El aparecido que no debía aparecer


El aparecido que no debía aparecer

 Roberto Caballero
A Cabandié no se lo ataca por el incidente de Lomas, sino por lo que simboliza: la política oficial de Derechos Humanos.
La larga lucha contra la impunidad en la Argentina parió varios himnos. Son esos temas que alguna vez coreamos todos. “Todavía cantamos”, de Víctor Heredia, dedicado a su hermana y su cuñado desaparecidos, es uno de ellos. “Yo soy Juan”, de León Gieco, es otro, en homenaje a la historia de Juan Cabandié.

Hace casi una década, León cantó por primera vez la historia trágica del hijo de dos jóvenes peronistas, Alicia Alfonsín y Damián Cabandié, secuestrados en 1977. Le puso música a un gran silencio que había durado casi un cuarto de siglo. Juan nació en la ESMA, en las entrañas mismas del terrorismo de Estado. Hasta que las Abuelas de Plaza de Mayo, con su pelea, lograron restituirle su verdadera identidad, Juan pensó que era hijo de sus apropiadores. Había sido arrebatado cuando era bebé. Supo quién era, realmente, ya hecho un hombre. En el medio está la historia trágica de un país.
En 2004, dos meses después de convertirse en el nieto recuperado 77, Juan habló frente a la ESMA, el mismo día que Néstor Kirchner decidió que el predio sería en el futuro un espacio para la memoria y ya no la intocable nursery de la complicidad cívico-militar que perpetró el genocidio. Su discurso de aquel día se reproduce en el tema de Gieco. Es realmente conmovedor. El video lo pueden buscar en YouTube . Allí aparecen, además de Cabandié, otros hijos de desaparecidos: Wado de Pedro, Charly Pisoni, Cacho Pietragalla (h) y Francisco Madariaga. Son diez años más chicos de los jóvenes que son hoy, algunos funcionarios, otros diputados. Se los ve felices. No es para menos: la vida se les planteaba luminosa después del horror de no saber quiénes eran. Habían nacido de nuevo. Habían aparecido después de las desapariciones.
Para cualquiera que decida ponerse aunque sea cinco minutos en el pellejo del recién nacido privado de los besos y la leche materna, de las caricias de su padre joven, del amor de sus abuelos reales, de su linaje biológico, de su tradición política y cultural, Juan Cabandié, el hijo de Alicia y Damián, es una víctima a la que la sociedad argentina todavía le adeuda una explicación racional por el destino fatal de sus padres, que tenían 17 y 19 años, es decir, ni siquiera tenían la mayoría de edad, cuando fueron asesinados.
En la última semana Juan recibió el castigo público del Grupo Clarín SA y sus satélites políticos por un incidente ocurrido hace cinco meses en Lomas de Zamora.
La base del ataque era un video editado donde aparecía pidiendo un correctivo a una agente de tránsito que lo había demorado por no tener, se supone, los papeles en regla. La escena dejaba poco espacio para la duda: Cabandié fue descubierto “in fraganti” en una falta que se negaba a reconocer y además embestía verbalmente contra una indefensa empleada municipal que cumplía con su trabajo. Esto fue lo que se amplificó. Sobre el episodio desafortunado opinaron todos, incluso los kirchneristas de zapatitos blancos: que era una barbaridad, que banalizaba los Derechos Humanos, que lo revelaba como prepotente y hasta Patricia Bullrich Luro Pueyrredón, ex militante de la Juventud Peronista como los padres de Cabandié, ahora socia de Mauricio Macri, le abrió una causa judicial por “abuso de autoridad”.
Cabandié pudo hacer un breve e inoportuno derecho a réplica en 6,7,8. Inoportuno porque todavía no se conocía el video completo grabado por un gendarme, también protagonista del episodio, y fue hacerlo hablar sobre un material editado, es decir, recortado con malicia por sus difusores previos. La noche del incidente en Lomas, hace cinco meses, ¿sucedió lo que Clarín dice que sucedió, según su edición de los hechos, o lo que en verdad pasó?
