¿Quién ordenó matar a Víctor Jara?


Manuel Cabieses Donoso
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 774, 11 de enero, 2013


Luego de encausar a ocho ex-oficiales del ejército por el homicidio calificado de Víctor Jara Martínez, consumado el 16 de septiembre de 1973 en el entonces Estadio Chile, el juez Miguel Vásquez Plaza se encuentra abocado a discernir si los militares obraron por iniciativa propia o recibieron una orden superior para matar al connotado folclorista y director de teatro. En este caso, el magistrado deberá identificar al o los responsables de esa orden y procesarlos como autores intelectuales del crimen.

Las sospechas del magistrado apuntan en dos direcciones. En primer lugar, hacia una instancia de inteligencia que se albergaba en el Ministerio de Defensa y cuyo mando operativo estaba a cargo del mayor Pedro Espinoza Bravo, el mismo que pocas semanas después asumiría como subdirector de la Dina, bajo las órdenes del coronel Manuel Contreras. Antecedentes reunidos en diversos procesos judiciales indican que Espinoza habría sido el encargado de decidir qué personas debían ser ejecutadas de inmediato, sin procedimiento judicial alguno, en los centros de detención habilitados en Santiago por el Comando de Apoyo Administrativo del Ejército.

Un segundo escenario probable es que los oficiales acusados como autores materiales y cómplices del asesinato de Víctor Jara en el Estadio Chile hayan obedecido una orden directa emanada desde la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes, unidad a la que varios de ellos pertenecían y que dirigía en esa fecha el coronel Manuel Contreras.

El juez Vásquez Plaza inculpó como autores a los oficiales Hugo Hernán Sánchez Marmonti y Pedro Pablo Barrientos Núñez. Como cómplices fueron procesados Jorge Eduardo Smith Gumucio, Roberto Federico Souper Onfray, Raúl Aníbal Jofré González, Edwin Armando Dimter Bianchi, Nelson Edgardo Hasse Mazzei y Ernesto Luis Berth-ke Wulf. En el caso de Sánchez Marmonti, el magistrado indicó que fue encausado como autor porque era el segundo en la línea de mando en el Estadio Chile, dado que en ese entonces el jefe era el coronel César Manrique, procesado por el homicidio pero fallecido en 2009.

El ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago tiene presunciones fundadas de que Barrientos Núñez fue el autor material de los disparos que causaron la muerte a Jara, y dictó una orden de captura internacional en su contra, además de iniciar los trámites para el pedido de extradición a Estados Unidos, país donde se encuentra radicado.

En el proceso falta precisar con exactitud el papel que cumplieron cada uno de los cómplices, pudiendo eventualmente aumentar el número de los autores materiales. Es el caso, por ejemplo, del mayor (r) Jorge Eduardo Smith Gumucio, a quien varios declarantes acusan de haber cumplido un rol protagónico en las torturas y en la muerte de Jara. Uno de los testigos, el conscripto José Paredes Márquez, guardaespaldas del teniente Barrientos, acuciado por los remordimientos, relató años después a un ex oficial de Tejas Verdes que Víctor Jara estaba casi despedazado por los golpes recibidos. Sus costillas estaban quebradas. Y sus dedos estaban tumefactos. Paredes relató que el subteniente Jorge Smith se había esmerado en golpear los dedos de ambas manos del cantante. “P’a que aprendai a tocar mejor la guitarra, comunista conche’ tu madre”, le repetía tartamudeando, a la vez que, empleando la empuñadura de su revólver Llama cogido por el caño, martillaba los dedos del folclorista.

Paredes, quien hacía su servicio militar en Tejas Verdes desde abril de 1973, fue destinado a la primera sección de la Segunda Compañía de Combate y viajó a Santiago junto a un considerable contingente de su unidad para apoyar el golpe militar del 11 de septiembre de 1973. Ese día, inicialmente tomaron posiciones en los Arsenales de Guerra y luego fueron enviados a un punto de control en el camino a Melipilla. El miércoles 12 se les destinó a la Universidad Técnica del Estado para apoyar a efectivos del regimiento Arica, de La Serena, que mantenían rodeadas las instalaciones de la actual Universidad de Santiago.

El 15 de septiembre, el contingente de Tejas Verdes llegó al Estadio Chile, donde también había soldados del regimiento Blindados N° 2, de Santiago; del regimiento Esmeralda, de Antofagasta y del regimiento Maipo, de Valparaíso.

