Rosas y la soberanía nacional

Por Daniel García Mancilla*
Conferencia realizada en la Casa de la Provincia de Buenos Aires en el año 1950.

La Vuelta de Obligado Constituye una ardua tarea surcar de nuevo los peligrosos meandros capilares del pasado, mas, hoy, en presencia de hechos controlados por la inexorable tecnología moderna, es incuestionable que la exposición de nuestra historia clásica exige no pocas rectificaciones.


A la luz que proyectan divulgaciones de numerosos archivos oficiales y privados, tanto en nuestro país como en el extranjero, resulta justiciero modificar el enfoque de muchos textos consignados de buena fe en su tiempo y cuando se ignoraba la complejidad de instrucciones reservadas así como pormenores y causales secretos.

No es fácil aducir nuevos elementos de interés acerca de tema tan heroico como popular y trillado, pero acaso podremos poner de relieve algunas consecuencias y concomitancias, para mayor gloria del país y de la Divina Providencia que gobierna paternalmente el mundo, hasta en sus mínimos detalles, aún cuando no se descubra siempre a primera vista.
Il tempo e galantuomo, afirman con gracejo los italianos (caballeroso es el tiempo).

Pese a veinte siglos de cruenta experiencia, hoy como siempre, "la razón del más fuerte sigue siendo la mejor". Sin embargo de ello, en el inmenso desbarajuste mundial que presenciamos, procuremos recordar que uno de los diez mandamientos ordena honrar a nuestros progenitores, obligación que también es extensiva a los Padres y defensores de la Patria: terra patrum, vale decir: del suelo en que descansan los restos de nuestros mayores, y por ende, tenemos el deber ineludible de venerar la memoria de aquellos cuya sangre corrió en salvaguardia de su independencia y soberanía; tal es el objeto de esta sucinta relación.

La misma índole del trabajo obligará sin duda a varias repeticiones de hechos y de nombres, por lo que, de antemano, solicito la benevolencia de los auditores.

Como se sabe, la famosa expedición militar aliada por los ríos interiores, fue motivada por la formal negativa del gobierno de Rosas de conceder su libre navegación, frente a las altaneras exigencias de los representantes de Francia e Inglaterra, quienes en realidad, amparaban con tales pretensiones, intereses comerciales de compañías privadas que aspiraban a obtener la explotación de un amplio y exclusivo intercambio.

Mal inclinado por naturaleza, y peor dirigido, cuando carece de muy poderosos auxilios y luces de arriba, el espíritu humano corre a menudo el riesgo de caer en el precipicio de los peores extremos. En aquellos días se trataba de enriquecerse a toda costa según el novísimo credo liberal reinante, de Adam Smith, 1723-1790, y de Stuart Mill, 1806-1873, el amigo de Augusto Comte y de Turgot, y que muchos consideran como el padre de la moderna economía política, a fuerza de buscar mercados vírgenes para su comercio y con ello, edificar fortunas rápidas, de ser preciso, mediante cañonazos, se llegó con disfraces hipócritas, a la genuina fórmula de "cómprame o te mato"; rezaba un axioma inmoral: Haz dinero de cualquier modo, pero haz dinero. ("Make money anyhow, but make money).

Con múltiple astucia se presentaban los agentes europeos bajo caretas de civilizadores humanitarios, de largas miras progresistas, y directa o indirectamente, mezclábanse en los complicados y apasionados líos de la política interna local, para sacar provecho de unos y otros, a veces vendiendo simultáneamente armas a los dos bandos en lucha.

Para Inglaterra, la gran nación marinera mundial por excelencia, "Britania rules the waves" (domina Gran Bretaña sobre las olas), los nuevos países de venta se descubrieron primero, en el lejano Oriente: en la India, la China, y el Japón.

