Secuestro y ejecución de Aramburu
Aramburu, las dos historias
Por Fermín Chávez
En la madrugada del 29 de mayo de 1970, alrededor de las 9, dos hombres jóvenes vestidos con uniformes militares –uno capitán, teniente el otro, al parecer– tocaron el timbre en el departamento del octavo piso de la calle Montevideo 1053. Los atendió y les abrió doña Sara Herrera de Aramburu, porque venían a ofrecerle seguridad (custodia) al dueño de casa, ex presidente de la República teniente general Pedro Eugenio Aramburu.La señora tenía que salir, pero avisó antes a su esposo de la novedad y después partió. En una de las habitaciones dormía una hija del militar, quien no advirtió nada raro. Cuando la señora regresó, minutos después, ya no había nadie en la sala, ni siquiera un aviso en el escritorio de su esposo. Este había salido flanqueado por sus dos visitantes, quienes lo condujeron hasta un garaje vecino. Solamente los vieron la empleada de una boutique y dos serenos del garaje “Montevideo”.
Serían las 9,30 cuando un Peugeot blanco partió con rumbo desconocido. Aramburu acababa de ser secuestrado por un comando de los Montoneros, una formación desconocida por el público. Poco después, los secuestradores comenzaron a dar informaciones y aseguraron que Aramburu estaba en su poder y que iba a ser sometido a “juicio revolucionario”. Hubo falsos comunicados; por eso, en su Comunicado Número 2 del 31 de mayo, Montoneros “Juan José Valle” afirman que “resulta totalmente descartada la posibilidad de negociar su libertad”. La mención de “Perón Vuelve” trata de involucrar al peronismo en la operación.
Desde el gobierno no hubo una actitud clara, porque más bien se insinuó que se trataba de un “autosecuestro”. Susana Valle hija del general aludido en los comunicados, concurrió a Coordinación Federal y expresó su desconocimiento y su desvinculación con relación al episodio. Juan Perón, desde España, también manifestó que el peronismo nada tenía que ver con el mismo. En igual sentido hizo declaraciones Jorge D. Paladino, secretario general del Movimiento Nacional Justicialista. Por su parte, el mayor Pablo Vicente, por el Movimiento Peronista Vertical, expresó su anhelo de que el secuestrado apareciera “en el menor plazo posible”.
En el diario La Nación del 3 de junio apareció el testimonio de Ángel Viamonte, uno de los dos serenos del garaje “Montevideo”, quien relató que le habían traído para su reconocimiento los rostros de dos personas. “Pero no eran los mismos –dijo– que se llevaron al teniente general Aramburu. Estos eran más delgados. Los otros parecían militares”. Y ante una pregunta del periodista acerca de si habían sido llamados para colaborar en el identikit, el sereno expresó: “no, en ningún momento. Ni a mí, ni a Luís, el otro sereno. Los dibujos que vi no se parecen mucho a los militares que salieron con Aramburu, aunque acepto que una persona cambia bastante cuando viste uniforme”.
En esa misma edición, el citado matutino publicó el Comunicado Número 4, de fecha 1° de junio, también encabezado por el “Perón Vuelve”. En el mismo, el público leyó que Aramburu había sido ejecutado a las 7 horas, es decir, esa misma mañana. De golpe, de la noche a la mañana, la organización de Firmenich había pasado a tener una dimensión pública inesperada.
La versión de Montoneros
Cuatro años y tres meses después del secuestro, la revista La Causa Peronista, N° 9, del 3 de septiembre de 1974, publicó un extenso relato titulado: “Mario Firmenich y Norma Arrostito cuentan cómo murió Aramburu”. El artículo de la publicación que dirigía Rodolfo Galimberti comenzaba diciendo que a las 13,30 del 29 de mayo, mientras las radios interrumpían los programas para dar la noticia de que “habría sido secuestrado el teniente general Pedro Eugenio Aramburu”, éste iba en la caja de un vehiculó, entre fardos de pasto, rumbo a Timote.
El texto enumeraba cargos contra el ex presidente. Entre otras cosas, dice que Aramburu conspiraba contra Onganía y que su proyecto, “para reemplazar al régimen corporativista” era “políticamente más peligroso”. También habla de los integrantes del comando: Emilio Maza (el capitán), Fernando Abal Medina (el teniente), Carlos Ramus, Carlos Alberto Maguid y Carlos Raúl Capuano Martínez, aparte de Firmenich y de la Arrostito. No tuvieron problemas en el trayecto hasta la estancia “La Celma”, de la familia Ramus, a la que llegaron a las 17,30.
Luego de dar pormenores del juicio a que se lo sometió, la versión expresa que el tribunal deliberó el 1° de junio y a la madrugada le comunicaron la sentencia de muerte. Después, ya en el sótano “le pusimos un pañuelo en la boca y lo colocamos contra la pared. El sótano era muy chico y la ejecución debía ser a pistola”. Fue Abal Medina quien lo ejecutó; antes le dijo: “General, vamos a proceder” y Aramburu respondió: “proceda”. Aquí es visible una contradicción, porque Aramburu tenía un pañuelo en la boca.
