El 18 de noviembre de 1985 fallece Osvaldo Lamborghini

Maldito Mito

Por Alan Pauls*
publicado el 4 de mayo de 2003

Como pasó con Rosas o con Evita, aunque de manera menos pública y accidentada, los restos de Osvaldo Lamborghini** acaban de ser repatriados. Éste es uno de los significados de Novelas y cuentos I (Sudamericana), la primera antología de Osvaldo Lamborghini que se publica en el país desde 1980, cuando Fogwill decidió incluir el magnífico Poemas en el catálogo de su editorial Tierra Baldía. A fines de los años ‘80, cuando un primer Novelas y cuentos salió en España, bajo el sello Serbal, la lamborghinofilia porteña no supo bien qué pensar. Por un lado había euforia: la edición incluía un puñado de inéditos largamente esperados (Las hijas de Hegel, El Pibe Barulo, El Cloaca Iván) y reunía por primera vez en un solo volumen –¡y con tapa satinada!– lo que la comunidad lamborghinófila ya se había acostumbrado a leer, más bien a gastar, en las ediciones casi clandestinas de Chinatown (El fiord) y de Noé (Sebregondi retrocede), en revistas exquisitas pero extinguidas (Innombrable publicó “La causa justa”) o en fotocopias mugrientas (“Matinales”, “Neibis”). Por otro, un cierto malestar: ¿estaba bien sacar al maldito de su aguantadero y emparedarlo entre dos cartones suntuosos, oficializando con la dignidad burguesa del Libro las injurias, la violencia, los fantasmas deformes que sus feligreses habían aprendido a gozar en subediciones estilo fanzine? Y ¿estaba bien que la responsable de ese inesperado ascenso social del monstruo fuera una editorial española?
Osvaldo Lamborghini con Arturo Carrera en su casa de Pringles

Ya está. Entre la muerte de Lamborghini en 1985, en Barcelona, y esta rentrée póstuma, pasó casi todo lo que tenía que pasar. Hubo dos recopilaciones españolas (Novelas y cuentos y Tadeys) y un librito-objet d’art co-firmado por O.L. y Arturo Carrera (Palacio de los aplausos, publicado por Viterbo); hubo artículos, papers, tesis; hubo cierto “derrame” de lamborghinismo en regiones no literarias de la cultura argentina (el teatro de Ricardo Bartis, la lírica de Patricio Rey, el imaginario de Fito Páez); hubo un albacea genial (César Aira, que prologó los dos libros de Serbal, epiloga éste de Sudamericana y cada día perfecciona un poco más su papel de “doble limpio” del muerto) y un vigía con buena memoria (Germán García, que epilogó la edición original de El Fiord, y en 1986 publicó “La intriga de Osvaldo Lamborghini”, una severa semblanza del “populista oligárquico” con el que había roto relaciones en 1975), y ahora hasta hay en curso una biografía que parece dispuesta a contarlo todo (ver recuadro). “Ya está” quiere decir: Lamborghini el Maldito ya es un Maldito Mito. Una vida errática y una muerte triste y lejana habían logrado hacer de él un misterio, eso, exactamente eso que un albacea fiel y un puñado de detractores “resuelven” tiroteándose con sus versiones contradictorias: los “modales aristocráticos” y la “severa cortesía” (Aira), la “mala fe” (Masotta) y el “cinismo” (García). Y merecer la contradicción de los otros –merecerla post mortem– es la manera más clásica de ser un mito.

¿A quién creerle? ¿A Aira, que ve en Lamborghini a un caballero gentil, un fundador, un artista de la perfección? ¿A García, que lo describe como un manipulador, un pequeñoburgués asustado, una víctima mimética de El Antiedipo? Lamborghini está muerto, muerto y editado acá, en la Argentina, donde todavía florecen muchas de las voces socio-psicóticas que aúllan en sus textos. ¿No es una buena razón para pasar del creer al leer? Yo, por mi parte, confieso que ambas versiones oficiales me inspiran lecturas levemente desviadas: la de Aira, que hace hincapié en la obra de Lamborghini, la leo en realidad como una variante peculiar del autorretrato (el autorretrato de Aira); la de García, que hace hincapié en su “vida” –o su “novela familiar”–, como una lectura particularmente perspicaz del dispositivo retórico de su “obra” (la obra de Lamborghini). Yo vi personalmente a Lamborghini una vez, una mañana, en una pequeña librería de la avenida Santa Fe, y lo que más recuerdo de ese encuentro essu mano blanda y húmeda. Es lo único que quedó de este lado de lo que Lamborghini era, es y acaso siga siendo: una literatura.

