Detroit, la nueva Grecia
Paul Krugman*
El País
El País
Cuando Detroit se declaró en quiebra, o al
menos lo intentó (la situación legal se ha complicado), sé que no fui el único
economista que tuvo un mal presentimiento sobre el probable impacto que tendría
en nuestra retórica política. ¿Iba a ser lo de Grecia otra vez?
Está claro que a
algunos les gustaría que eso ocurriera. Así que dirijamos esta conversación por
buen camino antes de que sea demasiado tarde.
Vale, ¿de qué estoy
hablando? Como posiblemente recordarán, hace unos años Grecia se hundió en una
crisis fiscal. Esto era malo, pero las consecuencias para el resto del mundo
deberían haber sido limitadas; al fin y al cabo, la economía griega es bastante
pequeña (de hecho, representa alrededor de 1,5 veces la economía del Detroit
metropolitano). Por desgracia, muchos políticos aprovecharon la crisis griega
para adueñarse del debate y cambiaron el tema de la creación de empleo por el
de la rectitud fiscal.
Pero lo cierto es que
Grecia era un caso muy especial del que se podían extraer pocas o ninguna
lección para la política económica más en general, e incluso en Grecia los
déficits presupuestarios eran solo una parte del problema. No obstante, durante
un tiempo, el discurso político en todo el mundo occidental estuvo totalmente
“helenizado”: todo el mundo era Grecia o estaba a punto de convertirse en ella.
Y este mal giro intelectual socavó enormemente las posibilidades de
recuperación económica.
Así que ahora los
cascarrabias del déficit tienen un nuevo caso que malinterpretar. Da igual que
la pronosticada crisis fiscal de Estados Unidos no se materialice, o la fuerte
caída en las previsiones sobre los niveles de deuda estadounidenses, o que
muchos de los estudios que utilizaban los cascarrabias para justificar sus
sermones hayan sido refutados; ¡obsesionémonos con los presupuestos municipales
y las obligaciones de las pensiones públicas!
¿Constituyen las
desdichas de Detroit los primeros estadios de una crisis nacional de las
pensiones públicas? No. Desde luego, las pensiones estatales y locales están
insuficientemente financiadas y expertos del Boston College cifran el déficit
total en un billón de dólares. Pero muchos Gobiernos están adoptando medidas
para solucionar ese déficit. Estas medidas siguen sin ser suficientes; los
cálculos del Boston College indican que las aportaciones totales a las
pensiones este año serán unos 25.000 millones de dólares menos de lo que
deberían. Pero en una economía de 16 billones de dólares, eso no es gran cosa,
y aunque nos pongamos en el peor de los supuestos, en las suposiciones más
pesimistas, como nos dicen que deberíamos hacer algunos, aunque no todos, los
contables, sigue sin ser gran cosa.
Entonces, ¿ha sido
Detroit particularmente irresponsable? Una vez más, no. Detroit parece haber
tenido un sistema de gobierno especialmente malo, pero, fundamentalmente, la
ciudad solo ha sido una víctima inocente de las fuerzas del mercado.
¿Qué? ¿Las fuerzas del
mercado se cobran víctimas? Por supuesto que sí. A fin de cuentas, a los
entusiastas del mercado libre les encanta citar a Joseph Schumpeter, que
hablaba de la inevitabilidad de la “destrucción creativa”, pero ellos y su
público invariablemente se describen siempre como destructores creativos, no
como los creativamente destruidos. Pues adivinen: alguien siempre acaba siendo
el equivalente moderno de un productor de látigos de carruaje, y ese podría ser
usted.
A veces, los perdedores
del cambio económico son individuos cuyas aptitudes se han vuelto superfluas; a
veces son empresas que prestan servicio a un sector del mercado que ya no
existe, y a veces son ciudades enteras que pierden su lugar en el ecosistema
económico. El declive es una realidad.
Es verdad que en el
caso de Detroit, la disfunción política y social parece haber empeorado las
cosas. Una consecuencia de esta disfunción ha sido un caso grave de “dispersión
laboral” en la zona metropolitana; los empleos abandonaron el núcleo urbano aun
cuando el empleo en el área metropolitana de Detroit seguía creciendo, y aun
cuando otras ciudades estaban viviendo una especie de renacer de los centros
urbanos. Menos de una cuarta parte de los trabajos que se ofertan en la zona
metropolitana de Detroit se encuentran a menos de 20 kilómetros del
céntrico barrio tradicional de negocios; en el centro de Pittsburgh, otro ex
gigante industrial cuyos días de gloria son cosa del pasado, la cifra supera el
50%. Y la relativa vitalidad del centro de Pittsburgh podría explicar por qué
la que fuera capital del acero da muestras de un renacer, mientras que Detroit
no para de hundirse.
Por tanto, mantengamos
desde ya un debate serio sobre la mejor manera en que las ciudades pueden
gestionar la transición cuando sus fuentes tradicionales de ventaja competitiva
desaparecen. Y mantengamos también un debate serio sobre nuestras obligaciones
como país con aquellos conciudadanos que han tenido la mala suerte de
encontrarse viviendo y trabajando en el lugar equivocado en el momento
equivocado, porque, como decía, el declive es una realidad, y algunas economías
regionales acabarán contrayéndose, tal vez de manera drástica, hagamos lo que
hagamos.
Lo importante es no
permitir que el debate sea secuestrado, como ocurrió con Grecia. Hay gente
influyente a la que le gustaría que creyeran que la defunción de Detroit es
básicamente una historia de irresponsabilidad fiscal o de empleados públicos
avariciosos. No lo es. En buena parte es solo una de esas cosas que suceden de
vez en cuando en una economía siempre cambiante.
*Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008.