Ciclos económicos y crisis externas
Mario Rapoport
Diario BAE
Publicada el 27 de julio de 2012
Publicada el 27 de julio de 2012
En la Argentina , los ciclos
económicos que se corresponden normalmente al desarrollo capitalista, con fases
de prosperidad, recesión y recuperación, han estado profundamente relacionados
con las estructuras productivas, comerciales y financieras predominantes en
cada etapa histórica, siendo decisivos en nuestro caso los vínculos de la
economía con el exterior y, en especial, el endeudamiento externo. Por su
importancia y efectos en la situación actual, ponemos aquí el centro del
análisis en la problemática de las crisis y de sus causas, que podemos
clasificar en el curso de nuestra historia económica de dos maneras.
Primero,
teniendo en cuenta su origen. Por ejemplo, diferenciando las que fueron
consecuencia de shocks puramente externos, al menos en un principio –como la
crisis mundial actual–; las que se corresponden a las formas de acumulación
económica interna –como la crisis de endeudamiento de 1890 o las del proceso de
industrialización cuyos vínculos externos provienen de la dinámica interna–;
las que combinan diversos aspectos, como la de 1929, que se inicia con un shock
externo, pero se corresponde al mismo tiempo con el agotamiento del modelo
agroexportador; o las que tienen por causa el fracaso de ciertas políticas,
como las resultantes, en 1981 y el 2001, de la implantación forzada de esquemas
neoliberales.
Segundo,
atendiendo a su impacto sobre la economía. Algunas crisis se manifiestan en
forma recurrente, asociadas a las características de cada modelo de
crecimiento, y otras constituyen un punto de inflexión, debido al agotamiento
del proceso de acumulación. Esta última distinción resulta muy importante, pues
mientras las crisis del primer tipo muestran un comportamiento repetitivo en su
esencia, las del segundo tipo inducen a transformaciones estructurales.
Durante
la época del esquema agroexportador, entre el último cuarto del siglo XIX y los
años 1930, los ciclos se caracterizaron por el fuerte ingreso de capitales
–tanto por la vía de inversiones directas como por medio de un endeudamiento
creciente– y debido al montaje y desarrollo de una estructura agropecuaria
sustentada en las exportaciones, con un mercado mundial que necesitaba los
productos argentinos. El país, a su vez, debía proveerse de bienes industriales
por medio de sus importaciones, pero también contar con un superávit comercial
suficiente para cancelar el servicio de su deuda, lo cual no siempre resultaba
posible. Como señalaba José Antonio Terry, que fue ministro de Hacienda entre
mediados de 1893 y 1894: el desorden monetario, las crisis financieras y los
procesos inflacionarios de entonces estaban estrechamente relacionados con el
endeudamiento externo. En cambio, durante el modelo de industrialización por
sustitución de importaciones ese endeudamiento era pequeño y la inversión extranjera
se radicaba mayormente en el sector industrial, orientado sobre todo, hacia
nuestro propio mercado. Pero la industria no alcanzaba a cubrir con sus escasos
productos exportables la demanda de importaciones que generaba. Dependía de las
exportaciones agropecuarias para mantener la balanza comercial en relativo
equilibrio. Nuevamente, aparecían allí fuentes de turbulencia periódicas que se
traducían en los conocidos ciclos de stop and go, con megadevaluaciones y alta
inflación. En cuanto al modelo rentístico-financiero, predominante desde la
dictadura militar de 1976, el endeudamiento externo combinado con una amplia
apertura comercial y una libertad absoluta en el movimiento de capitales volvió
a constituir la principal explicación de los ciclos, aunque esta vez predominó
el sector financiero y ni la producción interna ni las exportaciones jugaron un
rol clave. Este proceso culminó con la brutal crisis del 2001-2002.
En
cambio, la expansión que comienza hacia el 2003 estuvo respaldada en el ahorro
interno de la economía, es decir, se creció sin necesidad de endeudamiento
externo. El sector industrial, basado en el mercado interno, volvió a ser un
elemento decisivo para explicar las altas tasas de crecimiento del PIB,
acompañado, en este caso, por una situación favorable en el frente externo. Las
balanzas comerciales positivas y una tasa de cambio competitiva y administrada
permitieron acumular reservas, mientras que las retenciones y la mejora en la
recaudación interna generaron superávits fiscales, lo que dejó un margen
apreciable para hacer frente a futuras turbulencias.
Ahora estamos en medio de esas aguas turbulentas. La desaceleración actual de
la economía tiene que ver a la vez con fenómenos exógenos y endógenos, combina
ambos factores. Por un lado, la crisis europea se ha agudizado y asistimos a
una disminución de las exportaciones en todo el mundo que también afecta a la Argentina. Por
otro, el proceso de industrialización empujó hacia arriba las importaciones de
bienes de capital y manufacturas, como ocurrió en otras etapas de
industrialización. El primer fenómeno, el exógeno, se dio en la crisis de los
años ’30 pero entonces se trataba de equilibrar la balanza comercial frenando
importaciones sencillas de manufacturas y bienes de consumo y se adoptó como
principal medida contracíclica el control de cambios. Los desequilibrios
endógenos vinieron en los años ’50 y ’60 cuando la industrialización requería
un tipo de importaciones creciente y más sofisticadas (bienes de capital,
productos intermedios). En aquellos tiempos predominaron los planes de ajuste
aconsejados por el FMI.
En
la situación actual la resolución es menos compleja porque cuenta con mayores
elementos de defensa. El endeudamiento externo es mucho más bajo, el Banco
Central tiene abundantes reservas, y si bien la industria disminuyó su
crecimiento todavía el colchón del proceso anterior le puede permitir soportar
los coletazos de la crisis. En cuanto a las políticas económicas no se recurrió
a un control de cambios como el de los años ’30, sino que se frenó la fuga de
divisas acotando las posibilidades de comprarlas al precio oficial, lo que creó
un pequeño mercado paralelo de especulación. Tampoco se implementó un plan de
ajuste y los niveles salariales y de consumo permanecen estables, aunque algo
carcomidos por el proceso inflacionario. La diferencia con experiencias
anteriores es que en la actual coyuntura hay dos frentes de tormenta, uno
externo y otro interno. Sin embargo, después de varios años de crecimiento
continuo la economía tiene márgenes suficientes como para soportar el chubasco.
No fue así en los años ’30, cuando el exclusivo perfil agroexportador no
aguantó la crisis y el Estado recurrió a todo tipo de medidas intervencionistas
para protegerlo; ni en los años ’50 y ’60 porque estábamos sujetos a la
influencia del FMI, cuyos planes de estabilización produjeron efectos negativos
casi inmediatos sobre la economía. Menos aún durante los períodos donde
predominó un enfoque rentístico-financiero y nos hallábamos altamente endeudados
como lo están hoy los países europeos.
Al
igual que en el 2008 y el 2009, si la economía argentina no se deja llevar por
fuerzas que procuran desestabilizarla, es posible iniciar de nuevo un camino de
crecimiento dentro de la coyuntura desfavorable en que se mueve el mundo. Las
condiciones están dadas si se actúa con inteligencia.