Después de años de manipulación mediática de Clarín dejada en evidencia por la prensa antimonopólica, Cabandié se merecía, al menos, esta pregunta básica. No tuvo esa suerte y esto sólo merece preguntarse si la pelea por la democratización de los medios produjo algún avance en todos estos años. Fue más fácil caerle encima con el reproche moral. El kirchnerismo bienpensante lo sacudió por imberbe y la oposición sádica por autoritario. Primera conclusión, elemental: hay un prejuicio sobre Cabandié.
El prejuicio es un juicio previo. Una sentencia condenatoria de la que es difícil zafar indemne. Una distorsión sobre cómo se percibe la realidad y refuerza un estereotipo. Por eso es importante conocer al difusor de una noticia. Sus intereses explican qué elige decir o qué elige callar de un suceso. En este caso, si Clarín SA está en guerra con el gobierno y su política de Derechos Humanos porque sus dueños están denunciados en la justicia bajo sospecha de haberse beneficiado de crímenes de lesa humanidad para quedarse con Papel Prensa, ¿no habría que tamizar todo lo que Clarín SA suele decir sobre los símbolos que representan esa política?
Tamizar no quiere decir negar, no informar, decir lo contrario para quedar bien, sino repensar sin prejuicios. Retomar cierto equilibrio en el razonamiento que el grupo empresario en cuestión, es público y notorio, dejó de lado hace rato. Si Clarín SA, como línea editorial, viene sosteniendo que el gobierno hace un uso político de los Derechos Humanos, cuando informa sobre los referentes de esa pelea democrática con implicancias judiciales más graves que una falta de tránsito, ¿no cabe aunque sea dudar sobre las intencionalidades del emisor? Y, en función de esa duda legítima, de tan legítima obvia, ¿no es conveniente buscar mayores elementos para emitir un juicio sancionatorio? En cuotas comienza a aparecer el crudo del video, cada segmento nuevo permite poner en cuestión el enfoque original que crucificaba a Cabandié. Pero ya está, el daño tuvo su efecto. Es culpable.
Lo dicho no elude el debate superficial inaugurado por la difusión primitiva y masiva del video editado: Cabandié pudo haberle dejado las llaves del auto a la agente de tránsito, a los gendarmes y tomarse un remís sin enojarse, sin discutir, sin darle lecciones de urbanidad a nadie, sin pedir correctivos y sin hacer de un control callejero una cuestión de principios. No hizo eso, hizo otra cosa. En un país de 40 millones de directores técnicos y neurólogos diplomados, cada uno puede decir qué hubiese hecho en su lugar, pero Cabandié hay uno solo: Juan, el hijo de Alicia y Damián, el del tema de Gieco, con su historia a cuestas, que no es una historia sencilla ni fácilmente digerible. Para él, claro. Pero como se ve tampoco para el resto de la sociedad que, puesta a opinar sobre un hecho que involucra a un nieto recuperado, se inclina por la verosimilitud de todos los prejuicios existentes alrededor de esa figura, que encima es joven. Es decir, imberbe. Es decir, un peligro. Con padres “delincuentes”, como sugirió Carrió en el debate que perdió en TN.
Sí, Juan Cabandié no es perfecto. No puede serlo, como casi ninguno de nosotros. No vuela, no respira bajo el agua, no tiene poderes sobrenaturales, va al baño y cada tanto hace algo inconveniente. No es el Espíritu Santo caminando: es lo que es, una víctima que tramita su historia actuando en política defendiendo las mismas banderas que sus padres, junto a un gobierno cuestionado precisamente por impulsar desde el Estado el castigo a los desaparecedores de toda una generación, lo que no es poco.
Se lo ataca a Cabandié porque simboliza eso, no porque en una noche de hace cinco meses haya intentado zafar de una coima presunta o real, con malos o peores modales. Esto es la anécdota, la que no va a producir una canción himno en la voz de Gieco.
El video surge después de que Cabandié le diera un paseo televisivo a Elisa Carrió.