En Novelas y cuentos I reaparecen textos clásicos como El fiord, Sebregondi retrocede, Las hijas de Hegel, y los relatos “Matinales”, “Neibis”, “La mañana” y “Sonia (o el final)”. Es en los inéditos donde la edición de Aira se aparta de la de Serbal: en este caso han salido “La causa justa” y los dos relatos porno (El Pibe Barulo, El Cloaca Iván), probablemente relegados a un tomo ulterior, y ha entrado una serie de materiales fechados en los alrededores de 1982, cuando Lamborghini iba y venía entre Buenos Aires, Mar del Plata y Barcelona: dos textos breves de disparatada temática sindical (“El convenio colectivo” y “¡Escribir como cualquier cosa!”), la narración de un ardiente ménage-à-trois protagonizado por el personaje-enigma de Lamborghini, Juana Blanco (“M’hija”), una impresionante descripción de la vida en Barcelona o, para decirlo con sus propias palabras, del proceso de “evaporación del contexto” (“Naufragio”), y una prosa final (“Todo en la vida”) en la que Lamborghini se entrega de lleno a uno de sus máximos deleites: declinar las aventuras de una frase. 

Un botín jugoso. Una vez más, gracias a la topología alucinatoria que hizo célebre a Lamborghini –la misma que fue capaz de implantar un fiordo en medio de una célula revolucionaria argentina en pleno trabajo de parto-, nos toca asistir a algunos pasos de comedia imborrables: en uno, el mismísimo general Perón, con su proverbial campechanía, le reprocha a Lamborghini padre –”asesor del general Savio”– la falta de “un soberano montón de mangos” en cierto contrato para fabricar tanques; en otro, Lorenzo Miguel matea a las cinco de la mañana en el jardincito de su casa mientras Isabel Perón brinda junto al ataúd de Raymond Roussel; en un tercero, Andrés Framini, “el tan tan injustamente olvidado por las glosas y los aires”, corre peligro de ser devorado por un enjambre de tadeys, esos angurrientos logotipos animales de la literatura de Lamborghini; y más adelante, Rosa y Rubén, dos metalúrgicos de ley, piensan cómo escabullirse de una manifestación de la UOM, cómo juntar las monedas necesarias para pagarse un turno de hotel alojamiento. Sí, es la Argentina la que vuelve en Novelas y cuentos I: pero no el país que se “enfiestaba” alegóricamente en El fiord sino más bien un amasijo de restos, ruinas, despojos de nacionalidad que quedan ahí, flotando en un agua de naufragio (llamémoslo exilio, llamémoslo dictadura militar o demencia), y se niegan a desaparecer, a olvidarse o a cambiar de forma. Son fijaciones, fetiches que funden algo de la historia nacional con la historia familiar y que reaparecen periódicamente en Lamborghini como piedras anacrónicas, irradiando al mismo tiempo una vitalidad cómica y una languidez rancia, como de ropa apolillada.