José Paredes declaró que el 16 de septiembre lo fue a buscar el teniente Barrientos y le ordenó que se dirijiese al sector del subterráneo. En ese lugar lo apostaron como guardia en un camarín, mientras cinco o seis oficiales, con tenidas de combate, escribían en unos papeles los datos que preguntaban a un detenido, que estaba sentado frente a un escritorio. Cerca de las 19 horas -agregó Paredes- llegaron los tenientes Barrientos y Smith, y lo llamaron junto al conscripto Francisco Quiroz. Traían a un detenido que indicaron era Víctor Jara y lo insultaban por su condición de comunista. Lo dejaron en ese camarín, custodiado por Quiroz.
Después de las 21 horas reapareció Jorge Smith, esta vez con Nelson Haase, según el testimonio de Paredes. Smith comenzó a jugar ruleta rusa con los detenidos. De pronto, puso a Víctor Jara contra la pared, giró la nuez del revólver y disparó, cayendo al suelo la víctima; luego, les ordenó a Quiroz y a él disparar al cuerpo una ráfaga de sus fusiles SIG. Minutos después se sumaron Barrientos y otro oficial, quienes siguieron disparando, tiro a tiro, al cadáver del cantante con un fusil SIG.

El protocolo de autopsia de Víctor Jara reveló dos disparos en la sien derecha, 16 orificios de entrada y 12 orificios de salida de diferentes tamaños en el tórax; en el abdomen tenía seis orificios de entrada de bala y cuatro de salida; la extremidad superior derecha mostraba dos heridas de bala; en las extremidades inferiores otros 18 orificios de entrada de balas y 14 de salida. En total, las descargas sumaban 44 proyectiles calibre 7.65, munición del fusil SIG utilizado.

LOS HOMBRES DE TEJAS VERDES

Las dos compañías de la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes enviadas a la capital viajaron bajo el mando del subdirector de ese instituto, el teniente coronel Alejandro Rodríguez Fainé, secundado por los capitanes Germán Montero Valenzuela y Eugenio Videla Valdebenito. Los tenientes de aquella fuerza eran Orlando Carter Cuadra, yerno del coronel Manuel Contreras, quien llegó a general y más tarde dirigió el Museo Militar; Jorge Garcés Von Hohelstein, casado con la hermana del ahora mayor (r) Carlos Herrera Jiménez, que cumple una larga condena en el penal de Punta Peuco por los asesinatos del dirigente sindical Tucapel Jiménez y del carpintero Juan Alegría Mondaca; y Nelson Haase Mazzei.

Entre los subtenientes que integraban ambas compañías figuraban Pedro Barrientos, buzo táctico, casado con la hija de un oficial de la Infantería de Marina y Rodrigo Rodríguez Fuchslocher, fallecido a mediados de 1974 en un volcamiento de camiones militares cerca de la base castrense de Peldehue, mientras participaba en un curso de contraguerrillas.

El coronel Manuel Contreras asumió el mando de la Escuela de Ingenieros a fines de 1972, cargo que compartió con las clases de Inteligencia que dictaba en la Academia de Guerra, en la capital. Allí, junto a otros coroneles y algunos capitanes empezaron a diseñar un aparato de inteligencia que permitiera enfrentar, llegado el momento, a las estructuras paramilitares de Izquierda que apoyaban al gobierno de la Unidad Popular.

En la Escuela de Ingenieros, Contreras tenía como subdirector el teniente coronel Rodríguez Fainé, fallecido, tataranieto de Manuel Rodríguez Herdoyza; como secretario de Estudios, al mayor Jorge Núñez Magallanes y como comandante del batallón de Instrucción, un mayor al que apodaban “El topo” López.

En marzo de 1974, el coronel Contreras dejó el mando de la Escuela de Ingenieros y se trasladó a Santiago con la secreta ambición de dirigir la Academia de Guerra y la naciente Dina. No pudo hacer ambas cosas y optó por instalarse en el cuartel central de la Dina, en calle Belgrado, a escasos metros de la Plaza Italia, para abocarse exclusivamente a las tareas represivas. En la dirección de la escuela de Tejas Verdes fue reemplazado por el coronel Manuel de la Fuente.

LA GENERACION DEL 62

El capitán Luis Germán Montero pertenece a la generación de subtenientes egresados de la Escuela Militar en 1962, cuya primera antigüedad corresponde a Ricardo Izurieta Caffarena, sucesor de Augusto Pinochet en la Comandancia en Jefe del Ejército a partir de marzo de 1998. A esa promoción se adscriben, además, algunos subtenientes que más tarde cumplirían papeles destacados en la represión que siguió al golpe militar de 1973, entre ellos José Zara Holger, Federico Wenderoth Pozo, Gerardo Urrich González, Antonio Palomo Contreras y Luis Polanco Gallardo.