Hablando tranquilo, en su rol de candidato a diputado, sensatamente y demostrando que La Cámpora es mucho más de lo que Clarín y La Nación dicen que es. La cobertura del diario de los Mitre, sacando de contexto frases de sus integrantes, para asociarlos al prepeo verbal es de una selectividad editorial que refuerza todos los lugares comunes que propone la prensa tradicional para cauterizar la herida honda que les provoca, indudablemente, el surgimiento de una nueva generación de militantes que no dicen lo que Héctor Magnetto y Bartolomé Mitre quieren escuchar. Todo su propósito es minar la moral de ese grupo desobediente, aislarlo de la sociedad, impugnar su práctica política, castigar su mensaje desafiante al statu quo.
¿Por qué es tan ostensible su desagrado? Porque no hacen lo mismo con el resto: cuando hablan de Sergio Massa, por ejemplo, no ponen la trompada de Graciela Camaño a Kunkel, ni las frases de Luis Barrionuevo y el robo, ni los antecedentes de Miguel Ángel Toma en la SIDE, ni cuentan que cuando mataron a Kosteki y Santillán el gobernador a cargo de la policía matadora era Felipe Solá, ni que su jefe de campaña –Juan José Álvarez– era el secretario de Seguridad cuando ocurrió el crimen, ni recuerdan la maxidevaluación pesificadora de Ignacio de Mendiguren. Hay una decisión pensada, meditada, de ocultar eso mismo, del mismo modo que hay otra que busca connotar negativamente cualquier cosa que produzca esa organización demoníaca que los saca de las casillas, La Cámpora, de la cual Cabandié es un referente.
Hasta Jorge Lanata llegó a decir que el video de Lomas es una “cama política” contra Cabandié. El autor de estas líneas, que habitualmente no acuerda con los enfoques editoriales del fundador de Página 12, esta vez suscribe sus dichos. Son justos y reveladores. Incluso en la ofensiva nota de tapa de la revista Noticias de este fin de semana, “El patético derrumbe de la soberbia K”, hay un recuadro donde puede leerse: “El video, que captura la violenta reacción de Juan Cabandié cuando le labran una infracción, fue realizado el 10 de mayo por un gendarme en un celular de alta gama. Apareció en varios capítulos, como si fuera una serie y cinco meses después de que se produjera. Una operación política con todas las letras, sembrada por algún interesado a dos semanas de las elecciones, que fue como un tarro de dulce de leche premium para los medios del Grupo Clarín y la oposición.” Lo dice Noticias, en el mismo número donde banaliza con fotos hot a la agente de tránsito del incidente.
Pero Luis Majul, en el espacio de notas editoriales de La Nación de su edición del 17 de octubre –el mismo día en que Cabandié festejaba el nacimiento de su hijo Ciro Néstor–, escribió lo que sigue bajo el título “El Cabandié del video es también Néstor y Cristina”:
“La escena captada por el celular barato de un gendarme registra todo: la prepotencia berreta, las pretensiones de superioridad moral, el uso y abuso de los Derechos Humanos para pasar por encima de todos y todas. Cabandié no es sólo el dirigente que le pidió el ‘correctivo’ para ‘la desubicadita’ al intendente de Lomas de Zamora y primer candidato a diputado de la provincia, Martín Insaurralde. Se trata de un hijo de desaparecidos a quien Néstor Kirchner, primero, y la presidenta, después, transformaron en un superhéroe a prueba de balas y sanciones para sostener su relato de fantasía (…) Néstor empezó a convertir a Cabandié en un mito viviente cuando lo hizo hablar por primera vez el 24 de marzo de 2004, en la ESMA, el día que el gobierno abrió sus puertas a la gente. Estuve ahí, entre el público. Fue absolutamente conmovedor. No sólo el propio Kirchner, Joan Manuel Serrat y quien esto escribe nos conmovimos cuando Juan contó su historia. Casi todos los presentes se quedaron en silencio y a punto de llorar. Había nacido allí mismo, en cautiverio. Había descubierto hacía muy poco que él creía que su padre era un apropiador. Y entonces soñaba con transformar el mundo, con la fuerza de su verdad.”
