.

Para hacerlo más explícito: se habla de desaceleración (menor empuje) de la actividad económica como si fuese un sinónimo de recesión (freno, caída), y eso puede influir muy negativamente en la psicología emprendedora de los que invierten y producen, o de equivalente desaliento para los técnicos del Gobierno que se debaten en una puja sin cuartel contra acontecimientos que, a veces, los superan por su magnitud. Se dice con excesiva ligereza, por ejemplo, que como consecuencia de medidas restrictivas en el comercio importador y en el mercado cambiario, el problema que se pretendía resolver se ha tornado aun más adverso.

No se dice, en cambio, que la actividad económica de 2012 es comparada con la de 2011, año óptimo en crecimiento, y aun así, en el acumulado general de siete meses, todavía sale airoso en un 2,5 por ciento. En fin, hay más comentarios por el estilo, pero en homenaje a la brevedad ya quedó expuesto el sentido de los mismos.

Vamos al grano. ¿Cuál es el “detalle significativo” que debe visibilizarse? Pues el que tiene que ver con la incertidumbre de que todavía no se puede inferir con precisión y definitivamente si los agoreros se saldrán con la suya por primera vez desde 2003, o si una vez más el apego heterodoxo del Gobierno al modelo argentino volverá a enderezar las cosas para que fluyan con mayor normalidad en la dirección que se busca.

Por supuesto que la situación económica en trance acusa algunos flancos vulnerables, ya que la transitoria indefinición favorece a la argumentación del que ataca o cuestiona la solidez demostrada del proyecto. 

¿Por qué? Porque al mismo tiempo conspira contra las buenas expectativas de las que se ha nutrido este sistema combinado de desendeudamiento, reindustrialización y masiva inclusión social. Con ese impulso se operó la mayor transformación de la historia, no porque la Argentina adoleciera de antecedentes formidables en la materia -como el de finales de los años 40 y principios de los 50-, sino porque el país real que encontró el ex presidente Néstor Kirchner había retrocedido en términos económicos y sociales como ningún otro país de América Latina. 

Y a partir de la tarea iniciada desde aquel abismo para, primero, resurgir desde el infierno, y luego despegar hacia el crecimiento sostenido, se ha trabajado con una eficacia inédita, que sólo estudiosos como Joseph Stiglitz y Paul Krugman pueden valorar en su conmovedora medida, desde una perspectiva ajena al mezquino interés personal. Esto que se intenta explicar muy sencillamente en cuatro o cinco líneas aquí, sigue siendo un concepto difícil de internalizar por ahora para la mayoría de los argentinos (por cierto, incluida buena parte de quienes votaron por la Presidenta), y en particular un concepto rechazado como a la peste, por parte de los más retrógrados híper críticos de la oposición. 

Pero no nos apartemos del tema núcleo. Hay que reconocerlo y decirlo con todas las palabras. Sí, hoy puede que se perciba el peor momento desde 2003, no precisamente porque estemos en mayores dificultades que hace nueve años -nada que ver, todo lo contrario-, sino porque transitoriamente se ha interrumpido la marcha incesante hacia la sociedad de bienestar, en el sentido de que se atraviesa una especie de tregua o interregno en la sostenida y exitosa puja distributiva; pero que a la vez cabe aclarar que no hay ningún indicio de que el rumbo trazado se esté dejando de lado. ¿Por qué tanta inquietud, entonces? Porque cuando se saborea el primer bocado de un manjar, muy pocos toleran que la comida del plato se enfríe

Sumarse al gran debate de la hora es ya un deber de los periodistas y de los medios donde ejercen. Que cada uno lo haga con la astucia de la que pueda valerse, es parte del gran juego democrático. Pero no hay ningún actor en este virtual escenario dilemático, que desconozca o subestime una situación que ya comprendió: la génesis y la evolución hasta aquí del proyecto político que va por el décimo año de vigencia en el poder constitucional, no admite retrocesos ni claudicaciones en tanto siga ocupando el rol central de la institucionalidad nacional. 

Lo que más intranquiliza es que estamos a mitad de camino, en el medio del río que vadeamos, pero evidentemente aguantando a pie firme la embestida del caudaloso torrente. No está reñida con el compromiso ni la confianza, esa sensación desagradable de que no se está completamente seguro de hacer todo correctamente. Las personas que adhieren con fervor a las dictaduras sí se sienten seguras, infalibles. Los antidemocráticos no dudan, y en todo caso hasta se les prohíbe dudar. Pero resulta quedudar es humano y está bien. Es propio de la adultez inteligente recapacitar sobre lo hecho y sobre lo que se pretende hacer. Pero cuidado, hay límite para la duda. También es necesario no cejar en la intensidad de la acción que ya logró la recuperación de la sana autoestima nacional, como así también sumó al conjunto de los que “están mejor que antes” a millones de compatriotas.

Los integrantes del gobierno nacional también dudarán ante el desmesurado desafío que se presenta. Mientras tanto, salen al ruedo proponiendo una batería de medidas contracíclicas para afianzar la posición alcanzada. Ésta es la mejor manera de responderle a la crisis internacional. De ahí que se acudió a una ley para modificar la Carta Orgánica del Banco Central: la emergencia requería disponer sin trabas de una parte de las reservas para continuar el desendeudamiento, y también impartir directivas que facilite el crédito de la banca privada a la producción, a tasas razonables. Por eso ahora se alienta la construcción de viviendas familiares para los sectores medios, pues al tiempo que reduce un déficit social crónico permite incrementar el empleo y la oferta de productos de una industria que es pilar de la reactivación económica. Asimismo, el plan de sustitución de importaciones, además de involucrar a centenares de pymes que solventan mucha mano de obra, también contribuye a afianzar el desarrollo y la diversificación de la industria nacional.

