Sobre Eric Hobsbawm y la Marcha Patriótica: Evocando 1848 en Colombia

Por Alberto Pinzón Sánchez*
para Rebelión
15 de mayo de 2012


Después de mucho estudiar y escribir sobre la historia universal, ahora a sus 90 años largos, el maestro Eric Hobsbawm dice en una entrevista rápida, que la actual entrada en escena de las masas laboriosas del globo terráqueo, incluida la creciente, múltiple y heterogénea “clase media” con sus modernuras, le recuerda la expansión y consolidación de la revolución Burguesa de 1848.

He tratado de comprender el significado de esta observación en la historia de Colombia:


La evolución política y social de la Nueva Granada, después de la disolución de la gran Colombia bolivariana, se debatió entre quienes, por un lado, pretendieron una ruptura de las múltiples trabas coloniales que se oponían al desarrollo del capital con sus instituciones y avanzaba incontenible en Europa y el centro del Sistema Colonial del capitalismo mundial, y de otro lado, quienes se opusieron tercamente pretendiendo perpetuar las instituciones coloniales españolas, el monopolio sobre la tierra, el proteccionismo, las instituciones jurídicas, el diezmo religioso cobrado por el Estado sobre la producción agropecuaria destinado al mantenimiento del culto; el quinto del oro, el sistema tributario sobre el tabaco, el aguardiente y la sal; fuentes fundamentales del fisco y fundamentos coloniales de la economía neogranadina.

Así, durante la mayor parte del siglo XIX, los ideólogos del capital, unas veces con el ropaje de liberales y otras con el de conservadores, se enfrentaron en una feroz lucha por implementar, tanto en Colombia como en el resto de Nuestramérica, el desmonte de las instituciones coloniales para liberar de trabas la libre movilidad de la Tierra, el Capital y el Trabajo. Hacer eficiente el régimen fiscal y crear la supra estructura jurídico-política correspondiente.

En Colombia, este cruento proceso se hizo mediante ocho guerras civiles y en tres fases. La primera, gradualista de 1821 a 1845, cambió lentamente la estructura de ingresos tributarios para darle un peso creciente a los aranceles que se cobraban por las importaciones. Una segunda oleada de reformas se dio en el período 1845-1853 cuando se eliminó el estanco del tabaco, se abolió la esclavitud, se liquidaron los resguardos indígenas para apoderarse de sus tierras y sacar los nativos al mercado laboral, se avanzó en la descentralización fiscal y se decretó la separación de potestades entre la Iglesia y el Estado. Finalmente, en la era del liberalismo radical (1862-1876) se “desamortizaron los bienes de manos muertas” vinculados a la Iglesia católica, se dieron algunas reformas educativas y se crearon las bases económicas y jurídicas para el desarrollo de la banca comercial.

Pasada la guerra de los supremos (1839-1842) y durante el primer gobierno de Tomás Cipriano de Mosquera en 1847, su secretario de hacienda Florentino González, uno de los más fieles amigos del general Santander y conspirador contra Simón Bolívar, después de habérsele conmutado la pena de muerte por la de destierro, regresa a Bogotá en 1830 con el gobierno de Santander, para luego a la muerte de éste, ser enviado entre 1841-1845 a Europa, a estudiar derecho comercial y ciencias económicas. Concluidos sus estudios y de nuevo en Bogotá, se constituye en uno de los más fanáticos defensores del libre- cambio (el neoliberalismo de aquella época) y en uno de los más exaltados e importantes ideólogos del naciente partido liberal colombiano.

En esa legislatura, somete a discusión del congreso de la república varios proyectos de ley con el objetivo de dinamizar la economía, que afectaban fundamentalmente la hegemonía y los fueros eclesiásticos. Entre estas propuestas se encontraban los censos, el respaldo estatal a las hipotecas y la liberación de estas propiedades sacándolos al mercado, con el fin de propiciar su libre circulación y bajar los precios de los inmuebles. Y para el costoso sostén del clero (que se hacía a través del diezmo agropecuario cobrado por el Estado)presentó un proyecto de ley que creaba otra contribución general que no afectara a los ganaderos y agricultores, como se venía haciendo.

En 1848, Mosquera y González, descarnaron una de las más cruentas y largas contradicciones de la historia colombiana prolongada hasta la contra-reforma agraria de la “regeneración conservadora“ de 1886, con una arenga al congreso para que se legisle contra la acumulación de tierras, propiedades y bienes en manos de la Iglesia católica, concentradas en manos de congregaciones y comunidades religiosas llamadas "bienes de manos muertas"; tierras que están fuera de producción y la riqueza: “Las propiedades vinculadas, son una inmensa rémora para el libre cambio, son un medio de opresión política y religiosa, son una reliquia del ominoso feudalismo… hacedla, pues, cesar con ese mismo valor con que decretasteis la secularización del diezmo… y la libertad de cultos" (Memoria de Hacienda, 1848, citado por Jorge Villegas).