Pero a lo que asistimos, en rigor, es al despliegue de una experiencia que cada vez nos acostumbramos más a conjugar en pasado: la experiencia de una soberanía literaria brutal, que hace de la lengua –¿alguien se acuerda, hoy, en la prosa, de eso que se llamaba lengua?– algo tan opaco, táctil y biodegradable como un cuerpo, y del escribir un proceso casi químico en el que “narración”, “poesía”, “ensayo”, “fabulación”, “personajes”, “intriga”, son el efecto de acumulaciones, precipitaciones, coagulados, y tienen lugar siempre delante de nuestros ojos, en vivo. Es el salto, gran mecanismo y a la vez gran objeto de la literatura de Lamborghini: el salto de lo informe al relato, por ejemplo, pero también de la cantidad a la calidad, de la poesía a la prosa, del afuera al adentro, y también ese alarde de velocidad que consiste en abolir todo lo que hay entre dos puntos, no saltar sino saltearse: “filmar directamente sobre la pantalla”, “hacer de la necesidad virtud y de la prosa verso”, “publicar lo que nunca escribiré”... Leemos Novelas y cuentos I y tenemos la sensación –en el goce, en la gracia, en el rechazo, aun en el tedioque trabajan nuestra lectura– de que la literatura, por un momento, vuelve a ser el Todo, que es el nombre más a mano que tenemos para nombrar el paraíso y el infierno.

Notas:

*Alan Pauls es un escritor, crítico literario y guionista argentino, ganador del Premio Herralde 2003. Wikipedia

**Osvaldo Lamborghini (Buenos Aires,1​ 12 de abril de 1940 - Barcelona (España), 18 de noviembre de 1985) fue un escritor y poeta argentino. Wikipedia

Fuente: pagina12.com.ar

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La lectura de una hoja en blanco

por Osvaldo Lamborghini

TADEYST

Al abrir esta página encontramos, inevitablemente, la aventura de Ahab, capitán sin retorno porque partió –de partir, en son de viaje– con una finalidad única: la blancura de la ballena entonces se volvió más blanca aun que el capítulo sobre el horror a lo blanco, como si dijéramos: la fecha de la paradoja se mantuvo inmóvil, en efecto, pero en espera (irónica) del aumento de la presunción –y luego se desplomó, mortal, de punta, sobre el corazón del temerario; esas políticas de un solo acorde... (mundo eterno y frágil). Un cigarrillo antes de proseguir con el mascarón, martillazo al doble, doblón, de la máscara de proa; de cara al capitán Ahab. Un sueño, dormir, el sueño. El sueño nos toma siempre en lo mejor de la escritura. El sueño (hasta mañana, con el pol oriente) hace y deshace, es the ocasion, el truco más mentado de Occidente, mientras que la escritura, como los reiterativos calzones de Diderot, cumple su papel (la colilla en el cenicero sola se apagó): su papel: la escritura desdeña. Y cuanto. Y tanto. Prefiere bostezar antes que remitir a. Pero no prefiere no hacerlo: –Hasta mañana, compañeros. Si se confesaran, las 62 tal vez dirían: hum, esto no marcha. Pero no se confiesan (hasta ahí no han llegado). Por otra parte, y negro sobre blanco, también las masas antes de dormir marcan el paso de la página. Hasta mañana y perdón: perdón si algún baldío de carnero traicionó para colmo el aire poco. El aire: escaso. El blanco: escaso.

Si la colilla anoche no se hubiera apagado sola, podría (como poder) haber escrito “pucho”, como quien clava un marfil en el acting out de un tigre cebado. Claro. La blancura de la ballena sulfura al más pintado; y contra toda apariencia, y por más que el lector sufra, el perverso jamás rima. Sí, las palabras pueden terminar lo mismo, pero cínicamente se trata de otro cantar: la última sílaba pertenece a las naturaleza de los acontecimientos acumulados (sumados) para hacer estallar los márgenes. Esta novela es de tema y de corte sindical.

Más que verdaderas, las anécdotas son la verdad. Lorenzo Miguel se levanta a las cinco de la mañana (creo que no le interesa demasiado la literatura), se sienta bajo un árbol en el jardincito de su humilde casa, y allí matea y conversa con su asesor, el fiable y el más íntimo. Que es un anciano, y además un viejo militante metalúrgico. Allí se habla sólo en términos de micropoder. Esto ocurre desde hace muchos años: empezó lejos (llegará más lejos aún); empezó un lustro antes de que se desencadenara el rata, o racket, proceso de reorganización nacional. Prosiguió en nuestros zorrinos días.
Y dice el viejo:
–Las cosas se abren despacio, como manualcito nuevo. Fijate, si no, los chicos; cuando les regalás un libro lo crujen lentamente, como si partieran una avellana.
–Y pensar que la gente dice que son unos ansiosos de mierda; y pior: la gente psicoanalista. –Miguel respondió. Y el viejo:
–Cualquier definición psicoanalítica es buena, superlativa.
Temblando porque hace frío cuando se amanece tan temprano (“Tiemblan las carnes al verlo”), la señora de Miguel, con robe encima del camisón, le tendió un papel de telegrama a su marido. Miguel lo embolsó en su faltriquera sin leerlo. La señora se alejó por el sendero de arena, con los mofletes arrebatados de indignación. Miguel cruzó las manos en forma de soliloquio:
–Me gusta eso, lo del ave llana. –Como si yo aludiera a su perdiz y a su silbido –dijo el viejo.

