Thais la pecadora
Penitente, siglo IV
La belleza de la prostituta Thais* deslumbraba tanto a los jóvenes de Alejandría que por ella derrochaban todo su haber y sus bienes, acabando en la pobreza y la desvergüenza. A veces, ofuscados por los celos, luchaban entre sí y se asesinaban sin piedad ni remordimiento.
Como se ve, Thais era un verdadero instrumento del demonio. Así lo comprendió el abad Pafnucio, quien, decidido a acabar con su perniciosa influencia, la visitó, vestido con ropas mundanas y una bolsa de dinero, fingiendo que quería pecar con ella. Esto no resultaba novedoso para Thais, por lo que, sin sospechar nada, condujo al piadoso abad hasta un amplio lecho cubierto con valiosas coberturas y mullidas almohadas. Sin embargo, Pafnucio le preguntó si no había otro aposento más secreto todavía y ella se internó más profundamente en sus habitaciones, pero fue en vano: Pafnucio seguía diciendo que temía ser visto.
En su oficio Thais había conocido toda clase de perversos, de manera que le siguió la corriente. Cuando por fin entraron a una cámara del todo apartada, ella dijo: “Hasta aquí no llega absolutamente nadie, pero si a quien temes es a Dios, no hay lugar alguno que le sea oculto”
A partir de este punto, las versiones sobre lo ocurrido en la misteriosa recámara difieren sustancialmente, pero la más conocida y tenida por cierta es la del abad. Según él, asombrado por las palabras de la prostituta, le preguntó si sabía algo de Dios, a lo que Thais respondió que sabía mucho, demostrando a continuación un acabado conocimiento de la doctrina cristiana. Al fin Pafnucio alzó su voz y la increpó: “¿Y por qué, entonces, has perdido a tantas almas, si sabes que un día deberás dar cuenta, no sólo de la tuya, sino también de aquellas?”
Al punto Thais fue invadida por un profundo arrepentimiento, se echó a llorar, abrazó los pies del abad y le rogó que le mostrara un camino de penitencia. Pafnucio la citó en un convento de monjas y se marchó.
Antes de acudir al encuentro del abad, Thais llevó a la plaza todos los bienes adquiridos con el producto de sus vicios y les prendió fuego exclamando: “¡Venid todos los que habéis fornicado conmigo y ved cómo arde el salario del pecado!”
Y todos vieron cómo ardía el salario del pecado.
Una vez en el convento, Thais fue metida en una pequeña celda, a la que Pafnucio cerró herméticamente con plomo, dejando tan sólo una diminuta abertura por la que se pudiera introducir el alimento. Ordenó, además, que no se le diera otra cosa que un mendrugo de pan y un vaso de agua cada día. Cuando ella le preguntó dónde debía hacer sus necesidades, Pafnucio respondió: “En la celda, tal como corresponde a lo que vales”. Y a la siguiente pregunta de Thais “¿Cómo debo invocar a Dios?”, él respondió: “Tú no eres digna de pronunciar Su nombre ni de alzar tus manos hacia Él, pues tus labios están cubiertos de maldad y tus manos cubiertas de impureza. Por eso, échate al suelo, mira hacia el este y di: ‘Tú, que me has creado, apiádate de mí’”
Evidentemente, lo ocurrido en la alcoba de Thais, sea lo que fuere, debió haber sido una experiencia horrorosa para el abad.
Transcurridos tres años, Pafnucio sintió compasión por la penitente y preguntó a san Antonio si Dios ya había perdonado a la muchacha sus pecados. Éste se lo contó a sus colegas anacoretas del desierto tebaico y todos se pusieron a rezar en espera de percibir una señal. Le tocó en suerte a Pablo el Ermitaño, quien una noche vio un lecho cubierto con valiosas ropas, vigilado por tres doncellas. Pensó que estaba preparado para san Antonio, pero una Voz le dijo: “Estas tres vírgenes se llaman Temor ante el castigo, Vergüenza por el pecado y Amor a la justicia. No esperan a Antonio sino a la penitente Thais”.
Pafnucio sacó de la celda a la muchacha, quien alcanzó a vivir todavía quince días, sin cometer excesos de ninguna clase. Había aprendido la lección.
*Santa Thais fue una cortesana egipcia, convertida al cristianismo, que vivió en la Alejandría romana y en el desierto egipcio, por lo que se le incluye en la lista de los Padres del yermo. Actualmente es venerada como santa por coptos, católicos y ortodoxos. Wikipedia