El interés estadounidense por Merkel

Karl-Theodor zu Guttenberg[x]

BERLÍN – Los alemanes solían decir en broma que el gusto de la canciller Angela Merkel por la comunicación a través de mensajes de texto señalaba el fin efectivo de la historiografía tradicional. Pues bien, parece que al menos las agencias estadounidenses de espionaje se han preocupado por llevar un cuidadoso registro de estas comunicaciones reservadas, tanto en Berlín como en otras capitales del mundo.

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Illustration by Paul Lachine

Por desgracia, el presidente estadounidense Barack Obama y su gobierno todavía no han comprendido la magnitud y la gravedad del daño que esto causa a la credibilidad de Estados Unidos entre sus aliados europeos. El problema más grave no es el espionaje entre países (algo que todos hacen), sino el alcance de los programas estadounidenses de recolección de inteligencia y la actitud de Estados Unidos hacia sus aliados.

Los aliados transatlánticos ya han tenido divergencias en asuntos tales como el cambio climático, la cárcel de Guantánamo y la Guerra de Irak; estas revelaron el surgimiento de una incomprensión entre las partes, que es producto a veces de profundas diferencias respecto de los mejores modos de lograr ciertos objetivos compartidos. Pero la crisis de las escuchas telefónicas y las otras incómodas revelaciones del ex contratista de inteligencia estadounidense Edward J. Snowden son señales de un problema más profundo: una crisis de desconfianza mutua que amenaza con abrir una enorme grieta entre ambas orillas del Atlántico, justo cuando Estados Unidos y Europa necesitan más que nunca estrechar su cooperación en asuntos políticos, económicos y de seguridad.

Probablemente nada perjudique tanto las relaciones cordiales entre estados democráticos como una conducta que atente contra el prestigio interno de un aliado. Cuando hace unos meses el escándalo de la NSA sacudió a Europa, fue Merkel la que salió a tratar de calmar las aguas. Precisamente por eso, las presuntas escuchas de las que fue objeto su teléfono celular la afectan de modo particular en lo personal y en lo político.

Entre 2009 y 2011 me desempeñé en el gobierno de Merkel; debo admitir que entonces fui bastante descuidado en el uso de dispositivos de comunicación móviles. Claro que en principio, siempre se debe dar por sentado que las comunicaciones de un gobierno serán objeto de espionaje por parte de servicios de inteligencia de otros países. Pero una cosa es que lo hagan Rusia o China y otra muy diferente que lo haga un aliado que ha insistido reiteradamente en la importancia de profundizar la amistad y la cooperación entre ambos lados del Atlántico.

La personalidad de Obama contribuye a complicar las cosas.Es difícil recordar otro presidente estadounidense con un grado tal de desconexión personal respecto de otros jefes de estado. Cuando estalló el escándalo, en vez de comunicarse directamente con un país amigo, Obama optó por mantener perfil bajo y hacer que el secretario de prensa de la Casa Blanca, Jay Carney, emitiera una incómoda declaración según la cual el gobierno de Estados Unidos “no vigila” y “no vigilará” las comunicaciones de Merkel. Claro que no hace falta mucha perspicacia para reconocer en ella un torpe intento de no admitir que los servicios de inteligencia estadounidenses vigilaron a Merkel en el pasado.

Parece que el gobierno de Obama omitió hacerse algunas preguntas básicas. ¿Cómo se justifica el espionaje a una mandataria que se encuentra entre los aliados más cercanos de Estados Unidos en la OTAN y en la misión a Afganistán, a la que se invitó al Jardín de las Rosas de la Casa Blanca para condecorarla con la Medalla Presidencial de la Libertad, el máximo galardón que Estados Unidos puede dar a un extranjero?

Además, Merkel no fue la única. ¿Cómo puede el gobierno de Obama justificar el espionaje a un aliado (Francia) que se esforzó por ganarse la confianza de Estados Unidos proveyéndole de un muy necesario apoyo militar y político en Libia y Siria? El presidente francés, François Hollande, ha de sentirse defraudado, no solamente por el hecho de que Estados Unidos lo espiara, sino también porque, con toda probabilidad, sus propios servicios de inteligencia no le avisaron de la súbita decisión de Obama de someter al Congreso estadounidense el uso de la fuerza militar en Siria.

Por último, ¿cómo puede Obama explicar a la Unión Europea (a cuya delegación en Washington, DC, también se le plantaron micrófonos) que es crucial comenzar negociaciones francas, serias y de amplio alcance para la firma de un Acuerdo Transatlántico sobre Comercio e Inversión? Importantes personalidades europeas ya han alzado sus voces para exigir una suspensión de las tratativas (entre ellas, el presidente del Parlamento Europeo y el líder de los socialdemócratas alemanes, que se apresta a formar coalición de gobierno con Merkel). Cualquier demora o fracaso en la profundización de la integración económica transatlántica puede provocar un costo económico de varios cientos de miles de millones de dólares (por no hablar del daño incalculable para la credibilidad de Estados Unidos en Europa).

Últimamente se habla mucho de los riesgos que supone una nueva era de aislacionismo y falta de liderazgo estadounidense en el mundo. Pero es importante señalar que la posible retirada estadounidense de los asuntos globales no sería el único factor causante: lo mismo puede derivarse de un uso imprudente del poder duro y el poder blando en la escena internacional por parte de Estados Unidos.

Habrá que discutir opciones para reparar el desastre de la NSA. Francia y Alemania quieren crear un sistema común de inteligencia con Estados Unidos, pero es probable que esta idea sea difícil de implementar, sobre todo habida cuenta de que no siempre es posible controlar totalmente a los diversos servicios de espionaje que operan en el mundo. Como primera medida, Obama debe redescubrir las grandes dotes comunicativas que lo catapultaron a la Casa Blanca. Desde el punto de vista de la diplomacia pública, su manejo del escándalo de las escuchas fue un fiasco. Para contener los daños y comenzar la muy necesaria recreación de confianza, Obama debe enviar un pedido de disculpas creíble a Merkel, a sus otros aliados occidentales y a los ciudadanos de cada uno de los países implicados.

En el contexto político estadounidense, los mea culpa (especialmente, cuando van dirigidos a un gobierno extranjero) suelen verse como signo de debilidad. Pero en el caso del escándalo de la NSA, la única solución viable para dar vuelta la página es que Obama haga un pedido de disculpas inequívoco. Por desgracia, el tiempo para hacerlo y que en Europa se interprete como un gesto auténticamente conciliador (y como un signo de fortaleza y convicción reales por parte de Estados Unidos) se agota.

Traducción: Esteban Flamini