Después vino una bala de 9 milímetros al pecho y luego dos tiros de gracia. El resto de los pormenores es secundario.
¿Un “caso Moro” argentino?
Trece días antes del secuestro hubo una importante reunión en casa de un señor Araujo en la que estuvieron presentes, aparte del anfitrión, Pedro E. Aramburu, Arturo Frondizi, Alejandro A. Lanusse –comandante en jefe del Ejército– y Francisco Manrique. Durante la reunión, Aramburu expuso su proyecto político, que preveía la próxima toma del poder manu militari y un gobierno con salida civil, en la que se incluía a Perón y al peronismo.
Dicha reunión fue confirmada por el doctor Frondizi a Fermín Chávez en entrevista realizada el 23 de junio de 1984. Por otra parte, puede comprobarse que Pedro E. Aramburu había tomado contacto con Juan Perón desde Paris, a donde viajaba para visitar a su hija, Sara Aramburu de Burghardt. Primeramente, lo hizo a través del doctor Ricardo Rojo y, posteriormente, mediante llamada telefónica. En verdad, Aramburu se anticipaba a otros militares sobre una salida política para la Argentina en que participara Perón. Y esto antes de 1970. No hay dudas de que la historia contada por los Montoneros, ya muerto Perón y bajo el gobierno de María E. Martínez de Perón, esto es, ante nuevas necesidades políticas, buscaba objetivos y justificaciones que no se concilian con la verdad histórica. Se puede conjeturar que el aparato de poder militar de 1970 tuvo bastante que ver en el operativo contra Aramburu, el conspirador que ya no era el mismo de 1955. Nos referimos especialmente a los Servicios de Inteligencia controlados por el Comando en Jefe del Ejército.
Está comprobado el procedimiento efectuado el 3 de junio por el capitán de navío (RE) Aldo Luis Molinari en Villa Domínico, donde localizó a Horacio Wenceslao Orué. En el mismo participaron efectivos de la Armada y agentes de Coordinación Federal. Dicho agente de los Servicios habría trasladado el cadáver de Aramburu –muerto al parecer en el Hospital Militar–, el domingo 31 de mayo, para entregarlo a los Montoneros que lo llevarían a Timote. Lo cierto es que el diario La Nación del 5 de junio de 1970 informó sobre la detención de Orué, al que nombra Wenceslao Uruez, y al día siguiente el mismo matutino confirmó la detención, en Villa Domínico, del mencionado Orué.
Según esta otra historia, a los secuestradores les robaron a Aramburu operadores militares, en una zona ubicada detrás de la Facultad de Derecho. Este comando lo interrogó sobre la conspiración y, como el ex presidente se descompuso, lo llevaron al Hospital Militar para reanimarlo; pero sin éxito. Aramburu habría sido sacado muerto del hospital y entregado a Orué, quien, a las 10,30 del 31 de mayo, lo habría entregado a Firmenich.
Una serie de asesinatos y muertes extrañas, por otra parte, rodean el curso de los sucesos posteriores. El primer episodio ocurrió en William C. Morris en septiembre de 1970, cuando Abal Medina y Ramus aguardaban la llegada, a un bar de dicha localidad, del estanciero Antonio Romano, de Mar Chiquita, amigo del general Francisco Imaz y del general Mario A. Fonseca. Lo esperaban para recibir un dinero, parte de los 30 millones de pesos prometidos. En vez de Romano llegó la policía y los dos “montoneros” nombrados murieron baleados.
A principios de 1971 llegó a la estancia de Mar Chiquita una camioneta en la que iba Norberto Rodolfo Crocco, encargado de realizar la vendetta por lo de William C. Morris. Ejecutado Romano, Crocco fue eliminado por personal militar, aunque la versión circulante lo dio como que se había suicidado. Por su parte, Capuano Martínez, quien se había salvado de la represión de William C. Morris, cayó muerto en un bar de Barracas el 17 de agosto 1972. A su vez, Norma Esther Arrostito, según un comunicado militar, cayó el 2 de diciembre de 1976 en un enfrentamiento, aunque la verdad pudo ser otra. En cuanto a Carlos Maguid, fue secuestrado en Lima por un grupo argentino y nunca más apareció con vida.
Hay más: el comisario Sandoval, quien había visto con vida a Aramburu en el Hospital Militar, terminó asesinado en una estación de servicio de Triunvirato y Olazábal. Y el encargado de la estancia “La Celma”, Blas Acebal, fue encontrado muerto en su habitación.
