Cuando la guerra llegó a Sudamérica.

Batalla del Río de la Plata (1ª Parte)
J.G.Barcala*

Decenas de miles de hombres, mujeres y niños disfrutaban las últimas horas de una cálida tarde de primavera en un ambiente aparentemente festivo. El Sol repartía sus últimos rayos sobre la multitud abarrotada sobre el borde de la rambla que bordeaba el puerto de Montevideo, sobre el Rio de la Plata, en el lado uruguayo, que hasta cuatro días antes se sentía tan apartada de lo que sucedía en Europa que nunca imaginó podría ser testigo a uno de los acontecimientos más rocambolescos y públicos de la Segunda Guerra Mundial.

Graff Spee
Minutos antes de las 20:00 del 17 de diciembre de 1939, y siguiendo las instrucciones de las autoridades uruguayas, el acorazado de bolsillo de la marina alemana Graff Spee, soltaba sus amarres hacia un destino incierto. Varias millas al este, un grupo 
Langsdorff
de buques de guerra ingleses le esperaban para darle la que podría ser su última batalla o al menos eso era lo que se rumoreaba entre los presentes. Sin embargo, justo en el momento en que el astro rey se fundía silencioso con el horizonte, la silueta del acorzado se recortó contra las sombras a la luz de una poderosa explosión que hizo saltar un potpurrí de hierro y fuego y que el curioso público pudo escuchar sin mucho esfuerzo. En menos de media hora los restos del Graff Spee descansaban sobre el fondo de la ría. Era el final de la Batalla del Rio de la Plata.

La historia comienza el 21 de agosto de aquel mismo 1939, tan sólo diez días antes de que las tropas alemanas cruzaran la frontera polaca desatando el conflicto más sangriento que la pérfida humanidad ha sido capaz de imaginar. Obviamente ya a sabiendas de lo que iba a suceder, el Graff Spee recibió órdenes de escabullirse silenciosamente desde el puerto de Wilhelmshaven hasta los mares del Atlántico Sur, y esperar el desarrollo de los acontecimientos. El 3 de septiembre Inglaterra declara la guerra a Alemania, pero Hitler, creyendo que un acercamiento con los aliados aún era posible, retrasó cualquier ataque, hasta el 26 de septiembre, cuando el Capitán Hans Langsdorff abrió un sobre con nuevas instrucciones: hundir todo barco mercante inglés que encuentre, pero sin enfrentarse a buques de guerra.
Cuatro días más tarde se encontraron con la primera víctima, el buque de vapor mercante Clemens, que fue hundido después de permitir a su tripulación ocupar las lanchas de salvamento y después de que el mismo Capitán Langsdorff enviara una señal de emergencia al puerto más cercano, Pernambuco, en Brasil, para que todos los marinos fuesen rescatados. Durante las siguientes dos semanas, la misma suerte sufrieron el Newport Beech (8 de octubre) y el Huntsman (15 de octubre). Sabedor que la marina británica lo estaría buscando, Langsdorff se escurrió hacia aguas del Océano Índico, en las inmediaciones de Madagascar, donde el 15 de noviembre hundió el buque cisterna África Shell.  De vuelta en el Atlántico, el Graff Spee se cobró tres víctimas más entre el 26 de noviembre y el 7 de diciembre, siempre rescatando a sus tripulaciones que posteriormente eran transferidas a otros buques, o desembarcados en puertos neutrales.
Mientras tanto, en las oficinas del Almirantazgo en Londres, el tozudo y recién rehabilitado político Winston Churchill, no se cruzaba de brazos. De hecho el 5 de noviembre ya se habían 
Henry_Harwood
formado ocho fuerzas de choque para la caza del Graff Spee. Si algo temían los británicos, era perder el control de los mares, necesario para mantener las vías de suministro a su desprotegida isla, y cualquier amenaza sería tratada con la más contundente de las respuestas. Uno de los grupos de choque estaba comandado por un marino veterano de la orgullosa armada, el Comodoro Henry Harwood. La Fuerza G a su cargo estaba formada por los Cruceros Exeter y Cumberland, este último enviado a patrullar la aguas cercanas a las Islas Malvinas, y los cruceros ligeros Achiles y Ajax, que reforzarían al buque insignia en la desembocadura del Rio de la Plata. La elección del lugar no se había hecho al azar. Después de mucho meditarlo, Harwood sospechó que el Graff Spee buscaría en los caladeros de alto tráfico, decenas de mercantes cada día repletos de grano y carne con destino a Europa.

