Un planteo económico de la Guerra Civil estadounidense

Por Luis René Fernández Tabío
paraRevista Temas (Cuba)

El trabajo se concentra en las consecuencias de la Guerra Civil para el desarrollo de los Estados Unidos. Se analizan aspectos fundamentales de esa cuestión y sobre todo se destacan las insuficiencias de las interpretaciones más corrientes de los problemas desde una perspectiva marxista leninista. Se hace referencia a la trascendencia de ese conflicto para las relaciones cubano-norteamericanas.

La Guerra Civil en los Estados Unidos es, sin duda, uno de los principales acontecimientos que han impactado la formación histórica de esa nación. Constituye el antecedente directo del advenimiento del imperialismo a finales del siglo xix, al romper una de las trabas que tenía la profundización de las relaciones capitalistas de producción en la sociedad estadounidense. Muchos de los fenómenos que hoy se discuten —como el regionalismo económico; las diferencias culturales, políticas e ideológicas entre los distintos estados y regiones del país; las segmentaciones étnicas; la religiosidad; así como las proyecciones de su política exterior— son consecuencia de ella o han sido influidos por problemas y sucesos ocurridos durante esa convulsa etapa.

Resultados investigativos y el debate entre los especialistas aportan interpretaciones sobre múltiples aspectos de esta guerra, pero con frecuencia son acercamientos a problemas puntuales, con lo que se pierde una perspectiva general. En particular, no se ha analizado integralmente el elemento socioeconómico en la guerra —aun cuando se hace referencia a la esclavitud; entre trabajo esclavo y trabajo libre como base de la discordia acerca de relaciones de producción— para entender sus causas y consecuencias, las cuales repercuten en el plano interno y en las relaciones de los Estados Unidos con el resto del mundo.

Tales aspectos cobran realce en un momento en que la posición económica de ese país como centro hegemónico del capitalismo global parece ceder terreno y desde finales de la década de los 60 del siglo xx se aprecian altibajos con respecto a su hegemonía, sin que otro país, o grupo de países, pueda remplazarlo o darles una nueva articulación a las relaciones internacionales.

Para el estudio del desarrollo de los Estados Unidos hay que considerar la contradicción entre la economía de plantación esclavista en los estados del sur y la industrial, con trabajo asalariado, en el norte, así como la complementación de ambas. Más allá de costos o de consecuencias directas en el corto y hasta en el mediano plazo, la Guerra Civil y la victoria del norte sobre el sur consolidaron a los Estados Unidos como nación, afirmaron su identidad y abrieron paso al desarrollo del capitalismo y, luego, del imperialismo con características propias.

Las divisiones sociales, económicas y culturales de esa nación han ocurrido a través de lentos procesos, cuyas secuelas todavía se aprecian. Luego de la abolición de la esclavitud, incluso con los avances en materia de derechos civiles, los afronorteamericanos se encuentran discriminados y rezagados en determinados indicadores sociales y económicos con respecto a otros grupos de la población; a más de un siglo y medio de ese conflicto bélico, los problemas asociados a la identidad nacional de los estadounidenses siguen debatiéndose (Huntington, 2004: 40). Por ejemplo, en septiembre de 2016 el desempleo se calculaba oficialmente en 5%; los blancos registraron 4,3% de desempleados, mientras que los negros, de acuerdo con la misma fuente, 8,3% (Bureau of Labor Statistics, 2016).

Condiciones anteriores al estallido de la guerra en 1860

El desarrollo capitalista de la sociedad norteame-ricana ocurre rápidamente debido a las favorables condiciones históricas y geográficas del momento de su formación, desde el establecimiento de las Trece colonias inglesas —rebeladas contra el dominio británico, al anunciar su independencia el 4 de julio de 1776. El carácter revolucionario de ese proceso —heredero de los más avanzados ideales políticos y económicos de la burguesía de su época— no tuvo que enfrentar, a diferencia de Europa y Asia, fuertes resistencias de regímenes socioeconómicos precedentes, como el feudalismo. Sin embargo, generó sus propias contradicciones a partir de las distintas formas de explotación implantadas. En particular, la producción con trabajo esclavo en las plantaciones sureñas oscureció el discurso progresista expresado en La Declaración de Independencia [1776], donde se afirmaba que: «todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad» (2016).