Francia siguió más despacio, también en busca de colonias. La conquista de Argel y de su hinterland, aquel hasta ayer inexpugnable nido de piratas feroces, ante el cual había fracasado con todo su poderío el mismo Carlos V, terminó después de tremendas luchas y alternativas, recién en 1854, nueve años después de Obligado. Allí se produjeron dramáticos episodios. Abd-el-Kader, el siempre escurridizo e imbargable caudillo, quien había proclamado la guerra santa, se rindió por fin a Lamoriciére, y la Gran Kabila se sometió, pero aseguran que sus sacerdotes siguen llorando, hoy mismo, ante Allah, la perdida independencia de semejante paraíso.

La Confederación Argentina que había escapado por milagro, a la toma de anexión definitiva, después de las fracasadas invasiones inglesas, ofrecía buenas perspectivas para un amplio mercado comercial.

Por lo general, el comerciante inglés tenía en Buenos Aires fama de serio, cumplidor y circunspecto. Dice al respecto, el oficial sueco Graaner, en la obra "Las Provincias del Río de la Plata en 1816" traducción y notas de José Luis Busaniche: "sin embargo hay que hacer justicia a la nación inglesa en cuanto que sus súbditos establecidos en ese país, sea como agentes de gobierno, o como negociantes, han obrado tan dignamente y con probidad tan ejemplar, que se han ganado la estimación de todos los naturales y no en poco han contribuido al mejoramiento de sus costumbres. Han ayudado y protegido, llegado el caso, a todos los partidos en desgracia, incluso a los mismos españoles cuando se sentían oprimidos, y donde quiera que se ha producido una desgracia, se ha encontrado siempre un inglés que acudía para prestar socorro".

La verdadera causa de la apertura de las hostilidades 

Por no alargar demasiado, extraigo en síntesis, la esencia del erudito trabajo del Teniente Coronel argentino Evaristo Ramírez Juárez, "Conflictos Diplomáticos y Militares en el Río de la Plata, 1842-1845".

"Se hizo notorio y fue divulgado que no eran ajenos los ministros franco-británicos Deffaudis y Ouseley, así como otros representantes aliados, a la percepción de las rentas que cobraba la Aduana de Montevideo, fuera de otras franquicias originadas por el comercio, con pingües ganancias, entre las cuales puede citarse el tráfico descarado con Buenos Aires, simulando burlar el bloqueo aliado. Ello explica la intención manifiesta de ambos representantes de extender sus relaciones comerciales con las ciudades del litoral, ejerciendo franca hegemonía en ese sentido, y procurar que durase el conflicto.

"Bien lo sabían los aliados y no podían echar en olvido, aquellos párrafos tan significativos de la carta que Sir Home Popham dirigiera a su amigo el señor Evan Napean, de Londres, el 19 de julio de 1806, donde le decía: "En verdad, Sir Evan, este es el mejor país que yo he conocido: necesitado de las manufacturas británicas y con sus almacenes repletos de productos del país, listos para ser enviados de retorno".

"No hay duda de que un afianzamiento de la situación de los aliados en el Río de la Plata, los colocaría en condiciones de desarrollar sin inconvenientes una amplia acción por los ríos interiores, una vez establecida su libre navegación, con prerrogativas especiales para Francia e Inglaterra, a modo de monopolio, asegurando así muchos valores en juego.

Mientras existía un activo cambio de notas con que se pretendía encontrar una fórmula de tranquilidad para estos países, funcionaba en Montevideo una fuerte empresa comercial, que por intermedio de sus corresponsales en Europa, trataba de desacreditar a la Confederación Argentina. Al frente de dicha empresa que era inglesa, figuraba un señor Lafone que trabajaba secretamente también por la libre navegación de los ríos, a fin de conseguir la exclusividad de una línea de navegación por el Paraná, ocupando sus mejores islas para depósito de mercaderías, las que serían pobladas con gente traída de Inglaterra.

En Montevideo el gobierno de Rivera, había concedido al comercio inglés el privilegio de navegación por el Río Uruguay, de acuerdo con el tratado de 1842, pretendiendo ahora igual cosa en el Río Paraná, por lo que los agentes oficiales franceses e ingleses, quienes eran los más interesados, disfrazaban sus intenciones, poniendo de por medio una casa comercial, cuyos representantes eran elementos secretos de dichos funcionarios, antecedente que significaba un serio peligro para las repúblicas del Plata.

