En busqueda de un holocausto sovietico. Dos visiones contrapuestas del holodomor o genocidio ucraniano

'Holodomor'*, el genocidio que quiso ocultar Stalin

Por Fernando Palmero
para El Mundo (España)
publicado el 25 de enero de 2019

Hasta la segunda mitad de los años 80 del siglo pasado eran muy pocos los que habían escuchado una extraña palabra de origen ucraniano detrás de la cual se ocultaba una de las mayores masacres del comunismo soviético. Como había ocurrido en los años 60 con la aparición de El Gran Terror, el primer estudio sobre las purgas estalinistas de los años 30, fue el historiador británico Robert Conquest quien, con la publicación de La cosecha del dolor en 1986, volvió a desafiar a los complacientes intelectuales occidentales (empeñados en presentar el despiadado régimen soviético como la realización política del paraíso revolucionario), desvelando lo que Stalin se había esforzado en ocultar mediante la destrucción de pruebas documentales: el genocidio ucraniano que acabó con la vida de casi cuatro millones de personas con un método especialmente cruel: el hambre. Porque eso es lo que literalmente significa el término Holodomor: exterminio físico a través del hambre.
Los campesinos ucranianos sufrieron primero la confiscación de sus tierras y después de sus alimentos. 

La obra de Conquest, escrita antes de la caída del Muro en 1989, significó un primer acercamiento a un hecho histórico que define como pocos la naturaleza criminal y asesina del régimen totalitario surgido del golpe bolchevique de 1917. Esa es una de las conclusiones que se desprenden de la lectura de Hambruna Roja, publicado en España por la editorial Debate, la obra en la que la historiadora estadounidense Anne Applebaum detalla cómo se planificó y se llevó a cabo un programa conscientemente diseñado por el Estado soviético con una doble finalidad política: eliminar físicamente a los campesinos que se resistían a la colectivización forzosa de las tierra agrícolas, sobre todo a los kulaks, pequeños propietarios de tierras y ganado; y, además, reprimir cualquier síntoma de nacionalismo ucraniano.
Campesinos expulsados de su vivienda y de sus tierras.DEBATE

"Stalin", explica Applebaum a EL MUNDO en la sede madrileña del Instituto Aspen, "conocía la hambruna que sufría el país a comienzos de los años 30. Sin embargo, tomó la intencionada determinación en 1932 de endurecer las condiciones en Ucrania, incluyendo decenas de granjas colectivas y aldeas en las listas negras, bloqueando las fronteras del país para que la gente no pudiera irse y creando unas brigadas de incautación que iban de casa en casa quedándose con la comida de los campesinos. No se trata, por tanto, de una hambruna provocada por la meteorología o por la sequía. Ni siquiera por el caos. Y eso es lo que causó ese repunte en la mortalidad que se produjo en la primavera del 33, un patrón completamente diferente en Ucrania a lo que ocurrió en otros lugares de la URSS como Rusia o Kazajstán, donde también afectó la hambruna. De hecho, de los casi cinco millones de muertos en todo el país, unos 3,9 millones eran ucranianos".

Las causas de esa intervención fueron principalmente políticas, explica Applebaum, ganadora del Pulitzer en 2004 por su monumental Gulag. Historia de los campos de concentración soviéticos, columnista del Washington Post y especialista en los estudios sobre la URSS. "La hambruna fue un intento de acabar con el movimiento nacional ucraniano, porque Stalin tenía miedo de que volviesen a surgir las revueltas campesinas que en 1918 habían expulsado a los bolcheviques. El nacionalismo ucraniano se definía como proeuropeo y antiMoscú, es decir, cuestionaba la ideología bolchevique. No hay que olvidar que hoy hay mucha documentación de la que antes se carecía, incluidas cartas que escribió Stalin a dirigentes locales, en las que se habla de Ucrania como un problema muy concreto y muy especial. Stalin lo conocía bien, había estado allí durante la Guerra Civil y había sido comisario de Nacionalidades".

En una de esas cartas que Applebaum recoge en su obra, la destinada al escritor y dirigente Mijail Shólojov, Stalin no hablaba de los campesinos muertos como víctimas, sino como perpetradores. "Jamás negó, ni a Shólojov ni a nadie, que los campesinos hubiesen muerto por la hambruna causada por la política estatal de 1933, y desde luego, jamás se disculpó por ello (...) Al contrario, señaló con firmeza a aquellos que estaban muriendo como los responsables de la escasez de alimentos y las muertes en masa".

Porque después de la hecatombe que supuso el experimento, hubo que buscar culpables. "Stalin", continúa Applebaum, «que no hacía sino interpretar y continuar la línea de pensamiento de Lenin, partía de la teoría marxista sobre la colectivización. No hay duda de que él pensaba que tendría éxito. Por eso la puso en práctica. Y cuando vio el fracaso no quiso reconocer que la teoría era errónea, por lo que recurrió a los saboteadores, a los espías, a los nacionalistas ucranianos y a los viejos campesinos, empeñados todos en que no tuviera éxito la revolución. Gran parte de la violencia soviética se debe a esto, a que su interpretación del marxismo fue un fracaso y no querían admitirlo. Por eso, extrañó que en el 89 los comunistas tiraran la toalla y no intentaran resistirse. Cuando cayó el Muro, podían haber disparado contra la gente para impedir que cruzaran, pero no lo hicieron porque no creían ya en su propia ideología".

Las medidas especiales contra los ucranianos, que no se limitaron a los campesinos, sino que afectaron a la élite cultural, intelectual y religiosa de la república, se detuvieron en el verano de 1933, no porque Stalin tuviese ningún respeto a la vida, que no lo tenía, sino porque se dio cuenta de que faltaban agricultores para seguir trabajando la tierra más fértil del territorio y hubo que trasladar a miles de personas para reponer la mano de obra eliminada tras un genocidio cuyo objetivo era la aniquilación política y culturalmente de la nación ucraniana.

