Siria bajo fuego: Terrorismo de exportación

David Garcia
APAS

  • El Washington Post denunció que grupos armados opositores sirios reciben la ayuda de Estados Unidos y los países del Golfo. El gobierno de Al Asad aporta pruebas sobre la participación de infiltrados extranjeros en atentados terroristas. Mientras tanto, ante la imposibilidad de atacar Damasco, Washington apuesta al desgaste del régimen en ese país.


El cerco que Rusia y China levantaron sobre Siria provocó que Estados Unidos, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y el Consejo de Cooperación del Golfo -Arabia Saudita y Qatar- debieran cambiar su estrategia en su intento por derrocar a Bashar al Asad.

La maniobra desarrollada en Libia para asesinar impunemente a Kadafi definitivamente no será la receta utilizada en Siria. Mientras en territorio libio los “rebeldes de la OTAN” recibieron rápidamente la ayuda de las bombas de la alianza atlántica, los “rebeldes imperialistas” sirios no parecen contar con la misma suerte.

Claro que si la lluvia de bombas occidentales no cae sobre Siria, no se debe a la falta de voluntad del Imperio y sus aliados; sino a que tanto Moscú como Beijing vetaron la resolución de cambio de régimen que pretendió aprobar, en dos oportunidades -octubre del 2011 y febrero del 2012- el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Ante la negativa de rusos y chinos a aceptar un ataque en territorio sirio para derrocar –si no asesinar- a Al Asad, la responsabilidad de dicha tarea recayó pura y exclusivamente sobre las espaldas del Ejército Libre de Siria (ELS), conformado principalmente por desertores y mercenarios.

Tras 14 meses de violencia y muerte en Siria, queda claro que tanto el ELS como los “rebeldes imperialistas” no fueron conformados para destituir al presidente sirio; sino que su función consistía en generar disturbios que fueran contrarrestados por el gobierno de Bashar al Asad, y así justificar un ataque de la OTAN para llevar adelante un cambio de régimen.

Ante la imposibilidad de un ataque de la OTAN, Estados Unidos y sus aliados optaron por llevar adelante una guerra de baja intensidad, a través de la prolongación de los combates y el desarrollo de ataques terroristas.

Este cambio de estrategia se vio reflejado en los últimos días. El miércoles 9 de mayo, un artefacto explosivo estalló cuando un convoy de observadores de la ONU circulaba por la ciudad de Deraa.

Luego del ataque, Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, señaló: “El Gobierno y todos los elementos de la oposición deben darse cuenta de que tenemos una pequeña oportunidad para terminar con la violencia”.

Sin embargo, al día siguiente un doble atentado terrorista sacudió las calles de Damasco. Las explosiones de dos coches bomba dejaron como saldo la muerte de 55 personas y 372 heridos.

A pocas horas del ataque, el Ministerio de Exteriores y Emigrantes sirio envió dos cartas: una al Consejo de Seguridad de la ONU y otra dirigida a Ban Ki-moon. En ellas señaló, como lo hace desde el comienzo del conflicto, que Siria es blanco de un ataque terrorista perpetrado por grupos que reciben apoyo financiero y armamentístico del exterior.

En la misma dirección que el Gobierno de Siria se expresó el Movimiento de la Resistencia Islámica libanés Hezbolá: “¿Es esta la primavera árabe que persigue Washington y sus aliados árabes? ¿O es sólo una pequeña muestra de lo que le espera a Siria si alcanza la libertad pregonada por los Estados Unidos, que ha matado a decenas de miles de iraquíes y a otras personas a quienes Washington decía que iba a liberarlos?”.

Por otro lado, las organizaciones opositoras a Al Asad adjudicaron los atentados al Gobierno sirio, acusándolo de querer ahuyentar a los observadores de la ONU. 

Samir Nachar, miembro de la oficina ejecutiva del Consejo Nacional Sirio (CNS), afirmó que “a través de estos ataques, la política del régimen pretende alejar a los observadores del terreno cuando el pueblo sirio pide que se aumente su número”.

Pero la hipótesis de Nachar carece de consistencia. La presencia de Rusia y China en el Consejo de Seguridad de la ONU le hubiese permitido a Bashar al Asad a denegar el ingreso de los observadores del organismo internacional a Siria

Además, las declaraciones de las organizaciones opositaras al Mandatario sirio comenzaron a derrumbarse lentamente. El miércoles 16 de mayo, el Washington Post publicó que “los rebeldes sirios que combaten al presidente Bashar al Asad han comenzado a recibir más y mejores armas en las últimas semanas, un esfuerzo pagado por los países del Golfo Pérsico y coordinado parcialmente por los Estados Unidos”.

Al mismo tiempo, el Gobierno sirio envió a la ONU un informe con pruebas de que 26 infiltrados extranjeros, detenidos entre agosto de 2011 y abril de 2012, participaron en los atentados terroristas en el país.

El texto indica que de los 26 capturados, 19 son tunecinos, 3 libaneses, un libio, un palestino-libanés, un egipcio y un jordano. Asimismo, el escrito especifica que 20 de ellos pertenecen a Al Qaeda.

Estas evidencias no hacen más que desmoronar la esperanza de que el alto el fuego, uno de los puntos del plan de paz elaborado por Kofi Annan -enviado de la ONU y de la Liga Árabe- se cumpla.

Si bien Bashar al Asad aceptó la hoja de ruta elaborada por Annan, que entró en vigencia el 12 de abril, queda más que claro que la salida pacífica no es una opción para Estados Unidos y sus aliados.

El Imperio sabe que la receta aplicada en Libia no es viable en Siria, y por esa razón decidió cambiar la estrategia y pasar al desgaste, llevando adelante una guerra de baja intensidad.