La gravedad que podía resultar del otorgamiento de aquellas concesiones la destacaba bien a las claras, el Ministro Argentino en Londres Don Manuel Moreno, cuando en nota de 2 de Julio de 1845, le decía al Dr. Arana: "El Imperio Británico en la India, empezó por el pequeño Fuerte de San Jorge. Ese inmenso dominio ha sido obra de una compañía de comerciantes".

"Si bien el estado político social de la Confederación Argentina era muy diferente al que regía en las Indias, cuando su conquista comercial, convenía defender a toda costa la integridad política y económica de la Confederación; y así lo entendieron las personas que rodeaban a Rosas. En cuanto a éste, también tenemos que reconocerle su participación en este hecho, pues aun admitiendo, como lo afirman sus detractores, que fuese un acto inconsciente, debemos aceptar que por su mediación, este país no se convirtió en una simple factoría inglesa.

"Esa prepotencia comercial exclusivista y grandes intereses personales que se crearon con tal motivo, desempeñaron como vemos, un papel decisivo en los asuntos del Plata y hasta podemos decir con los antecedentes citados, que fueron esos intereses los que desviaron la diplomacia del camino de la paz.

"En las instrucciones entregadas al Ministro inglés, por su gobierno, se le autorizaba el empleo de las fuerzas puestas a sus órdenes para exigir de Brown el levantamiento del bloqueo, en caso de no acceder a la petición amistosa de los mediadores, o bien, para tomar posesión de la isla de Martín García o de cualquier otro punto necesario, para el desarrollo del programa trazado. Más o menos igual rezaban las instrucciones del ministro francés Deffaudis.

Capturados los buques de guerra argentinos en el mismo puerto de Montevideo y después de las incursiones a los pueblos ribereños del Uruguay, todo ello de acuerdo con los aliados y por orden de Rivera, tales actos de piratería obligaron al gobierno de Rosas a prepararse para repeler en el Paraná una inminente expedición anglofrancesa cuyo fin sería intimidarle, aplicando un bloqueo a las costas argentinas. Los aliados pretendían además, establecer un contacto con los unitarios de Corrientes y aislar a Entre Ríos, que se tachaba de baluarte del federalismo.

Aquilató el Restaurador toda la gravedad de la situación, y el 13 de agosto de 1845 dirigió al General Lucio Mansilla una nota participándole que el Coronel Francisco Crespo se le incorporaría, con los buques de guerra y demás elementos bajo sus órdenes; contempla la necesidad de "construir cuanto antes en la costa firme del Paraná una batería en el punto más aparente, y acoderar los buques, para ofrecer una resistencia simultánea, de modo que la escuadra enemiga no pueda pasar más adelante".

Dejaba al General Mansilla la elección del lugar y elementos, para levantare fortificaciones que significaran un impedimento serio, e indicaba que fuesen preparadas en la Provincia de Buenos Aires o en Santa Fe, por su proximidad a la Capital. Dice al respecto el Teniente Coronel Ramírez Juárez: "Felizmente la invasión que temía Rosas, no se realizó con la premura que se esperaba. Si los aliados una vez capturada la escuadra argentina, hubiesen ejecutado su plan de operaciones sobre el Río Paraná, no hubieran encontrado ninguna resistencia seria de parte de Rosas. Sus imprevisiones y demoras debían conducirlos a esa campaña en la que, si bien obtuvieron triunfos, no compensaron sus resultados, como veremos más adelante, los sacrificios que debieron soportar".

Mansilla, consciente de su gravísima responsabilidad, después de algunas vacilaciones, resolvió fortificar con todos los elementos disponibles el sitio llamado "Vuelta de Obligado", por su extraordinaria posición estratégica, como consigna en su parte a Rosas: "por la vuelta que hace el río en una punta saliente y difícil de remontarse con el viento, a quien viene navegando, debido al cambio que hace de rumbo el canal principal".