Pero Applebaum, que reside en Polonia y conoce bien la realidad de las ex repúblicas comunistas, como dejó constancia en El Telón de Acero. La destrucción de la Europa del Este, 1944-1956, afirma que conocer las causas de la hambruna ucraniana ayuda a explicar la Ucrania actual y "por qué Rusia continúa percibiendo una Ucrania independiente y soberana como una amenaza. Putin tiene miedo de que los rusos puedan ser infectados por movimientos ucranianos como los que tuvieron lugar en la Plaza Maidán de Kiev en 2014. No tienen ese mismo miedo con Polonia o los estados bálticos. Pero Ucrania es un país que los rusos consideran muy cercano, porque ha sido parte de su imperio durante muchos siglos y consideran que el rechazo de Ucrania al liderazgo ruso podría desestabilizar todo el país".

*Holodomor o Golodomor, también llamado Genocidio ucraniano u Holocausto ucraniano, es el nombre atribuido a la hambruna que asoló el territorio de la República Socialista Soviética de Ucrania, en la ... Wikipedia

Fuente

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En busca de un holocausto soviético. Una Hambruna de 55 años Alimenta a la Derecha [1]

Por Jeff Coplon

Originalmente publicado en el Village Voice (Nueva York), el 12 de enero de 1988. Este artículo expone la mentira sobre la hambruna supuestamente provocada por los bolcheviques en Ucrania en 1932. Es una excelente refutación de las distorsiones de la historia y de las mentiras propagandísticas occidentales --inmerecidamente respetadas-- de Robert Conquest, así como una visión ilustrativa de la naturaleza de la propaganda antisoviética en los años 1980. [Nota del Editor: los lectores también deberían considerar lo que las fuentes occidentales siempre se olvidan de mencionar: en torno al año 1932 no sólo hubo problemas masivos de cosecha en la URSS, sino también en la India y en los EE. UU, donde la crisis de la "Fuente de Polvo" obligó a mucha gente a abandonar las tierras de labranza y a emigrar en masa hacia el Oeste].

"Siempre perdurará algo de la mentira más escandalosa.... El tamaño de la mentira es el factor definitivo para que sea creída" 
(Adolf Hitler, Mein Kampf).
'La muchacha se muere. Aparenta unos cinco años pero sabemos que puede ser mayor, disminuida como está por el hambre. Se apoya fatigosamente en una puerta. Sus largos cabellos caen sobre sus hombros desnudos. Su cabeza descansa sobre uno de sus brazos. Su cuello está doblado, como un tallo en la tierra yerma. Sus ojos son lo más estremecedor de todo --grandes y oscuros, de mirada ausente pero todavía melancólicos. La niña se muere lentamente de inanición, y nos sentimos culpables por ser testigos de su última agonía...'

Los exiliados ucranianos que hicieron Harvest of Despair [La Cosecha de la Desesperación] reconocían una imagen impactante cuando la veían. La foto en blanco y negro, acompañada musicalmente por un desgarrado coro in crescendo, fue elegida para cerrar el documental canadiense sobre la hambruna ucraniana de 1932-33. La misma fotografía se utilizó para promocionar la película, simbolizando una célebre causa largo tiempo inactiva: la hambruna "artificial", "deliberadamente planeada" por Stalin para aplastar al nacionalismo ucraniano e intimidar a un campesinado obstinadamente contrario a la colectivización permanente. Siete millones de ucranianos murieron, nos dice el narrador, mientras "una nación del tamaño de Francia era estrangulada por el hambre".

 El resultado, afirma William F. Buckley, cuya compañía Firing Line distribuyó la película en noviembre pasado, fue "quizás el mayor holocausto del siglo".
  
El término "holocausto" todavía quema en los oídos, incluso en los tiempos cínicos que corren. Cuando vemos la película y contemplamos los cadáveres apilados en los campos, los cuerpos hinchados tendidos en las calles, los pálidos esqueletos aferrando trozos de pan, nos preguntamos: ¿cómo una historia tan terrible pudo haberse ocultado tanto tiempo?

La respuesta es sencilla: la historia es un fraude.

Resulta que la muchacha hambrienta no fue encontrada en 1932 o 1933, ni tampoco era de Ucrania. Su fotografía se sacó de un boletín de la Cruz Roja sobre el hambre del Volga de 1921-22, que nadie se atreve a calificar de genocidio. Más que un emblema de la persecución, la fotografía representa el más cínico de los fraudes --un engaño tramado desde la Casa Blanca y el Congreso, pasando por los pasillos de Harvard, hasta llegar al Departamento de Educación de Nueva York. Llamando a todas las puertas, tirando de todos los hilos, un lobby ucraniano nacionalista se esfuerza por encubrir su propia historia de colaboracionismo nazi. Revisando su pasado, estos exiliados apoyan el revisionismo más ambicioso: la negación del holocausto de Hitler contra los judíos.

Ciertamente, existió una hambruna en Ucrania a principios de los años 1930. Parece probable que murieran cientos de miles, o incluso uno o dos millones de ucranianos  --un pequeño porcentaje murieron a causa del hambre, la mayoría a causa de enfermedades relacionadas con la desnutrición. Desde cualquier punto de vista, es una enorme cuota de sufrimiento humano. Según el consenso general, Stalin fue parcialmente responsable. Pero por mucho que se estiren las cuentas, la tragedia no alcanza en ningún caso el calificativo de genocidio.
  
En 1932, la Unión Soviética se hallaba en crisis. Las ciudades habían sufrido escasez de alimentos desde 1928. El grano se necesitaba desesperadamente para la exportación y el capital extranjero, tanto para abastecer de combustible al primer Plan Quinquenal como para contrarrestar la creciente amenaza de guerra procedente de Alemania. Además, la izquierda del Partido Comunista, liderada por Stalin, había rechazado la Nueva Política Económica, que había restaurado el capitalismo de mercado en el campo en los años 1920.

En este contexto, la colectivización fue más que un vehículo para el suministro continuo de grano barato al estado. Fue realmente "una revolución hecha desde arriba", un drástico movimiento hacia el socialismo, y un cambio epocal del modo de producción. Hubo víctimas en ambos bandos --cientos de miles de kulaks (campesinos ricos) deportados al norte, miles de activistas del partido asesinados. La producción reemplazó a la política, y muchos campesinos fueron obligados --más que convencidos-- a integrarse en granjas colectivas. En 1932 se produjo una enorme interrupción de la cosecha (no sólo en Ucrania), y muchas zonas fueron objeto de duras presiones para alcanzar las cuotas de grano que debían ser requisadas por el estado.