El 13 de diciembre, a las 0610 horas, el escuadrón británico detecto una columna de humo en dirección al noroeste, y pronto identificó la fuente como un acorazado de bolsillo, probablemente el Admiral von Scheer, hermano del Spee. A bordo de la nave alemana, el Capitán Langsdorff también había visto a las naves enemigas, pero en un primer momento equivocó su fuerza pensando que eran dos destructores protegiendo a un gran convoy mercante, lo que podría darle una victoria de gran calado. Aún después de darse cuenta de su error, Langsdorff confió en la fuerza superior de su navío y decidió presentar batalla. Gran error.
De acuerdo con las tácticas navales de la época y, considerando que las torretas del Graff Spee podían disparar bombas de mayor potencia a distancias más largas que cualquiera de los enemigos frente a sí, el Capitán debió haber mantenido la distancia con los ingleses y rociarlos con su lluvia de explosivos, si poder ser alcanzado por estos. Nadie sabe ni sabrá el por qué, el alemán dio la orden de poner sus motores diesel “a toda máquina” para atacar, confiado en que los barcos británicos, impulsados a vapor, tardarían algo en alcanzar la velocidad de crucero adecuada para la batalla.
River Plate Battle
Harwood, también consciente de su inferioridad en armamento y blindaje, tomó una de las páginas más antiguas de los manuales de combate naval y dividió sus fuerzas a estribor y babor de su enemigo, Exeter por un lado yAchilles y Ajax por el otro para forzar al Spee a dividir su fuego. El primero sufrió enseguida el embate de las torretas de once pulgadas del acorazado alemán y sufrió varias bajas, además de perder sus tubos de torpedo. Aún así, justo antes el Exeter pudo lanzar dos torpedos, aunque ambos fallaron.
Por el otro lado, Ajax y Achilles se acercaron y dispararon con todo, sin mucho éxito, pero la estrategia estaba funcionando y el Graff Spee no se decidía a atacar a un barco en solitario para después lidiar con el resto, sino que repartió su fuego entre los tres cruceros británicos. El aire fresco de mar abierto se llenó de humo, adrenalina y muerte, y los cuatro buques dieron todo por la victoria. A pesar del daño sufrido, el Exeter siguió disparando con las piezas disponibles y, a pesar de que ya escoraba 7 grados, logró un tiro directo sobre el Spee que explosionó la práctica totalidad del combustible.
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En ese momento, Langsdorff se dio cuenta de que no podía continuar la batalla, aún cuando aparentemente vencía y podía terminar con sus adversarios. La logística complicaba más las cosas, pues no disponía de un puerto aliado para llevar a cabo las reparaciones y no tenía el suficiente gasóleo para volver a casa. La decisión del capitán, errónea como se pudo demostrar más tarde, fue poner rumbo a Montevideo, capital del neutral Uruguay, donde esperaba poder recalar y restañar las heridas. La Primera Batalla del Río de la Plata había concluido.
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Cuando la guerra llegó a Sudamérica. (2ª Parte)

Cerrada la primera etapa de la Batalla del Río de la Plata, el maltrecho Graff Spee llegó al puerto de Montevideo a las 010 horas del 14 de diciembre. ¿Por qué el Capitán Langsdorff eligió Uruguay, neutral, si, pero más proclive a apoyar a los aliados, en lugar de dirigirse al puerto de Mar de la Plata? La Argentina de Juan Domingo Perón, admirador del régimen fascista de Mussolini, lo hubiese recibido con más simpatía (1). Nadie lo sabe, pero su elección fue uno más de los errores tácticos de los alemanes.
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Las autoridades uruguayas enseguida echaron mano de la Convención de la Haya para anunciar a sus repentinos visitantes que de acuerdo con dicha ley internacional, “Un buque militar beligerante no podrá extender su estadía en un puerto neutral más allá del tiempo permisible para reparar daños a sus estructura”, y que no se le permitiría reparar sus aditamentos ofensivos. La diplomacia británica en un principio movió los hilos para presionar al gobierno a que expulsara al Spee lo más pronto posible. Inicialmente el periodo establecido fue de 24 horas, pronto extendido a 72 horas, muy a pesar de Langsdorff, que había solicitado dos semanas.
Pero en apenas horas, el almirantazgo británico decidió cambiar su estrategia, cuando se dio cuenta de que no tenía refuerzos en la zona para acudir en ayuda de Ajax y Achilles, y que sería mejor demorar la salida del Spee hasta que dichos refuerzos llegaran. Se armó entonces un San Quintín de comunicados, peticiones y anuncios que convirtieron el entuerto en lo que bien podría ser el guión de una comedia de enredos.
Para empezar, el embajador de la corte de San James en Montevideo, Eugen Millington-Drake exigió la partida del Spee a la mayor brevedad posible, pero luego de consultar con el 
Millington-Drake
almirantazgo en Londres y, utilizando otro artículo de la Convención de la Haya que no permitía zarpar a un buque de guerra 24 horas antes o después de que un mercante del bando contrario lo hiciera desde el mismo puerto. Con la intención de que más barcos de la armada británica se posicionaran en la boca del Rio de la Plata, Millington-Drake consiguió que barcos civiles ingleses y franceses partieran todos los días, obligando al Spee a retrasar su salida. En todo caso, Langsdorff estaba teniendo problemas para conseguir que los trabajadores y proveedores uruguayos estuvieran dispuestos a reparar su nave.