En dicho sitio, las aguas profundas y majestuosas del paraná se estrechan bruscamente, no dejando más que un paso ancho de 800 a 900 metros. En la ribera izquierda, la costa de Entre Ríos extiende sin mayores accidentes su borde triste y pantanoso, pero al frente, en la ribera derecha, se eleva una amplia barranca cuya plataforma, que avanza bastante sobre la llanura, domina el río casi a pico, salvo en un sitio angosto, donde el terreno baja gradualmente hacia la orilla.

Habían sido construidas cuatro baterías armadas con cañones de grueso calibre: la primera, en un ángulo de la barranca; otras dos, de tiro rasante, se hallaban emplazadas en la parte baja del plano inclinado, y la cuarta, que dominaba todo, situada sobre la misma cresta de la plataforma, dirigía sus fuegos en dirección a la corriente. El río estaba cerrado por una barrera formada por 24 barcos atados entre sí, con triples cadenas de hierro. En uno de los extremos y sobre la ribera derecha, colocáronse 10 brulotes, prontos a ser arrojados encendidos y al otro extremo, más allá de la barrera de barcos acoplados, se hallaba anclado, a modo de batería flotante, un bergantín grande, y bien armado, cuyos fuegos debían cruzarse con los de la opuesta orilla; a más de las baterías y de varias piezas volantes. El total del armamento de las citadas baterías alcanzaba una veintena de cañones y las tropas defensoras, unos dos mil quinientos hombres, entre soldados y paisanos. Las fuerzas enemigas constaban de diez buques poderosamente artillados y eran las más importantes vistas hasta la fecha en nuestros ríos.

Dice Ramírez Juárez refiriéndose a los instantes previos al combate: "Ha llegado el momento supremo. Van a encontrarse frente a frente dos fuerzas que representan por un lado, la ambición basada en el derecho del más fuerte, y por el otro la justicia. Aliados y argentinos.

"La hora de la tragedia se aproxima. Mansilla, erguido, soberbio, en actitud desafiante, en su pedestal de las explanadas, hácenos evocar héroes mitológicos de la Germania milenaria, o bosquejar en recuerdos, aquellos dioses de la epopeya helénica. Contempla con sus catalejos el avance de la escuadra enemiga. Sus artilleros están listos para encender la mecha de sus cañones, a la primera voz de mando.

"De pronto rasga el espacio el sonido de un trueno lejano; todas las miradas convergen hacia los buques enemigos y, sin tiempo para observar el humo que se desprende de las baterías. ¡Es la muerte que llega!...

"Pero el alma argentina, robustecida en más de cien combates heroicos, no se amedrenta; comprenden su misión los guardianes del suelo y los custodios de la bandera, que en esos momentos flamea orgullosa en las crestas de los merlones.

"El instante es angustioso; Mansilla, en uno de esos gestos propios de tales caracteres, da una orden y las notas solemnes del Himno Nacional se elevan hacia el cielo. En cada una de ellas va un desafío al enemigo, un reto a la muerte, una protesta al mundo por el crimen a consumarse. Pero también cada nota lleva en sí, el influjo necesario para estremecer intensamente, hasta la última fibra del corazón de esos soldados, pues, hablándoles de deberes a cumplir y de los hogares a defender, llenan de heroísmo sus pechos, emborrachan de entusiasmo patriótico sus mentes, hasta hacerlos despreciar los claros que el fuego enemigo deja en sus filas. Uno tras otro van cayendo; sus vidas se extinguen balbuciendo la canción nacional. Los últimos compases del himno saludados con un ¡Viva la Patria! Por el grito varonil de los valientes que restan, van a confundirse con el estampido de los cañones de la defensa..."

Así, pues, el 20 de noviembre, por la mañana, cuando se levantó la niebla comenzó el combate que fue violento y encarnizado.