De nuevo, Stalin y el Politburó desempeñaron un papel importante. "Pero muchos más tuvieron también la culpa", como ha señalado recientemente el notable sovietólogo John Arch Getty en la London Review of Books. "La culpa es compartida por las decenas de miles de activistas y de funcionarios que llevaron a cabo la política, y por los campesinos que decidieron matar animales, incendiar campos y boicotear cultivos como protesta".
  
Un análisis tan equilibrado, sin embargo, nunca ha satisfecho a los nacionalistas ucranianos exiliados en los Estados Unidos y Canadá, para los que el “terror del hambre” es un artículo de fe y un punto de encuentro comunitario. Durante varias décadas después del suceso, su obsesión se limitó a los diarios de exiliados. Sólo en los últimos años han alcanzado una especie de amplia credibilidad, gracias entre otras cosas a una película, un libro, un plan de estudios y una comisión: Harvest of Despair [La Cosecha de la Desesperación], película emitida en la PBS, en la Canadian Broadcasting Corporation y en numerosos colegios universitarios; The Harvest of Sorrow [La Cosecha del Dolor], un libro de Robert Conquest publicado por la Oxford University Press; el plan de estudios de "Derechos Humanos", actualmente disponible para todos los profesores de estudios sociales del estado de Nueva York; y la Comisión del Hambre Ucraniana, financiada por el gobierno federal, ahora en su segundo año de "audiencias".

50 años después, la hambruna de Ucrania se halla de nuevo en el centro del debate. Los 'faminólogos' nos pueden enseñar muy poca historia auténtica, pero nos muestran cómo nuestro sentido de la historia puede verse arrastrado por las modas políticas, hasta el punto de que éstas formen parte de las creencias establecidas. Y también nos muestra cómo es posible engañar a la mayoría de la gente la mayor parte del tiempo --especialmente si se les dice lo que quieren oír.

La Película

Harvest of Despair [La Cosecha de la Desesperación] fue una creación de Marco Carynnyk, traductor y poeta ucraniano afincado en Toronto. En 1983, Carynnyk encontró un patrocinador: el Instituto San Vladimir, que había creado un Comité de Investigación del Hambre Ucraniana formado por exiliados acomodados. El comité aportó 200.000 dólares para el documental, incluyendo una notable subvención del Comité Ucraniano Canadiense --descendiente espiritual de la fascista Organización de Ucranianos Nacionalistas (OUN)--, y un préstamo del también ultraderechista Congreso Mundial de Ucranianos Libres.

Como principal investigador de la película, Carynnyk tenía dos funciones principales -- localizar y entrevistar a supervivientes de la hambruna, y encontrar fotografías de archivo. Los bustos parlantes no eran suficientes para presentar argumentos en favor del genocidio. Para lograr su pretendido impacto, la película tenía que mostrar lo que era el hambre. "No hay ninguna duda ", dijo Winnipeg Free Press en su reseña del film, "de que sin las películas y fotografías que retratan el hambre de 1932-33, la película perdería la mayor parte de su autoridad".

"Les di dos grupos de fotografías", comentó Carynnyk. "Les dije: 'Aquí están las de los años 1930, y aquí están las de 1921-22'. Pero en el corte final de la película, todas se mezclaron. Les dije que eso no se podía hacer, que permitiría que la película pudiera ser fácilmente desautorizada... No hicieron caso de mis quejas. Sencillamente, pensaron que no era importante".
  
Un problema, dijo Carynnyk, fue que el productor Slawko Nowitski tenía un plazo límite imposible de cinco meses para que la película estuviera terminada, coincidiendo con la fecha del 50 aniversario de la hambruna. (De hecho, Harvest of Despair [La Cosecha de la Desesperación] no se completaría hasta finales de 1984). Pero el investigador piensa que hubo más que una mera negligencia en el trabajo. "El comité de investigación estaba más interesado en objetivos propagandísticos que en la investigación histórica", dijo Carynnyk, que ha demandado al Comité de Investigación de la Hambruna por violación de derechos de autor. "Estaban dispuestos a tomar curvas muy cerradas para llegar a su destino final".

En octubre de 1983, Carynnyk abandonó el proyecto --"relevado de sus funciones", según Nowitsky, "porque no produjo el material requerido". Tres años y siete premios después, el frasco se destapó el pasado noviembre en una reunión de la Junta Educativa de Toronto, donde los defensores del supuesto 'terror del hambre' presionaron para que la película se incluyera en los planes de estudios de los institutos de la ciudad. El espectáculo se detuvo en seco cuando Doug Tottle, antiguo redactor de una revista laboral de Winnipeg, se levantó y declaró que "el 90 por ciento" de las fotografías de archivo de la película estaban sacadas de la hambruna de 1921-22.

Según Tottle, varias de las fotos más gráficas, incluyendo la de la niña hambrienta, se remontaban a los programas de ayuda contra el hambre de los años 1920. (Algunas de estas fotos aparecieron de nuevo en 1933 como propaganda antisoviética en el Völkischer Beobachter, órgano oficial del Partido Nazi). Otras fotografías procedían de la edición de 1936 de Human Life in Russia [La Vida Humana en Rusia], de Ewald Ammende, trabajador austriaco de la Cruz Roja que estuvo en la hambruna del Volga a principios de los años 1920. Ammende las atribuye a "un tal doctor F. Dittloff, "un ingeniero alemán que supuestamente hizo las fotos en el verano de 1933. Las fotografías de Dittloff tienen su propio pedigrí bastardo --tres procedían de los boletines de la Cruz Roja de Ginebra de 1922, otros de publicaciones nazis. De todos modos, varias fotos más de Dittloff fueron también reclamadas como originales por Robert Green, falso periodista y prófugo de la justicia que proporcionó el material sobre la hambruna a la prensa pro-fascista de Hearst en 1935. Green, un individuo condenado por falsificación que usaba el alias de "Thomas Walker", divulgó que había hecho las fotos en la primavera de 1934 --casi un año después de que la hambruna de Ucrania hubiera terminado, y en contradicción directa con Dittloff.

