Burguesía y Proyecto Nacional

Carlos Leyba*
Nos quedamos en el 73 [x]

No hay burguesía industrial nacional sin un Proyecto nacional industrial. Pero una costumbre local es pasarle la pelota de la responsabilidad al vecino. Puede que sea cierto a veces, puede que lo sea todo el tiempo; pero aún así para que el que me empuja estando de espaldas y desde atrás y sorpresivamente, para que me caiga y que la caída me cause serio daño, se requiere que ande flojo de reflejos, muy poco entrenado o al menos distraído. Sólo para señalar que el más inocente, el menos culpable, generalmente alguito tiene de complicidad. Si la complicidad cabe a la desatención, a la omisión o a la falta de cuidado. Antes de ir a la preocupación del título de esta nota me detengo en una cuestión pertinente acerca de las responsabilidades.


Un ejemplo. Los costos de las relaciones de dominación, que tantas veces se exponen como ejemplo en los tiempos en que Inglaterra reinaba en nuestro comercio y nuestras finanzas, seguramente no fueron – a los costos me refiero – una decisión expresa de quienes gobernaban. Pero la falta de reflejos, la distracción, cuando no la desaprensión, de ellos los hace en parte complices y responsables.

Y, por ejemplo, las relaciones estratégicas que hoy se plantean con China, tal vez con Rusia, proyectadas tal como se plantean y sin más, contienen costos más que importantes que, observados globalmente, suman beneficios ocasionales y costos permanentes.

Buenos reflejos, atención adecuada y mirada larga y profunda, son las condiciones necesarias para que esas relaciones puedan realmente parecerse a lo que, con mayúscula frivolidad, se plantea en los discursos locales.

Si bien ambas “relaciones estratégicas” suenan “políticamente” diferentes, tienen en común el principio hedónico de la primarización que rinde pronto y abarata – por el intercambio – los productos industriales; y más temprano que tarde se cobra la inviabilidad de la sociedad deseada.

La sociedad democrática deseada es la que marcha hacia la igualdad, ahora hemos reducido esa marcha a solamente la inclusión; y hacia la libertad, que ahora la hemos reducido a que se cumpla el reglamento constitucional.

La primarización concentra y excluye; y en ese contexto la libertad se hace cuesta arriba. Por eso la industrialización de un país es mucho más que la producción de bienes manufacturados, es la plataforma para que el trabajo pueda ganar esos derechos de la igualdad para todos, que nos ayuda a construir la libertad. En el sistema capitalista, por cierto también en el humanizado por el Estado de Bienestar, la construcción de la industrialización en los países emergentes o subdesarrollados, requiere de una burguesía industrial nacional como el motor de la no dependencia. No hay, simplificando, justicia social sin industrialización, que es una condición necesaria; ni industrialización sin burguesía nacional, que es la condición necesaria de la independencia económica. La soberanía política, que es el sentido del ejercicio del poder de la democracia, es transformar esas dos condiciones necesarias en suficientes. Esto, fundamentalmente, debería ser el ABC de la acción y de la dirección de quienes suscriben el ideario peronista y que, con hipocresía o no, vienen gobernando hace 20 años al país. ¿Lo han logrado? ¿Lo han intentado?

Entre políticos, dirigentes sindicales  y economistas, que sostenemos la necesidad de direccionar el crecimiento económico hacia el desarrollo y la equidad, es habitual la afirmación que en nuestro país no existe “una burguesía industrial nacional”. Se exhibe la pujanza industrial de San Pablo como contraejemplo.

La frase de marras no significa desconocer la existencia de empresarios argentinos exitosos. Pero sí señala que los empresarios, no ponen en práctica su misión de acumulación productiva en el país.

Culpa de ellos o no, algunas cifras de mediano y largo plazo, que damos más adelante, señalan que estamos lejos de haber vivido o estar viviendo, un activo proceso de inversión que dé brillo, entre otros, al empresariado local.

Volvamos al por qué de la misión que les reclamamos a los empresarios. Primero, su patrimonio ha sido acumulado en el país. Caso contrario serían empresarios extranjeros. Segundo, ese patrimonio se realizó y se realiza,  gracias tanto a su iniciativa y méritos, como a los del Estado y a la disponibilidad del mercado nacional.