Mientras nuestro principal socio comercial en la región parece estancarse y de algún modo estallar socialmente tras la profusión de paros nacionales de agentes estatales a los que el gobierno de Brasilia –por seguir planes de ajuste antiinflacionarios- no les quiere incrementar los sueldos en un 15 por ciento a pagar en tres años, en Argentina, desde la Casa Rosada, se garantiza el constante funcionamiento de paritarias, se abona rigurosamente el doble incremento anual y automático de los haberes jubilatorios, y se naturaliza la convocatoria al Consejo del Salario, para que el poder adquisitivo de los ingresos más altos de América Latina permita mantener la intensidad del consumo y la fortaleza del mercado interno.

¿Es suficiente? Claro que no. Lo que falta por hacer es tan vasto que intimida. Por eso hay que defender con entereza el patrimonio político, social, económico y cultural reconstruido con tanta dedicación y en tan corto lapso. Curiosamente el único reproche que la oposición todavía no le hizo al actual Gobierno, es tratarlo de vago o inoperante. Por algo será, ¿no? Incluso quienes profieren diatribas todo el tiempo, admiten a disgusto que casi todo lo que se propone cambiar el Gobierno, lo consigue. Sudor y coraje parece ser la fórmula. 

“¿Vamos por más?”, preguntará algún militante dubitativo. “Obviamente: vamos por todo”, persistirá la desafiante reacción de Néstor Kirchner durante aquella madrugada aciaga, tras el “voto no positivo” en el Senado. Por todo lo que falta… justamente ahora que se empieza a ver la luz al final del túnel. Pero como se está a mitad de camino, a veces un poco a oscuras en el medio de un túnel demasiado largo, siempre es oportuno refrescar la memoria sobre algunas bases echadas para retemplar el ánimo.

El Producto Bruto Interno ha crecido casi al doble de lo que era en 2002, de modo que para el Fondo Monetario Internacional la Argentina ocupa el puesto 21º en el mundo por el tamaño de su economía, medida según la paridad por poder adquisitivo (PPA) del dólar; esa ubicación en el ránking 2012 del FMI está por encima del lugar señalado a una potencia económica como Holanda, por arriba del país petrolero más rico del mundo, Arabia Saudita, y precediendo a Sudáfrica, que tiene más habitantes que Argentina y es miembro del G-20 y del grupo BRICS de emergentes muy destacados. Hasta hace pocos años, en el mismo ránking había una clara diferencia a favor de esos países respecto de la Argentina.

El FMI y el Banco Mundial, que años atrás acosaban al país, admiten que el endeudamiento externo argentino se redujo en diez años del 160 por ciento a sólo el 41,8 por ciento de su PBI; si se verifica que los acreedores privados del país reúnen una parte menor de la deuda, y que ésta ya no está mayormente nominada en monedas extranjeras, es posible advertir que el actual gobierno cuenta con una apreciable autonomía para disponer del uso de los recursos presupuestados, como no había ocurrido en casi toda la historia argentina.

Más del 95 por ciento de los habitantes en situación de jubilarse gozan de cobertura previsional, y se incorporaron en casi seis millones de beneficiarios al incesante consumo de bienes y servicios; esa mejoría social ubica al país en el primer lugar de la región, logro que empezó a gestarse con el gobierno de Néstor Kirchner, cuando hizo posible el constante aumento de los haberes mínimos que los jubilados tenían congelados desde hacía más de una década.

La notable disminución de la desigualdad social entre las franjas de mayores y menores ingresos, arroja hoy un coeficiente de Gini que aparta al país de vecinos de América Latina que persisten en la peor rémora que se le achaca a toda la región. En la tabla mundial del FMI para posicionar el PBI (PPA) per cápita, la Argentina ocupa el puesto más alto de América Latina. Y en cuanto al lugar que las Naciones Unidas asignan al país según el Índice de Desarrollo Humano (IDH), la Argentina integra el grupo de los primeros 47 que presentan IDH “muy alto”.

Conviene cerrar esta brevísima enumeración con los satisfactorios conceptos vertidos hace pocos días por el ministro de Educación, Alberto Sileoni, acerca de los estupendos resultados que proporciona el elevado presupuesto que se destina a la enseñanza en todos los niveles, que involucra a unos 12 millones de argentinos. Los marcados incrementos en la inclusión, retención y mayor capacitación de todo el abanico estudiantil constituyen el estímulo buscado para confiar críticamente en que por este camino el futuro venturoso está más cerca o, si se prefiere, menos alejado.

Por los riesgos de afuera y de adentro que afronta a diario este proyecto político, mientras avanza hacia una sociedad más igualitaria e inclusiva, debe discriminarse claramente sobre la estrategia a seguir en cada situación. En el caso externo, la integración regional creciente opera como insustituible baluarte a revisar y mejorar constantemente. En un mundo en el que las grandes potencias no siempre acatan el derecho internacional, la relación entre países parece fluctuar y modificarse sin arreglo a un orden fijo, por lo que cabe esgrimir una diplomacia que anticipe contratiempos sobre la base de aquel respaldo integrador. Pero más atención hay que prestar al enemigo que habita fronteras adentro de la Patria. Porque conspira sin pausa y se alía a poderes foráneos para infligir el máximo daño. Son las corporaciones ya centenarias aquí instaladas, con sus camuflados agentes y todo ese hato de seguidores inficionados por la colonización cultural.