Las relaciones capitalistas estadounidenses fueron expandiéndose constantemente, en tanto los primeros colonos, concentrados en la costa del Atlántico, penetraron cada vez más hacia el oeste. La primera etapa de expansión territorial no fue pacífica, pues se realizó mediante el desplazamiento violento de los pobladores originarios de esas tierras, los mal llamados «indios» (Guerra Sánchez, 2008: 395). A ello se sumaron los procedimientos de adquisición o negociación con las potencias coloniales europeas, el empleo de la guerra, como ocurrió en los casos de Francia, España y hasta la propia Gran Bretaña —por territorios del Canadá actual—, así como la notable apropiación geográfica de México, a partir del conflicto militar con su vecino, con la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo, el 21 de febrero de 1848.

En sentido general, el papel de la guerra en la configuración de la economía mundial ha sido bien establecido, y la Guerra Civil norteamericana no es una excepción. Las contiendas bélicas erigen nuevas fronteras, y reconfiguran las relaciones económicas internas y las internacionales —de la cual Cuba, debido a la vecindad geográfica con los Estados Unidos, no escapa. Findlay y O’Rourke reconocen la relación entre la expansión territorial hacia el Oeste del actual territorio estadounidense, debido al desarrollo de los ferrocarriles, y el ascenso de la inmigración desde Europa; subrayan, además, que el proceso expansivo se aceleró «con el fin de la Guerra Civil en 1865», hasta alcanzar el «cierre oficial» de la frontera en 1890 (2007: 392-3).

El sistema capitalista fue dominante en sentido general, pero tuvo el obstáculo de su carácter contradictorio. De una parte se encontraba el Sur, eminentemente agroexportador y basado en la economía de plantación; y de la otra prevalecían los estados industriales del Norte, con un mercado de trabajo para la asignación de los recursos laborales. Naturalmente, existieron situaciones intermedias o difusas en algunos de ellos, que expresaban el incierto balance entre estados esclavistas y abolicionistas. Estas discrepancias dentro del sistema político, eran expresiones de las contradicciones fundamentales en torno a las relaciones de producción, que se manifestaban también en el campo de la política, la cultura y la ideología.

Las condiciones materiales de las fuerzas productivas en el siglo xix hacían posible, y muy beneficiosa, la explotación del trabajo esclavo en las plantaciones de algodón y azúcar. El propio desenvolvimiento de la revolución industrial y los avances de la tecnología disponible creaban una demanda para la fibra de algodón, necesaria para esta industria (Harley, 1992). La acumulación capitalista y el desarrollo de la producción industrial no habrían sido posibles sin aprovecharse de la explotación agrícola esclava. La economía de plantación entregaba materia prima barata y los esclavistas recibían enormes beneficios por la venta de esos productos a Nueva Inglaterra y en el mercado mundial.

En el contexto del inicio de la Guerra Civil, los Estados Unidos ya se habían convertido en una gran economía a escala mundial —superior o semejante a otras potencias como Alemania y Rusia, aunque todavía pequeña con respecto a Gran Bretaña—, como resultado de la propia expansión y profundización de las relaciones capitalistas, las cuales prácticamente no tenían freno (Kennedy, 1998: 292-3).

No es hasta después de esa larga y costosa guerra, con la eliminación del modo esclavista de producción, que la economía estadounidense alcanza su mayor dinamismo, progreso e integración, y llega a su fase imperialista, que convertiría a los Estados Unidos en centro hegemónico a finales de la Segunda Guerra Mundial. El proceso de reconstrucción no fue lineal, ni estuvo exento de contradicciones (Lind, 1999).