Aunque Green fue desenmascarado por The Nation y varios diarios de Nueva York en 1935, los exiliados de la derecha han utilizado sus fotos falsas durante décadas. "No es que estas fotografías fueran descubiertos de repente en 1983, y casualmente confundidas de fecha" en la película, subrayó Tottle.

Tottle había hecho su trabajo. Carynnyk confirmó que "muy pocas fotos en Harvest of Despair [La Cosecha de la Desesperación] podían ser autentificadas, y ninguna de las que aparecen en el metraje de la película eran de la hambruna de 1932-33". Pero el Comité de Investigación de la Hambruna Ucraniana decidió jugar a la defensiva. Al principio insistieron en que las fotos de los años 1920 se utilizaron sólo cuando la película hablaba del hambre del Volga --una disculpa inaceptable, ya que dicho segmento de la película dura 28 segundos escasos y en él aparecen sólo dos fotos, ninguna de ellas especialmente impactante. El presidente del Comité, Wasyl Janischewskyj, recientemente ha matizado aquella postura: "Hemos investigado más, y hemos descubierto que algunas fotos que pensábamos que eran de 1932-33 no lo son... Ahora mismo estamos investigando más en profundidad estas fotos".

En su mayoría, sin embargo, los cineastas han procurado justificar su fraude. "Es necesario contar con el impacto visual", dijo Orest Subtelny, asesor histórico de la película. "Se trataba de mostrar qué aspecto tiene la gente que se muere de hambre. Los niños hambrientos son niños hambrientos en cualquier lugar". Un productor de documentales, añade Nowitski, debe confiar en "la verdad emocional" más que en los hechos literales.

"Esta gente nunca ha intentado refutar mis argumentos" dijo Tottle. (Su libro sobre el tema, Fraud, Famine, and Fascism [Fraude, Hambre y Fascismo], será publicado este otoño por la editorial Progressive Books de Toronto, un soplo de aire fresco entre tanta propaganda ideológica). "Han intentado mentir y encubrir su mentira, pero no han intentado refutar las críticas".

Tampoco los nacionalistas han refutado la afirmación de Tottle de que varios "testigos" de la película eran colaboracionistas nazis, incluyendo a dos diplomáticos alemanes que sirvieron en el Tercer Reich y a un profano de la Iglesia Ortodoxa que milagrosamente llegó a ser obispo durante la ocupación de Ucrania por el III Reich en 1942.

"Sólo porque fueran colaboracionistas", contestó Nowitski, "¿significa que no podemos creer nada de lo que nos dicen? El simple hecho de que sean nazis no es ninguna razón para dudar de la autenticidad de lo que pasó".

Este punto de vista impregna toda la investigación de los exiliados sobre la hambruna. Las fuentes soviéticas son rechazadas de plano, mientras que las fuentes nazis (o mentirosos reconocidos como Walker y Dittloff) son aceptadas incondicionalmente. En la tradición de Goebbels, el documental de los nacionalistas ucranianos se halla siempre al servicio de su anti-comunismo --no importa cuántos hechos haya que tergiversar en el proceso. Harvest of Despair [La Cosecha de la Desesperación] sigue una senda impía y nunca se aparta de ella.

El Libro

Según un artículo de 1978 publicado por The Guardian de Londres, Robert Conquest logró su gran oportunidad poco después de la Segunda Guerra Mundial, cuando entró en el Departamento de Investigación de Información (IRD) del Ministerio de Asuntos Exteriores británico. Compuesto por un amplio personal de exiliados, el IRD tenía como misión llevar a cabo una encubierta "contraofensiva propagandística" contra la Unión Soviética. Esto resultaba embriagador y apetitoso para un joven escritor, una posibilidad de influir en la cobertura que los medios hacían de Rusia, añadiendo un "comentario" político a los boletines de prensa procedentes del Este y canalizándolos hacia los principales reporteros. Los periodistas sabían poco del IRD, más allá de los nombres de sus misteriosos contactos. El público no sabía nada en absoluto, ni siquiera de cómo sus opiniones eran completamente manipuladas.
  
Después de que Conquest abandonara el IRD en 1956, la agencia le sugirió que editara parte de su obra en formato de libro. Aquella primera compilación fue distribuida en EEUU por Fred Praeger, que anteriormente había publicado varios libros a petición de la CIA.

El tímido y cortés Conquest ha recorrido un largo camino desde entonces, de propagandista gris a eminencia gris. Ahora es investigador senior en el Instituto Hoover de Stanford, así como miembro del Instituto de Investigación Ucraniana de Harvard. Pero su corazón y su pluma nunca abandonaron el IRD. La Unión Soviética sería la obsesión de la vida de Conquest. Produjo en serie libro tras libro sobre los horrores del comunismo: The Nation Killer [El Asesino de la Nación], Where Marx Went Wrong [En qué se equivocó Marx], Kolyma: the Arctic Death Camps [Kolyma: los Campos de Exterminio Árticos]. Su obra de referencia, publicada en 1968, es The Great Terror [El Gran Terror], centrado en las purgas de Stalin de los últimos años 1930. Pero en 1984, su obra se había vuelto surrealista; What To Do When the Russians Come [Qué Hacer Cuando Lleguen los Rusos] era el equivalente literario de aquella película político-adolescente-desastrosa, titulada Red Dawn (Amanecer Rojo). Pese a ello continuó siendo un peso pesado y conservó intacta su reputación, mientras sus excesos eran aceptados como una muestra del celo del Mundo Libre.

En 1981, el Instituto de Investigación Ucraniana propuso a Conquest un gran proyecto: un libro sobre la hambruna de 1932-33. La propuesta venía endulzada con 80.000 dólares donados por la Asociación Nacional Ucraniana (UNA), un grupo establecido en Nueva Jersey que contaba con una venerable tradición de extrema derecha; el periódico de la UNA, Swoboda, estuvo prohibido en Canadá durante la Segunda Guerra Mundial por sus simpatías pro-alemanas. (La subvención fue destinada a los gastos de investigación de Conquest, incluyendo la ayuda de James Mace, investigador junior del URI).

