El 2 de abril no fue una gesta
Por Hernán Brienza.
Tiempo Argentino
A
30 años del intento de recuperación de las Islas Malvinas –aunque estemos
inmersos en un clima de nacionalismo de distintos calibres, de raíz popular o
aristocrático, de liberalismos enajenantes u oportunistas, de anglofobias y
anglofilias– hay que ser taxativos, concluyentes y excluyentes:
A 30 años del intento de recuperación de las Islas
Malvinas –aunque estemos inmersos en un clima de nacionalismo de distintos
calibres, de raíz popular o aristocrático, de liberalismos enajenantes u
oportunistas, de anglofobias y anglofilias– hay que ser taxativos, concluyentes
y excluyentes: por ninguna razón, motivo o inspiración podemos decir que los
sucesos del 2 de abril de 1982 constituyeron una gesta nacional y popular. Nada
tienen que ver los reclamos contra el enclave colonialista inglés y los
sentimientos de dolor por el injusto despojo de territorios –Malvinas y las
demás islas del Atlántico Sur– que nos embargan a los argentinos con la
desquiciada decisión individual de un dictador o de un grupo minúsculo que –no
contento con haber participado de la represión más brutal del siglo XX ejercida
por el Ejército regular (no me animaría a llamarlo “nacional”) contra su propio
pueblo– consideró un acto heroico mandar a la muerte a una segunda generación
de jóvenes en menos de siete años de dictadura cívico-militar.
La Guerra de Malvinas no fue una guerra popular. No
fue el resultado de las deliberaciones y necesidades de distintos sectores de
una sociedad que deciden alzarse en armas contra el colonialismo del que son
víctimas. Es, a lo sumo, la decisión de una élite autoritaria y cruel que, a
espaldas de su propia población, decide entre gallos y medianoche embarcar en
una guerra delirante a un pueblo sojuzgado, mutilado, silenciado, torturado,
prepoteado –aun aquellos grupos que fueron indiferentes o cómplices con el
gobierno militar–. Además, basta con leer el Informe Rattenbach para darse
cuenta de que el conflicto era inviable en términos geopolíticos, económicos y
técnicos y que la decisión tomada por Leopoldo Fortunato Galtieri fue inmoral e
irresponsable.
Significativa, en ese sentido, fue la doctrina que en
esta materia pronunció la presidenta de la Nación, Cristina Fernández, cuando
desclasificó el Informe Ratten-bach: esa tarde dejó en claro que hay que honrar
y glorificar a los muertos en Malvinas, a los combatientes, pero al mismo
tiempo hizo público el estudio que denunció los errores y los horrores de la
Junta Militar durante el conflicto para delimitar las responsabilidades y los
crímenes durante la guerra.
Claro que una vez tomada la decisión del 2 de abril de
1982, el pueblo argentino –acicateado en su orgullo herido de 150 años de
ocupación británica de las islas, sumados a la dependencia extractiva que
significó el modelo agroexportador montado entre 1862 y 1946– no encontró mejor
opción que celebrar la recuperación y hacer suya una guerra que no era suya. Es
sencillo: fue el pueblo y sólo el pueblo el que dotó de contenido nacional un
conflicto armado decidido, paradójicamente, por una elite cívico militar que
había instaurado en el país un modelo económico que favorecía a las empresas y
a las finanzas trasnacionales y al capitalismo concentrado en la Argentina y
había propinado un cruel ajuste y empobrecimiento de los sectores populares.
Fueron la alegría, la solidaridad, el anticolonialismo que surgieron de los
hombres y mujeres de a pie, el heroísmo de los soldados –y no digo chicos– y de
un sector de la oficialidad con conciencia nacional los que hicieron que la
aberración del 2 de abril se pareciera a una gesta.
Nada de lo dicho aquí significa un intento de
desmalvinizar la historia ni la política argentina. Sólo quiero dejar en claro
que la decisión de la Junta Militar del ’82 fue una aberración geopolítica
absoluta. Hace pocos meses corrió una versión de que Galtieri habría recibido
cinco días antes de la invasión a Malvinas una oferta por parte de un alto
funcionario británico de devolución de las islas. Permítanme creer esta
interpretación, ya que para la dictadura cívico-militar, que empezaba a estar
acorralada por el descontento popular, la guerra era la mejor forma de
relegitimarse. El propio dictador –que se pavoneaba con ser el general más
pronorteamericano de la Junta– declaró que estaba convencido de que “Washington
no iba a interceder en el conflicto bélico en favor de los británicos”.