Causas y resultados de la guerra (1861-1865)

Además de la diferencia entre la economía del Norte y del Sur, así como sus modos de inserción internacional y las relaciones recíprocas, existen otros factores de índole política, social, identitaria e histórica, tales como: la composición clasista y la estructura de la población —la fundamental relacionada con el número de esclavos y su proporción con el total de habitantes en las distintas regiones y estados, que, hasta ese momento, trataron de mantener un balance de poder político dentro de la Unión. La victoria de Abraham Lincoln en las elecciones de finales de 1860, sirvió de elemento catalizador del conflicto. A los estados del Sur no les quedaba, aparentemente, otro camino que la separación de la Unión para formar una confederación; estructura semejante a la originaria, pero con la diferencia de que la propiedad y la producción con trabajo esclavo tendrían mayores garantías, y mantendrían un tipo de economía viable, de cara al mercado mundial.

Respecto al aporte de la inmigración durante esta etapa, téngase en cuenta que «en 1860, después de una alta inmigración relativa en la historia norteamericana, cerca de 13% de la población era nacida en el exterior, proporción que se mantuvo aproximadamente en los siguientes sesenta años» (Hirschman, 2005: 596).

En términos de la guerra no resulta solamente importante comparar la población, sino la fuerza de trabajo destinada a la producción y al combate. En ambos indicadores, el predominio del Norte resultó, a la larga, un elemento decisivo en los resultados. Cuando se comparan las poblaciones, según el censo de 1860, se obtiene una tasa de la población relativa de la Unión/Confederación de 1:2,57 (8 804 740/ 22 594 561, respectivamente); en cambio, si se estima la relación de las fuerzas de trabajo disponibles para la actividad militar, considerando solamente a los blancos en la Confederación y omitiendo los «asiáticos» de la Unión, entonces la tasa llega a 1:4,62 (1 278 002/ 5 901 772, respectivamente). Es decir, una diferencia de casi 1 a 5 a favor del Norte, lo cual explica el desbalance que a la postre, les daría la victoria a los abolicionistas (Schoonover, 1960).

En general, se considera que el esfuerzo de la guerra fue de enorme significación para el ulterior avance de la industrialización y el desarrollo de los estados de la Unión; si bien el conflicto bélico ocasionó enormes costos humanos y materiales a todo el país —incluyendo el Norte— determinó la ruina y destrucción de la economía del Sur, dado que fue este territorio el escenario principal de la guerra.

Hay abundante información sobre las nefastas consecuencias económicas para esa región, la caída de sus ingresos y la dificultad para su inserción en las relaciones internacionales. Antes de la guerra, la participación de los sureños en el mercado del algodón era tan importante, que parecía que ello sería un factor decisivo para el apoyo internacional a su causa. Este fue uno de los errores estratégicos de los líderes de la Confederación, pues no solamente dicho apoyo no se expresó, sino que la salida del mercado de los suministradores de algodón sureño, por un período prolongado, ocasionó un ajuste estructural en las fuentes de materia prima y el funcionamiento de ese mercado a escala global. Terminada la guerra, ya había sido sustituido por otros productores, al igual que las cadenas productivas asociadas a él.

Existen distintas interpretaciones sobre las causas de la no recuperación del Sur luego de la Guerra Civil. Un trabajo de Peter Temin (1976) explora las distintas variantes para tratar de sintetizarlas y evaluarlas a través de un modelo único. Estas se refieren a la disminución en la demanda de algodón (Wrigth, 1986); el desplazamiento de la fuerza de trabajo interna y su menor rendimiento (Rauson y Sutch, 2001); y los propios destrozos, muy superiores en el Sur con respecto al Norte. Tomando en cuenta todo esto, Temin concluye que en realidad las dos primeras variantes son las que principalmente explican esos resultados. No cabe duda de que se trata de un resultado muy interesante, en tanto la enorme magnitud de los costos parecería ser, en principio, el de mayor significación. Los procesos asociados a la diversificación de fuentes y mayor oferta de algodón en los años posteriores al término de la guerra, sumado al desplazamiento y dificultad de adaptación de la fuerza de trabajo —que anteriormente había sido esclava—, constituyeron procesos de más largo aliento y complejidad frente a la destrucción ocasionada por la guerra.