El cadáver de Aramburu fue descubierto en Timote el 16 de julio de 1970 y curiosamente fue llevado al Regimiento de Granaderos a Caballo para su identificación. Después se le hizo la autopsia en el Hospital Militar Central. Se dijo que el cadáver tenía tres heridas de bala en la cabeza y una herida profunda a la altura del corazón. Recién el 20 de julio se llevó a cabo una conferencia de prensa en el Departamento Central de Policía, la que resulto una larga exposición sin preguntas.
Muchos de los hechos consignados son sumamente llamativos y plantean serias dudas sobre los máximos responsables del operativo del 29 de mayo. Podríamos agregar algunos más, pero sólo añadiremos un dato importante, concerniente al propósito e intenciones el relato publicado en La Causa Peronista: días después de difundirse este último: la formación Montoneros pasó a la clandestinidad y a combatir al gobierno de Isabel Perón, junto con otras organizaciones guerrilleras.
Lo que el grupo “montonero” buscaba con el relato de la muerte de Aramburu era una condena oficial del mismo, a fin de mostrar al gobierno como no peronista y como cercano a los “gorilas”, identificación ésta que le venía siendo marcada a Montoneros por los voceros del E.R.P. De ahí al paso a la clandestinidad, mediaba muy corto trecho.
En diciembre de 1969, Pedro E. Aramburu había iniciado sus contactos con Juan Perón. En Italia, Aldo Moro fue secuestrado el 16 de marzo de 1978, justo un mes después de la última entrevista secreta entre el líder de la Democracia Cristiana y Enrico Berlinguer, secretario general del Partido Comunista, en la que tejieron una convergencia política en las grandes cuestiones de ese momento italiano. Las Brigadas Rojas lo secuestraron mediante un comando de nueve miembros, dos de los cuales eran extranjeros. En el caso de Aramburu, muchos datos apuntan en la misma dirección.
El caso Aramburu
por Bernardo Guillen
para Revista Periscopio
publicado el 2 de junio de 1970
Cuál es su pensamiento frente a los raptos de funcionarios y diplomáticos?, preguntó el redactor Andrés Ruggeri.
—Lo fundamental es la vida humana. Si existe un camino para salvarla, esa ruta debe recorrerse, sin fijarse en el "costo" ni mantener un exceso de celo por defender un mal entendido principio de autoridad.
La entrevista se publicó en el semanario católico Esquiú: fechada el 31 de mayo, la edición se puso en venta el viernes 29, por la tarde. La mañana misma, Pedro Eugenio Aramburu —el hombre que había vertido ese juicio— fue secuestrado, y el país se sumió en una aguda psicosis, como en los peores momentos de crisis nacional. "¡Hoy es el día del Ejército!", repetían los alarmistas.
La primera noticia fue trasmitida por un amigo de la familia, el capitán Aldo Luis Molinari, Subjefe de Policía en tiempos de la Revolución Libertadora. Lo había llamado la esposa del ex Presidente, Sara Herrera, Sarita, para contarle que esa mañana, a las 9.30, dos oficiales en uniforme visitaron su departamento; ella salió para hacer compras y a su vuelta no lo encontró. Cerca de mediodía, confesaba su inquietud a Molinari.
Las redacciones de los diarios, de las emisoras de radio y tv, entraron en convulsión febril. Ya los periodistas se arremolinaban frente al edificio céntrico donde habitan los Aramburu. Tarde gris, gente amontonada con paraguas —como un 25 de Mayo— y, para colmo, Montevideo cortada por reparaciones: los muchachos del Champagñat, entre Santa Fe y Charcas, curiosos, se negaban a entrar a clase.
El ascensor estaba descompuesto. Si uno lograba sortear la vigilancia del portero, Roberto Esclavo, debía trepar ocho pisos, 128 escalones con sus respectivos descansos, para alcanzar la puerta de servicio —metálica, gris— del departamento B: un ignoto señor de piel cetrina atendía a los recién llegados.
El pasillo de baldosas —atestado de taciturnos personajes— conduce a una sala en penumbra, un amplio ambiente dividido en dos livings. El lugar donde, pocas horas antes,, los dos presuntos oficiales del Ejército se habían presentado al general, está amueblado con dos sillones de laca negra, tapizados con raso del mismo color y detalles en blanco. Sobre la chimenea vela un retrato al óleo de doña Sara y, bajo el ventanal que da a la calle, sobre una mesita, otro de Aramburu con marco de plata,
junto a una bandeja —también de plata— autografiada por varios militares extranjeros. Todo muy severo, muy burgués, pero sin lujo.
Un reloj de pared tocó cinco campanadas. El cielo, afuera, estaba oscuro, pero nadie encendía las lámparas. Había unas treinta personas, atendidas por una sola mucama, menuda, con delantal rosa, que servía café.
El relato que ondeaba de labio en labio, obsesivamente, era tan minucioso como impreciso. La mucama de atuendo rosa abrió la puerta; la dueña de casa le ordenó que sirviera café a los visitantes. Estaba también la hija, que no salió de la alcoba. Después, al enterarse de que Aramburu había partido sin despedirse, las dos se asombraron.