Por un momento caen los párpados. El cigarrillo está a punto de perforar la colcha. Había una manifestación en la calle. El silencio era patético como un Don Juan. El silencio. Se tensaba como una ola en suspenso, erigida en tirante cuerda de violín. De pronto, los manifestantes estallaron en carcajadas: un interventor militar había pretendido mover un dedo.

Isabel Perón abre el ataúd de Raymond Roussel –todos tendremos que morir, algún día–, allí se acoge y desde ahí brinda. Sonríe, no musita que está mustia: no, para nada. Levanta su dedalito de plata, sonríe, y brinda –sonriente. Tiene joyas caras y lindos vestidos. Cuenta. Con la amistad incondicional de Pilar Franco. Está contenta. A ella hay que definirla como una hermosa cosita, inmune al talento, que siempre es despreciable.

Ahora sí me duermo, en paz con mi sostenido éxtasis de benevolencia. Esta es, arabesca, la primera persona.

–¿Por qué no leíste el telegrama que te trajo tu mujer?
–¡No me gusta y no me gusta! Es como llenarse la cabeza de socotrocos opas, igual a cuando te devorás los diarios como un ansioso de mierda.
–¿Quién mató a Rosendo?
–Rodolfo Walsh.

Framini, el tan tan injustamente olvidado por las glosas y los aires, el recluido Framini en cuarteles de invierno. Nieva tupido sobre la plaza de armas. ¡No dejarse escribir, no dejarse escribir: qué macana, che! Uno del detail pasa y Framini, enloquecido, le grita:
–Fíjese el detalle, pero fíjese el detalle.
El otro, con la jeta roja de ira (es argentino y basta: militar) se vuelve, agarra a Framini por el cuello y lo arrastra abyectamente por un paisaje interior de cerebro trillado. Allí hay lobos pequeños, pero más atroces y humillantes que coyotes. El destino es un gil de mierda. Es por lo demás hiena, pero a no equivocarse: precisamente de este costal.
Framini quedó enlutado, trajeado como Carriego, sobre el páramo blanco. Su figura apenas –apenas por decir “¡fíjese el detalle!”–, apenas se movía, expuesta al peligro de ser devorada por los torpes pero voraces tadeos: estos animales que son como pareados de la muerte interminable. Quien cae entre sus fauces se autodevora, como si se llamara Gancedo.
un tadeo

olisqueó al fra-mi-ni, a esa figura de trágico (poeta barrial), al clásico fra-mi-ni de la a. o. t., y mientras se relamía las mandíbulas pápiles, el tadeo, pensó gozoso para sí mismo: ¡paritaria! El líder Lao te, por su parte, si bien aún –aún y todavía– no agonizaba (“Tengo antes que encontrar la manera de comunicarme con mamá”) se des-ovaba en la clavícula quebrada y espasmódica de la famosa aporía: vamos todavía, vivir su propia muerte, encima.

¿Qué hacer? ¡Yo no soy el amo del Kremlin!

