La inserción de América latina en un mundo en crisis

Mario Rapoport
Diario BAE

Vivimos hoy en un mundo más interconectado que nunca, con grandes innovaciones tecnológicas y científicas pero sujeto, a la vez, a la recurrencia de inciertos avances económicos y profundas crisis. En él se asiste a una creciente polarización económica y social de riqueza y pobreza, tanto entre regiones y países como en el interior de unas y de otros; a conflictos internacionales y guerras de distinto tipo; a violaciones frecuentes de derechos humanos, soberanos o jurídicos; al debilitamiento de organismos internacionales y al paralelo surgimiento y conformación de bloques e instituciones regionales; a una explotación cada vez más imprudente de los recursos naturales; a grandes migraciones y movimientos de población, en gran parte clandestinos; a la aparición y predominancia de ideologías simplistas o fundamentalistas, económicas, políticas o religiosas; al aumento del terrorismo y diversos tipos de organizaciones criminales: a una diversidad de procesos culturales y movimientos populares contestatarios.

Se advierte, sobre todo, el estallido de una crisis económica mundial, resultado del predominio de las finanzas y de la especulación por sobre las actividades productivas, que tuvo por base la búsqueda de una valorización financiera en procura de cubrir la caída de la rentabilidad en la economía real, particularmente en los países centrales, endeudando a Estados e individuos. Esto ha llevado a lo que algunos llaman la “gran regresión” y otros el retorno a un nueva “gran depresión”.
En América latina, esos procesos y los acelerados movimientos de cambio de los últimos tiempos impulsaron una renovación de las ciencias sociales, que confrontadas a una realidad conflictiva han ido conformando una nueva camada de profesores e investigadores con una visión interdisciplinaria, integrada por economistas, historiadores y estudiosos de distintas ramas de las ciencias económicas, políticas y sociales. Esto se reflejó claramente la semana pasada durante las XIV Jornadas de Historia de las Relaciones Internacionales de la Argentina y las VI Latinoamericanas, que se desarrollaron en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, en el marco de los festejos de su Centenario como institución, bajo el título de “América latina y sus caminos de inserción en el escenario mundial”. En las jornadas se expusieron alrededor de cien ponencias presentadas por investigadores argentinos, brasileños, chilenos, mexicanos, colombianos, bolivianos, uruguayos y de diversos países europeos y de otros continentes, que fueron objeto de arduos debates y resultaron complementadas por cuatro mesas redondas sobre temas candentes de la agenda internacional, que interesan y afectan a nuestro continente, en las que participaron destacados intelectuales, políticos y funcionarios públicos.
Haciendo una síntesis de las discusiones de las jornadas se desprende que desde un punto de vista geopolítico el mundo se caracteriza por una dualidad en la economía y la política mundiales. En la economía se advierte un sistema multipolar al que se han incorporado ahora, además de los EE.UU., Europa y Japón –todos ellos en dificultades–, China y otros países emergentes, mientras que en lo político y estratégico los Estados Unidos constituyen todavía la única superpotencia global, aunque tras su fracaso en Irak no ha podido volver a detentar el grado de predominio que poseía en el pasado.
Sin embargo, a diferencia de quienes afirman que la región latinoamericana es para Washington irrelevante, en el contexto de la crisis económica y de la agudización de la competencia multipolar, la realidad desmiente esa aseveración con la instalación en la región de numerosas bases militares y la revitalización de la 4ª Flota naval en los mares sureños, sumadas en lo económico a los acuerdos de libre comercio del Pacífico, que a su modo confrontan con el rechazo del ALCA por los países del Mercosur.
Por su parte, la Argentina y otras naciones sudamericanas buscan una inserción que tenga en cuenta el nuevo contexto internacional, y permita enfrentar la crisis de la mejor manera, tratando de afirmar intereses nacionales y regionales y revalorizar estrategias multilaterales. Para ello, la consolidación de un desarrollo económico, tecnológico y socio-cultural constituye la base sobre la que se asientan las posibilidades de lograr una relación beneficiosa con el resto del mundo.
El neoliberalismo conllevó una pérdida de autonomía en la política exterior, dejando poco margen de maniobra para los gobiernos locales. Las nuevas políticas económicas de corte heterodoxo posibilitan el fomento de relaciones internacionales donde se abren mayores espacios a la afirmación del interés nacional. En los últimos años, el concepto y la práctica de la autonomía vuelven a ser ejes centrales de la reflexión de intelectuales y funcionarios en el área de las relaciones internacionales.
Así como la política dominante en la década de los ’90 fue reflejo de la relevancia que en el plano económico interno habían adquirido los acreedores externos y los organismos financieros internacionales –y de los procesos de concentración del poder económico local y extranjero basados en el sector financiero–, en la actualidad se presentan nuevas alternativas respecto de la inserción internacional, donde se retoman y rediscuten las nuevas posibilidades abierta por los procesos de integración regional y de diversificación de las relaciones internacionales. También se revalorizan, particularmente en lo económico, otras actividades productivas de mayor nivel tecnológico y la revitalización de los mercados internos. Por otra parte, la afirmación de los espacios propios de expresión y participación de los países de la región requiere de una estrategia conjunta, partiendo desde la especificidad nacional, pero en consonancia con las necesidades comunes de los vecinos.
La mayoría de los gobiernos se ha dado cuenta de que tienen por delante la tarea de recuperar la conducción de su propio desarrollo y de que no pueden ser furgón de cola de la globalización. Pero, a diferencia de los ’90, cuando los proyectos de integración regional surgieron sin vínculos claros con estrategias nacionales propias, en la actualidad se requiere compatibilizar los intereses del desarrollo nacional, la integración regional y la vinculación con el mundo. La creación de la Unasur y de la Celac, acrecientan el compromiso de la mayor parte de los países latinoamericanos en esta dirección, debiendo establecer en su agenda un programa de desarrollo a largo plazo, con prioridades específicas y con la idea de la cooperación regional como punto de partida.
A nivel global, es necesario continuar bregando por un cambio en las reglas del comercio mundial, sobre la base de normas que aseguren términos de reciprocidad y que tiendan a eliminar relaciones asimétricas y distorsivas. También, realizar un pronunciamiento a favor del establecimiento de un nuevo orden financiero internacional con dos objetivos principales. El primero, es el de poner un freno a aquellos mecanismos que sirven de sustentación a las actividades especulativas. El segundo, el de permitir resolver los usurarios, y muchas veces ilegítimos, procesos de endeudamiento externo sin comprometer la recuperación económica ni los ingresos de las generaciones futuras. Después de muchos años de silencio a este respecto, se vuelve a plantear en la región la necesidad de una nueva juridicidad y mayores márgenes de autonomía a fin de asociar las políticas de desarrollo a sus propias problemáticas. Estos son algunos de los valiosos aportes que dejaron las mencionadas jornadas.