Las baterías argentinas empezaron a sufrir el rigor de un cañoneo demoledor. Despacio, tres buques ingleses lograron ponerse en posición de ataque, frente a las baterías argentinas y en medio de un fuego intenso, que les ocasionó graves pérdidas. El "San Martín" enarbolando la insignia del comandante francés Tréhouart, logró tomar posición, pero, al recibir todo el fuego de la batería "Manuelita", su situación se volvió insostenible, por cuanto le habían alcanzado más de cien cañonazos y perdido mitad de la tripulación. Acudió entonces en su ayuda la fragata Fulton. Dos veces, intentó cortar en vano las cadenas. Tuvo que retirarse aguas abajo. Tréhouart entonces se embarcó en el "Expéditive" para seguir la lucha.

El capitán inglés Hope, en un golpe de audacia, cubierto por el fulton, pudo al fin cortar las cadenas y tres barcos aliados pasaron al otro lado. Enseguida otras naves, la "Expéditive", la "Camus" y la "Procida", acercáronse a tiro de fusil de la batería argentina "Manuelita", al mando del denodado Thorne, y reciben de enfilada, una infernal ráfaga de metralla. Empezaba Thorne a carecer de municiones y de sirvientes para sus piezas, lo que no le impide continuar la defensa con heroico ardor. A las 5 de la tarde, hace su último disparo y cae herido por una granada, de cuyas resultas quedó sordo para todo el resto de su vida. Diéronle el apodo de "El sordo de Obligado".

Todos los defensores fueron admirables. Brown, benemérito descendiente del ilustre almirante; Palacios, bravísimo Teniente que dirigía la batería General Mansilla; el ayudante de marina Alvaro de Alzogaray, en su batería Restaurador, quien disparó también personalmente su último tiro agotadas las municiones, en un cañón de 24; la valiente Petrona Simonino formaba en un grupo de abnegadas mujeres que atendían a los heridos y animaba con su elocuencia a los combatientes. Pero ya llegaba la hora fatal del desembarco, a cuyas tropas hizo frente en persona el General Mansilla al mando de sus infantes que cargaron a la bayoneta bajo una lluvia de metralla y fue entonces cuando fue derribado por un biscayen francés, proyectil redondo que conservaba mi abuela y que he tenido en mis manos.

Poco antes de las seis de la tarde, las tropas argentinas al mando del Coronel Rodríguez, se vieron obligadas a replegarse debido al fuego mortífero de los tres barcos aliados que habían logrado colocarse a unos ciento cincuenta metros de la costa, y que tiraban a boca de jarro. Abrumados por la aplastante superioridad en armas y tropas del aguerrido enemigo, cesó por fin el combate que había durado siete horas consecutivas, y las tropas de Mansilla se concentraron dos leguas más adentro sobre el camino de San Nicolás.

Habían ganado los invasores el primer round sangriento, pero que iba a ser vengado muy pronto.

En resumen, los anglo-franceses no pudieron disfrutar de ninguna ventaja, y si bien es cierto que forzaron el paso de "Vuelta de Obligado" tampoco derrotaron a los defensores.
Las tropas de Mansilla, después de la pequeña tregua que impuso la llegada de la noche, se repusieron y quedaron en condiciones de seguir disputando la marcha de los aliados, palmo a palmo, con esa tenacidad y energías propias de quienes defienden sus hogares amenazados por una invasión extranjera.

Para ampliar, entresaco de un brillante artículo debido a la pluma de don José María Rosas, los siguientes pormenores que se refieren al combate posterior llamado "Quebracho", el 7 de junio de 1846, precisamente siete meses después de Obligado. Dice así:

"En noviembre del 45 la escuadra anglo-francesa abría a cañonazos la defensa argentina de la 'Vuelta de Obligado'. Pero esta victoria argentina - ¡glorísima derrota nuestra! - lograda a bien alto precio había de ser vengada con creces por las armas de la Patria. Los buques invasores son atacados en todo punto favorable que ofrezca el Paraná: en el Tonelero, en San Lorenzo, y por fin el 7 de junio de 1846, serán completamente desparramados en el 'Quebracho', donde Mansilla y Santa Coloma, aprovechando que el río se estrecha en angosta garganta, emplazaron bien dispuestas baterías. Con 16 cañoncitos herrumbrados, que posiblemente habían servido en la guerra de la Independencia, hunden 7 buques grandes y ponen en precipitada fuga a los demás. Desde arriba de las barrancas, y hasta que se internaron en las islas del Delta, las tercerolas criollas de todos los gauchos de la ribera, al decir de uno de nuestros marinos 'enloquecieron a los gringos que no sabían a donde meterse'.