Un año después, el general-Presidente Tomás Cipriano de Mosquera en mensaje al congreso de la república, pide la derogación de la ley de patronato y, que el gobierno se limite a dotar al clero “y a reconocer los institutos monásticos como meras asociaciones morales, derogando todo fuero y dejando a los ministros encargados al servicio de la religión, sin ningún carácter de autoridades civiles o de funcionarios del régimen político”, con lo cual llevó esta contradicción hasta su propia familia, hiriendo de manera irreversible a su hermano el Cardenal pontificio Manuel José Mosquera, quien no solo se opondrá con todas sus fuerzas y su Poder, apoyado desde el Vaticano, a la “desamortización de bienes de manos muertas“, sino a la intromisión del Estado en los asuntos de la Iglesia. Hasta 1852, cuando el senado decretó su destierro, acompañado de su vicario Antonio Herrán y la compañía de Jesús, acaecido durante el gobierno de José Hilario López (1849-1853) y su llamada revolución del medio siglo, que intentó separar la Iglesia del Estado, eliminando por decreto el fuero eclesiástico, sometiendo al examen y juicio de los tribunales seculares y los prelados, proponiendo la elección de los párrocos por los cabildos municipales y la intromisión de las cámaras de distrito en la apropiación de fondos, y decretando los gastos para el culto.
Después de dos guerras civiles, la de 1851 y la de 1854, donde el General Tomás Cipriano de Mosquera tuvo participación destacada, entró triunfante en Bogotá en 1861, después de haber ganado una tercera guerra, y autoproclamado “Presidente Provisorio de los Estados Unidos de Nueva Granada y Supremo Director de la Guerra”, decretó la desamortización irreversible de los bienes de manos muertas así:

“…Todas las propiedades rústicas i urbanas, derechos i acciones, capitales de censos, usufructos, servidumbres u otros bienes, que tienen o administran como propietarios o que pertenezcan a corporaciones civiles o eclesiásticas i establecimientos de educación, beneficencia o caridad, en el territorio de los Estados Unidos, se adjudican en propiedad a la Nación por el valor correspondiente a la renta neta que en la actualidad producen o pagan, calculada como rédito al 6 por 100 anual; y reconociéndose en renta sobre el Tesoro, al 6 por 100…”

Con la expropiación de todos los bienes raíces, semovientes y censos pertenecientes a las entidades religiosas controladas por la iglesia católica, para ponerlos en circulación al ser subastados entre el público, su gobierno según diversos historiadores, obtuvo cerca de 12 millones de dólares de la época (el 16% del PIB de 1860) con lo cual resolvió un acuciante problema fiscal y favoreció a los especuladores y financistas de los bonos oficiales con los que se le pagaron las propiedades, las que finalmente fueron a engrosar y reforzar la clase de los latifundistas parasitarios. Fueron necesarias dos guerras civiles más, la de 1876 y la de 1885, esta última ganada por Rafael Núñez, quien instauró el gobierno autoritario y clerical de la llamada “Regeneración Conservadora”, legalizó la situación económica básica de latifundismo y especuladores financieros con la Constitución reaccionaria de 1886, detuvo el proceso de desamortización, y pagó en dinero y en prebendas las expropiaciones a la Iglesia, en un concordato signado con el Estado Vaticano.

Hoy, 164 años después de que el general-Presidente Tomás Cipriano de Mosquera y el ideólogo liberal santanderista Florentino González, hubieran iniciado en Colombia una de las reformas económicas y jurídicas capitalistas más importantes de su historia, como fue el tortuoso y sangriento proceso de la “desamortización de bienes de manos muertas”; el problema agrario sigue sin solucionarse en medio de una guerra continuada y casi sin interrupción durante todo el siglo 20 y parte del actual, y una situación comparable se percibe en su actual desenvolvimiento económico, político y social:

Una fracción del bloque militarista de clases dominante, ligado al poderoso narco-latifundio tradicional y conservatizante, representado por el expresidente Álvaro Uribe Vélez, se opone a los intentos de otra fracción financiera trasnacional identificada con el actual presidente Juan Manuel Santos, quien como el histórico dúo Mosquera-González, pretende sacar al mercado de capitales trasnacionales (también Chinos) ligados con compañías mineras, petroleras, energéticas y agro-energéticas; los millones de hectáreas ociosas (20 millones de hectáreas para 40 millones de vacas) que monopolizan solo 5.000 rentistas y ganaderos y dentro de los cuales se encuentran un alto número de altos mandos y generales del ejército colombiano. Mientras anuncia la “robotización del conflicto interno” colombiano, con drones (o aviones no tripulados cargados de bombas inteligentes y selectivas que se pueden guiar y disparar desde cualquier lugar del mundo) para evitar discutir públicamente su solución y resolverlo definitivamente de manera política.

En Colombia, a pesar de que el maestro Hobsbawm dio sus declaraciones antes de la masiva y combativa Marcha Patriótica de la Gente del Común del 22 de abril pasado, ya no se oye ningún eco de la Marsellesa, sólo el humor cruel de los chistes “Ublimes” de su himno nacional, que engalanan las millonarias celebraciones presidenciales por las muertes, desapariciones y atentados contra los dirigentes de esas masas patrióticas colombianas, que como en 1848 en Europa, han entrado en escena por su segunda y definitiva independencia. 

(*) Alberto Pinzón Sánchez es médico y antropólogo colombiano.

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