La leyenda del general

Diario Clarín Supl. Zona
Publicado el 4 de abril de 2001

Aunque el la versión web del diario no figura el autor de la nota, el autor de la misma es Rogelio García Lupo y, ampliada, forma parte del libro "Últimas noticias de Perón y su tiempo" Capitulo IXX "Generales argentinos entre Estados Unidos y Francia, paginas 299 a 313
La leyenda del general Carlos Rosas saltó del interior del ejército al primer plano político en pocos años. Fue marcada por su oposición al golpe militar de 1966, su lealtad al presidente Illia, el accidente que casi le cuesta la vida y que dio lugar a las sospechas de que había sido provocado y su lanzamiento político al frente de un movimiento de agitación contra el régimen militar.


En el complejo ajedrez político de los 60 la posición de Rosas lo dejó atado a Francia y a su presidente, De Gaulle. Es decir, al bando perdedor, ya que el mismo De Gaulle saldría del poder en 1969. La misión militar francesa abandonaría muy pronto los propósitos originales —reorganizar el ejército según el modelo francés, adquirir material en la industria militar de Francia— para concentrarse en el entrenamiento de oficiales de inteligencia. La misión fue ocupada por oficiales de la extrema derecha —muchos de ellos de la nobleza castrense y de la secta extremista Cité Catholique— que odiaban tanto a De Gaulle como al comunismo y a los movimientos de Argelia y Vietnam.



Aunque el rastro francés se apreció en las prácticas represivas a partir de 1976, el propio Rosas había padecido la acción de la delegación cuya venida al país había antes patrocinado. Militares argentinos y franceses de extrema derecha elaboraron una inquietante campaña de inteligencia destinada a demostrar que la reorganización del ejército, según las ideas de Rosas, ocultaba la intención de favorecer a las guerrillas de izquierda. Un sacerdote ligado con oficiales argentinos y franceses, Julio Menvielle, afirmó en un artículo difundido en la prensa que Rosas había "dejado desguarnecida a la Mesopotamia y al Norte para facilitar la acción de los guerrilleros comunistas que operarían desde la frontera de Brasil y de Bolivia". Aunque la imputación era insostenible, las acusaciones contribuyeron a señalar al general como"comunista y castrista".

Después de que Onganía impuso el pase a disponibilidad de Rosas, Illia lo mantuvo en el servicio designándolo embajador en Paraguay en 1965. Pero nueve meses más tarde, cuando manejaba su automóvil entre Corrientes y Posadas, camino a Asunción, Rosas sufrió un accidente que lo dejó postrado, con ambas piernas quebradas y conmoción cerebral. Estuvo al borde de la muerte. El accidente fue atribuido a una mala maniobra. El gobierno desmintió que hubiera desaparecido del auto accidentado un maletín con documentos secretos. Hubo, además, una vaga promesa del ejército de investigar si en el lugar existía un derrame de petróleo que habría ocasionado el deslizamiento fatal del auto. También quedó la firme versión de que Rosas regresaba a Asunción llevando en su maletín el decreto de Illia designándolo comandante general de represión, para reprimir el alzamiento de Onganía.

Al final de su vida Rosas fue la cabeza de una movilización política que recorrió buena parte del país, acompañado por políticos radicales y socialistas, sindicalistas de la CGT de los Argentinos y cooperativistas agrícolas. En este Movimiento de Defensa del Patrimonio Nacional, Rosas planteó no sólo un programa económico basado en sus ideas nacionalistas, sino también la necesidad de la vuelta a la democracia. Sostuvo que si el gobierno militar no comprendía que los partidos políticos debían volver a funcionar, entonces habría que cambiar al gobierno y afirmó que "desde 1810 las dictaduras han sido cambiadas por actos de fuerza de elites que hicieron lo que pensaba el pueblo".

En la Casa Rosada entendieron que Rosas estaba acumulando respaldo en las calles para un contragolpe militar que acabara con Onganía. Por eso cuando la firma del general Carlos Rosas apareció en una solicitada de apoyo al "cordobazo", Onganía tomó la decisión de arrestarlo durante 80 días en un cuartel. Recobró la libertad para morir poco después a causa de un inesperado paro cardíaco, en octubre de 1969.