Los nacionalistas sabían que su inversión valdría la pena. Entonces, la 'faminología' era un terreno virgen. Había poco material disponible, ya que los archivos soviéticos permanecían sellados. Más aún, la mayor parte de los historiadores no exiliados consideraban la hambruna de 1932-33 como una consecuencia de la colectivización, no como un fenómeno político en sí, ni mucho menos como un genocidio. Pero Conquest no la veía así. En su libro del Terror, ya había concluido que más de tres millones de ucranianos habían muerto a causa del hambre. Claramente, éste era el hombre ideal para el trabajo, un hombre que una vez declaró: "La verdad sólo puede filtrarse en forma de rumores... Básicamente, la mejor fuente es el rumor, aunque no sea infalible". Y, sin que casi nadie los pusiera en duda, los rumores de Conquest siempre han acabado imponiéndose.

En The Harvest of Sorrow [La Cosecha del Dolor], Conquest se excede. Sus tesis sobre el terror del hambre están basadas en informes inverificables (y notoriamente parciales) de exiliados. Se apoya en los testimonios de ex-comunistas convertidos al American Way. Cita tanto a "Walker" como a Ammende. Black Deeds of the Kremlin [Los Hechos Negros del Kremlin], un panfleto publicado por exiliados ucranianos en 1953, aparece citado en no menos de 145 ocasiones.
  
Conquest puede ser hábilmente selectivo cuando ello se adecúa a sus propósitos. Toma prestados muchos datos de The Education of a True Believer [La Educación de un Creyente Verdadero] de Lev Kopelev, pero no hace caso a Kopelev cuando éste recuerda que los pueblos ucranianos permanecieron relativamente indemnes frente a la hambruna, o cuando habla de los esfuerzos de socorro realizados por un Consejo Popular Comunista.
  
Al confirmar las peores sospechas de la gente sobre el gobierno de Stalin, The Harvest of Sorrow [La Cosecha del Dolor] ha obtenido reseñas favorables del New York Times, The New Republic, y la New York Review of Books. Pero los principales expertos sobre la época quedaron menos impresionados. Desafiaron la afirmación de Conquest de que la iglesia y la intelligentsia ucranianas --las dos mayores fuerzas contrarrevolucionarias-- fueron reprimidas con mayor brutalidad que en ninguna otra parte del país. Advierten que el hambre de 1932-33 apenas se limitó a Ucrania, sino que penetró profundamente en la región de la Tierra Negra en la Rusia central. Señalan que Stalin tenía mucho menos control de la colectivización de lo que se supone habitualmente, y que muchos jefes de distrito radicales establecían sus propios gobiernos mientras ponían en práctica las medidas colectivizadoras.

Y, por encima de todo, estos expertos rechazan vehementemente la búsqueda de Conquest de un nuevo holocausto. El hambre fue algo terrible, están de acuerdo, pero decididamente no fue un genocidio.

"No hay ninguna evidencia de que fuera intencionadamente dirigida contra los ucranianos", dijo Alexander Dallin, de la Universidad de Stanford, padre de la moderna sovietología. "Eso estaría totalmente en desacuerdo con lo que sabemos. No tiene ningún sentido".

"Esto es basura, puro sensacionalismo", dijo Moshe Lewin, de la Universidad de Pensylvania, cuya obra Russian Peasants and Soviet Power [Los Campesinos Rusos y el Poder Soviético] abrió un nuevo terreno en la historia social. "Yo soy anti-estalinista, pero no veo qué puede aportar esta campaña [del genocidio] a nuestro conocimiento. Es añadir sin ningún sentido horrores y más horrores, hasta que se convierta en una patología".

"Lo rechazo absolutamente" dijo Lynne Viola, de SUNY-Binghamton, el primer historiador estadounidense que examinó el Archivo Central Estatal de Moscú sobre la colectivización. "¿Por qué, en nombre de Dios, este gobierno paranoide iba a provocar deliberadamente una hambruna, cuando le tenía pánico a la guerra [con Alemania]?".

Estos eminentes sovietólogos rechazan a Conquest por lo que es --un ideólogo cuyo trabajo serio queda ya muy distante en el tiempo. Pero Dallin es una excepción liberal entre los "duros" de su generación, mientras que Lewin y Viola siguen siendo los jóvenes reformistas que están haciendo la investigación más novedosa sobre este período. En los estudios soviéticos, donde el rigor y la objetividad cuentan menos que la línea del partido, donde los anti-comunistas feroces todavía controlan los institutos más prestigiosos y los departamentos de primera fila, alguien como Conquest puede sobrevivir y prosperar sin haber abierto apenas un libro.
  
"Es horrible como investigador", dijo la veterana sovietóloga Roberta Manning, del Boston College. "Emplea mal las fuentes, lo tergiversa todo".

Así pues, hay quienes gustan de tergiversar y vociferar --de usar académicamente la desinformación para sus propios y poco dignos intereses. En el último catálogo de la Noontide Press (Prensa del Mediodía), un afiliado del Liberty Lobby, controlado por el fascista declarado Willis Carto, The Harvest of Sorrow [La Cosecha del Dolor] aparece citado en una lista de libros revisionistas tales como The Auschwitz Myth [El Mito de Auschwitz] y Hitler At My Side [Hitler A Mi Lado]. Para promocionar el libro de Conquest y su hambruna del terror, el catálogo dice: "El acto de genocidio contra el pueblo ucraniano ha sido ocultado [sic] hasta hace poco, quizás porque un 'Holocausto' verdadero podría competir con un Holocuento".
  
Para aquellos no versados en la jerga del 'Mediodía', el "Holocuento" ("holohoax", en inglés) se refiere a la masacre nazi de seis millones de judíos.
  
 El Plan de Estudios

En 1982, el Departamento de Educación del Estado de Nueva York intentó abrir una nueva vía académica: un plan de estudios definitivo sobre el holocausto nazi. El Departamento reunió a un distinguido Comité de Revisión, que incluía a expertos en el Holocausto como Terrence Des Pres y Raul Hilberg. Se asignó la redacción del plan a tres profesores de estudios sociales de nivel superior. El proyecto, redactado en dos volúmenes, llegó a las aulas a finales de 1985, y realmente acredita a cada uno de los que participaron en el mismo. Era una mezcla equilibrada de documentos de archivo, recuerdos de supervivientes y ensayos académicos.