La mayoría de los presentes eran hombres, casi todos políticos (Theay, Muniagurria, Busso, Ghioldi, Santander, Lanús, Rawson Paz, Alperín, González Bergez) : y algunos militares en traje civil (Labayru, Leguizamón, Nevares). Nadie con carácter oficial: apenas un comisario visitó la casa para informarse del hecho. Las pocas señoras comentaban la desaprensión de Aramburu en lo que concierne a su seguridad:
—Con decirte que el otro día lo pasamos a buscar con mi marido para un almuerzo y, cuando llegamos con el auto, él se paseaba por la vereda, solo.
La madre y la hija, 'Saritita', descansaban en sus habitaciones: sólo entraban unas pocas amigas y la nuera del general, Luz Polledo —pelo suelto, demacrada, con falda escocesa y medias tres cuartos negras—; Eugenio, su marido —una versión rejuvenecida del ex Presidente, adusto, grave—, no habló con nadie. Vestido de oscuro, con camisa blanca, se dejó ver un momento.
En uno de los corrillos, el beligerante conservador Pablo González Bergez dialogaba con el almidonado Samuel Alperín. "¿Qué opina de esto?" "Son todas opiniones subjetivas; nadie sabe nada", replicó el primero. Después, eufórico: "Es el momento para una decisión militar; ahora, ya". González Bergez, animador del MAR (Movimiento de Afirmación Republicana), era en los últimos tiempos el más íntimo confidente de Aramburu. "Hace cuatro años —añadió— derrocaron un Gobierno constitucional alegando vacío de poder. ¿Me quieren decir qué es esto?" En la calle, Rojas fue aplaudido con delirio.
Un grupo imaginaba: "Son peronistas de izquierda, conectados con dirigentes gremiales que a su vez., están apañados por el Gobierno". Otros creían ver una venganza personal: hace dos años, el 9 de junio, Sarita recibió una corona dirigida "a la viuda del general Aramburu"; hasta hoy, él no conoce la anécdota. Silvano Santander, como siempre, lo sabía todo: se trataba de un movimiento integrado por "nazis, Tacuaras, peronistas y maoístas". Alguien se asombró de que no incluyera al comunismo: "Ellos no, son todos intelectuales". Ya había prevenido a Aramburu, dos días atrás; pero el general. lo echó a broma.
Hablaban en voz baja, salvo un señor gordo —"radical, como su cara Lo indica", distinguía González Bergez—; sin embargo, reinaba una animación extraña, dadas las circunstancias: un aquelarre de conspiradores, se diría. El rapto de su jefe los entusiasmaba. "Aramburu no es canjeable", concluían.
En la boutique Matisse, contigua a la residencia de Aramburu, la empleada Gloria Querciola, 21 años, fue identificada como el único testigo del secuestro. Abría la puerta del negocio, esa mañana, cuando lo vio pasar —con aire preocupado— junto a dos militares de capote y gorra que lo llevaban del brazo: ellos se reían, sin duda bromeaban. Los tres llegaron al garaje —a dos puertas de distancia, donde se les unió un civil que los estaba esperando, y todos partieron en un Peugeot blanco, conducido por otro civil. El portero supo decir que también él había visto ese coche, y en el garaje se averiguó que estuvo allí durante 15 ó 20 minutos. El encargado de un quiosco, en la esquina, fantaseaba que el general pasó encañonado con un
revólver; después admitió que no había visto el arma, y por fin que tampoco vio a nadie.
El secuestro de Aramburu convulsionó al país: de pronto, otros hechos dispersos —la incesante agitación cordobesa, la última conferencia de Onganía con los generales, el discurso de Lanusse esa mañana,, la ruptura sindical, la detención de Julio Cueto Rúa, recientes expresiones de los partidos políticos— cobraban una significación precisa, el valor de sendos presagios.
CUANDO CAEN LAS HOJAS
El martes pasado, por orden de la Intendencia, comenzó la poda de los 100.000 árboles que aún conserva esta mole informe y grisácea, Buenos Aires; el ramaje tronchado se extendía por las veredas, los siniestros muñones se alzaron al cielo. Así el otoño perdió bruscamente su encanto misterioso, ligado al suave balanceo de las hojas doradas.
Pasaron finalmente los dos meses álgidos —"el pico de nuestras incomprensiones", como dijera Juan Carlos Onganía a Francisco Manrique en vísperas de iniciar sus vacaciones en La Angostura—, y se abría el semestre activo, de junio a noviembre, durante el cual este país sin ambición trabaja para holgar el resto del año.
Las conmemoraciones de los estudiantes victimados y del histórico sacudón cordobés no habían sido, en fin de cuentas, todo lo trágico que podía temerse: la habitual gimnasia revolucionaria de las Universidades reveló una saludable y novedosa cautela, y las estructuras sindicales absorbieron con suficiencia los pujos rebeldes.