Esta no solamente representó cambios importantes para la economía y la sociedad norteamericana, sino que transformó la red global de producción, distribución y comercialización de algodón en el mundo. Con anterioridad a 1861, la mayoría del suministro global de algodón —aproximadamente 80%— provenía de las plantaciones esclavistas del Sur.

Para fines de 1850, según Sven Beckert (2004: 1409), los Estados Unidos representaban 77% de los 800 millones de libras de algodón consumidos en Gran Bretaña, 90% de los 192 millones empleados por Francia, 60% de los 115 millones asimiladas por Alemania, y 92% de los 102 millones consumidos por Rusia. La producción algodonera esclavista estadounidense estaba en el centro de esa industria y su contribución al desarrollo del capitalismo a escala mundial era sumamente importante.

Los intereses comerciales y la inserción en el mercado mundial establecían diferencias en política comercial entre el Norte y el Sur antes de la Guerra Civil. Como se ha expresado, el Sur suministraba la mayor parte del algodón al mercado mundial y ello constituía la materia prima para la producción industrial textil en Europa, particularmente en Gran Bretaña. El libre comercio era, por lo tanto, la tendencia que representaba sus intereses. Para la naciente industria del Norte, el proteccionismo comercial era necesario y fue la política que prevaleció en la nación después de la guerra.

Respecto al mercado azucarero, como uno de los resultados de la guerra, se produjo un incremento en las necesidades de ese producto en los Estados Unidos. «La acción combinada de un notable crecimiento demográfico y el aumento del consumo per cápita genera un rápido ensanchamiento del mercado azucarero norteamericano, lo cual viene a sumarse al desastroso efecto de la Guerra Civil sobre la producción azucarera de Louisiana». El resultado fue un aumento de las importaciones azucareras norteamericanas (Zanetti, 2003: 17). Esta coyuntura benefició circunstancialmente a la economía cubana. En 1876, los Estados Unidos importaban desde la Isla 56 millones de dólares; y para 1880, 63 millones, lo que representó un enorme crecimiento de 12,5% anual (Bureau of the Census, 1890: 72).

El fin de la guerra no representó un restablecimiento del lugar y papel de la economía sureña en el mercado mundial, sino que este se modificó radicalmente. La contienda y los conflictos acabaron por alterar la geografía económica y la estructura del comercio mundial, lo que fue un duro golpe para el Sur. La necesaria recuperación de su producción algodonera y los ingresos asociados a ella mostraban resultados muy desalentadores, todavía en 1880. El ingreso per cápita para cuatro estados del Sur (Alabama, Luisiana, Carolina del Norte y Tennessee), analizados a precios constantes, registró $61,59 en 1860 y disminuyó, en 1880, hasta $41,46. La magnitud de la producción de esas mismas regiones había descendido 12,7% en 1880 respecto a 1860 (Brinkley, 1997: 117).

Asimismo, contrario a lo que podría pensarse, hubo una reducción de la productividad en el Sur, como resultado del tránsito de la esclavitud al salariado, lo que explica, en parte, el descenso o la lenta recuperación de la producción. La industria no fue capaz de competir con nuevos productores por la satisfacción de la demanda global de algodón (Tabla 1).

Los problemas de salud, al finalizar la guerra, se convirtieron en un factor adverso para la recuperación económica del Sur. Según Garland L. Brinkley (1997), hubo un sustancial aumento del nivel de enfermedades y, en particular, del parásito del anquilostoma, que afectó a su población aun mucho después de terminada la guerra (133). En tales condiciones, se observa una similitud entre los problemas sureños después de la Guerra Civil y las condiciones actuales de muchos países subdesarrollados.
Tabla 1. Exportaciones de algodón 1860-1886 (en millones de libras)
Fuente: Beckert, 2004: 1415.