La existencia del empresariado (y su patrimonio) es inescindible de las normas, que le han permitido o facilitado desarrollarse; y de la disponibilidad del mercado local que les ha posibilitado materializar esas facilitaciones procuradas por la organización de la sociedad.

Algunos empresarios (y economistas) sostienen que las normas públicas y/o el mercado local, han trabado la plenitud de la evolución empresarial. Pero cualquiera sea el nivel alcanzado, ese nivel es el que posibilitaron normas y mercados; y la segura tensión entre esas condiciones y talentos. Sobre eso no hay argumento de adversidad que se sostenga. ¿Podría haber sido otra cosa? Sí.  Las circunstancias, sin duda, son determinantes en una economía capitalista.

Pero el empresariado, la burguesía nacional, está acá; y la demanda de políticos, sindicalistas y economistas comprometidos, no se refiere, entonces, a su inexistencia sino a las falencias de su función en el plano de la acumulación productiva. Se lamenta a la ausencia de protagonismo de empresarios nacionales en el desarrollo.

Basta ver el peso de las empresas extranjeras en el liderazgo industrial para consentir que, con excepciones, la cancha está dominada por el equipo foráneo.

Pero, a pesar de ese concurso y presencia de las multinacionales, la constatación del bajísimo nivel de desarrollo de la economía nacional, en relación a su potencial, surge de inmediato de la comparación con el potencial productivo de nuestra economía, que es lo que puede ser concretado y que no lo ha sido. Veamos.

Riquezas naturales desaprovechadas; excedentes expatriados y hombres y mujeres sin trabajo, son nudos de la trama del subdesarrollo de nuestro potencial.

Primero, basta recorrer nuestro territorio inmenso y riquísimo, para constatar que aún no ha sido conquistada su totalidad en el sentido que, en su conquista y liberación, imaginaron nuestros mayores cuando hicieron de nuestra Patria la meca de atracción de inmigrantes de todo el planeta. Los que venían soñaban aquí la realización de un futuro que el lugar de nacimiento les negaba. Los que hicieron la Patria y los que llegaron para colaborar en los frutos de esa tierra prodiga, imaginaron el dominio de un territorio que aún hoy no hemos logrado dominar. Seguimos siendo un país inmensamente rico en su potencial e inmensamente vacío en su realidad.

Esa es una de las medidas de nuestro subdesarrollo: la soledad del territorio; los desequilibrios regionales, la contradicción de Belindia, una región que es Bélgica y muchas otras que son India en el mismo territorio soberano.

Segundo, basta recorrer la estadística de la fuga de capitales que suma, según recientes estimaciones, más o menos 350 mil millones de dólares, para constatar el inmenso potencial de inversiones que genera nuestro país año tras año. Y a la vez el bajísimo nivel de realización de las mismas. Frente al enorme excedente de nuestra economía – en gran parte expatriado – hay un enorme subdesarrollo del potencial de inversiones.

Entonces, recursos naturales sub explotados y excedente no acumulado en términos productivos; son dos términos de un enorme potencial no aprovechado.

Eso denuncia un grado de subdesarrollo y de lacerantes desequilibrios, que vienen golpeando las puertas de la periferia de las geografías ricas de nuestro país.

¿Hemos entonces mejorado los ingresos reales, que incluyen remuneraciones y pagos de transferencia, en capacidad de compra alimentaria  en dos décadas? Grave si la base de comparación es la nefasta etapa en  que se inició la convertibilidad.

Al respecto miremos la evolución de la capacidad de compra del 90 por ciento de la población. Con la EPH del INDEC, que nos permite calcular el ingreso promedio del 90 por ciento de los habitantes y los (INDEC) y los precios del INDEC, ambos datos para noviembre de 1993 y con los ingresos de la misma población para el II Trimestre de 2014 (EPH-INDEC), junto con precios de las estadísticas oficiales de la CABA (mayo de 2014), se ve claramente que la capacidad de compra real promedio de esa población encuestada, compraba más en 1993 que en 2014. Por ejemplo 4,1 kilos más de queso cuartirolo; 3,7 kilos más de asado; 3,1 veces más de kilos de pan; 3,1 veces más kilos de harina; 3,1 más kilos de carne picada; 2,7 más docenas de huevos;1,9 más kilos de manzana y 1,2  más kilos de tomate redondo.

