El Carnicero y el Patrón. La conexión oculta entre Pablo Escobar y Klaus Barbie
Por Boris Miranda

Pablo Escobar y Klaus Barbie compartieron mucho más que una bandeja paisa en Medellín o unas copas de Dom Pérignon en la Amazonía boliviana. Juntos, el Patrón y el Carnicero de Lyon fueron dos de los principales engranajes de una máquina que controlaba casi 90% de la producción y distribución de cocaína en el mundo a través de una conexión que comenzaba en Bolivia, pasaba por las selvas colombianas y terminaba en las calles de Estados Unidos y Europa. Sellaron acuerdos con presidentes en Panamá, combinaron sus ejércitos personales de paramilitares, combatieron el sandinismo en Nicaragua y montaron negocios con el Banco del Vaticano. La droga fue la excusa para el encuentro entre el narcotraficante más famoso de la historia y el viejo nazi que, con ayuda de la Agencia Central de Inteligencia (cia), huyó de Europa cuando acabó la Segunda Guerra Mundial. Así fue cómo me enteré.
Yo quería contar la historia de un militar boliviano en retiro que vio muy de cerca cómo se montó el gigante negocio del narcotráfico y conoció en combate a muchos de sus protagonistas. Supe de él gracias a la amistad que tengo con uno de sus hijos. Esa conversación, sin embargo, nunca se pudo dar. «Mi papá cree que puede involucrar a demasiada gente», me dijo mi amigo a modo de disculpa, aunque de inmediato me soltó un dato que me pareció impresionante. «No te imaginas los operativos de protección que se montaban acá cada vez que llegaba Pablo Escobar. Barbie en persona se encargaba de limpiarle el camino».
Decidí girar el enfoque y empecé a buscar los empolvados y ocultos hilos que conectaron al principal capo del cártel de Medellín con el ex-comandante de la Gestapo que murió en Francia, condenado a cadena perpetua tras ser acusado por la deportación y muerte de millares de personas. La conexión está muy poco documentada, pero sobrevive en la memoria de aquellos que fueron parte de esos años vertiginosos de cocaína, golpes de Estado, millonarias excentricidades y alianzas siniestras entre mafiosos y criminales de guerra. Antes de hacer los contactos, intuyo que varios no querrán recordar aquellos episodios y preferirán mantener el bajo perfil con el que (sobre)vivieron las últimas décadas. No importa. Igual decido aventurarme y tocar la puerta de ex-paramilitares, familiares de auténticos drug lords (como los llamaba la cia), ex-ministros, generales retirados, viejos agentes antinarcóticos, amigos de confianza, ex-guerrilleros, abogados y, también, investigadores.
El abanico es amplio porque la historia que pretendo contar se da en el marco de una coyuntura marcada por las guerras globales fabricadas por EEUU contra las drogas y el comunismo. Es por eso que parte de la verdad puede encontrarse en una feria de Bogotá, en una oficina de Nueva York, en una hemeroteca de Lima o en un barrio popular extraviado en El Alto de Bolivia.
A finales de 2012, un libro le recordó a Bolivia que el tráfico de drogas pisaba tan fuerte hace tres décadas que podía disponer de la silla presidencial el rato que se le antojaba. Ayda Levy, la autora de El rey de la cocaína. Mi vida con Roberto Suárez Gómez y el nacimiento del primer narcoestado (Debate, Barcelona 2012), mundo bautizó aquel cuartelazo como «el golpe de la cocaína».
«El Rey», como le decían a Suárez, fue el primer motivo que juntó en un mismo salón al Carnicero de Lyon con el Patrón. El alemán y el colombiano se conocieron en una celebración por el cumpleaños de Roberto.