"La emoción que el 'Quebracho' y la derrota anglo-francesa produjo en Europa, fue enorme. La minúscula pero férrea Confederación Argentina sabía defender su lugar entre las naciones soberanas y desde Grand-Bourg. San Martín escribe: "Tentado estuve de mandarle (a Rosas, Jefe de la Confederación) la espada que contribuyó a defender la independencia americana, por aquel acto de entereza en el cual, con cuatro cañones hizo conocer a la escuadra anglo-francesa que, pocos o muchos, sin contar con elementos, los argentinos saben siempre defender su independencia". Como es sabido el Libertador cumpliría más tarde este deseo en su testamento".

Sobre el mismo tema dice a su vez el Capitán de Fragata Teodoro Caillet-Bois, por cierto nada sospechoso de parcialidad: "Otra conclusión a que llegamos, es que la guerra de vapores en el Paraná terminó con el triunfo de Rosas, ya que el descenso del gran convoy demostró con su pericia que, lejos de quedar abierto el río como lo pregonaron después de Obligado, su navegación se hacía día a día más peligrosa, tanto que el envío del convoy no se repitió y que las operaciones fluviales quedaron virtualmente terminadas".

"Despréndese claramente que en ningún momento los aliados gozaron de paz ni de tranquilidad para navegar por el Río Paraná. En cada recodo, en cada altura dominante, se encontraban los soldados de Mansilla listos para la lucha.

"Es así como capturaron a su paso por San Lorenzo la goleta "Vuelta de Obligado" (ex Federal), como cañonearon a los vapores "Alecto", "Harpy" y "Lizard" y además otros buques que subían o bajaban el río, pudiendo decirse que desde el "Quebracho" se extendía una zona manifiestamente hostil al invasor".

Confirma plenamente lo aseverado, el mismo Mackinnon cuando relata la llegada a Esquina, Corrientes, de los vapores de guerra ingleses "Lizard" y "Harpy", que habían tenido una fuerte refriega al pasar por las barrancas de San Lorenzo, donde fueron seriamente averiados, al extremo, dice, que "el pobre Lizard sufrió grandemente, teniendo dos oficiales y dos hombres muertos, amén de muchos heridos".

Un ligero examen de la narración que se ha hecho, nos demuestra que los aliados no consiguieron el objetivo que tuvieron en vista, al lanzarse en una empresa de esa naturaleza. No se aseguró la libre navegación de los ríos ni por consiguiente el comercio con el Litoral con lo que se pretendía debilitar el poder de Rosas, hasta terminar con su derrocamiento. Por el contrario, como consecuencia del fracaso de esa expedición, el Restaurador se afianzó nuevamente en el gobierno y los aliados comprendieron que no era posible embarcarse en nuevas aventuras, que los conducirían tal vez a un desastre.

Mejor que nadie, el gobierno inglés se dio cuenta cabal de los grandes sacrificios en vidas, cuyos resultados no respondían a las pérdidas soportadas, después de más de seis meses de navegación, lo cual unido a la severa crítica de la opinión inglesa, debió inclinarle, pese a los interesados, a terminar cuanto antes con semejante estado de cosas.

En efecto, cuando en la sesión de la Cámara de los Comunes, el 23 de marzo de 1846, Lord Palmerston provocó una interpelación sobre "si las operaciones de carácter más hostil en las márgenes del río Paraná, habían tenido la sanción previa del gobierno".

Contestó el primer ministro de la Corona, Sir Robert Reel, diciendo: "que no se habían dado ningunas instrucciones al representante del gobierno ni al comandante de las fuerzas navales, fuera de las ya comunicadas a la Cámara, debiendo declarar, que la tal operación no era prevista en las instrucciones anteriores dadas por el gobierno y que no contenían la sanción previa de semejante expedición".

