En memoria del amigo más fiel

En un oscuro rincón de la pequeña iglesia de Santa Marina, en Amalfi (Salerno, Italia), se conserva una inscripción fragmentaria, tan sólo la esquina superior derecha (38 x 28 x 5 cm) de lo que debió ser, en el s. II d.C., una hermosa lápida de mármol blanco. Hoy hablamos de CIL X 659, dedicada a Patrice, muerto con 15 años. Podríamos creer que, como la pequeña niña Junia Prócula -ver artículo anterior La maldición tras el epitafio-, Patrice murió muy joven, demasiado joven, pero, en realidad, era ya bastante viejo y había sin duda tenido una vida feliz y plena... porque Patrice no era un ser humano. Era simplemente un perro, "un buen perro", como lo califica su amo en la inscripción funeraria que le dedicara. Como nos recuerdan, entre otros, los coloridos mosaicos localizados en el umbral de entrada de las mansiones de Pompeya, con el conocido Cave Canem- "cuidado con el perro"-, la presencia de estos animales domésticos era relativamente frecuente en los hogares romanos. Pero no eran solamente guardianes y protectores, sino un miembro más de la familia, uno muy amado, y, a su muerte, eran llorados como a un fiel amigo. Sin duda, todos los que alguna vez hemos tenido un perro, podremos recordarlo en estas palabras y comprender sin problemas todo el dolor oculto detrás de cada uno de las líneas


Portavi lacrimis madidus te nostra catella
quod feci lustris laetior ante tribus
ego mihi, Patrice, iam non dabis osculla mille
nec poteris collo grata cubare meo
tristis marmorea posuit te sede merentem
et iunxi semper manib(us) ipse meis
morib(us) argutis hominem simulare paratam
perdidimus quales, hei mihi, delicias
tu dulcis, Patrice, nostras attingere mensas
consueras, gremio poscere blanda cibos
lambere tu calicem lingua rapiente solebas
quem tibi saepe meae sustinuere manus
accipere et lassum cauda gaudente frequenter


"Te he portado en mis brazos con lágrimas, nuestro pequeño perro, como en circunstancias más felices te llevé desde hace quince años. Pero ahora, Patrice, ya no me darás mil besos, ni serás capaz de echarte afectuosamente alrededor de mi cuello. Tu eras un buen perro, y con enorme pena he puesto para ti esta tumba de mármol, y te uniré para siempre a mí mismo cuando muera. Te acostumbraste fácilmente a un humano con tus hábitos inteligentes. ¡Ay, que animal doméstico hemos perdido! Tu, dulce Patrice, tenías la costumbre de unirte a la mesa y pedirnos dulcemente comida en nuestro regazo, estabas acostumbrado a lamer con tu lengua la copa que mis manos sostenían para ti y acoger con regularidad a tu cansado amo con meneos de tu cola... "


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No se trata de un caso aislado. Por todo el territorio del antiguo Imperio romano, hallamos numerosos ejemplos de la añoranza de los romanos por sus amigos de casi toda una vida. Aquí os dejo algunos casos representativos.


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El primer ejemplo sería AE 1994, 348. Hallado en la década de 1980 en Gallicano nel Lazio (Roma), una pequeña colina cerca de la iglesia de S.Rocco, mide 43 x 38,50 x 30 cm., fue elaborado en mármol y data del s. II d.C. aproximadamente.

Aeolidis tumulum festivae
cerne catellae
quam dolui inmodice
raptam mihi praepete
fato

"He aquí la tumba de Aeolis, el pequeño perro alegre, cuya pérdida por un destino fugaz me dolió más allá de toda medida"


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AE 1994, 699 fue hallado también en Italia, en concreto en Oderzo (Treviso, en la región del Véneto), en cuyo Museo Civico Archeologico se conserva en la actualidad. Datado en el siglo III d.C., no conocemos más características físicas del epitafio y por desgracia no hemos podido encontrar tampoco ninguna foto, así que os incluimos aquí la imagen de otra inscripción dedicada igualmente al amigo más fiel del hombre, en este caso Aminnaracus, quién un día recorrió las calles de la propia ciudad de Roma (CIL VI 29895)

Hac in sede iacet post reddita fata catellus (!)
corpus et eiusdem dulcia mella tengunt
nomine Fuscus erat, ter senos apstulit annos
membraque vix poterat iam sua ferre senex
[---] verit [---]

"En este lugar yace un pequeño perro después de una vida plena, y dulce miel cubre su cuerpo (¿para preservarlo?). Su nombre era Fuscus y tenía dieciocho años. Ya apenas podía mover sus miembros en la vejez..."


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De nuevo de Italia, ahora de Recina, en la región de Piceno, encontramos CIL IX 6785, conservada en la Biblioteca Comunale de Macerata. Datada en el s. II d.C. se encuentra en la actualidad en bastante mal estado, sin duda por alguna reutilización posterior


Raeda[r]um custos
numquam latravit
inepte nunc
silet et cineres
vindicat um-
bra suos

"Este portero no ladró nunca inadecuadamente. Ahora él está en silencio y su sombra protege sus cenizas"


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De Auch, en Aquitania, procede CIL XIII 488, dedicada a un perro llamado Myia ("Mosquito")

Quam dulcis fuit ista quam benigna
quae cum viveret in sinu iacebat
somni conscia semper et cubilis
o factum male Myia quod peristi
latrares modo si quis adcubaret
rivalis dominae licentiosa
o factum male Myia quod peristi
altum iam tenet insciam sepulcrum
nec sevire potes nec insilire
nec blandis mihi morsib(us) renides


"¡Que dulce y amable eras! Mientras estaba viva solía acostarse en mi regazo, siempre compartiendo sueño y cama. ¡Qué pena, Myia, que hayas muerto! Sólo ladraba si algún enemigo se tomaba la libertad de mentir a su amo. ¡Qué pena, Myia, que hayas muerto! Las profundidades de la tumba ahora te protegen, aunque no sabes nada al respecto. No puedes correr salvaje ni saltar sobre mí, y no desnudas los dientes con mordisquitos que no duelen"


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En recuerdo de mi pequeña y cariñosa Hima,
que este mes de noviembre debería haber cumplido 14 años.
Aún sigo esperando que asome tu hocico cuando abro la puerta

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