6 de septiembre de 1930: el golpe de Estado que marcó la historia argentina reciente

Por Joaquín Achával
El Intransigente
Publicado el  6 de  septiembre de 2010

El 6 de septiembre de 1930 fue una jornada luctuosa para las aspiraciones republicanas de un país que apenas dos décadas atrás había votado como una gran conquista social la Ley del Sufragio impulsada por Roque Sáenz Peña.
José Félix Uriburu y Agustín Pedro Justo.
Aquel día, las corporaciones que habían decidido los destinos de la Patria desde sus orígenes mismos, volvían a encaramarse en la cúpula del poder que habían perdido a manos de las masas trabajadoras y al que sabían no retornarían nunca, sino al precio de cometer el delito de avasallar la Constitución Nacional.
Un salteño , el General José Félix Uriburu   (1868-1932) fue el encargado de hacer efectivo aquellos deseos espurios de quienes en el pasado se habían enriquecido ilícitamente durante la Campaña al Desierto en tiempos de Julio Argentino Roca, quien había pagado los aportes para esa limpieza étnica con ingentes latifundios. Eran los terratenientes, la oligarquía argentina, teñida de cultura europea y de desprecio por el obrero y el peón rural, a los que no consideraban más que como un engranaje en la maquinaria de hacer dinero. Uriburu descendía de tradicionales familias salteñas que contaban con personalidades tan destacadas como el General Arenales o José Evaristo Uriburu que había sido vicepresidente de la Nación.
Un año antes, en mayo de 1929, Yrigoyen había firmado el pase a retiro de Uriburu, sin saber que éste no estaba dispuesto a pasar a “Cuarteles de Invierno”.

Hipólito Yrigoyen había vencido por dos veces a la oligarquía, y había realizado reformas sociales que atentaban contra sus intereses: leyes laborales, jubilación en empresas privadas, contratos colectivos de trabajo y salarios.La Reforma Universitaria de 1918 le había arrebatado a esa clase dirigente el control del ciclo superior de enseñanza que ya no sería más para los “niños bien”, ni tampoco para los ahijados de eclesiásticos.   Todos podían acceder ahora a la universidad.
Sin embargo, sería muy simplista reducir únicamente a estas conquistas la caída del gobierno radical, había intereses mucho más profundos que se enraizaban con las políticas de estado en materias sensibles y estratégicas, como el petróleo, por ejemplo, o los frigoríficos y su correlato con el modelo agroganadero argentino.
El golpe que protagonizó Uriburu además de un hecho delictivo fue una demostración del absoluto desprecio de esa clase dominante por todo lo que significara la República, y la sociedad en general. Como muestra de esa subestimación quizás pueda anotarse que el salteño realizó poco menos que un paseo desde Campo de Mayo hasta la Casa de Gobierno, sin más tropas que unos cadetes del Colegio Militar.
Entre sus íntimos, Uriburu dice que su apuesta es:  hacer una revolución verdadera, que cambie muchos aspectos de nuestro régimen institucional, modifique la Constitución y evite que se repita el imperio de la demagogia que hoy nos desquicia. No haré – agrega - un motín en beneficio de los políticos, sino un levantamiento trascendental y constructivo con prescindencia de los partidos Pero otro sector de conspiradores, dirigido por el General Agustín P. Justo no piensa del todo igual. Justo  sostiene la tesis de que la revolución debe limitarse a desalojar del poder al yrigoyenismo, manteniendo el régimen institucional establecido por la Constitución; este sector cuenta con el apoyo de los partidos políticos opositores
Se cuenta que una dama de la alta sociedad llegó a decir que “Uriburu era más grande que San Martín, porque éste había desalojado a los españoles que al fin eran unos señores; pero Uriburu había desalojado a los radicales que eran unos canallas”.
Pero si una consecuencia en particular dejó para la historia el golpe del 6 de setiembre de 1930, fue la de quebrar la institucionalidad y el orden republicano. Durante las décadas siguientes del siglo XX, los golpes de estado fueron una costumbre adoptaba para llegar al poder de grupos alimentados por capitales internacionales. La democracia no tuvo estabilidad; ni siquiera el propio Perón pudo esquivar esta suerte y cayó en 1955, dejando la Revolución Libertadora heridas que hoy todavía cuesta cicatrizar.
Todos estos movimientos facciosos, desde Uriburu se autoproclamaron “Revoluciones”; pero en honor a la verdad corresponde admitir que de no haber sido por el apoyo –cuando fervor- popular, ningún militar podría haberse acercado siquiera a la Rosada. Basta ver las imágenes de aquella jornada y comprobar cómo el pueblo alentaba en las calles, especialmente desde la sede del diario Crítica en Avenida de Mayo al 1300.   Muchos de esos que ahora aplaudían el paso de los cadetes habían votado al “Peludo”. Hasta Carlos Gardel compuso una canción que su voz llevó a toda América, elogiando aquel movimiento, que honraba la consigna "¡Viva la Patria!".
Como todos estos movimientos, en su discurso inaugural se proclamaba la restitución del orden, la moral y la salvaguarda de las “Instituciones de la Patria”, a que ellos mismos agredían. Nunca se logró una solución satisfactoria. La historia cuenta cómo el país luego de cada periodo militar quedó más empobrecido, económica y sobre todo culturalmente. La Iglesia Católica tampoco fue ajena a estos procedimientos, al menos en sus altas jerarquías; como en la Colonia, el “bajo clero” se mantuvo al lado del pueblo y sufrió las mismas consecuencias.
Si la historia es realmente “Maestra de la Vida”, es necesario estudiar en profundidad esos sesenta años de historia argentina del siglo pasado para comprender cuáles fueron las raíces de los desencuentros y fundar así una nueva conciencia democrática que sirva de garantía al crecimiento institucional de la Nación y personal de cada argentino.-