Hasta el viernes pasado, los excesos más deplorables fueron el del piquete de la Policía Federal que una semana antes vejó inútilmente a 1.500 jóvenes en Córdoba, y la intempestiva reacción del Ministerio del Interior contra Crónica, que reapareció el miércoles 20 después de una clausura de tres días. El Gobierno se esfuerza por actuar con la cabeza fría; sólo que a veces la bolsa de hielo se le cae.
Se consiguió lo que se quería: alertar al resto de la prensa, la cual se guardó muy bien —salvo La Razón, que no fue sancionada— de mencionar la versión de la CGT cordobesa sobre un estudiante muerto. También se había conseguido lo que no se desea: que la gente se acostumbre a conocer los hechos a través de rumores incontrolables, generalmente malévolos.
Después de las explicaciones verbales que diera el director del diario clausurado —según consta en un comunicado del Ministerio del Interior— se juzgó que habían "desaparecido las causas que han motivado la clausura". Esta frase no podía sino desatar toda clase de cavilaciones. Si el enojo oficial era porque Crónica había mentido, la comprobación de que ningún estudiante murió no eliminaba las "causas" de la clausura, sino al revés. Por otra parte, si el muchacho no reaparecía —suponiendo, por ejemplo, que se trataba de un ardid de los sediciosos— el diario seguía cerrado, sin tener ninguna culpa.
El estudiante al que se dio por muerto era Manuel Castello (Camato, escribió por error Crónica). Internado en el Hospital San Roque, perdió un ojo: el Rector Ghirardi le concedió una beca de 10.000 pesos viejos por mes, hasta el fin de la carrera.
El martes mismo, Interior, después de aludir a "declaraciones y versiones de que se han hecho eco algunos órganos periodísticos", dispuso investigar la actuación de la Policía Federal en los sucesos de mayo 22, con el propósito de "deslindar responsabilidades". No se sabe quiénes realizarán la investigación.
Lo que sí se sabe es que, en Córdoba, decenas de instituciones condenaron el procedimiento; lo hicieron, incluso, los Consejos Académicos de varias Facultades. Es opinión corriente, en esa ciudad, que los disturbios tendían a eclipsarse, con notorio desencanto de los grupos activistas, hasta que éstos pudieran beneficiarse con la exasperación general que provocó el alarde represivo. Ni así, siquiera: en el paro con mitin del viernes 29, Córdoba manifestó su sentir sin arriesgar una nueva hecatombe (página 19).
MADRID LLAMA
Otro contraste del Gobierno fue la suspensión del Congreso Normalizador de la CGT, que debía inaugurarse el viernes. "Volverán a suspenderlo cada vez", pronostican ciertos círculos palaciegos que nunca creyeron realmente en la utilidad de un sindicalismo oficialista. En su opinión, "el peronismo construye ese engendro para engañarnos; cuando las papas queman, todos hacen o dejan hacer la huelga".
El miércoles, cercana la medianoche, la Comisión de los 23 puso fin a tres días de forcejeos por la repartija de cargos e informó que el Congreso se celebraría el 2 y 3 de julio. En las dos últimas semanas, José Alonso y Angel Peralta, "participacionistas" netos, habían jurado en público que no habría aplazamiento.
Finalmente se esgrimieron tres pretextos: la tardanza electoral de la Unión Ferroviaria, la imposibilidad de que interviniesen sus delegados y la vigencia del decreto 969 (reglamentario de la Ley de Asociaciones Profesionales), que torna vulnerables las decisiones del Congreso cegetista.
Cesáreo Melgarejo (La Fraternidad) acusó a los "participacionistas" y a los "dialoguistas" de las 62. Organizaciones de violar el pacto tripartito, que impone la coincidencia para cualquier actitud. "La unidad se subalterniza en la disputa de cargos", sentenció. Peralta se había atrevido a criticar al Gobierno por no derogar el decreto 969, como les prometió; Maximiano Castillo se mostró dócil a la orden de Perón: recauchutar las 62 Organizaciones: "Necesitamos treinta días para hacerlo", dijo.
Al parecer, los dos sectores mayoritarios no pudieron reservarse la parte del león, visto que el otro —el de los "no alineados"— creció repentinamente; más todavía: fuera de la Comisión, los "no alineados" cuentan con el apoyo de Metalúrgicos, Personal Civil, SMATA, Marítimos y quizá Bancarios. Si bien no reclaman para sí el cetro, descartaron a Rogelio Coria y Alonso, y a Fernando Donaire y Castillo.
El disenso nutrió otras aspiraciones: Lorenzo Miguel hizo circular su propósito de quebrar el acuerdo de "participacionistas" y "dialoguistas"; en realidad, fue un globo de ensayo, porque el verdadero candidato —metalúrgico— no era él sino el nicoleño José Rucci, 42, lugarteniente de Vandor hace 15 años. Las 62 consienten estos manejos, aunque con toda mala intención: "Vamos a desenmascarar a Lorenzo Miguel, que es un genuino «participacionista»", tronó un peronista "duro".