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Vida y obra

Osvaldo Lamborghini publicó El fiord (Chinatown) en 1969, Sebregondi retrocede (Noé) en 1973 y Poemas (Tierra Baldía) en 1980. Póstumamente, César Aira recopiló su obra en Novelas y cuentos (Del Serbal, 1988) y Tadeys (Del Serbal, 1994). Arturo Carrera hizo pública una grabación admirable, Stegman 533’ bla (Mate) en 1997 y Palacio de los aplausos (Beatriz Viterbo), que habían escrito en conjunto, a fines de 2002.
Objeto de adhesiones incondicionales y rechazos igualmente violentos, la obra de Osvaldo Lamborghini es todavía un work in progress. Ahora César Aira ha preparado para Sudamericana una nueva versión de Novelas y cuentos, esta vez en dos volúmenes, con nuevos textos. Los criterios de las exclusiones y el reordenamiento son aclarados en un epílogo que sólo la tiranía periodística nos impide reproducir en su totalidad: “La primera edición de este libro (Serbal, 1988) reunió todas las narraciones que Osvaldo Lamborghini había publicado en vida, y las que había dejado preparadas para publicar, más algunos textos que las complementaban. Ese criterio, que se impuso entonces por la proximidad de su muerte, y la dispersión de su obra, fue perdiendo pertinencia con los años. Ahora, bajo el mismo título, que conservamos para indicar que lo esencial de su contenido sigue siendo el mismo, reunimos en orden cronológico todo lo que en sus papeles entra en la categoría ‘prosa narrativa’, publicado o no, esbozado, interrumpido, olvidado, descartado. Si bien puede parecer desleal hacia un escritor muerto publicar borradores dejados de lado, creemos tener algunas justificaciones; la primera y más patente es que Lamborghini nunca escribió mal; la segunda, que sería imprudente juzgarlo, cuando todavía estamos tan lejos de comprenderlo; y, más importante, que el panorama completo, al mostrar su evolución y sus experimentos, realza la calidad de los puntos altos”.
Pero no puede haber “obra” sin “autor” y en este punto se impone ya como una necesidad ineludible una biografía comprensiva. En eso trabajan Ricardo Straface y Alejandra Valente, quienes están a punto de terminar Lamborghini, Osvaldo, un monumental estudio biográfico basado en “casi doscientas cartas, unas ochenta fotos, más de cien entrevistas, varios centenares de manuscritos, los subrayados de dos bibliotecas, archivos públicos y privados, diarios y revistas de la época y, desde luego, nuestras conjeturas”. Ellos han propuesto los siguientes hitos biográficos insoslayables:
“Osvaldo Lamborghini nació en Buenos Aires el 12 de abril de 1940 y murió en Barcelona el 18 de noviembre de 1985. Pasó su infancia en Villa del Parque, su adolescencia en Necochea y su juventud en Ciudadela, Castelar, Don Torcuato. Entre 1968 y 1975 vivió en Buenos Aires, con frecuentísimos cambios de domicilio. Entre 1975 y 1978 se radicó en Mar del Plata. Desde entonces y hasta 1981 alternó Mar del Plata con Buenos Aires. Alrededor de febrero de 1981 se trasladó a Pringles donde, salvo una temporada en Mar del Plata, estuvo hasta agosto de ese año. Volvió a Buenos Aires, de allí a Mar del Plata y en noviembre de 1981 viajó a Barcelona. Volvió a los seis meses, enfermo. Se trasladó a Mar del Plata nuevamente y a fines de 1982 viajó ya definitivamente a Barcelona, donde entre tantas otras cosas escribió guiones para comics.”
Si bien el estudio de Straface y Valente no tiene su eje en la leyenda escandalosa, “el libro se hace cargo de todas las anécdotas que circulan y de otras menos conocidas” pero en el marco de una imprescindible contextualización. ¿Qué importancia tendrá una biografía de Lamborghini? “Puede decirse –señalan los autores–, que la restitución de un contexto biográfico posibilita otras maneras de leer la obra. También la satisfacción de una curiosidad: saber si el hombre se parecía a la voz.”

Mientras esperamos con indisimulable ansiedad la publicación de Lamborghini, Osvaldo, Novelas y cuentos I nos permitirá nuevas lecturas ynuevas discusiones alrededor de una obra cuya renovada presentación es un acto de justicia y de generosidad para con las nuevas generaciones de lectores, aquellos que no han podido acceder a los textos de Lamborghini sino fragmentariamente.