¿Cuántos esclavos trabajan a tu servicio?

Lucy Mangan


Hola a todo el mundo, y Feliz Año Nuevo a todos! Espero que hayáis comido, bebido, lo hayáis pasado bien y no hayáis intercambiado demasiados fluidos corporales de modo demasiado inconveniente con nadie en la fiesta de la ofi/los amigos/los vecinos.

¿Os sentís un poquitín hinchados? ¿Como si vuestros sentidos hubiesen quedado plenamente saciados y así? ¿Sentís que os haría falta un poco de purgante – intestinal, desde luego, y tal vez hasta mental echando la vista a tras a una serie de días de excesos y desenfreno-, sí? Tengo la solución perfecta ¿Queréis calcular vuestra huella de esclavitud? Es como vuestra huella ecológica de carbono, pero mucho, mucho peor.  


Slaveryfootprint.org es una página norteamericana que te permite calcular la cifra total probable  de gente – hombres, mujeres y niños – que trabajan en terribles condiciones en países pobres y en desarrollo para fabricar todo – alimentos, ropa, artículos electrónicos y demás – que tienes. Introduces tus detalles (edad, género, número de niños, dormitorios, baños, artilugios de tu propiedad) y te sale una cifra abominable. En mi caso, 65.

Sigo teniendo la esperanza de que sea de hecho más baja, dado que la página no reserva espacio para los artículos de segunda mano que puedas tener, porque no siempre te dice si te está preguntando por el consumo de días, semanas o meses, porque no hay forma de decirle que mi estéreo tiene ya 20 años, o que tengo tantos “tops” y zapatos porque nunca tiro nada, más que porque me gaste miles de millones a la semana… porque, porque, porque...

En última instancia, desde luego, tengo que encarar el hecho de que cualesquiera que fuesen  los ajustes potenciales por mi parte, no hay forma de que esa cifra descienda a cero o algo similar… Cualquier pañal que compre se añadirá a mi complicidad. Toda camiseta, sea o no de segunda mano, que acabe en mi guardarropa la habrá tocado algún esclavo moderno – quizás uno del 1.400.000 de los campos de algodón uzbekos que se citan en la página sobre ropa, quizás en otra parte, pero, casi con certeza en algún lado.

El reluciente brillo de la sombra de ojos pierde su lustre cuando te dicen que probablemente provenga de la mica extraída por niños indios en alguna horrenda versión de Indiana Jones  y el templo maldito.

Por supuesto, la cuestión no estriba en el número exacto. Por lo menos, no es la cuestión principal. El verdadero valor de la página estriba en que te permite una forma de volver a encuadrar el mundo y tu forma de actuar en él. Es mucho más probable que vigile lo que compro o que haga una comida más, por poco apetitosa que resulte, con las sobras del frigorífico, si pienso en los costes reales que entraña – los litros de agua usados, el carbono generado durante su fabricación – más que en el poco gasto de dinero que supone su (no) consumo. Cuanto más cuando hay una forma también de estimar el coste humano.  

Hay quien, naturalmente, sostendrá que se trata menos del coste humano que del precio del progreso, que nuestros llamados esclavos no están oprimidos sino que se les dan oportunidades, que los países ricos invierten en lugar de explotar a las naciones más pobres. Puede que tengan razón, pero no puedo oír esos detalles sin duda convincentes que tienen que alegar debido al sonido de mis propias pisadas, torpes, ensordecedoras, que van dejando tras de si huellas enormes y sangrientas.


Lucy Mangan escribe columnas y reportajes para el diario británico The Guardian, y es autora deHopscotch&Handbags: the truth about being a girl.