El número de bajas y pérdidas humanas registradas debido a las enfermedades, así como el bajo nivel de las prácticas de curación, fueron bastante considerables. Es lo que ha sido denominado por Jeffrey S. Sartin (1993) como el triunfo del tercer ejército. Entre los soldados de la Unión, la neumonía (incluyendo influenza y bronquitis) registró 1 765 000 episodios y 45 000 muertes; la fiebre tifoidea, 149 000 casos y 35 000 muertes; la diarrea y la disentería, 360 000 enfermos y 10 000 fallecidos (582). Si se considera que durante los cuatro años de la guerra perdieron la vida 618 000 personas, la cifra de fallecidos como consecuencia de esas enfermedades asciende a 14% de ellas.

Uno de los debates más recurrentes es si, como resultado del conflicto, se desarrolló la producción manufacturera más de lo que habría sido en ausencia de este. Tratando de comparar los datos fragmentados y, sin dudas, incompletos de la estadística de la época, algunos autores, como Saul Engelbourg, consideran que aún el asunto no está zanjado, pues se observan efectos positivos y negativos. Aunque este historiador afirma que «la guerra no condujo a desarrollos fundamentales en la mayoría de las industrias examinadas: explosivos, papel, maquinaria agrícola, botas, zapatos, relojes, hierro y acero»; reconoce la excepción aplicable a la industria de armas ligeras en la que varias firmas como Colt, Robbins & Lawrence, así como la gubernamental armería Springfield, mostraron resultados positivos (1979: 150 y 159).

Un conflicto de tal duración y magnitud tuvo consecuencias diversas y de distinto signo. No solamente perjudicó desproporcionadamente a los perdedores, dados la enorme destrucción y el retroceso de los estados del Sur, sino que también el Norte tuvo asociados grandes costos. La segmentación del mercado, durante la guerra, afectó aspectos económicos como la economía de escala, el transporte y las comunicaciones, cuyo restablecimiento lleva tiempo. Si bien los elementos brindados por Engelbourg ofrecen evidencias de que los desarrollos ulteriores se fraguaron antes y durante la guerra, no se puede plantear que esta, en tanto evento destructivo, pudiera generarlos de manera directa.

Más allá de los costos directos e indirectos de la guerra, el aspecto más importante, el cambio cualitativo más cardinal y trascendente fue la eliminación de la esclavitud, que constituyó un avance decisivo en la profundización de las relaciones de producción capitalista en todo el país. Tal acontecimiento tiene, además, un valor moral, político y ético, si bien las manifestaciones de racismo perdurarían por muchísimos años —en tanto segregación y diferenciación socioeconómica y política, o incluso a través de expresiones más sutiles— hasta la actualidad.

A pesar de ello, existen análisis que, de una manera un tanto mecánica, sin apreciar el impacto en la población de la abolición de la esclavitud, consideran los costos estimados, directos e indirectos, estimados de la conflagración, superiores a cualquier beneficio ulterior que ello pudiera significar para el desarrollo económico de la Unión americana. Suponen que, de todos modos, las relaciones esclavistas serían eliminadas de modo gradual; pero, en realidad, el propio inicio de la guerra y las motivaciones de los esclavitas sureños evidencian que estos consideraban que podían continuar obteniendo grandes beneficios a partir de la explotación de la fuerza de trabajo esclava durante los próximos treinta años, como mínimo.

Quizás ello explica expresiones extremas de odio y resentimiento en la vida política y cultural de ese país muchísimos años después: desde el Ku Klux Klan, como forma más inmediata, hasta el reavivamiento del «Tea Party» a partir de las protestas de 2009, con las que este movimiento ha cobrado visibilidad; desde los numerosos actos policiales de asesinatos y violencia contra ciudadanos afrodescendientes, durante la doble administración de Barack Obama (2009-2016), hasta las expresiones racistas que acompañaron durante el año electoral 2016, al actual presidente Donald Trump.

Los costos económicos para ambos bandos fueron semejantes en magnitud y, aunque las estimaciones son muy complejas y cuestionables, las cifras resultan ilustrativas. La pérdida total para la Unión se calculó en 2 188 millones de dólares en 1860, y para la Confederación 2 017 millones. Debido a la diferencia de población, ello representaba un costo per cápita de 96 dólares para la Unión y 380 para la Confederación (926). Es decir, el «sacrificio» que asumieron los confederados fue cuatro veces el de la Unión, en términos cuantitativos.

