Desendeudamiento, YPF y soberanía

Aldo Ferrer
Diario BAE [x]

El reciente acuerdo amigable y de partes con Repsol para resolver el diferendo planteado por la nacionalización de YPF concluye exitosamente una decisión trascendente que afirma la soberanía del país. Argentina fue el único país que extranjerizó su empresa petrolera estatal. Su nacionalización fue, por lo tanto, un retorno a la normalidad existente en el resto del mundo. Sin embargo, despertó críticas en los mercados internacionales. Se la interpretó como una agresión contra la inversión extranjera y manifestación de un nacionalismo y estatismo retrógrados.

Ciertamente, la decisión del Gobierno argentino fue a contrapelo de las “reformas pro mercado” promovidas por los centros financieros internacionales y los gobiernos de la Unión Europea y de Estados Unidos. En el plano interno, voceros representativos del neoliberalismo criollo, adhirieron al rechazo externo de la nacionalización de YPF.

¿Cómo se explica que un país como el nuestro, que ocupa una posición periférica en el orden mundial, pudiera tomar exitosamente una decisión de semejante calibre? Por el hecho de que Argentina vive con lo suyo, se autofinancia y no depende del crédito internacional. Si, como sucedía hasta la reestructuración de la deuda externa y la cancelación de la pendiente con el FMI, la economía argentina hubiera dependido del financiamiento externo y la bendición del FMI para su funcionamiento, la nacionalización de YPF hubiera sido imposible.

De hacerlo, en tales circunstancias, se habría cortado el financiamiento externo y habríamos entrado en rebeldía con las “condicionalidades” del FMI, que excluyen medidas autónomas y nacionales como la referida a YPF. La dependencia de la deuda externa es, en efecto, la restricción más severa de la soberanía y del ejercicio de la política económica. Lo vivimos en carne propia, desde el estallido de la crisis de la deuda externa al final de la dictadura hasta el default del 2001. Es exactamente lo que está pasando en los países endeudados de Europa, cuya política económica formula la “troika” –es decir, la Comisión de la Unión Europea, el FMI y el Banco Central Europeo– no los gobernantes elegidos por los respectivos electorados.

El desendeudamiento permitió cumplir los compromisos emergentes de la deuda reestructurada y financiar el funcionamiento de la economía argentina, con recursos propios. El resultado fue una elevada tasa de crecimiento a lo largo de los últimos diez años. El desendeudamiento no sólo hizo posible la nacionalización de YPF y resistir las críticas internacionales. Permitió además que el Estado nacional adoptara medidas de alto voltaje político interno como la nacionalización del régimen jubilatorio y la ley de medios.

Por estas razones, en el artículo anterior en este mismo medio, sostuve que “el que tiene plata hace lo que quiere”. Para un país, respecto del resto del mundo, “tener plata” significa contar con superávit en la cuenta corriente del balance de pagos, sólidas reservas internacionales y niveles de deuda pagables con recursos propios. De fronteras para dentro, implica que el Estado tiene superávit primario en el presupuesto y se financia sin apelar al Banco Central, cuando existen condiciones de pleno empleo. En resumen, Argentina pudo nacionalizar YPF porque “tuvo plata” y, consecuentemente nadie, de dentro o de fuera, pudo atar las manos de su gobierno.

Esta experiencia arroja dos conclusiones fundamentales. La primera que, a futuro, volver a endeudase para cubrir déficit del presupuesto y el balance de pagos (no para financiar inversiones y crecimiento) es el camino más corto para reproducir la pérdida de soberanía y la paralización del Estado. Por eso, la prédica del neoliberalismo de “volver a los mercados” es la receta para, nuevamente, someter al país a la especulación financiera y al desmantelamiento de su industria.

La segunda conclusión se refiere a la ubicación de Argentina en el orden mundial globalizado. Desde el enfoque neoliberal, el poder está concentrado en la esfera global que domina los mercados financieros, las mayores economías y las corporaciones transnacionales. En tales condiciones, países como el nuestro, carecen del poder suficiente para trazar su propio camino y ubicación en la globalización. De este modo, la única política económica posible para Argentina es “transmitir señales amistosas a los mercados”.

En las antípodas del espectro ideológico, se parte del mismo supuesto para formular la conclusión opuesta. Como el poder está efectivamente concentrado en la esfera global y tiene capacidad de bloquear cualquier intento de transformar las economías periféricas, la única respuesta posible es “patear el tablero”, es decir, arrasar con la economía de mercado.

En verdad, la actual experiencia de YPF confirma que es posible conformar economías de mercado avanzadas y dinámicas con inclusión social, en países en desarrollo soberanos, con Estados nacionales capaces de impulsar la transformación. O mejor dicho, en países con suficiente densidad nacional fundada en la cohesión social, la impronta nacional de los liderazgos, la estabilidad institucional y la capacidad de ver el mundo desde nuestras propias perspectivas porque, como decía Arturo Jauretche, “lo nacional es lo universal visto por nosotros mismos”.