Otros de esa misma generación llegaron al alto mando y se transformaron en oficiales muy cercanos al general Pinochet, tales como Sergio Moreno Saravia y Eugenio Covarrubias Valenzuela. Este último llegó a ser jefe de la Dirección de Inteligencia del Ejército (Dine). Fue procesado por el asesinato en Uruguay del químico de la Dina, Eugenio Berríos.

El capitán Montero, por su parte, junto a varios compañeros de su promoción, figura en el proceso por el asesinato del general Carlos Prats, testimoniando a favor del acusado José Zara Holger, uno de los responsables del homicidio del ex comandante en jefe, perpetrado en Buenos Aires en septiembre de 1974.

EL TENIENTE HAASE

El ahora coronel (r) Nelson Haase, es de la primera generación de subtenientes que egresó en 1967 de la Escuela Militar, que tuvo dos promociones. Entre sus compañeros figuran varios connotados violadores de los derechos humanos en los primeros años de la dictadura, como los oficiales Cristoph Willeke y Miguel Krassnoff. A esa generación pertenecen también el coronel (r) Carlos Carreño, secuestrado por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez en 1988 y el ex alcalde de Providencia, Cristián Labbé, además de otros oficiales hoy en retiro.

Perteneciente al arma de Ingenieros, Haase fue jefe de una de las unidades de la Dina, la Brigada Ongolmo, y más tarde formó parte de la Sociedad Pedro Diet Lobos, pantalla comercial de la Dina. En los inicios de 1980 estuvo al mando de la unidad del Cuerpo Militar del Trabajo, en Chaitén, donde se preocupaba escrupulosamente de que sus oficiales subordinados contaran con capas para las ceremonias, repuestas en uso por Pinochet, pero que pocos se preocupaban de adquirir porque era una prenda especialmente cara. Algunos oficiales también lo recuerdan por sus ínfulas de seductor de las cónyuges de sus subordinados, característica que, al parecer, influyó en que fuera dado de baja al promediar esa década.

EL “QUENO” VIDELA

El capitán Eugenio Videla Valdebenito fue desde fines de 1972 el ayudante del coronel Manuel Contreras en la Escuela de Ingenieros. Paracaidista, buzo táctico y boina negra, era además primo hermano de la ex cónyuge del jefe de la Dina, María Teresa Valdebenito Stevenson. En 1994, con el grado de general, llegó a ser juez militar de Santiago y comandante de la poderosa II División del Ejército, con asiento en la capital. En esas funciones fue uno de los más arduos defensores de Contreras cuando éste fue condenado y encarcelado por el crimen de Orlando Letelier. Al mando de una de las compañías de la Escuela de Ingenieros, que estaban en Santiago en septiembre de 1973, el capitán Videla habría sido el jefe directo del teniente Nelson Haase.

Pedro Pablo Barrientos, en tanto, por ahora uno de los dos sindicados por el juez Vásquez como autores materiales de la muerte de Víctor Jara, salió de Tejas Verdes destinado al regimiento de ingenieros en Chuquicamata. De Chuqui lo dieron de baja del ejército junto con el comandante de aquella unidad, el ya fallecido coronel Sergio Delfín Gajardo Munizaga. Ambos oficiales se echaban al bolsillo recursos destinados a remunerar a los soldados conscriptos
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RECUADRO
La sonrisa ancha
Me impresionó su sonrisa, que no he olvidado. No sé qué significaba: ¿desafío o burla a sus carceleros? ¿Paz interior? Quizás. La luz de una lámpara del Estadio Chile alumbraba su rostro. Lo reconocimos perfectamente. Parecía estar bien, se le veía tranquilo. Nosotros éramos una larga fila india de hombres que caminaban con las manos en la nuca apuntados por fusiles. Pasamos por su lado rumbo a los camiones frigoríficos que nos transportarían -casi asfixiándonos- al Estadio Nacional. A Víctor Jara lo habían separado del resto de los prisioneros y estaba sonriendo, las manos en la espalda, una luz en la cara. No parecía sentir temor.

Esa noche no sabíamos dónde nos llevaban. Pensábamos que a la muerte. Eramos centenares de hombres asustados acariciando mentalmente las siluetas de nuestra mujeres y niños. A lo mejor Víctor Jara sonreía para nosotros. Una muda canción de aliento, quizás. No lo volvimos a ver
(Publicado en Punto Final Nº 429, del 25 de septiembre de 1998)
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