Brasil en el laberinto

Leonardo Mangialavori

Mientras la Constitución brasileña cumple veinticinco años de ejercicio pleno, en el país vecino se debate la necesidad de reformar el sistema político para acortar la brecha que separa a la dirigencia partidaria del resto de la población. Las protestas masivas de junio pasado pusieron nuevamente en agenda una crisis de representación que tiene raíces más antiguas y se arrastra desde la vuelta de la democracia. Como quedó evidenciado, la apatía y el descontento político subsisten pese al crecimiento económico experimentado en los gobiernos petistas, y los escándalos de corrupción sucedidos en los últimos años agravan el escenario.


Durante las manifestaciones, Dilma Rousseff interpretó el reclamo en este sentido, y propuso la realización de un plebiscito para crear una convención constituyente que se ocuparía exclusivamente de este tema. La presidenta señaló la necesidad de trabajar sobre cinco puntos específicos: el financiamiento público de los partidos, el sistema electoral, las suplencias de los legisladores, la conformación de coaliciones en elecciones parlamentarias y el voto secreto en ambas Cámaras.

Pero la presión del Congreso la llevó a desistir de tal propuesta. Dilma se vio obligada a optar por la creación de un grupo de labor parlamentaria que trabaje en un proyecto de reforma. La jugada apunta a construir un consenso entre los legisladores para fortalecer la posición del Ejecutivo.

La reforma política es un viejo anhelo del Partido de los Trabajadores. El ex mandatario Lula da Silva realizó varios intentos por introducir innovaciones en el sistema electoral que reduzcan el personalismo y refuercen la disciplina partidaria. Todos sus intentos fracasaron por la falta de apoyo parlamentario.

Sin dudas, hay razones para que los legisladores mantengan una posición de cautela. Entre abogados y politólogos es conocido que toda reforma política siempre implica ganadores y perdedores, pero es muy difícil saber a priori quiénes quedarán de un lado y quiénes del otro. Entre los partidos que más se han resistido a una reforma profunda están el PMDB, principal aliado del PT y bandera política del vicepresidente Michel Temer, y el opositor PSDB, del gobernador de San Pablo, Geraldo Alckmin. Ambas fuerzas creen que la reforma propuesta podría beneficiar al PT.

La sospecha tiene sus fundamentos: la prohibición de financiamiento mediante donativos privados podría significar una ventaja circunstancial para el oficialismo, que actualmente controla el presupuesto nacional. Del mismo modo, la prohibición de coaliciones parlamentarias perjudicaría a los partidos más chicos y beneficiaría a los mejor organizados. Mientras tanto, el grupo de diputados que trabaja en la reforma ya llegó a un acuerdo para dejar sin efecto la posibilidad de reelección y actualmente discute la unificación de todas las elecciones en un mismo año.

Según una encuesta de la agencia IBOPE realizada en agosto pasado, más del 85% de la población consideraba necesaria una reforma antes de las elecciones de 2014. Sin embargo, el coordinador del Grupo de Labor Parlamentario, el diputado Cándido Vaccareza (PT), aclaró que “lo que nosotros aprobemos aquí valdrá para 2016 o 2018”. Y agregó: “No me cabe a mí hacer demagogia”. Es que una ley especial determina que toda reforma política sólo es aplicable transcurrido un año de su aprobación. En los meses siguientes se definirá el futuro del proyecto. Todo indica que, una vez más, la reforma política podría perderse en su propio laberinto.

Candidatos en la pole para 2014

A un año de las elecciones presidenciales en Brasil, los principales candidatos a ocupar el Palacio del Planalto ya miden sus fuerzas y articulan apoyos para llegar en mejor posición a junio de 2014, cuando deberán oficializar sus candidaturas.

A pesar de las masivas protestas durante la Copa de Confederaciones de Fútbol, la presidenta Dilma Rousseff se mantiene como la dirigente política con mayor aprobación e imagen positiva y cuenta con el apoyo de su partido para postularse a la reelección. Lula da Silva -quien manifestó sus ganas de volver a la jefatura de Estado- dejó en claro que la decisión depende de la primera mandataria, y que sólo volverá a ser candidato en el caso de que Dilma decida no postularse para un segundo período.

En el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) se fortalece la figura del senador Aécio Neves. El ex gobernador de Minas Gerais fue electo por unanimidad como presidente de su partido y su candidatura ya cuenta con el apoyo del ex presidente Fernando Henrique Cardoso. Más carismático que sus antecesores José Serra y Geraldo Alckmin, Neves podría significar un aire fresco para el principal partido opositor.

Pero la principal preocupación del PT está puesta en la reciente ruptura de la alianza que mantenía con el Partido Socialista Brasileño (PSB). El gobernador de Pernambuco y presidente del PSB, Eduardo Campos, apuró la salida de su partido de los puestos de gobierno y ya se postula como candidato a la presidencia. Campos se muestra como una alternativa de renovación desde la izquierda y evita el lugar de opositor. Su imagen crece en el norte y en el nordeste del país desde las elecciones municipales de 2012, clásico bastión del Partido de los Trabajadores.

La reciente incorporación de Marina Silva a las filas del PSB suma más preocupación al gobierno. La ex ministra de Lula se unió a los socialistas luego de que el Tribunal Superior Electoral le negara la aprobación a su partido Red Sustentabilidad. En 2010 se quedó con el tercer puesto al frente del Partido Verde, y actualmente está segunda en intención de voto, sólo superada por Dilma. Si finalmente Silva y Campos deciden integrar una fórmula conjunta, las chances del PSB podrían crecer, y el PT debería hacer un esfuerzo extra para continuar en el gobierno.