El desequilibrio en el desarrollo de la industria manufacturera no se debió solamente a las diferencias geográficas en la distribución de las fábricas, o al tipo de explotación agrícola, sino sobre todo a las relaciones de producción predominantes en cada caso. Así, la manufacturera en el Sur, antes de la guerra, estaba más directamente asociada a las necesidades de la agricultura y no tenía la concentración y la diversidad del Norte. En cambio, este tenía una mayor participación en las producciones claves para el avance del capitalismo, como la de hierro, y se nutría de flujos migratorios desde Europa, que fortalecían la masa de trabajadores asalariados.

Estas diferencias iniciales en magnitud, relaciones económicas y fuentes de empleo y otros recursos, provocarían, a la larga, la victoria del Norte, que se iría fortaleciendo relativamente a lo largo de los años del conflicto y acabaría desgastando las bases económicas de la maquinaria de guerra del Sur, que en un inicio parecía muy sólida. El resultado económico del conflicto, más allá de las anteriores valoraciones generales, presenta notables desigualdades.

Se ha considerado que la guerra representó un estímulo para el empleo de armas modernas, su producción masiva y la homogenización de partes intercambiables; así como para el uso de medios, que aunque en su mayoría ya existían, alcanzaron mayor visibilidad. Entre estos últimos, considerados modernos para la época, se encontraban la artillería, el ferrocarril para el traslado masivo de equipos y hombres, el telégrafo, los primeros torpedos y minas, los barcos a vapor y las torretas giratorias. Lo significativo para el desarrollo del capitalismo es que esa producción masiva y, en mayor medida, uniforme, contaría con el apoyo de los gobiernos. Ello sería de importancia en la ulterior concentración y centralización de las industrias más directamente involucradas. Aunque es muy difícil medir el efecto, téngase en cuenta que durante los años de la guerra se realizó el despliegue militar más grande del mundo.

En términos estructurales y de la articulación de las relaciones económicas, la Guerra Civil redefinió también la geografía económica en lo interno y externo de los Estados Unidos. Tal ruptura violenta ocasionó la dislocación de la cadena productiva en el eje Norte-Sur: la economía de plantación suministraba materia prima a la industria del Norte. Por otra parte, la falta de mano de obra en los estados norteños, como consecuencia de las demandas de hombres para el ejército, estimuló la introducción de adelantos tecnológicos y de maquinaria, el aumento de la productividad laboral y la disminución relativa del trabajo agrícola.

Las redes ferroviarias fueron también extendidas y ampliamente empleadas durante la guerra, sobre todo por el Norte, debido a que su parque de locomotoras y equipos superaba considerablemente las disponibilidades del Sur. Este medio de transporte puso de manifiesto su potencial durante la guerra, aunque no se expresaría en toda su plenitud, hasta el término de las hostilidades.

Los resultados a favor del Norte habrían sido predecibles desde el principio, si, como se explicó, se excluía el apoyo internacional que erróneamente el Sur pensaba recibir.

La enorme desproporción de recursos materiales, fuerzas productivas, tipo de relaciones de producción y población inclinaron progresivamente la balanza de poder hacia la Unión.

En el transcurso de la guerra el desgaste de la base económica de los contendientes tendría, por tanto, un curso desigual, que a mediano plazo se reflejaría en las fuerzas disponibles para la guerra en el teatro de operaciones. Así, la Unión llegó a tener un millón de hombres en sus fuerzas armadas y pudo crecer; mientras los confederados, haciendo un extraordinario esfuerzo, llegaron a disponer en el momento de mayor tensión de sus fuerzas y recursos, de 464 000 hombres en 1863, número que fue declinando hasta el final del conflicto. En una guerra donde, además, el Sur fue progresivamente bloqueado por el Norte, la capacidad de producción industrial constituyó otra enorme desventaja para el primero. Es así que se ha estimado que el segundo disponía de 110 000 empresas manufactureras, y haciendo abstracción de todas las diferencias cualitativas que esconden estos datos, sin duda imperfectos, el Sur apenas tenía 36 700 establecimientos «manufactureros». Muchos de ellos estaban dedicados al procesamiento de la producción agropecuaria, muy afectada por la guerra, y la de armas y pertrechos, la más importante en aquellas circunstancias, era insuficiente.

