Detroit Así se hundió el Titanic del capitalismo estadounidense
E.J. Rodríguez

El ocaso de toda una gran ciudad en pleno corazón del imperio estadounidense. Un antiguo símbolo de su poderío industrial y del “sueño americano” donde hoy, sin embargo, se venden viviendas por el precio simbólico de un dólar, ya que nadie quiere habitar el inhóspito silencio de unos barrios abandonados que no tienen electricidad, ni agua, ni policía, ni escuelas. Porciones enteras de la ciudad han muerto. Otras están agonizando. Otras sobreviven, pero lo hacen rodeadas de un creciente marasmo de solares vacíos y calles abandonadas. Al igual que la calavera de Hamlet, el pulido esqueleto de Detroit nos mira con la sonrisa sardónica de los muertos, como queriendo decir “no os lo toméis a mal, amigos, ¡la economía de mercado es así!”.
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Detroit bullendo de actividad en sus días de esplendor: una imagen que hoy resulta extrañamente distante. (WunderPhotos) |
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Durante los años 20, la industria manufacturera convirtió Detroit en la ciudad de mayor crecimiento en todo EEUU. (Photographium) |
¿Qué ha sucedido? Porque en sus buenos tiempos Detroit fue una Meca del empleo, uno de los lugares donde resultaba más fácil establecerse. Lucía con orgullo el sobrenombre de “Motor City”: su inmensa industria del automóvil la había convertido en una metrópolis populosa y floreciente, en la que había trabajo, dinero, negocios, ganancias. Entre 1900 y 1930, la atracción que despertaba la inagotable oferta de trabajo multiplicó la población de la ciudad por seis. Llegaron cantidades ingentes de inmigrantes —blancos europeos y negros del sur— buscando salir adelante en la fabricación de coches, con lo que Detroit se convirtió en la ciudad de más rápido crecimiento de los EE. UU. General Motors, Ford y Crhysler constituyeron la santísima trinidad de corporaciones que convirtieron Michigan en el máximo propulsor de la industria manufacturera estadounidense.
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El porcentaje de solares desocupados del núcleo urbano se ha disparado hasta límites verdaderamente surrealistas. |
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Woodward Avenue, ayer rebosante de vida, hoy un espectáculo de vacío y desolación en pleno centro de la ciudad. (Daily Mail) |
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El viejo estadio de béisbol de los Tigers de Detroit, antes y ahora. |
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La decrepitud del Michigan Theater, una tragedia shakesperiana en sí misma. |
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Los colegios abandonados son la perfecta metáfora del tenebroso futuro de Detroit. (Marchand/Meffre) |
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A principios de los 90, cuando fue tomada esta foto, el centro de Detroit ya mostraba un aspecto desolador. Hoy está todavía peor. |
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La Michigan Central Station, un asombroso monumento a los daños colaterales del capitalismo. |
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Un asilo abandonado en cuyas paredes una pintada dice “Dios ha abandonado Detroit” |
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Impresionante espectáculo: el apocalíptico interior del otrora lujoso United Artists Theater. |
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El salón de baile del Hotel Plaza, crudo retrato de la vanidad perdida de Detroit. |
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Fascinante instantánea del laboratorio abandonado del Cass Technical High School. (Andrew Moore) |
Tampoco se ha librado del naufragio, como ya comentábamos, el sistema educativo. El Cass Technical High School, por ejemplo, es ahora una especie de museo dedicado a lo que pudo haber sido y no fue. Algunas de sus dependencias, como los laboratorios, sufren un abandono tan pasmosamente estético que bien podría haber sido diseñado por un artista conceptual: cajones y portezuelas de madera abiertas en serie, quizá por buscadores de sustancias de dudoso uso, y encimeras devoradas por el fárrago de mil pequeños utensilios y fragmentos de objetos indefinidos, presidido todo por estanterías prácticamente intactas, repletas de probetas, tubos de ensayo y mecheros Bunsen que nadie se ha molestado en robar.
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Escuela elemental Jane Cooper hace unos años, abandonada pero todavía intacta en solemne recordatorio de la deblace educativa. |
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Un año después de la imagen anterior, la escuela ya había pagado el precio al ser arrasada por unos vándalos. |
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La fábrica Packard, hoy una de las más tremebundas ruinas industriales del planeta. (Daily Mail) |
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El pizpireto barrio burgués de Brush Park como muestra del fracaso de toda una ciudad. |
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Mansiones abandonadas en Brush Park. |
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Piscina pública en Brush Park. Profundidad: “8 feet” |
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Biblioteca pública abandonada. Al parecer, a nadie le interesa llevarse los libros. |
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Las pintadas reivinidicando la dignidad de la ciudad se multiplican: “Detroit no es un cadáver, Detroit vivirá”. |
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La pobreza y la proliferación de solares vacíos han generado el curioso fenómeno de la agricultura urbana. |
La gente de Detroit, como suele suceder, ha respondido al cataclismo de las formas más dispares imaginables. Algunos han optado por la delincuencia o el vandalismo. Los hay también que vagan por las calles en busca de despojos, en muchos casos rendidos ante la desesperanza. Otros optan por apelar a la dignidad ciudadana, por ejemplo creando programas espontáneos de “granjas urbanas” para autoabastecerse de alimentos frescos cultivados en los muchos solares vacíos que hay entre unos edificios y otros. Los hay que han llegado hasta el punto de inspirarse en formas de supervivencia local concebidas en el tercer mundo, como un sistema de reciclaje de aguas con el que los vecinos de pequeñas zonas mantienen el valioso fluido circulando a despecho de las fallas institucionales. Mientras tanto, los mapaches y otros animales salvajes han empezado a merodear de nuevo por la ciudad del automóvil, que no los veía en sus calles desde tiempos inmemoriales.
El barco se ha hundido. Esto debería producir una profunda reflexión. Fue la cuarta mayor ciudad de los Estados Unidos y, si sucedió allí, podría suceder en cualquier parte. Porque lo que la caída de Detroit ha demostrado es que una ciudad no es el conjunto sus edificios, ni de sus infraestructuras, ni de sus instituciones. Una ciudad es su gente. Si la gente se marcha, la ciudad muere. Y la gente se marcha cuando no tiene trabajo. ¿Inevitable? Quién sabe. ¿Triste? Desde luego. El Titanic se hunde, queda para la opinión de cada cual ponerle nombre al iceberg.