Pero ocurrió algo curioso durante su traslado a los institutos: los nacionalistas ucranianos se apoderaron del proyecto. Su figura decisiva fue Bohdan Vitvitsky, abogado y escritor de Nueva Jersey al que invitaron a unirse al Consejo Consultivo del Estado encargado de dirigir el desarrollo del plan de estudios. La primera jugada de Vitvitsky fue lograr la inclusión de un extracto de su libro sobre las víctimas eslavas de los nazis. Su segunda victoria fue eliminar toda mención --aunque fuera de pasada-- a los criminales de guerra ucranianos.

"Yo defendí la postura de que debía hablarse de ellos", dijo Stephen Berk, profesor de historia del Union College y miembro del Consejo Consultivo, "pero Vitvitsky insistió en que no debía tratarse el tema de los colaboracionistas [nazis]". (El lobby católico no tuvo tanta suerte: a pesar de sus protestas, el plan de estudios incluye una valoración crítica de la pasividad del Papa Pío XII ante el Holocausto).

Pero el golpe principal de Vitvitsky, ayudado por una campaña de cartas pro-nacionalistas, fue colocar el material sobre la hambruna de Ucrania de 1932-33. En el segundo plan de estudios de 1984, la hambruna fue tratada en un capítulo de 17 páginas que servía de introducción al segundo volumen sobre el Holocausto --un plan que encontró una acalorada resistencia por parte de diversos grupos judíos. Cuando el material llegó a las escuelas el otoño pasado, sin embargo, este capítulo había aumentado hasta formar un tercer volumen, con 90 páginas sobre el "hambre provocada" y otras 52 sobre las "violaciones de derechos humanos" en Ucrania.

Un personaje clave en este cambio fue el Congresista William Larkin (republicano conservador de New Windsor), Coronel jubilado del ejército, Diputado Asistente de las Minorías y viejo amigo de Gordon Ambach, entonces Consejero Estatal de Educación. Larkin contaba con un amplio incentivo para prestar su ayuda: en su distrito viven unos 8.000 ucranianos étnicos. Preparó "cuatro o cinco" reuniones entre el personal de educación estatal y 20 nacionalistas ucranianos en 1985. También consiguió el apoyo de otro congresista republicano para exigir la inclusión del libro sobre la hambruna, y – según confesión propia-- habló personalmente con Ambach.
  
El Consejero "se ofreció a hacer todo lo que estuviese en sus manos", dijo Larkin. "Pero si no hubiéramos llegado hasta aquí por la fuerza, si no hubiéramos presionado, esto no habría ocurrido".

Según la mayoría de testimonios, la presión política era intensa --lo bastante para exprimir a un departamento que se consideraba relativamente apolítico. Los ucranianos montaron "una enorme campaña de cartas escritas al Consejo de Rectores", dijo Robert Maurer, entonces Consejero Ejecutivo. "Había visitas y llamadas telefónicas constantes. A menudo no hay tanto interés en los asuntos del plan de estudios; esto era completamente insólito".

Los impulsores de la hambruna ucraniana encontraron en el Rector Emlyn I. Griffith, entonces Presidente del Comité, a un oyente especialmente comprensivo; el Comité aprobó unánimemente el Volumen Tres en 1985 --voto que aseguró su futura utilización en las aulas. "Como miembro de un pueblo en minoría abandonado por un gobierno en mayoría, empaticé" con los nacionalistas ucranianos, dijo Griffith, un galés étnico. "Hubo un significativo esfuerzo por parte del lobby... Éste era persuasivo. No era amenazador, sino positivo".

Es difícil señalar con exactitud quién tomó la decisión final sobre el Volumen Tres. Griffith dijo que su Comité actuó en base a una fuerte recomendación personal. Ambach no reconoció haber hecho ninguna llamada telefónica. Maurer depositó la responsabilidad en el Consejero Diputado Gerald Freeborne, que a su vez señaló al Director del Programa de Desarrollo Edward Lalor, quien acabó refiriéndose a un funcionario de bajo nivel llamado George Gregory, Presidente del Consejo Asesor de la serie sobre Derechos Humanos.

Cubierto por esta espesa neblina burocrática, Vitvitsky se salió con la suya. Nadie desafió su premisa básica. La hambruna "sin lugar a dudas representa otro ejemplo de genocidio", afirmó Gregory. "Fue un intento por parte de Stalin de exterminar al pueblo ucraniano".

("George es el burócrata perfecto", dijo un educador involucrado en la serie. "Su experiencia se halla principalmente en la escuela primaria --planes de estudios como 'La Apreciación de Nuestra Herencia India' o 'La importancia de la Región de Finger Lakes'. Cuando empecé a trabajar allí, George realmente no sabía nada sobre el Holocausto").
  
Para escribir el material relacionado con la hambruna, Gregory contrató a Walter Litynsky, profesor de biología de la Troy High School y presidente local de 'Americanos por los Derechos Humanos en Ucrania'. Para el trabajo de revisor principal, Litynsky recomendó a James Mace, el protegido de Conquest que también dirige la Comisión del Hambre Ucraniana con una subvención de 382.000 dólares del Congreso. Mace y Litynsky se pusieron a crear el comité de revisión con varios académicos ucranianos, entre los que se hallaba el omnipresente Vitvitsky, y con cuatro nacionalistas ucranianos. "No se solicitaron ni se recibieron informes en contra", reconoció Berk. "Siento que esto ocurriera, porque introdujo un importante factor de distorsión --pero pensé que era un mero fait accompli".
  
Cuando se le preguntó por los puntos de vista contrarios de expertos como Lewin y Viola, Gregory ni se inmutó. "Francamente, no conocíamos a ninguno de ellos", dijo. "Intentamos presentar un punto de vista equilibrado. No tuvimos en cuenta la opinión soviética, ya que la postura soviética es que la hambruna nunca existió. [En realidad, los Soviets ahora conceden que el hambre era "imposible de evitar" debido a la sequía, la mala gestión y el sabotaje de los kulaks] Confiamos plenamente en James Mace; él es el principal historiador de aquel período".

Esta afirmación dejaría atónitos a los académicos, pues el trabajo de Mace raramente es leído y raras veces se cita en notas a pie de página, la línea base para valorar la importancia de un experto. Mace es ampliamente considerado como un polemista de la derecha, un investigador mediocre que ha hecho carrera con la faminología.