La situación monetario-financiera también se inclinaba a favor del Norte. El Sur dependía abrumadoramente de los ingresos por la exportación de algodón, tenía pocos bancos y poco capital líquido, proveniente, en lo fundamental, de los impuestos sobre la tierra y los esclavos. La guerra rompió este sistema y la situación se agravó por los reducidos impuestos, la casi imposibilidad de obtener préstamos y la reducción de la producción y la productividad. El déficit fiscal y la emisión de moneda, para tratar de cubrir las obligaciones del gobierno en los gastos de guerra, se sumaron a la grave escasez de artículos de toda índole y, por consiguiente, provocaron una elevada inflación.

Esta situación fue paulatinamente asfixiando las bases económicas, debilitando el sistema monetario y las condiciones mínimas para poder seguir llevando adelante la guerra frente a las fuerzas de la Unión, que, en cambio, se fortalecían al disponer de fuentes, tanto de tipo material como humano, para su crecimiento. A principios de 1865 la Confederación había visto descender sus tropas a 155 mil hombres y, al no tener reconocimiento o apoyo internacional para mantener el financiamiento de la guerra, se produjo la rendición.

Consecuencias e interpretación

Las consecuencias de su guerra civil han sido trascendentes para los Estados Unidos y sus relaciones externas, y muchos aspectos siguen siendo objeto de atención por los especialistas, que se esfuerzan en obtener nuevos datos y reinterpretar lo acontecido. Este breve recuento sobre esa guerra y su significación, desde la perspectiva económica, resume algunos elementos generales para el desarrollo ulterior del capitalismo y la importancia que alcanzarían los Estados Unidos en el sistema de la economía mundial, así como la persistencia de fenómenos y contradicciones socioeconómicas cuyos orígenes habría que encontrarlos en este momento histórico.

Aunque las pérdidas se concentraron de manera desproporcionada en el Sur, el Norte también tuvo enormes costos y la recuperación de las condiciones de preguerra demoró años. En el caso específico del Sur, no solamente pierde la guerra, sino que desaparece la economía esclavista de plantación —con el capital asociado a esta, y la imposibilidad de recuperar la producción principal y el mercado que tenía. Como una expresión incompleta de ese efecto, cabe señalar que una década después de concluida la conflagración, los ingresos de estos estados eran apenas 60% de lo que poseían en 1860, lo que provocó una depresión socioeconómica.

El mercado mundial de algodón se reestructuró y nuevos exportadores ocuparon el lugar privilegiado que habían disfrutado los productores estadounidenses sureños antes de la guerra. Disminuyó el margen de la demanda de algodón con respecto a la mayor oferta y, con ello, a la disminución de los precios. La guerra, al destruir las plantaciones, hizo desaparecer las relaciones de producción esclavistas —elemento social y humano muy positivo—, pero como una parte principal del «capital» del Sur se expresaba en la forma de propiedad de esclavos, ello significó una profunda descapitalización de los propietarios de plantaciones, incapacitados para restablecerse financieramente.

Esta economía debía relanzarse como subdesarrollada en el marco de una mayor polarización de la riqueza. Los desequilibrios económicos en algunas industrias impulsaron el apoyo del gobierno, que había tenido un importante papel durante la guerra y luego serviría de base al desarrollo de empresas capitalistas. La concentración y centralización del capital se aceleraría y se alcanzaría la formación de los monopolios en algunos de los sectores que, durante la propia guerra, se habían visto fortalecidos con el respaldo gubernamental.

Entre los primeros pasos para la formación de los monopolios está, no casualmente, la fusión de empresas de telégrafos, entre las que se destaca la conocida como Western Union, creada en 1866. Asimismo se realizaron unificaciones ferroviarias y se avanzó en el establecimiento de monopolios en este tipo de transporte, que durante la etapa desempeñaría una función cada vez más importante para las relaciones económicas dentro del país y, en particular, para la integración de los mercados de norte a sur y de este a oeste.

