Los Cabos: epitafio

Jorge Eduardo Navarrete
La Jornada


   El epitafio de la cumbre del Grupo de los Veinte (G-20) en Los Cabos, grabado en la lápida respectiva, se escribió antes de que se iniciara: No tuvo oportunidad de hacer algo relevante y menos aún de hacerlo a tiempo. La reflexión, desprendida de un texto de Lawrence Summers propalado el martes 19, resulta apta no sólo como apreciación de lo que habría de ocurrir –o, mejor dicho, de lo que no habría de ocurrir– sino como expresión de lo que algunos hemos calificado como creciente irrelevancia y poco auspicioso futuro del G-20.

Para empezar, hay que detenerse en la declaración de los líderes, texto prolijo y extenso, no demasiado diferente de los surgidos de cumbres anteriores. La extensión y minuciosidad del documento, tras una reunión breve y que dedicó gran parte del tiempo disponible a otros asuntos, refuerza la impresión de que fue formalmente aprobado por los líderes como una muestra de confianza en sus subordinados de diverso nivel, sin discutirlo a fondo y quizá incluso sin leerlo. Es probable, por ejemplo, que los redactores del párrafo 23 –que expresa el compromiso de adoptar acciones concretas para superar las barreras que impiden la plena participación económica y social y la expansión de las oportunidades económicas para las mujeres en las economías del G-20, así como de avanzar la equidad de género en todas las áreas, entre ellas el adiestramiento, los sueldos y salarios, el trato en los espacios laborales y las responsabilidades en el otorgamiento de cuidados– hayan sido funcionarios de tercer o cuarto nivel que nunca se acercaron a Los Cabos. Los líderes discutieron, supongo, unas cuantas cuestiones controvertidas.
Estímulo o consolidación, la primera de ellas. La declaración abre con el compromiso de promover el crecimiento y el empleo… y fomentar la estabilidad financiera, a través del Plan de acción de Los Cabos para el crecimiento y el empleo. Este plan se recoge en un documento por separado, tan prolijo y extenso como la declaración misma. Desde sus párrafos iniciales y a lo largo de su amplio desarrollo, el Plan de acción de Los Cabos trastoca las prioridades, privilegiando la estabilización y la consolidación financieras sobre el crecimiento y el empleo.
También contiene una discriminación interesante: en su párrafo 5 señala: Si las condiciones económicas se deterioran aún más en medida importante, Alemania, Argentina, Australia, Brasil, Canadá, Corea, China, Estados Unidos y Rusia están dispuestos a coordinar e implementar acciones adicionales para apoyar la demanda, tomando en consideración las circunstancias y compromisos nacionales. ¿Cómo entender este párrafo del Plan de acción de Los Cabos? Sólo esos nueve países del G-20 van a adoptar medidas de estímulo coordinadas y suficientes para responder a un deterioro grave de la situación económica global. ¿Qué van a hacer los demás, México entre ellos? Seguirán defendiendo una estabilidad más o menos libre de amenazas y sacrificando de manera innecesaria el crecimiento y el empleo.
La declaración continúa con los apartados habituales en este tipo de documentos. En todo momento se subraya la prioridad a la estabilización sobre el crecimiento y el empleo. Algunos puntos que llaman la atención: en el párrafo 13 se señala que la política monetaria mantendrá la estabilidad de precios a mediano plazo, en tanto continúa apoyando la recuperación económica. ¿Cómo y en qué medida va a aprovecharse esta rendija que permite acciones de estímulo en la actual coyuntura recesiva pero las frena de antemano en un mediano plazo no definido?
En materia cambiaria, China es el único país al que la declaración alude en particular, para reconocer que ha emprendido el camino de la reforma y aumentado la transparencia de su política cambiaria. Este reconocimiento de los líderes del G-20 debería ser suficiente para que China respondiese a las frecuentes presiones bilaterales, sobre todo de Estados Unidos, para que acelere la transición hacia el yuan-renminbí convertible.
La declaración contiene también, en sus párrafos 20 y siguientes, una respuesta adecuada a las vociferantes demandas de reforma laboral. La que proponen los líderes del G-20 se orienta a “combatir el desempleo a través de reformas del mercado laboral que fomenten el empleo digno y los trabajos de calidad –con derechos laborales, cobertura de seguridad social y salarios dignos–, en especial para los jóvenes y otros grupos vulnerables, que han sido severamente lastimados por la crisis económica”.
En cuanto a la reforma de las instituciones financieras multilaterales, se reafirma que en septiembre próximo, en las reuniones anuales del FMI y del Banco Mundial, se pondrán en vigor las relativas a cuotas y gobierno acordadas en 2010; en enero de 2013 se concluirá la revisión de la fórmula para calcular las cuotas en esas instituciones, superando las deficiencias y debilidades de la actual, y en enero de 2014 se concluirá la revisión general de cuotas. Tres fechas claramente inscritas para medir el grado de cumplimiento de los acuerdos del G-20, validados en su momento por los órganos de gobierno de las instituciones de Bretton Woods.
La reunión se inició en un ambiente de reclamo hacia Europa y de denuncia de las limitaciones reales o percibidas en su manejo de la crisis del euro. Tras las expresiones críticas del primer ministro de Canadá y del secretario general de la OCDE, el presidente de la Comisión Europea –tras recordar que la actual crisis no se había originado en ese continente, que resultó contaminado por el colapso financiero en Estados Unidos– señaló que Europa no había llegado a Los Cabos para recibir lecciones de democracia o de manejo de la economía.
Escrito ya el epitafio de Los Cabos, cabe especular que si la cumbre se hubiera celebrado un año y no siete meses después de la realizada en Cannes, quizá la Unión Europea habría tenido oportunidad de hacer algo relevante –adicionando, como lo propuso François Hollande, medidas efectivas de estímulo al crecimiento y el empleo; modulando, como demanda Grecia, los términos y exigencias de los programas de consolidación fiscal, e implementando las propuestas de coordinación y regulación de los bancos, que apenas empiezan a discutirse– y la historia de la cumbre del G-20 de 2012 habría sido diferente. Esta oportunidad quedó clausurada por la premura política del anfitrión, cuya presidencia del grupo, en el ocaso de Los Cabos, enfrenta un triste y solitario final.