Los ingresos reales por todo concepto del 90 por ciento de la población en términos alimentarios, por cierto no sólo de pan vive el hombre, están lejos aún de períodos absolutamente nefastos, con los que los hemos comparado, a los que sucedieron las mayores desgracias.

También existe un inmenso desperdicio de la fuerza de trabajo, que empieza por el atentado al desarrollo personal de millones de argentinos, condenados a las carencias que les impiden ser libremente ellos mismos. A eso lo llamamos pobreza. Repito: la pobreza es la condena a no poder desarrollarse íntegramente como personas. Un testimonio de potencial humano desaprovechado que representa subdesarrollo, por falta de aplicación de recursos materiales disponibles. De la misma manera, aunque en otra escala, computamos como ejes del subdesarrollo el trabajo sin capital, que hoy ocupa a millones de argentinos; y el trabajo informal que suma al pasivo de condiciones de vida y de trabajo indignas de una sociedad decente.

No sólo es un tema de pérdida de ingresos y de empleos marginales, también de Subdesarrollo. ¿Subdesarrollo? ¿Por qué? ¿Dónde estamos hoy?.

En “Información Económica al Día”, el Ministerio de Economía publica la producción de varios productos y sectores, en número de unidades de medida. Observamos que entre 2013 y 1993, dos décadas, las tasas de crecimiento acumulativo anual, observadas como “casi chinas”, corresponden sólo a subproductos de oleaginosos (6%); faena de aves (5,1%) y aceites vegetales (4,9%); todos Productos Primarios y, además, tasas que se achican si las consideramos per capita. Todos los demás sectores crecen menos de 3 por ciento anual acumulativo, con excepción de, por ejemplo,  cemento (3,6%), laminados planos (3,5%), hierro y negro de humo (3,2%) y alguno más. Pero en 5 sectores la producción cayó respecto de 1993. El año 1993 fue el año con estadísticas disponibles más antiguo y por eso se utiliza en esta esta nota periodística, dado que la elección de ese año no responde a una razón fundada.

Siguiendo con la misma fuente de información, si miramos a los puestos de trabajo declarados por sector, nos encontramos que en la industria manufacturera, en el primer trimestre de 2014, en ninguna actividad el empleo está en el nivel máximo del período que estamos analizando; y el Índice de Obreros Ocupados en la Industria Manufacturera, en el II Trimestre de 2014, fue 14,6 por ciento menor que en el II Trimestre de 1993. Cifras oficiales. Claramente aquí, en estos datos, influye el outsourcing. Es una explicación. Pero hay menos trabajadores industriales. Y eso es un problema.

¿Recuperación respecto de cualquier pasado? Si. Pero no tanto. ¿Por qué? Porque lo dicen el número de empleos, y producción, para entender por qué nos pasa lo que nos pasa, aunque no lo queramos ver abusando de comparaciones inconsistentes.

En este marco, por los resultados, el protagonismo de la burguesía nacional es – sin duda – un protagonismo fracasado. O puesto de otra manera, como lo expone con singular claridad Aldo Ferrer en “El empresariado argentino”, son las circunstancias nacionales las que han condicionado el fracaso de ese protagonismo.

Es que, y esta es la idea básica de esta nota, no hay “burguesía nacional”, en el sentido de liderazgo de las fuerzas productivas del desarrollo nacional, sin “proyecto nacional”. Y más específicamente no hay “burguesía industrial nacional” sin “proyecto industrial nacional”.

¿Cuál es la conclusión? Es la ausencia del “proyecto nacional” la responsable de ese fracaso del protagonismo del empresariado. Y de nuestro subdesarrollo, que se hace enorme cuando contabilizamos cosas tan obvias como las que hemos mencionado.