"Dudo que tuviera realmente algún trabajo académico", dijo Manning. "Los estudios soviéticos son un campo muy competitivo en estos días --hay mucho que estudiar tras obtener el Doctorado en Filosofía. Si Mace no se hubiera apoyado en esta causa política, estaría haciendo investigaciones para un banco, o dirigiría un negocio de importación-exportación".

La asociación Mace-Litynsky creó un producto final totalmente predecible --en la línea nacionalista pura y dura. El plan estatal de estudios sobre el hambre de Ucrania imita tanto a Harvest of Despair [La Cosecha de la Desesperación] como a The Harvest of Sorrow [La Cosecha del Dolor]. (El Departamento de Educación suministra ahora el beligerante documental, como suplemento audiovisual, a cualquier profesor interesado). Como la película y el libro, el plan de estudios incluye las fotos falsificadas de Ammende, dudosas historias de atrocidades (16 extractos de Black Deeds of the Kremlin [Los Hechos Negros del Kremlin]), y las secciones de la serie de "Walker"-Hearst, todo ello sin advertencias de ningún tipo. Igual que Conquest y Nowitski, los autores del volumen sobre la hambruna se han cebado contra cualquiera que se haya atrevido a desafiar el guión del genocidio, como el reportero del New York Times Walter Duranty.
  
El plan de estudios no duda en cuanto a su estimación del número de muertos por hambre: "…se acepta generalmente que unos 7 millones de ucranianos, o aproximadamente el 22 % del total de la población ucraniana, murió de inanición en una hambruna  planificada y controlada por el gobierno".
  
¿Cómo llegó Litynsky a este número talismán, citado muchas veces en la literatura de los exiliados? "No pretendo ser un experto en el tema", dijo el profesor de biología. "Éste no es mi campo. Yo tenía una lista de gente que iba de 1.5 millones a 10 millones. En mis lecturas vi que la cifra de 7 millones se citaba más que cualquier otra cifra, y concluí que era realista. Llegué a un punto tan confuso que tuve que decidir". (Mace ha optado por 7.9 millones de ucranianos muertos por hambre en su propio trabajo, "con un mínimo irreductible" de 5.5 millones. Conquest fija el número en 7 millones de muertos por hambre, incluyendo a 6 millones de ucranianos, sin ningún apéndice que muestre de dónde ha sacado esas cifras).
  
Pero el número mágico, como la teoría del genocidio que sustenta, sencillamente no puede pasar el escrutinio. Sergei Maksudov, un exiliado experto en temas soviéticos, muy citado por Mace y Conquest, ha concluido que el hambre causó 3.5 millones de muertes prematuras en Ucrania –700.000 a causa del hambre, y el resto a causa de enfermedades "estimuladas" por la desnutrición.

 Incluso estimaciones inferiores  a las de Maksudov pueden ser ciertas. En un artículo publicado en la Slavic Review, los demógrafos Barbara Anderson y Brian Silver mantienen que los limitados datos del censo hacen que sea imposible un cómputo exacto de las muertes por hambre. No obstante, ofrecen una gama probable de 3.2 a 5.5 millones de "muertes provocadas" para toda la Unión Soviética desde 1926 hasta 1939 --un período que cubre la colectivización, la guerra civil en el campo, las purgas de los últimos años 30, y las grandes epidemias de tifus y malaria. Según estos expertos, y también según Maksudov, Mace y Conquest aprovechan al máximo antiguos errores: sobrestiman las tasas de fertilidad y subestiman el impacto de la asimilación, por la que muchos ucranianos fueron "redesignados" como rusos en el censo de 1939. Por consiguiente, los impulsores de la guerra fría confunden los déficits demográficos (incluyendo las cifras de niños nonatos) con las muertes provocadas.

Lo que nos deja con un rompecabezas: ¿uno, dos o tres millones y medio de muertes relacionadas con el hambre no son bastantes como argumento anti-estalinista? ¿Por qué defender un número disparatadamente inflado que posiblemente no pueda recibir apoyos? La respuesta tiene mucho que ver con la causa ucraniana nacionalista y con los que la incitan.

"Siempre están buscando un número superior a los 6 millones", observó Eli Rosenbaum, consejero general del Congreso Mundial Judío. "Esto hace al lector pensar: 'Dios mío, eso es peor que el Holocausto' ".

Agendas Ocultas

"El coraje de su marido y su dedicación a la causa de la libertad servirán como fuente continuada de inspiración para todos aquellos que luchan por la libertad y la autodeterminación". - Carta del Presidente Reagan a la viuda de Yaroslav Stetsko, terrorista de la OUN (Organización de Ucranianos Nacionalistas), asesino y colaboracionista nazi, leída por el general retirado John Singlaub en una conferencia de la Liga Mundial Anticomunista, el 7 de septiembre de 1986.

En la discusión en grupo que siguió a la emisión de Harvest of Despair [La Cosecha de la Desesperación] en la PBS el otoño pasado, Conquest se refirió a la cuestión de los crímenes de guerra ucranianos. "No es cierto", dijo con suavidad, "que las organizaciones ucranianas nacionalistas colaborasen con los alemanes".
  
Otra vez, el envejecido faminólogo tropezaba con el testimonio histórico. Una cosa es sugerir, correctamente, que el nacionalismo ucraniano tenía poco apoyo popular entre el campesinado. (De hecho era un movimiento minoritario, urbano, de clase media.) Millones de ucranianos lucharon con el Ejército Rojo y los partisanos. Otros muchos no pueden ser acusados de nada peor que la indiferencia, y un número más pequeño arriesgaron sus vidas para salvar a los judíos de los alemanes. Pero sobre el asunto de la OUN (Organización de Ucranianos Nacionalistas), el principal grupo nacionalista de los años 1930, los testimonios son bastante claros: fue un grupo fascista desde el principio.