En la Unión Ferroviaria, otro "duro" que también podría no serlo, Lorenzo Pepe (Lista Verde), advertía al Presidente, a la Administración militar de la empresa y a la Secretaría de Trabajo que "no se responsabilizaba por las reacciones de los trabajadores del riel" si el interventor Oscar Ramírez entregase la conducción al bahiense Narciso Angel (Lista Blanca). Pepe y los suyos se atribuyen el triunfo y denuncian fraude; amenazaban con llevar sus 62 delegados y pedir el reconocimiento: sería una bomba que haría volar el Congreso de la CGT. Rubens San Sebastián, prudente, no ha querido cotejar las actas parciales con las cifras del interventor Ramírez, un teniente coronel jubilado que invoca su amistad con el Presidente Onganía.
La verdad se supo la noche del viernes, cuando se esperaban noticias sobre la suerte de Aramburu: las 62, atentas a la voz de Madrid, reclamaban 12 de los 20 puestos del Consejo Directivo, dejando el resto para los "participacionistas" (entre quienes incluyen al grupo "dialoguista'') y para los "no alineados". Era, sin duda, una actitud provocativa, inaceptable. Pero nadie podía equivocarse sobre su sentido: Perón, aun luchando por su sobrevivencia física, decidió bruscamente golpear al Gobierno, y dejar a la CGT oficialista sin el mínimo calor que aún irradian las 62 Organizaciones.
ARMAS AL HOMBRO
"Vencer los viejos esquemas y prejuicios que han dividido a nuestra sociedad en sectores antagónicos." La monocorde voz de Alejandro A. Lanusse se extendía por el campo de despejo del Colegio Militar: eran las once de la mañana y el Ejército festejaba sus primeros 160 años. Cada tanto, Juan Carlos Onganía —que llegó en helicóptero— paseaba su vista impávida sobre la tropa. ¿De qué viejos esquemas hablaba el Comandante: peronismo y antiperonismo? ¡Quién lo diría!
Grandes intereses —continuaba Lanusse—, internos y externos, se oponen a la alta empresa. "Se oponen también los empeñados en implantar un régimen reñido con nuestras tradiciones democráticas." Los disociadores fracasarán en su tarea de "empeñar a las Fuerzas Armadas en una represión indiscriminada, que las desprestigie"; pero el Ejército "no vacilará, como lo hizo siempre en el pasado, en normalizar las situaciones que se presenten"'.
"La pasión por la libertad —precisaba— seguirá haciendo del Ejército uno de los defensores más firmes de los derechos ciudadanos y de la democracia, único régimen compatible con la dignidad del hombre argentino." Cuando la Banda del Colegio Militar comenzaba a ejecutar el Himno, un oficial se acercó al Presidente y el Comandante para informarles el rapto de Aramburu.
Fue la segunda ceremonia castrense de la semana. El día anterior, 48 generales vestidos de paisano fluyeron, en sus coches, hacia la Quinta de Olivos: tras identificarse ante los Granaderos, se internaban en la residencia. A las once, un silencio circunspecto subrayó la entrada de Onganía, quien estrechó la mano de cada uno de ellos. Los flash de los reporteros gráficos azotaron principalmente a los generales de división Rubén Sánchez Almeyra (Estado Mayor), Joaquín A. Aguilar Pinedo (I Cuerpo), Roberto Fonseca (II), Eliodoro Sánchez Lahoz (III), Angel Ceretti (V), José Rafael Herrera (Institutos), Jorge E. Cáceres Monié (Gendarmería), Oscar Chescotta (Fabricaciones), Juan C. De Marchi (EFA).
Lanusse se ubicó al flanco del Presidente, cuya exposición duraría una hora y media; siguieron otras dos horas de diálogo: los generales le dirigieron unas 60 preguntas. Es una innovación: el año pasado, cuando Onganía convocó por primera vez a los generales en una asamblea similar, su discurso ocupó todo el tiempo. Quienes interrogaron con mayor frecuencia fueron Sánchez de Bustamante y López Aufranc: en cambio, el silencio de Sánchez Lahoz sorprendió a los otros jefes de la guarnición de Córdoba.
La mayoría de los temas eran económicos. La inquietud militar rondaba asuntos que había abordado José Ma. Dagnino Pastore en su conferencia del jueves 22 en el Estado Mayor Conjunto. Dijo entonces el Ministro de Economía que se piensa alentar la creación de grandes grupos empresarios; hacer una tabla de las actividades en que el poder de decisión debe ser arrancado a intereses extranjeros; forzar el cierre de las financieras afiliadas a los Bancos y, en definitiva, fomentar la inversión en los mercados de valores, para estimular el ahorro nacional. En la última semana de mayo, estos anuncios provocaron una pronunciada caída en la Bolsa.