El fin de la guerra y la reunificación sentaron las bases del sistema monetario y financiero moderno en los Estados Unidos, que serviría de plataforma para la transformación de su moneda, muchos años después, como principal divisa para los intercambios económicos, comerciales y financieros en el mundo luego de la Segunda Guerra Mundial. Tal preeminencia del dólar estadounidense, aunque con síntomas de declinación desde los años 70 del siglo xx, se mantiene hasta el presente.

Al restablecerse paulatinamente las condiciones de paz y normalidad, se incrementaron los niveles de recuperación económica y crecimiento en los distintos sectores y, con ello, la demanda de fuerza de trabajo con salarios relativamente altos con respecto a muchos países y regiones europeas, lo que estimuló aún más los flujos de inmigrantes, algo que no ha cesado y que se mantiene como uno de los problemas pendientes de reforma integral. Del mismo modo, se incrementó el flujo de capitales europeos.

Un ejemplo del esplendor de las relaciones trasatlánticas luego de la Guerra de Secesión, es la instalación de un cable submarino a través del Atlántico, en 1866, lo que constituyó un avance para las comunicaciones en sentido general; pero, sobre todo, de gran significación para el establecimiento de un mercado mundial de materias primas, así como para las operaciones económicas y financieras de la época entre los Estados Unidos, Gran Bretaña y otras potencias capitalistas europeas. En la actualidad, los vínculos económicos y financieros entre esas naciones son significativos dentro de Europa (y se consideran, mundialmente, uno de los más sólidos), tanto por el monto de inversión como por el comercio.

Entre los años 1868 y 1871, como consecuencia de la aceleración de los ritmos de crecimiento y el desarrollo capitalista en los Estados Unidos, la producción industrial se triplicó. Continuó el avance en otras industrias que tendrían un papel principal en la formación del imperialismo norteamericano, asociado al desarrollo de la industria petrolera y su rápida monopolización.

Desde el punto de vista económico interno, el resultado del conflicto bélico sentó las bases de la estructura regional de los Estados Unidos y la polarización de la riqueza y los ingresos, así como de la organización productiva, con todas sus implicaciones e interrelaciones con los aspectos sociales, políticos y culturales que, luego de más de siglo y medio, permiten distinguir importantes diferencias internas entre regiones, así como entre los grupos étnicos que las componen y los indicadores de educación, salud, ingreso y niveles de empleo, desproporcionadamente bajos para los llamados «afronorteamericanos».

Los análisis parciales de costos y beneficios presentes en la literatura estadounidense, con frecuencia pierden la visión sistémica e integral de este fenómeno, fundamental para la comprensión de su trascendencia. Aunque analizan las nefastas consecuencias y las cuantiosas pérdidas humanas y materiales, así como los beneficios económicos, tales aproximaciones son segmentadas e insuficientes.

Si los resultados —negativos para el Sur— son analizados a través de una lógica de mercado, pudieran parecer contradictorios, por el hecho de haberse sustituido el trabajo esclavo por trabajo libre en condiciones capitalistas, fenómeno que debió haber supuesto un crecimiento económico. Pero luego de la guerra, los movimientos migratorios hacia el Norte de la fuerza de trabajo liberada, el deficiente nivel de educación e, incluso, las enfermedades, hacen que la adaptación de los sureños a la nueva situación sea lenta y difícil. La fuerte división política y las expresiones racistas y terroristas generarían condiciones desfavorables para el desenvolvimiento del proceso productivo y para la adaptación de la fuerza de trabajo.

Después de más de siglo y medio de concluida la Guerra Civil, se conservan importantes diferencias entre el norte y el sur del país. Sin embargo, la integración económica está en las bases de su ascenso hegemónico, su rápido desarrollo capitalista y su transformación en imperialismo, que le ha permitido alcanzar la posición de principal mercado económico.
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