"La Patria era pobre...y yo también"

Por Bernardo González Arrili
para EL Tribuno 
Publicado el 20 de septiembre de 2001

Eustaquio Frías fue el último de los jefes del Ejército de los Andes que vio Buenos Aires. Un día le preguntó el presidente Pellegrini si conservaba alguna de sus espadas usadas en las campañas de la libertad, y Frías le contestó con voz pausada: "No, aunque he cuidado mucho mis armas, porque la Patria era pobre y yo también. El sable que me regaló Necochea en Mendoza, lo rompí en Junín. Ya estaba algo sentido...." La respuesta vale por toda una biografía.

Era de Cachi, lugar que escasos argentinos conocen. Nació en 1801, el 20 de setiembre. Era hijo de Pedro José Frias, que en la batalla de Tucumán perdió una pierna y de doña Loreto Sánchez. No tenía cumplido los quince años de edad cuando Eustaquio, en Mendoza por padrinazgo de Mariano de Necochea sentó plaza de cadete en el Regimiento de Granaderos. Hizo toda la campaña del Perú, fue de la primera y segunda expedición a la sierra, a las órdenes de Arenales, se batió en Nazca y en cerro de Pasco. Concurrió al asalto del Callao, a la campaña de Quito y fue uno de los noventa y seis granaderos con que Lavalle cumplió la hazaña de Riobamba. Lo condecoraron en Pichincha. Volvió a Lima conduciendo a los granaderos que habían quedado en la capital del Ecuador. A mediados de enero de 1823 combatió en Chunchanga, donde una bala le cruzó el brazo derecho. En 1824 formó entre los 120 granaderos que se incorporan al Ejército de Bolívar en Huarar. Con ellos llegó hasta Junín.

Ochenta lanzas en Ayacucho

Ochenta lanzas argentinas participaron de la batalla final en Ayacucho. Frías fue una de ellas. Volvieron a herirlo; un bayonetazo en una rodilla.

Cuando el 25 de diciembre de 1825 se publicó la noticia de que había llegado a Mendoza, conducido por el coronel Félix Regado, el "resto del Ejército de Los Andes, después de nueve años de campaña", se dio la lista de los diecinueve o veinte "sobrevivientes". Allí figura el portaestandarte Eustaquio Frías.

Enseguida le tomó el conflicto con el Brasil. Figuró en el Regimiento Nº 16; se batió en Ombú con Olavarría; en Ituzaingó con Lavalle. Con ese antiguo jefe de Riobamba se vino a Buenos Aires; corrió las desventuras de la guerra Civil; lo siguió con fidelidad admirable en su campaña contra el gobierno de Rosas.

Mano a mano con Rosas

La anécdota se reproduce -no sé si entera- de unos apuntes del mismo Frías. Al principio de la era rosista le pidió al gobernador Rosas su retiro, por la razón de que "pertenezco al partido contrario al de V.E. y mis sentimientos tal vez me obliguen a traicionarle, y para no dar un paso que me desagrada, suplico a V.E. se digne concederme el retiro".

Rosas lo llamó -según Ibarguren- para manifestarle "que le agradaba su franqueza", le donó quinientos pesos, le concedió el retiro y le aseguró que en caso de necesidad lo buscará -"no al gobernador, sino a Rosas"-, pues no lo iba a olvidar.

Pero Frías, que conocía a aquellos hombres, emigró, dicen que no por temerle al gobierno sino a un enemigo que tenía bastante influencia en la mazorca. Porque, a la sombra del árbol grande, algunos arbolitos venenosos despedían "para el otro mundo" para su costo y riesgo.

La anécdota no es mala, y es raro que los rosistas no la aprovechen más.

La defensa de Montevideo

Después de desaparecido Lavalle, don Eustaquio se fue a Montevideo y participó de la defensa. Acompañó luego a Paz a Corrientes y debió irse al Paraguay. Regresó a la patria con tiempo para compartir la gloria de Caseros. Una batalla más, la batalla que le faltaba añadir a su foja.

Siguió después con Emilio Mitre, en las batidas al indígena del malón: una campaña larga, de tremenda pobreza, derrochando heroísmo en encuentros verdaderamente bárbaros, sin disminuir el tropezón diario con la traición y la muerte, el mano a mano con el frío y el hambre.

Se volvió a batir en Pavón, en defensa de Buenos Aires. Fue al Paraguay, cuando la invasión de Corrientes. Actuó en Tuyutí e Itapirú.

Pasó al retiro con el grado máximo, revistando como "guerrero de la Independencia". Fue en 1890 y la planilla que lo registraba no tenía más que su nombre.

"Era alto y macizo, de ojos claros, de barba entera, muy blanca y fina, hecha para dejar ver en el pecho, los días de gran parada, el escudo de Pasco, la medalla de oro de Ayacucho, los cordones de Ituzaingó.

Vivió noventa años, hasta el 16 de marzo de 1891. Sus restos los llevó el ejército en una cureña a la Recoleta

Cuarenta años después, los Arsenales de Guerra fundieron una urna de bronce y en ella se veneran sus restos, los cuales hoy descansan en el Panteón de las Glorias del Norte.