Un almuerzo mantuvo unidos al Presidente y sus camaradas hasta las 16. El próximo miércoles, el mismo proceso se repetiría con los almirantes, que ya se han reunido entre sí; siete días más tarde, sería el turno de los brigadieres.
TODOS A UNA
Pero lo más sugestivo es que el secuestro del ex Presidente coincidió con una inesperada reactivación política. "Esto no da para más: el Gobierno está muerto; sólo falta que lo sepulten"', declaraba a Periscopio el dirigente radical Enrique P. Vanoli, comentando el acto público que su jefe, Ricardo Balbín, se permitió el lunes 25 de mayo.
Ese día, El Chino intentó hacerse detener, en la esquina de Corrientes y Uruguay, mientras arengaba a unos 500 radicales empinado en un cajón de hortalizas. Fue el debut de la campaña de agitación callejera con que la UCRP amenaza desde su última Convención, a principios de año. Es que los políticos —radicales o no— especulaban con la agitación estudiantil programada para conmemorar el cordobazo, un hecho en que sus desvencijados partidos no tuvieron nada que ver. El jefe radical pudo regar sobre sus correligionarios algunas frases altisonantes, antes de ahuecar, para que la Policía no se viera en la necesidad de emplear la violencia.
La campaña proseguirá con una excursión de Balbín por Mendoza (del 4 al 6), y el viernes 12, en una quinta del Gran Buenos Aires, se servirá un asado "de los de antes", para celebrar un nuevo plan de la comisión de asuntos institucionales (integrada, entre otros, por Marini, Tessio, Contín y García Puente). Pero este repentino estremecimiento radical desató una andanada de papel contra el Gobierno: los demoprogresistas —reunidos en Santa Fe— y los socialdemócratas —en la serrana Balcarce— saltaron también al ruedo con explosivas declaraciones.
Vicente Solano Lima no quiso ser menos, si bien su conferencia de prensa, el miércoles 27, abundó en ambigüedades, menos audaz que su compadre frentista Arturo Frondizi, quien dedicó la última quincena a visitar sus bases en Santa Fe y Entre Ríos. Entretanto, el general Cándido López sufría su primer arresto "civil": está detenido —en un cuartel entrerriano, es verdad— a disposición del Poder Ejecutivo, Un Juez federal, el jueves 28, se declaró competente, y fijó un plazo de horas al Ministerio del Interior para que informe sobre las causas del arresto. Vencido el plazo —y ya venció— el magistrado podría dejarlo en libertad, provocando un conflicto de poderes. "¡Esto se está poniendo lindo!", se congratulaba ante un redactor de Periscopio, uno de sus defensores, el ex Gobernador sanjuanino Leopoldo Bravo.
Por su parte, el peronismo, antes y después de sabotear el aniversario del cordobazo, examinó en pequeño comité los problemas de la sucesión, urgentes ya. Jorge D. Paladino está solo en su departamento de Tucumán 1600 —el "comando"—: una carta conciliadora del Viejo a los "dialoguistas" acabó de desgastarlo: la trajo Manuel Campos —viejo y nuevo Correo del Zar— y ya tomó estado público.
Toda esta nerviosidad de los viejos partidos —entre los cuales es preciso incluir, desde luego, a los peronistas— tiene alguna relación, acaso, con los infortunios de Julio Cueto Rúa, un miembro eminente de la clase política. El líder conservador —que auspiciaba un provisoriato de Aramburu— salió en libertad condicional (pág. 24).
LAS CINCO HIPOTESIS
El sábado, un sol tibio se levantó sobre el angustioso desvelo de Sara Herrera y sus hijos, y sobre el estupor colectivo, que ya repudiaba la jarana del primer momento y tomaba conciencia de que el país vivía una emergencia grave, densa de incertidumbre.
Cada cual tenía su hipótesis: pudieron clasificarse cinco: 1) Autosecueslro: Liberales inician un golpe, poniendo en salvo a su jefe, 2) Provocación nacionalista. Para enfrentar a Gobierno y Fuerzas Armadas. 3) Venganza del peronismo: Culminaría el 9 de junio. 4) Rescate: El FAL (que debutó con el Cónsul paraguayo) exigiría la libertad de sus amigos. 5) Maoísmo, castrismo: Notificación del advenimiento de una nueva fuerza subversiva.
Las horas transcurrían lentas, pesadas, sin novedades dignas de crédito, resquebrajando todas las hipótesis a la vez. Esto pasó el viernes:
13.10 — El Presidente llega a la Casa Rosada en helicóptero, desde el Colegio Militar, y se encierra con el Ministro Imaz y el jefe de Policía.
13.52 — Imaz atiende a los periodistas. Informa que ha recibido un parte policial a las 11; en ningún momento usa la palabra secuestro. Dialoga:
—¿Cómo se explica que en el estado actual de cosas un ex Presidente no tenga custodia o vigilancia?
—No estoy muy seguro de que no la haya tenido.
—Pero, ¿está seguro que la tenía?