Dichas palabras del gobierno inglés demostraron en forma concreta que los agentes se habían extralimitado en sus atribuciones.

No había transcurrido un mes del "Quebracho" cuando se presentó en Buenos Aires, un agente inglés, confidencial, Mr. Tomás Samuel Hoop, ante el gobierno de Rosas, para gestionar empeñosamente la paz. Con astucia criolla, negóse el Restaurador a recibirle durante mucho tiempo; mientras tanto la colonia inglesa y el comercio británico y los mismos diarios de Londres con el propio Parlamento, ponían el grito en el cielo y culpaban severamente al gobierno por la derrota sufrida y exigían el pronto restablecimiento de relaciones.

Lo propio sucedió con otros enviados diplomáticos designados posteriormente, hasta que por fin, fue nombrado formalmente en calidad de Ministro, Mr. Henry Southern, quien tuvo la suerte de firmar definitivamente la paz con el Dr. Arana en nombre de Rosas, el 24 de noviembre de 1846, siendo este acto la consecuencia lógica del Combate de "Vuelta de Obligado".

Por el artículo 1° de la Convención Southern-Arana, se disponía la devolución de la isla de Martín García, de los buques mercantes y de guerra que se encontraban en poder de los ingleses, y que fuera saludado el pabellón argentino con una salva de 21 cañonazos.
Conseguía con eso Rosas todas las exigencias y reparaciones que le habían negado los otros mediadores.

La Confederación Argentina, cuya bellísima defensa fue aplaudida por la prensa universal, inclusive por algunos diarios de los países invasores, se hizo conocer en el mundo entero por la bravura de sus hijos y la habilidad y patriotismo de sus gobernantes en esa lucha "tan importante como la misma guerra de la Independencia contra España", según también lo escribió San Martín.

El fracaso militar anglo-francés en el Río de la Plata había determinado un cambio radical de política por parte de aquellas potencias...

La Providencia todo lo dirige

Para nosotros los creyentes, bien sabemos que el Señor dirige desde lo alto la historia humana como la de cada individuo. "Sí, proclama el Sabio - los bienes y los males, la pobreza y la riqueza provienen de Dios". Eccl. XI, II.

La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, sólo la conoceremos en el tremendo día del juicio final. Mientras tanto debemos contentarnos con lo que podemos descubrir cada vez un poco más, y aceptarlo honestamente, con altura y serenidad.

Encierra la simultaneidad de acontecimientos mundiales, importantes lecciones, por cuanto indica el concurso de circunstancias que se aglutinan para favorecer o para combatir la evolución de pueblos e ideas.

Es indudable que en aquellas décadas, cualquier vago ensueño de autarquía, como solemos decir hoy, por parte de estas antiguas colonias españolas, aparecería ante los ojos de las grandes potencias europeas manufactureras, algo así como un atentado desatinado, dirigido contra sus esfuerzos y sacrificios anteriores para crear, producir y vender sus mercancías al mundo entero; creían haber sentado con ello ciertos derechos adquiridos y no es imposible que, después de siglo y medio, algo de aquellas preocupaciones subsiste todavía, y para equilibrar los intercambios y ponerlos prácticamente a tono con la realidad en marcha, se necesitan conocimientos de economía mundial y no poca sagacidad y vigilancia.

Un siglo ha pasado; la ética en vez de mejorar se ha corrompido más aún si cabe, y nunca fue tan intrincado el babelismo universal, ni más cruenta la gran batalla por la Verdad y la Libertad; pero no importa, tomemos ejemplo de nuestros mayores y confiemos valientemente en Dios, contra viento y marea; por cuanto nosotros los creyentes, bien sabemos que recibiremos en la medida de nuestra Esperanza, ¡Sursum corda! ¡Arriba pues, los corazones!

* D. García Mansilla fue nieto del General Lucio Mansilla, escritor, poeta y Embajador de reconocida actuación.