La causa es la política. Como lo puede ser también la primarización abaratadora de manufacturas importadas, derivada de relaciones estratégicas descuidadas. Vale decir que, entre otras causas más la citada, nos quedamos sin industrialización y sin ella la justicia social se hace cuesta arriba y la burguesía industrial más que empuje, encuentra barreras para su desarrollo. ¿Razones? Más allá de la complicidad de la omisión, pasa algo más grave en la política: el viento de cola hoy, como ayer la abundancia de crédito, ha producido un extravío.

Es que la Argentina, desde 1975,  ha extraviado el método y los objetivos de un Proyecto Nacional. Su etapa superior fue la construcción del consenso que, mediante el método de la concertación,  construyeron desde el llano, durante una dictadura, los líderes políticos del país, como lo fueron Juan Perón, Ricardo Balbín y Oscar Alende; y sindicales como José Ignacio Rucci y empresarios como José B. Gelbard. Fue una construcción desde el llano de Coincidencias Programáticas hacia el futuro y que, recuperada la democracia, se convirtieron en leyes sancionadas por unanimidad.

El golpe militar de 1976 desalojó a la idea de proyecto nacional de la Casa Rosada. Sin él, hemos sufrido la  mutilación del empresariado nacional y la fuga de capitales, con endeudamiento externo o sin él; la pérdida del protagonismo productivo, laboral y distributivo de la industria.

Por unas horas se puede tratar de tapar la realidad estructural con abundancia de cifras y gráficos. Pero no vale la pena montar un escenario en el que sólo se ilumina una parte de la realidad y se oculta que, detrás del telón, están trabajando los tramoyistas para poner en escena la realidad de la historia de mañana que es la única que importa y la que se impone.

En estos cuarenta años han ocupado el escenario varios émulos de Marco Bragadino, el alquimista de Venecia, y como él han presentado el brillo del oro que encandila y que por cierto no ilumina. Las reservas de J.A. Martínez de Hoz, que no eran tales por ser obtenidas mediante la deuda externa, lo que nos condenaba; o la estabilidad de precios de D.F. Cavallo, que se llevaba puestas la industria y el empleo y sembraba pobreza.

Lo propio de Bragadino, del iluminador del teatro, es ocultar lo que está detrás de escena poniendo unos números que velan lo que ocurre estructuralmente.

Eso, lo estructural – lo de largo plazo – es lo que importa para preparar el futuro, que es el lugar dónde vamos a vivir el resto de nuestros días.

La característica de todos los procesos de los últimos 40 años, es la ausencia de proyecto nacional con visión de largo plazo, como consecuencia de la ausencia de consenso. Y este es la consecuencia de la ausencia de concertación, que a su vez surge como consecuencia de no tomar en cuenta la opinión de los otros. Y detrás está el oportunismo estratégico que significa, en última instancia, la cultura del “deme dos”, que no ha sido abandonada.

Con esa cultura anti largo plazo, no hay posibilidad de que exista una burguesía nacional industrial. Eso es claramente una responsabilidad de la política que es la virtud mayor de la vida ciudadana, pero que no necesariamente hace virtuosos a los que la practican.

**Carlos Leyba, Economista egresado de la Universidad de Buenos Aires. Realizó estudios de posgrado en la Universidad Libre de Bruselas. Fue profesor regular titular en la Facultad de Ciencias Económicas (UBA). Durante la presidencia de Perón fue subsecretario general del Ministerio de Economía y vicepresidente ejecutivo del Instituto Nacional de Planificación Económica (INPE), en tal carácter tuvo a su cargo las tareas operativas de la Política de Concertación y del Plan Trienal de Reconstrucción y Liberación Nacional. Fue presidente del Fondo Nacional de las Artes y coordinador de los Informes de Desrrollo Humano (1995-1999) del Senado de la Nación. Consultor del PNUD, del Banco Mundial, del BID y de empresas. Es presidente del Centro de Estrategias de Estado y Mercado (EEM), profesor en la Maestria de Integración de la UBA, columnista económico de la revista Debate y edita la página web nosquedamosenel73.