Mientras tanto, oficiales de la inteligencia naval británica, ayudados por personal diplomático, filtraron diversas informaciones sobre numerosos cruceros de la armada desplazándose a la zona, aunque no eran más que cuentos chinos. Si llegó el Cumberland, parte de la Fuerza G que estaba patrullando en las Malvinas, pero un grupo de choque adicional no llegaría hasta el 19, dos días después de cuando el Graff Spee estaba obligado a levar anclas.
Nadie sabe lo que pasó por la mente del Capitán Langsdorff en esos días, y dudo mucho que nadie lo sepa en el futuro, pero los alemanes se creyeron los falsos informes propagados por la prensa, y sus posibilidades de escape no parecían muy favorables. Al final, aceptaron la fecha fijada por el gobierno huésped para el 17 de diciembre a las 20:00 horas.
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Seguramente las casas de apuestas tanto en el país sudamericano como en Londres hicieron su agosto entre los que creían en una victoria británica y los que daban por favorito al Graff Spee. Pocos sabían la realidad de la situación dentro del gran acorazado alemán y menos aún la verdadera debilidad de la fuerza británica esperándolo.
Cuando llegó la hora de aquel 17 de diciembre de 1939, Langsdorff dio la orden de zarpar a su destino inevitable. El majestuoso buque soltó amarras y avanzó lentamente por las tranquilas aguas mientras el ocaso regalaba a los espectadores sus mejores ropas. Ajeno a las vicisitudes diplomáticas y militares, el pueblo charrúa, azuzado por la prensa, se preparó para el espectáculo cargado de binoculares y cámaras fotográficas y de cine. Nunca esperaron ser testigos al drama que estaba a punto de desarrollarse.
Graff Spee sinking
Apenas unos minutos después de abandonar el puerto y a la vista de todos, varios remolcadores se acercaron al herido acorazado y recibieron en sus cubiertas a lo que parecía ser un grupo de hombres. El capitán Langsdorff había dado la orden de abandonar el barco, probablemente, pensaron los observadores, para minimizar las bajas en el enfrentamiento contra los ingleses tan sólo unas millas más adelante. Con una tripulación mínima, avanzó media milla más hasta situarse justo en medio de la bahía, como si buscara el escenario perfecto para el último acto. Entonces, justo en el momento en el que el sol contactaba con el horizonte, una fuerte explosión se observó y escuchó desde todos los puntos para el asombro de la muchedumbre. Y luego otra, y otra. Langsdorff había decidido hundir su propio buque antes que permitir a los británicos una victoria militar o, peor aún, su captura y la de su equipamiento.
El desenlace aumentó la emotividad de la tragedia. La totalidad de la tripulación del Graff Spee, incluido su capitán, llegó a Buenos Aires al día siguiente, y lo que menos se esperaba Langsdorff fue que el mundo parecía criticarle no haber presentado batalla. Para él, lo más importante había sido el evitar más muertes, como había hecho con los tripulantes de los mercantes que hundió semanas antes. Pero de nada sirvió su consuelo, pues hasta sus jefes en Berlín le criticaron la deshonra. El 19 de diciembre, Hans Langsdorff se suicidó.
La Batalla del Rio de la Plata fue el primer encuentro naval entre las dos potencias durante la Segunda Guerra Mundial, y el destino quiso que el enfrentamiento tuviera lugar a la vista de miles de testigos inocentes. Las decisiones de Langsdorff fueron sin duda cruciales, y prácticamente indefendibles, pero su último sacrificio por las vidas de sus marinos es una acción digna de celebrar. Para los estudiosos de la historia queda un evento para el estudio y el debate, para nosotros los aficionados, una oportunidad más de recordar nuestro pasado.
Nota del responsable del blog
1-Aqui el historiador comete un grave error, cunado se produce la Batalla del Río de la Plata, Perón acababa de concluir su función como Agregado Militar Argentino en Italia. En esa época el Presidente Argentino era el abogado de los Ferrocarriles de capital britanico en Argentina, y por lo tanto aliadofílo en grado sumo.
*Profesor y traductor de idiomas. Comprometido con la libertad, la democracia y el progreso. Aventurero y viajero empedernido. Escritor amateur