Hasta el 2 de abril, la Argentina había conseguido que
la ONU incluyera a Malvinas entre los enclaves a descolonizar, que Gran Bretaña
tuviera un magro interés en las islas –lo que tarde o temprano iba a concluir
con una devolución por abulia por parte de Londres– y una relación recíproca
entre los isleños y los pobladores patagónicos. Después de esa fecha –que
todavía algunos, incluso bien intencionados, titulan como “gesta”– Gran Bretaña
hizo de las islas una cuestión de orgullo imperial y militarizó la zona
entusiasmada con la posibilidad de extraer petróleo por 200 mil millones de
dólares.
Evidentemente, Galtieri jugaba para el enemigo, como
dicen en mi barrio. Y algo de cierto hay en esa frase chusca. Porque si hay una
lección que nos deja el 2 de abril es que ningún pueblo puede ganar una guerra
con una conducción oligárquica y vendepatria. ¿Por qué Malvinas iba a ser la
excepción? ¿Quién podía y puede pensar que una conducción militar entrenada en
bombardear Plazas de Mayo, en violar mujeres prisioneras y torturar hombres
encadenados podía convertirse de la noche a la mañana en los paladines de una
gesta nacional y popular? De hecho, en las islas, según el Informe Rattenbach,
demostraron el mismo desprecio a los soldados que tuvieron con la sociedad
civil desde 1930 en adelante.
Gesta nacional y popular es otra cosa. Leía la otra
noche, durante un breve viaje que realicé a Jujuy, las instrucciones de Manuel
Belgrano para el mal llamado “éxodo jujeño”. El valiente político y militar
dispuso que el Ejército Auxiliar custodiara la retirada del pueblo en la
retaguardia, cubriéndole las espaldas a esos miles de hombres, mujeres y niños
que abandonaban todo en defensa de su libertad. Gesta popular y nacional es
eso, no estaquear soldados mal alimentados y mal abrigados sobre la tosca
malvinense.
¿Significa esto desmalvinizar? ¿No defender la
soberanía argentina sobre las islas? ¿Tener una visión liberal probritánica y
antiargentina? ¿Me he convertido en el integrante número 18 del Brancaleónico
grupo de periodistas e intelectuales argentinos que trabajan para la
autodeterminación de los isleños? Si se leen atentamente mis palabras verán que
me convertido en un jacobino rabioso que, en realidad, la emprende contra los
discursos concesivos tanto de izquierda como de derecha, del liberalismo como
del nacionalismo. Porque soy un convencido de que la única guerra justificable
es la que decide democráticamente un pueblo convertido en Nación cuando debe
defender lo que es inalienablemente suyo. Y el 2 de abril de 1982, en cambio,
me recuerda a aquella frase que los burgaleses y burgalesas pronunciaban a la
entrada del Cid Campeador en Burgos: “¡Oh Dios, qué buen vasallo si tuviese
buen Señor!”
Colofón: Para concluir quiero recordar en
esta columna a una verdadera gesta popular de la que también se cumplieron 30
años en estos días. Se trata de la huelga general declarada por la CGT Brasil
–liderada por Saúl Ubaldini y el Grupo de los 25, entre los que se encontraban
los gremios de Cerveceros, Camioneros, trabajadores del Estado, entre otros– y
la multitudinaria manifestación callejera que bajo el lema “Paz, Pan y Trabajo”
y el apoyo de las Madres de Plaza de Mayo y organismos de derechos humanos, fue
brutalmente reprimida durante horas por las fuerzas militares y policiales de
la dictadura. Esa tarde, los trabajadores se enfrentaron con piedras y palos
contra uniformados armados hasta los dientes. Cientos de personas fueron
detenidas. En las calles, los manifestantes gritaban “el pueblo unido jamás
será vencido” y “se va acabar, se va acabar la dictadura militar”. Fue el 30 de
marzo de 1982. Tres días después de esa verdadera gesta popular, sus represores
tomaron Malvinas para intentar frenar el estado de descomposición en el que se
encontraba la dictadura. No. El 2 de abril no fue ninguna gesta. Fue una
canallada más. Una canallada que, incluso, ofende y ultraja a los propios
héroes de Malvinas.