El tamaño de mi esperanza
por Jorge Luis Borges
En 1926 Giorgie publica su primer libro, “El tamaño de mi esperanza” donde recoge trabajos editados en diversas revistas (Proa, Valoraciones, Nosotros). Es precisamente en “Valoraciones” (pp.222/24) donde publica el artículo que da título a la recopilación (editado por Proa, también en el 26). En el mismo manifiesta su admiración por don Juan Manuel de Rosas e Hipolito Yrigoyen, (también prologo la primera edición de "Paso de los Libres" de Don Arturo Jauretche).
Después borró con el codo lo que escribió con la mano, pero como dijo Poncio Pilatos: lo escrito, escrito está. He aquí un fragmento del texto:
A los criollos les quiero hablar: a los hombres
que en esta tierra se sienten vivir y morir, no
a los que creen que el sol y la luna están en
Europa. Tierra de desterrados natos es ésta,
de nostalgiosos de lo lejano y lo ajeno: ellos
son los gringos de veras, autorícelo o no su
sangre, y con ellos no habla mi pluma.
Quiero conversar con los otros, con los
muchachos querencieros y nuestros que no
le achican la realidá a este país. Mi
argumento de hoy es la patria: lo que hay en
ella de presente, de pasado y de venidero. Y
conste que lo venidero nunca se anima a ser
presente del todo sin antes ensayarse y que
ese ensayo es la esperanza. ¡Bendita seas,
esperanza, memoria del futuro, olorcito de lo
por venir, palote de Dios!
¿Qué hemos hecho los argentinos? El
arrojamiento de los ingleses de Buenos Aires
fue la primer hazaña criolla, tal vez. La
Guerra de la Independencia fue del grandor
romántico que en esos tiempos convenía,
pero es difícil calificarla de empresa popular
y fue a cumplirse en la otra punta de
América. La Santa Federación fue el dejarse
vivir porteño hecho norma, fue un genuino
organismo criollo que el criollo Urquiza (sin
darse mucha cuenta de lo que hacía) mató
en Monte Caseros y que no habló con otra
voz que la rencorosa y guaranga de las
divisas y la voz póstuma del Martín Fierro de
Hernández. Fue una lindísima voluntá de
criollismo, pero no llegó a pensar nada y ese
su empacamiento, esa su sueñera chúcara
de gauchón, es menos perdonable que su
Mazorca. Sarmiento (norteamericanizado
indio bravo, gran odiador y desentendedor de
lo criollo) nos europeizó con su fe de hombre
recién venido a la cultura y que espera
milagros de ella. Después ¿qué otras cosas
ha habido aquí? Lucio V. Mansilla, Estanislao
del Campo y Eduardo Wilde inventaron más
de una página perfecta, y en las postrimerías
del siglo, la ciudá de Buenos Aires dio con el
tango. Mejor dicho, los arrabales, las noches
del sábado, las chiruzas, los compadritos
que al andar se quebraban, dieron con él.
Aún me queda el cuarto de siglo que va del
novecientos al novecientos veinticinco y
juzgo sinceramente que no deben faltar allí
los tres nombres de Evaristo Carriego, de
Macedonio Fernández y de Ricardo
Güiraldes. Otros nombres dice la fama, pero
yo no le creo. Groussac, Lugones,
Ingenieros, Enrique Banchs son gente de
una época, no de una estirpe. Hacen bien lo
que otros hicieron ya y ése criterio escolar de
bien o mal hecho es una pura tecniquería
que no debe atarearnos aquí donde
rastreamos lo elemental, lo genésico. Sin
embargo, es verdadera su nombradla y por
eso los mencioné.
He llegado al fin de mi examen (de mi
pormayorizado y rápido examen) y pienso
que el lector estará de acuerdo conmigo si
afirmo la esencial pobreza de nuestro hacer.
No se ha engendrado en estas tierras ni un
místico ni un metafísico, ¡ni un sentidor ni un
entendedor de la vida! Nuestro mayor varón
sigue siendo don Juan Manuel: gran
ejemplar de la fortaleza del individuo, gran
certidumbre de saberse vivir, pero incapaz
de erigir algo espiritual, y tiranizado al fin más
que nadie por su propia tiranía y su
oficinismo. En cuanto al general San Martín,
ya es un general de neblina para nosotros,
con charreteras y entorchados de niebla.
Entre los hombres que andan por mi Buenos
Aires hay uno solo que está privilegiado por
la leyenda y que va en ella como en un coche
cerrado; ese hombre es Irigoyen. ¿Y entre
los muertos? Sobre el lejanísimo Santos
Vega se ha escrito mucho, pero es un vano
nombre que va paseándose de pluma en
pluma sin contenido sustancial, y así para
Ascasubi fue un viejito dicharachero y para
Rafael Obligado un paisano hecho de
nobleza y para Eduardo Gutiérrez un malevo
romanticón, un precursor idílico de Moreira.
Su leyenda no es tal. No hay leyendas en
esta y tierra y ni un solo fantasma camina por
nuestras calles. Ése es nuestro baldón.
Nuestra realidá vital es grandiosa y nuestra
realidá pensada es mendiga. Aquí no se ha
engendrado ninguna idea que se parezca a
mi Buenos Aires, a este mi Buenos Aires
innumerable que es cariño de árboles en
Belgrano y dulzura larga en Almagro y
desganada sorna orillera en Palermo y
mucho cielo en Villa Ortúzar y proceridá
taciturna en las Cinco Esquinas y querencia
de ponientes en Villa Urquiza y redondel de
pampa en Saavedra. Sin embargo, América
es un poema ante nuestros ojos; su ancha
geografía deslumhra la imaginación y con el
tiempo no han de faltarle versos, escribió
Emerson el cuarenta y cuatro en sentencia
que es como una corazonada de Whitman y
que hoy, en Buenos Aires del veinticinco,
vuelve a profetizar. Ya Buenos Aires, más
que una ciudá, es un país y hay que
encontrarle la poesía y la mística y la pintura
y la religión y la metafísica que con su
grandeza se avienen. Ese es el tamaño de mi
esperanza, que a todos nos invita a ser
dioses y a trabajar en su encarnación.
No quiero ni progresismo ni criollismo en la
acepción corriente de esas palabras. El
primero es un someternos a ser casi
norteamericanos o casi europeos, un
tesonero ser casi otros; el segundo, que
antes fue palabra de acción (burla del jinete a
los chapetones, pifia de los muy de a caballo
a los muy de a pie), hoy es palabra de
nostalgia (apetencia floja del campo, viaraza
de sentirse un poco Moreira). No cabe gran
fervor en ninguno de ellos y lo siento por el
criollismo. Es verdad que de enancharle la
significación a esa voz —hoy suele equivaler
a un mero gauchismo— sería tal vez la más
ajustada a mi empresa. Criollismo, pues,
pero un criollismo que sea conversador del
mundo y del yo, de Dios y de la muerte. A ver
si alguien me ayuda a buscarlo.
Nuestra famosa incredulidá no me desanima.
El descreimiento, si es intensivo, también es
fe y puede ser manantial de obras. Díganlo
Luciano y Swift y Lorenzo Sterne y Jorge
Bernardo Shaw. Una incredulidá grandiosa,
vehemente, puede ser nuestra hazaña.
Buenos Aires. Enero de 1926