Tiempos excepcionales para las excepcionales fortunas estadounidenses: hacia la depravación

Sam Pizzigati 


¿Que ocurre con los millones que los grandes ejecutivos y gestores de fondos especulativos se han apropiado durante las décadas recientes? Nuestra legislación fiscal actual no nos permitirá recuperarlos.


Theodor Roosevelt no aprobaría la facilidad con la que los súper-ricos pueden actualmente perpetuar sus enormes acumulaciones de riqueza.

¿Puede una democracia sobrevivir si los más ricos de entre los ricos pueden transmitir a sus herederos, generación tras generación, la mayor parte de sus fortunas?

Esta cuestión se convirtió, hace un siglo, en uno de los temas más importantes del debate político en los Estados Unidos. Fortunas de tamaño casi inimaginable se apilaban por entonces en el paisaje económico de la nación. Los norteamericos temían que estas grandes fortunas pudieran convertirse fácilmente en los fundamentos de una nueva aristocracia, de dinastías financieras que convertirían la democracia norteamericana en letra muerta.

¿Cómo podrían, los norteamericanos medios, prevenir esta ruina? La nación necesitaba que cada vez más norteamericanos se pusieran de acuerdo en gravar –y fuertemente– las fortunas que los súper-ricos legaban a sus herederos.

El Presidente Theodore Roosevelt declaró en1906 que Norteamérica debía imponer “una carga en constante aumento sobre las herencias de las grandes fortunas, cuya perpetuidad no constituye ciertamente ningún beneficio para el país.”

Una década más tarde el Congreso empezó a poner en marcha esta carga. Los legisladores establecieron un impuesto federal sobre los grandes patrimonios que los ricos dejaban a su muerte y este nuevo impuesto patrimonial conseguiría un sólido apoyo en la Casa Blanca, tanto por parte de republicanos como de demócratas.

Un gran “poder económico heredado”, como opinaba Franklin D. Roosevelt en 1935, “es inconsistente con los ideales de esta generación de la misma forma que el poder político heredado era inconsistente con los ideales de la generación que estableció nuestro Gobierno”.
Cualquier sociedad que tolera una clase “inmensamente rica”, añadiría una generación más tarde el Presidente republicano Dwight Eisenhower, está atrayéndose problemas.

“Desde el principio de los tiempos”, recordaba Ike a los norteamericanos, “demasiado frecuentemente la opulencia ha preparado el terreno a la depravación y finalmente la destrucción”.

La depravación, esto es. Hace una docena de años los líderes políticos de Norteamérica decidieron empezar a deshacerse del impuesto federal sobre el patrimonio. El compromiso presupuestario de última hora arrancado a finales del 2010 amplió –y profundizó– esta piratería.

Nuestro último compromiso presupuestario federal de última hora –la negociación sobre el “abismo fiscal” llegó a buen fin la víspera del 2013– ha blindado ahora toda esta piratería. Actualmente nuestros ricos pueden hacer exactamente aquello contra lo que el Republicano Teddy Roosevelt nos previno. Pueden “perpetuar” fácilmente sus “inmensas fortunas”.

La facilidad de esta perpetuación no ha aparecido en la mayoría de informaciones sobre el abismo fiscal. Normalmente estas informaciones señalan que el acuerdo permite a una persona rica legar, libre de impuestos, los mismos 5 millones de dólares que el acuerdo fiscal del 2010 estableció en la legislación fiscal. Pero esta cifra de 5 millones es solo un indicio de la gran vía libre que los legisladores norteamericanos han abierto a los norteamericanos más terriblemente opulentos.

Estos 5 millones $, para los principiantes, se ajustan anualmente según la inflación. En 2013, este ajuste elevará la exención a 5,25 millones $. A su vez, estos 5,25 millones $ se aplican a un solo cónyuge. Una pareja podrá este año quedar totalmente exenta del impuesto sobre el patrimonio hasta un valor de 10,5 millones $.

Ni siquiera esta aritmética cuenta toda la historia.

Décadas atrás el Congreso se dio cuenta de que las fortunas dinásticas florecerían si los ricos podían evitar la obligación del impuesto sobre el patrimonio cediendo en vida el grueso de sus fortunas a sus herederos. Solución: el impuesto sobre las donaciones, un gravamen federal sobre las transmisiones substanciales de dinero en metálico y otros activos.

Los impuestos sobre donaciones y sobre el patrimonio han trabajado en tándem. Las substanciales donaciones que los ricos han hecho en vida a sus herederos se sustrae del total exento del impuesto sobre el patrimonio. En 2013, una pareja rica que haya otorgado 2 millones $ en donaciones solamente estará exenta, a su muerte, de otros 8,5 millones $.

Por lo menos esto es lo que dice la teoría. En realidad, los ricos pueden “donar” de manera que puedan conseguir exenciones mucho mayores del impuesto sobre el patrimonio. En 2013, el impuesto sobre donaciones solo tendrá efecto cuando una persona individual rica done a un solo individuo más de 14.000 $ en un solo año.

Una pareja rica puede, bajo este lucrativo resquicio, dar conjuntamente 28.000 $ al año a tantos individuos como quiera, durante tantos años como quiera, y no tener que pagar ni un penique en impuestos sobre donaciones.

Consideremos, por ejemplo, un ejecutivo de Wall Street con dos hijos adultos y cuatro nietos. Este ejecutivo y su esposa pueden donar 168.000$ al año a sus seis seres queridos sin pagar ni un solo impuesto sobre la donación.

Y, ¿que ocurre con estos seis seres queridos? No tienen que pagar ni un solo penique de impuesto sobre la renta personal por estos 168.000 $. Ni siquiera tienen que declarar estos 168.000 $ en sus declaraciones de renta. Ni tampoco deberán pagar impuestos – ni tan solo declarar – los mega millones adicionales que puedan heredar.

En otras palabras, estamos dejando que nuestras grandes fortunas aumenten más allá de cualquier límite razonable. Nuestros progresistas antepasados no aceptaban esta acumulación. Tampoco nosotros deberíamos aceptarla.

Sam Pizzigati, miembro asociado del Institute for Policy Studies, escribe habitualmente sobre la desigualdad. Su ultimo libro es Los ricos no siempre ganan: el olvidado triunfo sobre la plutocracia que creó la clase media norteamericana.

Traducción: Anna Maria Garriga (Sin Permiso)