Populismos

José Blanco

Mario Tronti, el pensador y político italiano citado en este espacio, dice: con el término populismo se clasifican muchas cosas muy diferentes entre sí. Piensa que es más adecuada la palabra antipolítica; hay una onda en el mundo contra los partidos tradicionales que se ha vuelto eso, antipolítica, es la onda que explica a Trump, y a Macron o al Brexit, aunque se refiera a espacios políticos distintos.

Este populismo requiere de una figura que no haya sido nadie antes. Porque si ha sido alguien, queda excluido de la consideración de las masas. Trump venía de sus turbios negocios, Macron era banquero. Este fenómeno social también puede ser llamado populismo de derechas en tanto toma candidatos y votos de las masas populares, y su discurso oculto es todo para el pueblo, pero sin el pueblo (consigna que, se cree, proviene del despotismo ilustrado).

Para combatir ese populismo, sigue Tronti, no hay que practicar ningún antipopulismo porque, agrego, no hay otro que no sea el neoliberalismo. Hoy por hoy, como propuesta de la izquierda, hay que practicar un populismo, asimismo, de izquierda. Puede hacerlo una izquierda moderada, no la izquierda extrema que no entiende o no acepta esta posición.

Si se sigue esta línea de pensamiento, y si las cosas se ven desde el mirador que fue la socialdemocracia europea antes de ser corrompida por el neoliberalismo, puede advertirse que si éste, el neoliberalismo san phrases, es la patraña de una ro­binsonada criminal, el populismo de derechas es o puede ser mucho peor, y aun una amenaza mundial extrema, como es el caso de Trump. Este zafio personaje hizo pocas promesas –dizque una masiva creación de empleo, mediante su omnipotente voluntad personalísima de recolocar a las industrias gringas multinacionales en terreno estadunidense–, pero ubicó en la cima de sus consignas la gansada de make America great again. Ciertamente este señor anda ahora en la borrachera de los dólares con sus negocios en Arabia de la familia saudí y con Riad, mientras dice empleos, empleos, empleos, lo cual significa business, business, business, por 380 mil millones de dólares que incluyen 110 mil millones en armas. En otro espacio, será de verse hasta dónde llega Macron, por ejemplo. Pero qué duda cabe que Occidente está amenazado por la onda del populismo de derechas, que ve Tronti.

En la América Latina del pasado siglo, el término populismo estuvo en el interés de muchos analistas. Sin duda uno de los más destacados fue Octavio Ianni. De acuerdo con Ianni, las referencias más generales incluyen experiencias como las siguientes: batllismo en Uruguay, irigoyenismo y peronismo en Argentina, varguismo y obrerismo en Brasil, velasquismo en Ecuador, odriísmo y aprismo en Perú, gaitanismo en Colombia, perezjimenismo en Venezuela, marinismo en Puerto Rico, callismo y cardenismo en México. Más allá de esos fenómenos políticos, también se consideran gobiernos de tipo populista el de Arbenz en Guatemala, el de Ibáñez en Chile, el de Paz Estenssoro y Siles Zuazo en Bolivia y el de Velasco Alvarado en Perú, entre otros.

En la mayoría de aquellos estudios, predomina la idea de que los fenómenos populistas corresponden a formas subdesarrolladas o degradadas de organización de las actividades políticas. Al trabajar explícita o implícitamente con el paradigma de la democracia representativa, algunos autores se lamentan por la forma plena de argucias con la que las clases populares o las masas disponibles se dejaron conducir y engañar por demagogos civiles o militares.

Parece claro que esos estudios resultaron harto fallidos. Tomaban una cierta idea de la democracia representativa –una muy pulidita– y ponían frente a la misma experiencias históricas como las referidas. Todo ocurría entonces como si aquí la historia cometiera errores o se equivocara. Pero como la historia ni comete errores ni se equivoca, tales estudios claramente estaban incapacitados para explicar la especificidad de aquellas experiencias. Esas creencias del siglo pasado son las que profesan Peña Nieto y Ochoa Reza (sí, Ochoa, reza). Peña no se atreve a mencionarlo, pero Ochoa sí: dicen de Andrés Manuel López Obrador, que es un demagogo que engaña a las clases populares. Impugnan a AMLO en el terreno de la economía, reivindicando la libertad individual de operar con su iniciativa el desarrollo del país, dejando para el poder que hoy son ellos, la tarea prácticamente única de Estado policía: nos compete cuidar el ejercicio de esa libertad individual. O sea, el canon neoliberal. Así, no es extraño que la inversión pública repte. Puede leerse en ¡ Forbes!, algo ya consumado: en 2016 México tendrá niveles de inversión pública no vistos desde la década de los treinta e incluso podrían ser próximos a los de los años veinte.

En este siglo Ernesto Laclau ha hecho un plausible esfuerzo por explicar la naturaleza de los populismos (no incluye a los de derecha). Me ocuparé de Laclau en mi próxima entrega.

Entre tanto, oigamos esta postura de Paul Krugman: En algunas ocasiones, cuando un país ha perdido el rumbo, el populismo puede ser útil en devolverle la sensatez. En The Conscience of a Liberal, describe cómo se construyeron las instituciones del New Deal, y la era de prosperidad y mayor igualdad que siguieron. Añade: la era de gran desigualdad en la que vivimos hoy debería producir una reacción populista. Las políticas populistas del New Deal incluyeron la seguridad social universal, impuestos sobre las rentas más elevadas, impuestos a la herencia, seguro de desempleo y alzas al salario mínimo.