—La vigilancia fue dispuesta y estamos averiguando si la custodia estaba o no en ese momento. Puede ser que no haya estado allí en ese preciso momento. Lo que no es muy explicable es que le hayan permitido la entrada así no más a dos personas, en momentos en que el país está viviendo una situación totalmente irregular ... Quizá lo intimidaron.
—¿Existe alguna orden de detención contra el general Aramburu?
—¡Pero, no! ¡Por favor! No existe ninguna orden de detención, ni por parte de las autoridades militares ni de las civiles. . .
(Más tarde, Eugenio Aramburu. hijo del ex Presidente, reveló a la United Press que no había custodia al producirse el rapto; según Clarín del sábado, falta desde, hace un año.)
"Hemos lanzado toda la Policía y los servicios de información", anuncia el Ministro del Interior. Es cierto: a partir de la tarde, un vasto despliegue de efectivos se advierte en la Capital y zonas de acceso.
15.25 — Un oficial y varios agentes de la Comisaría 17ª montan guardia en casa de Aramburu, luego de dispersar a una multitud de curiosos.
16.5 — Cerca de la Facultad de Derecho, la Policía encuentra el Peugeot 504 blanco, chapa C 232687, que utilizaron los raptores. Pertenece a Rafael Francisco Ramboldi, quien lo comprara en la agencia Manrique, de Paseo Colón 494; le fue hurtado el 27 de mayo de un garaje de Emilio Lamarca 3121. Es un auto nuevo: el velocímetro sólo marca 60 kilómetros.
16.30 — Crónica titula: "Secuestran a Aramburu". La Razón, que apoyó la candidatura del teniente general en las elecciones de 1963, se conformó con designarlo "protagonista de un extraño episodio".
17 — Se informa que actúa el Juez Raúl de los Santos.
18 — El Comando en Jefe del Ejército pone a disposición de la pesquisa al Servicio de Informaciones del arma (SIE) y la Policía Militar de Campo de Mayo y Buenos Aires.
18 — Se capta una trasmisión, en la frecuencia de 14.300 kilociclos, de "la Revolución Libertadora en Operaciones". Insta a "todas las fuerzas gorilas" a la acción inmediata.
19.45 — Un llamado telefónico crepita en algunas redacciones. Un supuesto "Comando Cabral - Fuerzas Armadas Peronistas" anuncia que canjeará a Aramburu por "todos los presos políticos policiales"; el ultimátum es para las 19.30. Como se observa, el plazo había vencido.
20 — Eugenio Aramburu y el general (re) Bernardíno Labayru se entrevistan durante dos horas con Lanusse.
21 — Nuevo llamado telefónico a los diarios: en el baño de hombres de la confitería de Cabildo 701 habría un mensaje acerca del secuestro. La Prensa halla una página dactilografiada, que firma un "Comando Juan José Valle-Montoneros"; se dice allí que Aramburu fue secuestrado "a los fines de someterlo a juicio revolucionario".
21.20 —Imaz con Onganía.
21.50 —Imaz con los periodistas: "No hay noticias de su paradero".
22.5 — Onganía con los tres Comandantes, el Secretario de la SIDE, el Jefe de Policía y el Ministro de Defensa.
22.10 — Comunicado de Interior. El Gobierno "condena enérgicamente episodios de esta naturaleza"; hace saber que "ha impartido las instrucciones necesarias a los distintos servicios de informaciones y fuerzas de seguridad", y requiere colaboración a la prensa para que no se cree "un clima contrario a la necesaria tranquilidad pública". El texto evita calificar: habla del "acontecimiento ocurrido en torno a la persona de ..."
22.30 — Un comunicado de la Policía Federal se refiere a "la desaparición" de Aramburu: no hay "nuevos elementos" para informar.
23.30 — Onganía abandona la Casa Rosada, con destino a Olivos.
23.40 — El Secretario de Difusión conversa con los periodistas: toda noticia será propalada por esa dependencia. ¿Por qué se elude hablar de secuestro, en los informes oficiales? "Sólo se trata —según Premoli— de evitar la reiteración o uso de términos que contribuyan a crear más alarma en el pueblo".
El sábado, La Nación y La Prensa emplearon el verbo secuestrar; Crónica y Buenos Aires Herald, raptar. Clarín señalaba: "Preocupa la suerte de Aramburu". Algo más traían los diarios matutinos: una versión según la cual se había intentado capturar a Arturo Frondizi; un desconocido llegó a su casa, titulándose el general Pistarini; pero no lo encontró.
Veinte mil policías, con el apoyo de helicópteros de la Fuerza Aérea, buscaban a Aramburu; ningún contacto con los secuestradores. Hacia el mediodía, los periodistas viajaron hasta la planta de Segba, en Villa del Parque, guiados por un llamado que prometía datos acerca del ex Presidente; cuando llegaron, ya estaban los vigilantes. Con las manos vacías, ellos también.