Cada una de estas líneas podría ser refutada con el mismo énfasis moralista con el que fueron escritas. No es la idea. Majul puede tener la moral que le plazca. Opinar lo que quiera. Todo es parte de la inédita etapa de libertad de expresión que atraviesa la Argentina. Lo que no implica dejar de exponer algunos argumentos que ayuden a pensar lo ocurrido de un modo más complejo.
Haga lo que haga, Juan Cabandié seguirá siendo un hijo de desaparecidos. Su discurso en la ESMA entró en la historia. No fue ni es un superhéroe: es la víctima de un pasado horrendo que aún mantiene a otros 400 nietos, botín de la dictadura cívico-militar, en condiciones de  ciudadanos de segunda clase porque no conocen su identidad biológica, entre otras cosas porque el diario donde Majul publica su columna se benefició del genocidio y combate en la opinión pública las políticas de Derechos Humanos oficiales que buscan restituirles su elemental derecho a saber quiénes son. Tampoco es un mito viviente: Juan Cabandié está vivo, es de carne y hueso, es hijo de la sangre de dos adolescentes desaparecidos por sujetos que sí merecerían la mitad de los adjetivos hirientes que el editorialista de La Nación prodiga a los Kirchner. No hay un relato de fantasía: hay una realidad donde el Estado, después de haber sido cómplice de la impunidad, impulsa juicios que castigan las violaciones a los Derechos Humanos.
Videla murió en la cárcel. Por inimaginado que parezca, esto es lo mínimo que puede exigírsele a una democracia seria, la que también los Kirchner y los Cabandié ayudaron a construir en esta última década, por más que a La Nación, donde Majul escribe, piense lo contrario. Esto también hay que decirlo.
Claro que los discursos en la ESMA fueron conmovedores. Lo siguen siendo. Es menos clara, antojadiza en su apreciación, la idea de que Cabandié soñaba con cambiar el mundo, con la fuerza de su verdad, y hoy ya no querría hacerlo. Pensarlo así, de ese modo, es hacerlo portador de una verdad que trocó en mentira o de una mentira que finalmente salió a la luz. Pero Cabandié sigue siendo lo que era: una víctima del genocidio; y el kirchnerismo también: la identidad política que llevó a los genocidas al banquillo después de la ignominia del Punto Final, la Obediencia Debida y los indultos. No se entiende entonces dónde, en qué lugar, viviría la falsedad que se le atribuye livianamente.
Salvo que Cabandié esté siendo atacado por lo que grita su historia personal, que tiene una resonancia colectiva que a algunos oídos se les torna insoportable. Haber pasado de la condición de víctima reivindicable a la arena política partidaria estaría mal para sus detractores. El Cabandié que se escapa de la estampita para pasar al afiche callejero es tenebroso. El Cabandié hijo simbólico del proceso político que encabezaron Néstor y Cristina Kirchner es injuriable. No ocurre lo mismo en los casos de los otros hijos que se dedican a la política partidaria no kirchnerista. Eso es aceptable, promocionable, está bien que así pase. Es su caso, la potencia del mensaje que encarna su historia personal, lo que produce molestia, porque vincula, relaciona, zurce su pasado al presente de juicios a militares y civiles con el aval de una fuerza política que maneja el Estado y pone en debate el papel vergonzoso de los dueños de las empresas que apoyaron y sacaron provecho de las violaciones de Derechos Humanos, hace 37 años. Eso es pasarse de la raya. Es superar el testimonio admitido. Por lo tanto, merece una lapidación mediática.
La prepotencia berreta, las pretensiones de superioridad moral, el uso y abuso de los Derechos Humanos para pasar por encima de todos y todas, es la fórmula clásica de la derecha política y cultural de este tiempo para poner en caja a los réprobos que eligieron jugársela para salirse del testimonio lacrimal e intentar transformar el mundo, con esa pesada mochila al hombro, como pueden, con las heridas lacerantes que llevan encima.
Juan Cabandié, el último aparecido, es eso.
El aparecido que no debía aparecer.
Lo querían mito y está vivo. Querían que fuera otro y es este. Lo querían superhombre y es imperfecto.
Me conmoví en la ESMA con su discurso, como Serrat y Majul.
Me sigue conmoviendo, cada vez que lo veo.
Y no es una fantasía: es la vida real.