En sus estatutos originales de 1929, la OUN revela una clara influencia nazi: "No vaciléis a la hora de cometer el mayor crimen, si el bien de la Causa lo exige... Aspirad a ampliar la fuerza, la riqueza y el tamaño del Estado ucraniano, aun por medio de la esclavización de los extranjeros". Este sentimiento se repetía en una carta remitida en 1941 al Servicio Secreto Alemán por la dirección de la OUN: "¡Larga vida a la Gran Ucrania independiente, sin judíos, polacos ni alemanes! ¡Los polacos detrás [del río] San, los alemanes a Berlín, los judíos a la horca!"

Como ha escrito el acreditado John Armstrong, leal anti-comunista y pro-ucraniano: "La teoría y las enseñanzas de los nacionalistas estaban muy cerca del fascismo, y en algunos aspectos, como la insistencia en 'la pureza racial', incluso fueron más allá de las doctrinas fascistas originales".

Pero las fuerzas de asalto de la OUN, como cualquier grupo terrorista, daban más importancia a la acción que a la teoría. Sus brutalidades de guerra han sido ampliamente documentadas (Voice, 11 de febrero de 1986, ‘To Catch a Nazi’ [‘Atrapar a un Nazi’]). Fueron reclutados por las Waffen SS, apretaron los gatillos en Babi Yar y Sobibor, controlaron las cámaras de gas en Treblinka. Durante sus breves interludios de "independencia" bajo supervisión nazi (en los Cárpatos Ucranianos en 1939 y en Galizia en 1941), los pogromos estaban a la orden del día, en el espíritu de su reverenciado Simón Petlura. Se esforzaban por superar a los nazis en cada atrocidad que cometían.

Y cuando el Tercer Reich se derrumbó, los nacionalistas huyeron a Munich, a Toronto y (con la ayuda encubierta del Ministerio de Asuntos Exteriores de los EEUU, que los veía como potenciales guerrilleros antisoviéticos) a Nueva York, Chicago y Cleveland.

Esto no es historia antigua. Los grupos de ucranianos exiliados todavía guardan en su seno a bastantes ex-miembros de la OUN, y a muchos de sus hijos e hijas. Los nacionalistas todavía consideran heroico su pasado de guerra. En alguna ocasión sus viejas pasiones emergen también --como en ‘Why Is One Holocaust Worth More Than Others?’ [‘¿Por qué Un Holocausto Tiene Más Valor Que Otros?’], recientemente publicado por los ‘Veteranos del Ejército Ucraniano Insurgente’: "En 1933, la mayoría de la prensa europea y americana, controlada por los judíos, callaba sobre la hambruna".

Desde esta perspectiva, la "conspiración" continúa: "En (febrero de) 1986 el periódico judío Village Voice... publicaba una página y media de acusaciones contra un alto miembro permanente del movimiento ucraniano nacionalista, Mykola Lebed".

Y finalmente, con más transparencia: "Decenas de millones de personas han sido asesinadas desde que los Judíos Sionistas-Bolcheviques, apoyados por los banqueros judíos internacionales de orientación sionista, se apoderaron de Rusia".


No es sorprendente que los exiliados ucranianos se hallen entre los críticos más ásperos y poderosos de la búsqueda de criminales de guerra nazis. Han intentado aniquilar tanto a la Oficina de Investigaciones Especiales del Ministerio de Justicia (OSI) como a la Comisión Canadiense Deschenes --y con una buena razón. Sol Littman, director del Centro Simon Wiesenthal de Toronto, recientemente presentó a la Comisión los nombres de 475 presuntos colaboracionistas nazis. Señala que los ucranianos están “muy ampliamente representados” en esa lista.

No puede ser una mera coincidencia que la faminología levantara el vuelo justo después de que la OSI comenzara sus actividades en 1979. Pues aquí había un modo de rehabilitar el fascismo --para demostrar que los colaboracionistas ucranianos eran víctimas desvalidas, atrapadas entre la espada de Hitler y la pared de Stalin. Un testimonio es este trozo de psico-periodismo aparecido el 24 de marzo en el Washington Post, una historia sobre John "Ivan el Terrible" Demjanjuk, acusado de crímenes de guerra: "El acontecimiento básico en la niñez de Demjanjuk fue la gran hambruna de principios de los años 1930, concebida por el dictador soviético Joseph Stalin como un modo de destruir al campesinado independiente ucraniano... Varios miembros de la familia [de Demjanjuk] murieron en la catástrofe".

Emparejada con el viejo bulo nacionalista del "judeo-bolchevismo", la faminología podía servir para justificar el antisemitismo, la colaboración, incluso el genocidio. Ojo por ojo; un holocausto nazi a cambio de "una hambruna judía".

Igual que los nazis usaron a la OUN para sus propios fines, así ha explotado Reagan el tema de la hambruna ucraniana, desde su conmemoración de "este acto incalificable" hasta su apoyo a la Comisión Mace. En colaboración con aliados fascistas en retroceso en el mundo entero, de Nicaragua a Sudáfrica, el lobby de guerra de los EEUU necesita avivar el anti-comunismo como nunca antes en su historia. El entusiasmo público por luchar a favor de la Contra no se consigue fácilmente. Pero si se puede convencer a la gente de que el comunismo es peor que el fascismo; de que Stalin era un loco y un monstruo aún peor que Hitler; de que siete millones de personas murieron en una agonía más indecible aún que la de los seis millones... Bien, deberíamos prepararnos para el próximo Golfo de Tonkin. Uno no puede apaciguar al Imperio del Mal, después de todo.

Como Conquest recalcó en la PBS, después de que la imagen de la muchacha hambrienta finalmente se desvaneciera en la pantalla: "Lo que hemos visto es una imagen auténtica... Esto nos instruye acerca del mundo de hoy".

Resulta que la imagen está lejos de ser auténtica --y los inventores de un supuesto genocidio por hambre están robando un pedazo de la historia y tergiversándolo según sus propios e inconfesados intereses. Éste es un ejemplo brutal de cinismo por parte de Conquest y compañía, incluso dentro de la moda predominante del anti-estalinismo. Pero si dicen sus mentiras lo bastante alto y durante bastante tiempo, la gente podría escucharles. Invéntate mentiras que sean lo bastante audaces y lo bastante grandes, y --como dijo una vez aquel hombre-- algo podrá perdurar.

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[1] Título original: ‘In Search of a Soviet Holocaust. A 55-Year-Old Famine Feeds the Right’.